Desde la revolución industrial, dice Richard Baldwin en su libro La gran convergencia, el comercio atravesó tres olas de oportunidades.
La primera estuvo marcada por la industrialización y la revolución del transporte que generaron oportunidades para el comercio de bienes.
Luego la tecnología permitió el “comercio de fábricas” pues resultaba rentable trasladar fábricas enteras allí donde la mano de obra fuera barata.
Hoy, la banda ancha permite el “comercio de oficinas”: si una persona puede trabajar desde casa, otra en la India también puede hacerlo.
Además, la gran diferencia entre la tercera ola y las dos primeras es que esta mueve la información virtualmente y es más difícil imponer obstáculos al comercio virtual que al físico.
No es imposible, pero requiere más esfuerzo. Según Baldwin, este marco analítico nos permite analizar el futuro del comercio desde una óptica diferente. Diferente de lo que él considera una visión engañosa de la historia de la globalización y el comercio.
Esa visión consiste en decir que, tras unas dos décadas de crecimiento muy rápido, el comercio mundial de bienes alcanzó su punto máximo en 2008; que a partir de ahí el golpe mortal de la crisis financiera hizo que el mundo se apartara del comercio. Esta visión, tanto de lo que ocurrió como del porqué, es engañosa.
En primer lugar, porque el nivel de comercio de China, segundo comerciante de bienes del mundo, alcanzó su máximo antes de 2008 (en 2006). Estados Unidos y Japón –con el tercer y cuarto puesto en exportación de bienes– alcanzaron su máximo nivel después de 2008 (en 2011 y 2014). La balanza del mayor operador, la UE, no solo todavía no alcanzó su máximo, sino que se ha estancado.
En segundo lugar, la mayor caída de la balanza comercial corresponde a China. Pero esto no refleja proteccionismo en el extranjero ni un alejamiento deliberado del comercio por parte de la propia China. El país se ha limitado a normalizar su dependencia del comercio con relación a su tamaño económico.
En tercer lugar, en términos monetarios, la principal causa de la reducción de las relaciones comerciales fue la caída del precio de los
commodities, no una reducción del volumen de comercio.
Esa caída de los precios representó 5,7% del deterioro de 9,1% en la relación entre comercio de bienes y producción mundial entre 2008 y 2020.
Por último, es cierto que hay evidencias de que se están desmontando las cadenas internacionales de suministro, pero el punto de inflexión parece ser en 2013, después de la crisis financiera y antes de la elección de Donald Trump. Una de las principales explicaciones es el cambio de cadenas de suministro en los nuevos proveedores, especialmente China, el país dominante. En lugar de ensamblar productos intermedios importados, China ahora los fabrica.
En definitiva, existen explicaciones plenamente justificadas para la caída de la relación entre el comercio mundial de bienes y la producción. Pero la desaceleración de la fragmentación de las cadenas de suministro es real. Entre otras explicaciones, muchas de esas cadenas se han desplazado ahora hacia el interior de China.
Servicios virtuales
Los servicios son un tema diferente. La relación entre el comercio de servicios y la producción mundial, aunque mucho más baja que la de bienes, no ha dejado de aumentar. Los servicios son un conjunto muy heterogéneo de actividades, algunas de las cuales requieren el movimiento de personas (el turismo, por ejemplo).
Pero las actividades de la categoría excepcionalmente dinámica de “otros servicios comerciales” (OSC) pueden, en gran parte, brindarse virtualmente. Estos incluyen una gama muy diversa de actividades. El crecimiento del comercio de OSC también es extraordinariamente dinámico: entre 1990 y 2020, el comercio de bienes se quintuplicó, mientras que los OSC se multiplicaron por 11.
Un punto crucial es que la expansión del comercio de estos servicios depende poco de que haya o no acuerdos comerciales. La regulación de las actividades de servicios se centra en los servicios finales, no en los intermedios.