Melodía larga

    En el almanaque de la realidad, los primeros cuatro o cinco años de los ´70 siguieron siendo patrimonio de los dorados sixties. En el folclore, ellos habían comenzado arrastrando una suerte de renacimiento encarnado en púberes y adolescentes que entonaban las obras de Armando Tejada Gómez, Manuel J. Castilla, Jaime Dávalos, Cuchi Leguizamón, y miraban con devoción el programa televisivo Guitarreada, donde ya se destacaba un jovencito morocho de voz vibrante que mucho después sería conocido como Víctor Heredia.


    En el ´63 nacía el Nuevo Cancionero, ­promovido e integrado por buena parte de los artistas nombrados­, manifiesto que alentaba una poesía comprometida con los intereses de hombres y mujeres del pueblo.


    En términos musicales, los ´60 tardíos alumbraron propuestas más elaboradas como las de Eduardo Lagos y Manolo Juárez, mientras seguían floreciendo los grupos vocales como el Cuarteto Zupay que, de alguna manera, tomaba la posta de los pioneros Huanca Hua.


    Dentro de las filas tangueras, el espíritu inquieto y renovador de Astor Piazzolla fue la guía de un nuevo rumbo posible para el género, aunque en su travesía cosechó más enemigos que adeptos. “Ahora estoy en el new sound, por eso mis recitales tienen olor a rock“, declaraba el bandoneonista en 1976, luego de un concierto en el Metro parisino. En la búsqueda de nuevos caminos, pero en el terreno del tango canción, anduvieron poetas como Horacio Ferrer (escribió la famosa Balada para un loco, de 1969) y Eladia Blázquez, que publicó su primer disco de dos por cuatro en 1970 y ganó el Festival de la Canción de Buenos Aires con el tema Mi ciudad y mi gente. Algunos locales se convirtieron en lugares de encuentro entre veteranos y tangueros de menor trayectoria. Por los escenarios de Michelangelo, el Viejo Almacén y Caño 14 desfilaban Aníbal Troilo, Edmundo Rivero, Ciriaco Ortiz, el dúo Salgán-De Lío, Osvaldo Piro, Susana Rinaldi, Amelita Baltar, Nelly Vázquez, Virginia Luque, María Graña, Rubén Juárez, Roberto Goyeneche y el Sexteto Mayor, entre otros. Y si el folclore porteño mantuvo una modesta presencia en los medios fue gracias a las audiciones radiales de Héctor Larrea, Antonio Carrizo y al programa televisivo Grandes valores del tango, que conducía Silvio Soldán.


    Del sueño a la pesadilla


    El dulce sueño sesentista, dominado en el plano internacional por la supuesta antinomia Beatles o Rolling Stones, dio a luz por estas tierras lo que luego se daría en llamar rock nacional. Por primera vez, un puñado de pelilargos se largaba a cantar rock (o pop, o baladas) en castellano. Los Gatos ­liderados por Litto Nebbia­ dieron el puntapié inicial; de ahí en más La Cueva, Tanguito sentado en un baño de La Perla del Once, el blues pesado de Manal, Almendra y su lírica ­marca de fábrica Spinetta­, los bíblicos Vox Dei, el maravilloso desborde de Miguel Abuelo, el folk de León Gieco, y un grupo (liderado por un flaco desgarbado, dueño de un oído y un talento absolutos llamado Charly García) que hacía honor a su nombre: Sui Generis.


    Para el rock, los ´70 ­antes y después del golpe militar­ fueron años de consolidación y resistencia. El blanco favorito de las fuerzas represivas eran los pelilargos, aunque no era usual que éstos incursionaran en la militancia política. Pedro y Pablo levantaban la voz con La marcha de la bronca y poco después publicaban Conesa. No eran los únicos: durante los años de plomo, el clima social del país se vería reflejado en forma directa o mediante la coartada de la metáfora en las canciones de los rockeros.


    Producida la diáspora de Almendra (hasta la efímera reunión de 1979), Spinetta encaró caminos más duros aunque todavía repletos de lirismo con Pescado Rabioso y más tarde con Invisible. Y Charly García, el otro referente mayor, se consagró con Sui Generis: la despedida del grupo en el Luna Park, en 1975, es un hito histórico. Después del dúo con Nito Mestre encaró una formación más compleja, La Máquina de Hacer Pájaros, que desarmó luego de dos discos imprescindibles. Su continuidad se llamó Serú Girán, el cuarteto que completaban David Lebón, Pedro Aznar y Oscar Moro, quizá la primera gran banda del rock local.


    Los ´80: renovación y cambio


    Con el tango desprovisto de obras y corrientes renovadoras, en la primera mitad de los ´80 los intérpretes adoptaron una actitud evocativa para abordarlo. Sin embargo, la aceptación que logró en el exterior, especialmente por el baile, repercutió más tarde en la Argentina. En 1983, el espectáculo Tango Argentino reunió un elenco de 33 artistas para realizar sólo siete funciones en París. A la postre, su éxito en todo el mundo se extendió por casi diez años.


