“El espíritu vaga en la noche y, a la mañana, las ideas llegan.”

    Detrás de su amplio escritorio
    en las oficinas de La Serenísima en Puerto Madero, una virgen de Luján protege
    las espaldas de Pascual Mastellone. Es él en persona el que abre las puertas
    de su oficina, enfundado en su ya típica bufanda al cuello. “Es que tengo alergia,
    siempre uso alguna chalina. No vaya a creer que ésta es la única. Tengo como
    seis”, dirá el hombre que comenzó a levantarse a las cuatro de la mañana cuando
    tenía 13 años y, aún hoy, 61 años después, mantiene la costumbre.
    Se lo ve tranquilo. El 29 de octubre la compañía cumplió 75 años y él, 52 como
    empresario al frente del gigante lechero. Hace apenas unos días que logró pagar
    US$ 53 millones a sus acreedores y cerró una negociación de 23 meses con bancos
    y bonistas. La deuda, de alrededor de US$ 400 millones, quedó reducida a la
    mitad. Los plazos se estiraron hasta el 2012. Pero los acreedores le exigieron
    que entregue 49% de las acciones de la empresa en garantía. Además, el fondo
    Greenwich posee 33% de la compañía, luego de que la crisis del 2001 obligara
    a Mastellone a desprenderse de algunos negocios. No sólo ingresó Greenwich:
    Danone se quedó con la línea de postres y yogures y es su socio en la distribución.

    Eso no le hace mucha gracia, pero aclara: “Es la primera vez que tengo socios.
    Es raro para mí, tengo que dar más explicaciones, pero no había otra alternativa.
    Uno debe adecuarse a lo que sucede. Cuando no está el dinero, hay que buscar
    el camino para resolver esos problemas”.
    Por supuesto, le gustaría recuperar esas acciones, pero lo cree difícil: “Seguramente
    irán a la bolsa, pero si se pudieran recuperar sería una gran cosa para mí”.

    Un intuitivo nato
    “Hasta los 13 años hice la
    escuela primaria. Me iba muy bien en matemáticas, siempre era el primero del
    grado en eso. En lengua no tanto, pero las matemáticas se me daban bien. Después,
    empecé a ayudar a mi padre en la fábrica de quesos, acompañando a mi tío en
    el reparto de la mercadería. Todos los días salíamos de madrugada desde General
    Rodríguez y volvíamos como a las nueve de la noche. Recorríamos toda la capital
    federal y el Gran Buenos Aires visitando clientes. Mientras iba en el camión,
    no había mucho tiempo para pensar, había que trabajar. A partir de 1952, cuando
    falleció mi padre, Antonino, asumí la presidencia de la fábrica de quesos y
    muzarelas”.
    Don Pascual, como todos lo llaman, habla lento y recuerda. El día que asumió
    la presidencia no se lo olvida más: “Era un ´nene´. Tenía 21 años, recién salía
    del servicio militar y tenía intenciones de seguir una carrera, pero tuve que
    seguir las órdenes de mi madre y cumplir con la familia cuando se murió mi padre.
    Soy el hijo mayor, así que me hice cargo de lo que él había comenzado”.
    El primer día, confiesa Pascual, tenía miedo. “Pero siempre fui un poco audaz,
    un poco inconsciente. Entonces realmente pensaba en crecer. Miraba a mis competidores
    como amigos, pero sentía que les tenía que ganar. Era una actitud de ganador.
    A los 90 días de asumir ya habíamos comprado el segundo camión, y empezamos
    a endeudarnos”, sonríe.
    En los primeros tiempos, don Pascual siguió haciendo lo que siempre había hecho:
    “No había escritorio de presidente donde sentarse. Todo era familiar y teníamos
    un solo camión. Seguí yendo al reparto, aunque al poco tiempo fui delegando
    esa tarea. Tenía que administrar, había que comprar la leche, tratar con los
    tambos, con la gente, ocuparme de los problemas que había en aquella época,
    una industria tan pequeña. Era otro país, estaba Perón en el Gobierno. A mí
    nunca me fue fácil el trato con los distintos gobiernos. La leche siempre fue
    muy política y sufrí algunas presiones”.
    Pero los inicios de la grandeza de La Serenísima llegarían en los años ´60,
    cuando don Pascual hizo uso de su innato talento para aprovechar las oportunidades:
    “La empresa se hizo muy conocida en esa década. En ese entonces se prohibió
    la venta de leche suelta en la Capital, y entonces tuvimos la posibilidad de
    vender leche pasteurizada. Así fue como entramos fuerte en este negocio. En
    1967, se dictó una prohibición similar en la provincia de Buenos Aires y, otra
    vez, tuvimos la oportunidad de crecer”.
    Mastellone se formó solo. Es un intuitivo nato, como le gusta definirse. Posee
    una vocación por el crecimiento que lo sostuvo en las peores crisis del país:
    “Tuve intuición, visión. Siempre leí mucho y trato de estar informado. Pero
    soy un intuitivo nato. Me hubiera gustado terminar la secundaria, pero no lo
    hubiera podido hacer. Tenía otras obligaciones. Hoy tengo otras vivencias, creo
    que ya supero esos conocimientos”.
    Lo que sí sabe, es que nunca imaginó cuando asumió la presidencia de la fábrica,
    que iba a convertirla en un gigante que factura $ 1.200 millones al año, tiene
    4.900 empleados, produce cinco millones de litros de leche cada 24 horas y controla
    60% del mercado lácteo argentino. Es el mayor holding del sector lechero en
    el país.
    “Nunca me imaginé que iba a llegar hasta aquí. No lo esperaba. No lo puedo explicar
    pero es un don que tengo: me gusta crecer y nada más. Soy muy agradecido con
    los consumidores, han posibilitado todo. La colaboración de la gente, los productores
    que confían, todos han hecho posible la grandeza de La Serenísima”, reconoce.

