Fuera de foco

    Es una imagen inquietante e intimidatoria. El niño, de unos seis años, con gesto hostil, enfrenta la cámara en actitud de combate. Lleva una vincha escrita en árabe y empuña un cuchillo. En el fondo se adivinan, desdibujados al quedar fuera de foco, un grupo de adultos, ataviados con los tradicionales kefiah (pañuelos para la cabeza), que parecen festejar la actitud del niño, exultantes y desaforados. La escena mete miedo.


    Se trata de una foto publicada recientemente en uno de los diarios más calificados de la Argentina. El epígrafe que acompaña la imagen sentencia, como para que no queden dudas: “Preparándose para continuar una tradición de violencia”, e ilustra una nota de Edward Said, uno de los más reconocidos intelectuales palestinos, profesor de literatura comparada en la Universidad de Columbia, Estados Unidos.


    ¿Quién es ese niño atroz sorprendido por la cámara? ¿Un aprendiz de terrorista, un guerrero sagrado o apenas un fantasma de la imaginación occidental? Alguien capaz de leer el árabe podría descifrar, a partir de la inscripción en la vincha, que el niño pertenecía a un club de artes marciales y que participaba en una competencia. El detalle de que vestía quimono no fue tenido en cuenta. Tal vez porque los árabes, ya se sabe, visten de manera extraña.


    La publicación de esa foto, y en ese contexto, generó algunas protestas, la consabida aclaración del periódico publicada en un rincón y la queja del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi).


    Después de décadas de pasar inadvertidos, los musulmanes argentinos, especialmente los de origen árabe, están comenzando a ser observados con cierto aire de desconfianza, en parte por la vinculación, aún no probada, de presuntos terroristas islámicos en los atentados que demolieron la Embajada de Israel en Buenos Aires y luego la sede de la Amia. En noviembre de 1994, el director nacional de Migraciones dio instrucciones a todas las áreas de control migratorio para extremar las averiguaciones acerca de todo pasajero procedente de Medio Oriente o que profesara la fe musulmana. La medida es, lisa y llanamente, calificar de sospechosos a todos los musulmanes y a todos los árabes por igual.


    El escritor y periodista Jaffar Alí sostiene que los musulmanes modernos generalmente son descriptos por la prensa de manera tan estrafalaria que cancela toda posibilidad de considerarlos iguales. Pero ese estereotipo exótico que acompañó a los primeros inmigrantes durante su larga convivencia en la Argentina, poco a poco, fue reemplazado por un estigma decididamente acusatorio que coloca a los musulmanes como un pueblo proclive a la violencia.


    Sólo turcos


    Si unas décadas atrás, todos los árabes de la Argentina eran turcos que atendían bazares o almacenes de ramos generales, hoy el imaginario colectivo los observa con cierto grado de aprensión. Que no es mayor porque, en realidad, no hay en el país musulmanes recién llegados. Los que lo son forman parte de la cuarta o quinta generación de descendientes de aquellos viejos inmigrantes oriundos fundamentalmente de Siria y del Líbano. El presidente del Círculo de Estudios Islámicos, Abdala Desuque, los define como “musulmanes nominales”.


    Desuque califica la mimetización del árabe como un fenómeno social prodigioso. Una de las razones de ello tal vez haya sido que, a diferencia de los inmigrantes italianos, españoles o galeses que arribaron en muchos casos en grupos familiares, los árabes llegaron solos y se fundieron rápidamente al constituir familias mixtas. Otro elemento que facilitó su integración fue la familiaridad que encontraron con el idioma. Los lingüistas sostienen que entre 25 y 30% de los vocablos castellanos tienen origen en el árabe. Expresiones criollas como chiripá, bombacha, gaucho y bagual, o la invocación ojalá (quiera Alá), tienen ese origen.


    “Pero lo más notable ­sostiene Desuque­ es la increíble generosidad de ese país que fue la Argentina, que les abrió las puertas al amparo de leyes avanzadísimas en materia de derechos humanos. Fue notable el hecho de que unos cuantos paisanos árabes llegaron a ser policías, pese a desconocer el idioma. Alcanzaba con que se tratara de hombres de probada honestidad.”


    Aunque árabe y musulmán son términos que tienden a asociarse de inmediato, corresponde aclarar que los árabes musulmanes constituyen sólo 20% de todo el mundo islámico, conformado actualmente por cerca de 1.500 millones de personas.


    En la Argentina, la asociación entre el árabe y el musulmán obedece a que prácticamente no hay otros islámicos que no sean de ese origen. La colonia árabe argentina está hegemonizada por familiares de emigrantes sirios y libaneses. Los palestinos, por ejemplo, son más numerosos en Chile.


    Arabia en Palermo


    Pese a la prolongada estancia de los musulmanes en la Argentina y a su elevado número ­llegan hoy a 900.000­, su primer templo se construyó en Buenos Aires hace apenas 15 años: es la mezquita Al-Ahmed, de Alberti al 1500, enclavada en un barrio porteño de fuerte presencia islámica. El complejo, inaugurado en 1986, sigue un axioma profundo y sabio de la civilización islámica: “Donde está la mezquita está la escuela”. De manera que, además del templo, tiene sectores destinados a la educación, las actividades socioculturales y las expresiones deportivas. Las otras mezquitas construidas en el país están en el barrio porteño de Flores y en las provincias de Mendoza, Córdoba y Tucumán.


    Pero si la mezquita de Alberti fue un hito en la comunidad islámica argentina, la reciente inauguración del Centro Cultural Islámico Rey Fahd es uno de sus mayores orgullos. Construido en un terreno de tres hectáreas cedido por el gobierno argentino en una zona privilegiada de Palermo, se trata de una obra monumental en la que el reino de Arabia Saudita invirtió una suma cercana a los US$ 40 millones. La controvertida cesión del solar fue decidida por el ex presidente Carlos Menem, en reciprocidad por la donación de dos terrenos hecha por el rey Fahd para que la Argentina construyera su embajada en Ryad, capital del Reino.


    Pese a que el reino de Arabia Saudita ha construido centros culturales islámicos semejantes en otros lugares del mundo (lo ha hecho en Roma, París, Bruselas, Madrid, Washington, Nueva York, Los Angeles, Londres, Caracas y Brasilia), el de Buenos Aires es uno de los más importantes, gracias a las excepcionales características del solar en el que se erigió. Fue inaugurado el 25 de septiembre último, con la presencia del príncipe heredero Abdullah ibn Abdul Aziz al-Saud.


    El conjunto constituye una joya típica de la arquitectura islámica. La obra tiene un aire majestuoso, aunque está desprovista de elementos suntuosos, con excepción de una magnífica araña, de varios cientos de luces. Algunos detalles constructivos propios del arte religioso fueron confiados a artesanos especializados, algunos de los cuales fueron traídos al país desde Marruecos. Ellos se encargaron de las terminaciones de orfebrería y ornamentación. El Centro Cultural Rey Fahd marca un punto de inflexión para la difusión del islamismo en la Argentina.