    El folclore corrió una suerte similar por la falta de creadores y de un recambio generacional. De esos años vale destacar trabajos aislados como el del solista Raúl Carnota y de la agrupación Músicos Populares Argentinos (MPA). Creado por Chango Farías Gómez, MPA combinó nuevas armonías y arreglos vocales con instrumentos acústicos y eléctricos que le dieron otro vuelo a la música nativa. Su labor quedó reflejada en dos discos publicados entre 1985 y 1987.


    Para el rock la cosa fue bien diferente; los ´80 se recuerdan como años prolíficos, en los que eran menester para los artistas el cambio y el riesgo permanentes. El punto de inflexión tuvo menos que ver con la creatividad y más con la política: la guerra de Malvinas trajo consigo la prohibición de emitir música de origen anglosajón. Eso provocó que las famosas listas negras de la dictadura se flexibilizaran y muchos creadores pudieran difundir su canto, incluso cuando hablara metafóricamente en contra del régimen o a favor de la paz. El Festival de la Solidaridad Latinoamericana juntó sobre un escenario ­con apoyo del entonces presidente militar Leopoldo Galtieri y compañía, y transmisión televisiva en directo­ a los máximos referentes del rock del momento: Charly García junto a David Lebón (Serú Girán se había separado hacía unos meses), Spinetta, León Gieco, Raúl Porchetto, Miguel Cantilo. La guerra duró poco, pero no disminuyó el impacto de la difusión del rico material rockero argentino. De todos modos, ya se estaba gestando un quiebre estilístico fundamental, que abriría el abanico de posibilidades: el rock pesado de Riff y V8; el punk de Los Violadores y luego Attaque 77; el rosariazo encabezado por Juan Carlos Baglietto y Fito Páez; el pop que García apuntaló con Clics modernos y que florecía en grupos como Virus, los reformados Abuelos de la Nada (con un Andrés Calamaro jovencísimo), Miguel Mateos-Zas, Los Twist o Los Enanitos Verdes; más tarde, la crucial aparición de Sumo y su insólita mezcla de punk, reggae y rock, que abrió las cabezas de muchos músicos argentinos; los oscuros sobretodos de Fricción; la inmediata consagración de bandas como Los Fabulosos Cadillacs, Pericos y Los Auténticos Decadentes; el rock stone de Ratones Paranoicos. La alegría de los primeros años de la democracia se reflejaba en el rock local.


    La aparición de Soda Stereo fue tan importante como la de Sumo: el trío liderado por Gustavo Cerati, siempre mutante y actualizado con lo que sonaba en las capitales del mundo, se convirtió rápidamente en la avanzada del pop rock argentino en América latina. Y otro fenómeno comenzó a gestarse: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota salieron del ostracismo para convertirse, paso a paso, en el más importante grupo local. A pesar del lirismo críptico de Indio Solari, que en principio atrajo seguidores intelectualosos, fue la actitud de los Redondos la que le hizo contar con el apoyo incondicional de bandas de chicos de las clases más bajas. Y también la que dio a luz al movimiento de rock barrial que dominaría la segunda mitad de los ´90.


    Si la guerra de Malvinas y la llegada de la democracia influyeron en los ánimos de los artistas, no menos importante fue la hiperinflación, que produjo un bajón en las ventas de discos. Además, ya no era posible importar vinilo para la fabricación de los LP y todavía no era tiempo de CD, lo que complicaba el panorama.


    Los ´90: el baile de la caja boba


    El hecho de que Buenos Aires, la ciudad del tango, haya producido por primera vez un festival internacional dedicado al género recién en 1998 parece una broma. Pero no se puede negar que fue el síntoma de una década en la cual la música ciudadana recobró cierto vigor. La aparición de FM Tango, en 1990, y de la señal de cable Sólo Tango, en 1995, ambas con una estética y un sonido actualizados, confirmó que el dos por cuatro no estaba muerto. En el último lustro surgió una nueva camada de músicos y de público; algunos se animaron a escribir letras que hablan de Internet o del sida, otros subieron a los escenarios con propuestas instrumentales que quizá carecían de ideas renovadoras, pero con un profundo respeto por esta música y un espíritu revisionista que los llevó a hurgar en las fuentes: desde Arolas hasta Piazzolla.


    El folclore también renovó artistas y audiencias. El grupo salteño Los Nocheros y la cantante Soledad, que vendió más de un millón de copias de sus discos Poncho al viento y La Sole, fueron los abanderados del denominado folclore joven, a veces con más avidez de éxito que calidad artística, en un fenómeno de matices melódicos y románticos que se acercó a la comunicación mediática y a las leyes del negocio de la música.