    Innovaciones tecnológicas
    Pascual Mastellone ha participado
    activamente en foros técnico-legales sectoriales a lo largo de su vida. Pero,
    por sobre todo, ha sido el introductor de conceptos innovadores en la industria
    láctea, tales como la leche en sachet, el sistema de control de calidad, la
    masificación de la calidad seleccionada, la ultrapasteurización, la elaboración
    de la leche cultivada y de lácteos con hierro y calcio, entre otros.
    Fue distinguido como “Empresario del año” en 1982 y 1983. Por su labor, recibió
    el Premio Konex en 1988.
    “Siempre pensé que teníamos que tener la leche de Estados Unidos. Yo no viajaba
    mucho, pero sí tenía técnicos que habían estado viviendo en ese país, gente
    que había participado en muchos congresos; siempre estuve cerca de gente con
    muchos conocimientos. Quizás ésa sea una de mis mayores habilidades. Saber rodearme
    de la gente correcta e idónea. Y uno de mis mayores desvelos siempre ha sido
    la calidad de la leche. Ya desde los primeros años me preguntaba por qué la
    Argentina no podría tener la leche de Nueva Zelanda o de Estados Unidos. Siempre
    traté de superar lo que ya había conseguido para alcanzar los mismos estándares
    que en otros países. Y esto fue así porque yo siempre tuve una fe enorme en
    el país”, enfatiza.
    Mastellone dice que a la Argentina le va bien. Es optimista. “Éste es un momento
    muy importante de la Argentina, el hecho de que el país crezca ya es importante.
    Si el crecimiento es estable, como en los países de Asia, se puede pensar que
    la desocupación no va a durar mucho porque, si bien es muy lento el proceso,
    si hay crecimiento y no le falta el dinero a la gente, todo va a mejorar. Creo,
    al menos en lechería, que nuestro país está condenado al éxito. Falta tiempo,
    pero creo que en cinco años llegarán negocios importantes para el sector lácteo.
    Van a venir muchas inversiones en la lechería, de gente que, para no perder
    los mercados de exportación, vendrá a la Argentina a comprar o acopiar. No van
    a traer los mejores negocios; van a tratar de cubrir los negocios que menos
    rentabilidad les dan desde la Argentina. Eso al menos es lo que creo que va
    a suceder al principio. Después, se podrán hacer negocios más importantes”,
    pronostica.

    La soledad del poder
    Mastellone se levanta temprano,
    a las cuatro de la mañana. Está convencido de que el espíritu vaga por la noche
    y que, a la mañana, si uno las sabe percibir, las ideas llegan. Así, en la soledad
    de la noche, tomó la mayoría de las decisiones de su vida. Y son pocos los que
    se atreven a objetarlas: “Vivo la soledad del poder, nadie me dice nada porque
    soy el patrón. Sólo espero no equivocarme porque un solo error podría ser fatal”,
    dijo hace un tiempo. Hoy lo reconoce: “Sí, es así. Yo trato de dialogar, porque
    hoy la empresa es más profesional. Dejo que actúen y, cuando las cosas están
    hechas, doy mi opinión. En realidad, en la actualidad, ya no me meto en algunas
    cosas. Opino sobre la parte financiera, converso con el área industrial. Estoy
    tranquilo porque tengo un hijo en el proceso industrial para asegurarme la calidad.
    En compra de materia prima tengo un sobrino y una hija que colabora. Pero hay
    cosas que no las dejo en manos de nadie, como por ejemplo el trato con el consumidor”.
    A lo largo de la entrevista, Pascual Mastellone hablará una y otra vez de su
    padre, Antonino: “La lección más importante que me dio mi papá fue la del respeto
    al trabajo. Él nunca estaba conforme. Yo tampoco, porque no tuve la posibilidad
    de desarrollarme libremente; siempre hubo muchas interferencias políticas. Como
    la leche es un producto tan político, tuvimos muchos altibajos pero, en promedio,
    me fue bien”.
    “Lo de mi padre fue trabajo -agrega-. Pensaba más en consolidar la empresa,
    se sentía verdaderamente industrial. Ya había venido de Italia como maestro
    quesero, tenía hecho el ciclo secundario. Yo no alcancé a hacerlo. A mí me sobreprotegieron
    mucho mi mamá y sus hermanas: eran seis mujeres. Yo era el hijo de todas. Pero
    a mi padre, el hecho de que migrara lo hizo más duro. Ya un hombre que tiene
    la valentía de ir a un mundo extraño, es un poco más firme. Por sobre todo,
    era un hombre agradecido con el consumidor”.
    Mastellone coincide en que, es cierto, podría estar dedicándose al ocio. Pero
    no puede. “Yo me levanto muy temprano, vengo a la empresa. Después miro televisión.
    De cinco a ocho de la noche, nada más; después me voy a dormir. No sé qué hacer
    si no trabajo, me aburro. Hay muchas cosas todavía por hacer, falta mucho. Terminar
    de pagar la deuda y seguir peleando por lograr que la lechería argentina sea
    importante en el mundo. He hecho mucho, pero aún no pesamos en el concierto
    mundial de exportaciones. Todavía nos están conociendo. Para el 2005 quiero
    llegar a la misma producción de 1999, que fue de 10.000 millones de litros.
    Hoy estamos en 9.300 millones. Hay mucho trabajo por delante”.