“Hoy se debaten estéticas, no ideologías”

    Salvo las computadoras, todo es clásico en la casa que Abelardo Castillo comparte con su mujer, la escritora Sylvia Iparraguirre, en el barrio de Once. También son clásicas las lecturas, o más bien relecturas, que ocupan la actualidad del narrador: la obra de Marcel Proust, los cuentos de Juan Carlos Onetti.


    Castillo nació en San Pedro en 1935, fue fundador y director de la revista El Escarabajo de Oro, y escribió, entre otras, las novelas El que tiene sed y El evangelio según Van Hutten, varios libros de cuentos entre los que se destacan Las otras puertas y Cuentos crueles, y obras de teatro como Israfel, representada con éxito en distintos lugares del mundo.


    -Le propongo un repaso de los últimos 30 años en la literatura argentina.


    -Son difíciles de evaluar, porque ellos incluyeron, entre el ´76 y el ´83, uno de los períodos más negros de nuestra historia, la dictadura militar, y con ella el destrozo total de la economía, la desaparición de las editoriales nacionales, que empieza ahí, el exilio de los escritores argentinos, y la muerte, no sólo a causa de la dictadura sino también de la edad, del azar, de las enfermedades, de una serie de escritores como Manuel Puig, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares. El peso de lo que fue la dictadura militar sigue siendo muy grande en la Argentina. No hay más que sacar un cálculo muy sencillo: entre los 30.000 desaparecidos, el setenta y tanto por ciento eran hombres de entre 18 y 35 años. Esa es una generación completa: ¿qué libros se perdieron ahí?, ¿qué películas no se filmaron?, ¿qué forma de periodismo desapareció? Todo eso es lo que nos está faltando.


    -En los ´60 había ciertos ideales, ciertas ilusiones, una fuerza revolucionaria que por ejemplo se reflejaban en la revista El Escarabajo de Oro. ¿Existen hoy, se diluyeron, se transformaron en alguna otra cosa?


    -No, no creo que haya algo que represente lo mismo, no hablo ya de El Escarabajo, sino de todas las revistas literarias que salían en los ´60, no tanto en los ´70, porque la segunda mitad de la década es literalmente como si no hubiera existido. Hay una sólida tradición argentina que empieza en los años ´30 y termina alrededor de los ´70. Después empieza la generación del ´60 a pisar fuerte. Ya teníamos una edad considerable, Manuel Puig, Juan José Saer, Osvaldo Soriano, Liliana Heker, yo, Haroldo Conti, que era un poco mayor. Después de eso viene la dictadura, y ahí se produce un quiebre, ahí desaparecen Conti, Rodolfo Walsh, buena parte de la literatura argentina tiene que hacerse en el exilio, y después viene la muerte de los grandes escritores ya mayores, es decir que se produjo un quiebre muy evidente del que todavía no hemos salido.


    -¿Y no se retoma algo de eso a partir del ´83, con la llamada primavera alfonsinista?


    -No, para nada. Se retomó antes, durante la propia dictadura militar, acá y en el exilio: en esos años salió El Ornitorrinco, que fue la continuación, de algún modo, de revistas como El Escarabajo de Oro y El Grillo de Papel, una revista no oficial, y la primera que, a fines del ´76, se plantó directamente contra la dictadura. Y con Teatro Abierto, alrededor del ´79, o del ´80, un fenómeno que suele no tenerse en cuenta y que es probablemente lo más importante que ha dado la cultura argentina desde el punto de vista de la resistencia. A partir del momento en que vuelve la democracia no hubo un florecimiento de la cultura en sentido de calidad. No creo que haya aparecido un libro que haya causado el revuelo que en su momento causaron Rayuela, o Sobre héroes y tumbas, que se publica en el ´61. No ha aparecido en toda Latinoamérica un escritor que tuviera el peso de Gabriel García Márquez o, para los que les gusta Mario Vargas Llosa, del Vargas Llosa de aquellos años. Vale decir que sin duda aparecerán, pero todavía estamos viviendo bajo ese peso y ese tipo de problemas dura mucho tiempo antes de resolverse de verdad. Hay que reponer una generación completa.


    -Hay varios libros que aparecieron en los ´80 y que de algún modo hacían alusión a lo que pasaba.


    -Pero se habían escrito en el silencio de fines de los ´70 y principios de los ´80. Ahí sale Respiración artificial, de Ricardo Piglia, yo publico en el ´85 El que tiene sed, en el ´90 Crónica de un iniciado, y más o menos para esa época resurge la figura de Saer, que estaba en Francia y sigue viviendo allí. En general la cultura, aunque parezca raro, no tiene demasiado que ver con la estabilidad política o social. No hay una relación por la que a mayor estabilidad política o económica se produzca mejor literatura. Y a veces da la impresión de que ocurre totalmente lo contrario.


    -El acceso a las publicaciones es cada vez más difícil. ¿Los escritores jóvenes tienen algún medio para lograrlo que no sean los pocos concursos literarios?