    Otro de los fenómenos de la década fue la bailanta (con mucha llegada previa a las clases populares), a través de sólidos e inexpugnables circuitos comerciales. Grupos y solistas como Sebastián, Ricky Maravilla, Commanche, Malagata, y luego Green, Red, Ráfaga, la ídola de multitudes Gilda ­que murió en un accidente automovilístico el 7 de septiembre de 1996­, Sombras (con su megahit La ventanita) fueron algunos de los nombres más exitosos de este mercado.


    La música cuartetera, históricamente consumida casi exclusivamente por los cordobeses, cruzó las fronteras de la provincia mediterránea con Carlos La Mona Jiménez a la cabeza y, más adelante, con el joven y atractivo El Potro Rodrigo. En pleno furor, el cantante falleció el 24 de junio de 2000 (como Gilda, en un accidente automovilístico), aunque los ecos de su éxito y la rapiña post mortem están todavía lejos de extinguirse.


    En el rock y sus derivados, la herencia de la década anterior convirtió en natural la multiplicidad de estilos, aunque hubo tendencias claras en determinados momentos. Al principio, Buenos Aires se tiñó de blues, con la llegada de algunos pioneros del género y el ascenso de grupos locales como Memphis y La Mississipi. Pero al mismo tiempo salía a la luz la camada sónica con Los Brujos, Babasónicos y Peligrosos Gorriones, entre otros, que tomaban el ejemplo del rock alternativo norteamericano. Los estilos que llegaban a través de los videos se convirtieron en modas con representantes locales: el hip hop, con Illya Kuryaki & the Valderramas (que luego evolucionaron hacia el funk); el nü metal con Animal (lo que provocó una especie de Boca-River con el heavy criollo de Ricardo Iorio y sus grupos Hermética y Almafuerte); y especialmente el rock latino, que ganó en consideración incluso en Estados Unidos. Los Fabulosos Cadillacs, que ya habían dejado el ska de los comienzos, se abrieron las puertas de varios países con su hit Matador, hasta convertirse en un referente obligado del género.


    La disolución de Sumo luego de la muerte de Luca Prodan dio origen a dos de los grupos más destacados de la década: Divididos y Las Pelotas. Los primeros mezclaron rock a la Hendrix (su potencia los llevó a ser llamados la aplanadora) con reggae y folclore argentino, y se convirtieron en referentes obligados (como Sumo y los Redondos) para el rock barrial o chabón. Bajo esta amplia definición se ubican bandas que forjaron su camino al margen de los medios de difusión (hasta que fueron negocio para los dueños de esos medios): Los Piojos y La Renga fueron los principales, capaces de llenar estadios con chicos de las clases bajas que pueblan los conciertos de bengalas, banderas y cantitos futboleros. También pueden colocarse dentro de este movimiento (que abreva en diferentes géneros) a Viejas Locas y Caballeros de la Quema.


    Los Redonditos de Ricota pasaron de tocar en boliches a hacerlo en Obras (lo que provocó una controversia con los seguidores de la primera hora) y, después de la muerte de un fan llamado Walter Bulacio, a buscar estadios más grandes. La violencia y los titulares sensacionalistas al día siguiente se convirtieron en costumbre en los shows del grupo, que fueron espaciándose en el tiempo sin menguar en intensidad.


    Aunque las raves y los djs parezcan dominar el horizonte, no es probable que eso constituya, en esta tierra, algo más que un momento de distensión. Más bien parece razonable pensar que siempre habrá mucho para decir y artistas que lo traduzcan.

    Un lugar en el
    mundo

    Si algo
    caracteriza el fluir musical en la Argentina a comienzos del nuevo milenio
    es probablemente su acceso a un diálogo mano a mano con las tendencias,
    creadores e intérpretes que circulan por la cartelera del planeta,
    saliendo de la pasiva recepción de la música manufacturada
    afuera ­especialmente en Estados Unidos­ que era la impronta
    décadas atrás.

    Los factores
    que determinan este cambio son varios; desde la avanzada de la bossa
    nova
    en los ´60 (con las inolvidables visitas de Vinicius de Moraes,
    María Bethania, Toquinho, María Creuza), a los megaconciertos
    de las superestrellas (desde Queen hasta los Rolling Stones, U2, Madonna,
    y siguen las firmas) que fueron posibles merced a diversos dólares
    dulces
    . Esos mismos dólares que empuñaban en Miami los
    argentinos del deme dos colocaron a Buenos Aires en la ruta internacional
    de los artistas de primera clase.

    Además,
    algunos grandes shows como los organizados por Amnesty, en los
    que un Sting sensible y osado fue el primer músico en hacer subir
    a un gran escenario a las Madres de Plaza de Mayo, exhibieron los permanentes
    vínculos entre la creación artística y las demandas
    de la sociedad.

    También
    crecieron, con el retorno de la democracia, los megafestivales gratuitos
    organizados por los gobiernos de turno. Más allá de tufillos
    electoralistas, el público suele actuar con la mejor de las astucias:
    disfruta del espectáculo y vota lo que se le canta.

    V.
    R.