    -Es una de las pocas formas en que se puede editar, y diría que casi la única para un escritor joven o no conocido. Pero no estoy de acuerdo con que los concursos sean pocos, creo que hay muchísimos.


    -¿No debería producirse, desde el Estado, algún tipo de fomento a la creación artística?


    -Seguramente sí, pero creo que cuanto menos se meta el Estado en la creación estética y en los problemas culturales de fondo, mejor. Creo que el Estado está para la educación, para cierta promoción de la cultura que no pasa exclusivamente por lo estético. La obra de los grandes escritores y de los grandes artistas en general se ha hecho siempre en oposición al Estado y a los poderes. No me impresiona ni me apasiona la ayuda del Estado para los escritores o para los músicos. Pienso que sí debería colaborar con determinadas editoriales, que no son esos emporios gigantescos que se han adueñado prácticamente de la producción del libro en la Argentina. Pero en este momento mueren 50 chicos por día en la Argentina, y 30% de la población está por debajo de la línea de pobreza. No hay que pensar que los escritores, que en el fondo son privilegiados porque hacen lo que quieren y mal que mal viven de eso o de cosas cercanas, necesitan apoyo cuando la gente literalmente se muere de hambre. En eso sí tendría que poner plata el Estado.


    -La compra de las editoriales argentinas por compañías extranjeras, como en el caso de Sudamericana, o la expansión del grupo Planeta, ¿favorecen o perjudican al escritor argentino?


    -Creo que lo favorecen. Las editoriales están hoy en manos de capitales extranjeros, pero tanto en Alfaguara como en Planeta, por ejemplo, está casi toda la literatura argentina: Piglia, yo, Liliana Heker, Silvia Yparraguirre, Battista, Saer, Rivera, el que usted quiera. Son dos cosas distintas, una es el problema económico, que hace que las editoriales se vendan, y otro es qué escritores publican esas editoriales de capitales extranjeros: en realidad publican a los escritores argentinos, vivos y muertos.


    -La existencia de Internet, y el hecho de que haya 65 canales de televisión, en lugar de los cuatro o cinco que hubo históricamente, ¿perjudican la lectura?


    -Sí, perjudican el conocimiento, porque hay una invasión de información. En la época del zapping, ya nadie tiene la costumbre de mirar entero algo. Hoy se tiende a lo fragmentario, así que una obra de teatro que dura más de una hora, realmente se hace pesada para el público.


    -Si eso es así, ¿por qué no hay un auge del cuento breve?


    -Ahí tiene que ver el problema editorial. Los editores, no entiendo por qué razón, están convencidos de que la novela es un género superior al cuento, en un país en el que la literatura se ha hecho sobre la base de sus grandes cuentistas. Tienen el prejuicio de que un libro de cuentos no puede competir con una novela.


    -Y de poesía, ni hablar…


    -Yo tengo un gran respeto por la poesía. Como escribí alguna vez, esa “alta fiesta”, la de la poesía, a mí me está vedada. Los poetas hoy no se leen, y el teatro no se edita, a menos que sea el de alguien ya conocido como escritor.


    -¿Cómo imagina el futuro de la literatura argentina y el futuro del libro? ¿Pasa por Internet, como suele decirse?


    -No lo creo. De hecho, para aprender un programa de computación hay que leer un libro, así que el libro no va a morir. Y además, no es lo mismo leer El Quijote o cualquier otro libro en la pantalla de una computadora que leerlo tranquilamente en la cama. De ninguna manera la computadora va a reemplazar al libro, porque hay cierto tipo de inventos que son perfectos, y el libro, tal como lo conocemos hoy, es lo más accesible, lo más sencillo, lo más manuable.


    -¿Por qué cree que ya no se producen los debates entre escritores que se producían hace 30 o 40 años?


    -Es que los problemas que se pueden debatir hoy son puramente estéticos y no ideológicos. Más allá de las comparaciones, cuando discutían Albert Camus y Jean Paul Sartre, en Francia estaban discutiendo no por problemas de corrientes literarias, por cómo se debía escribir, sino acerca de una forma de la libertad, de la autenticidad, de la verdad, de lo que era el socialismo, o de lo que podía ser, de los campos de trabajo en la Unión Soviética, problemas en cuya base estaba lo histórico y lo ideológico, y hoy no tenemos casi para discutir más que problemas estéticos, que a mí no me interesan. Un escritor no debe discutir problemas estéticos. Proust lo decía, y lo mismo curiosamente decía Hemingway: cuando un escritor empieza a teorizar sobre literatura está liquidado como escritor. El escritor lo que tiene que hacer es escribir ficción.


    -¿Los escritores ya no se interesan por las cuestiones ideológicas?


    -No hablo en contra de los escritores actuales, ni creo que sean menos talentosos o que no se preocupen por el mundo que los circunda o que no discutan. Es que hay períodos en que las cosas no suceden, ciertos movimientos culturales se dan una o dos veces en un siglo. El del ´60 fue un movimiento universal. Además, en el mundo en general hay algo que está como aplacado.