En febrero de 1989, cuando la Unión Soviética retiró sus tropas de Afganistán luego de intentar pacificar el país durante nueve años, el teniente general Boris Gromov dio un discurso triunfal cuyo mensaje central era que el ejército rojo se iba de Afganistán por decisión propia, no porque hubiera sido derrotado.
“Ha llegado el día que esperaban millones de soviéticos, hemos cumplido acabadamente con nuestro deber internacional”. La realidad era que el Afganistán que dejaban los soviéticos era un campo sembrado de muertos. De su población de 12 millones de personas, al menos dos millones de civiles habían muerto en la guerra, más de cinco millones habían emigrado y otros dos millones se habían desplazado a otros puntos del país. Ciudades y pueblos quedaban en ruinas y la mitad de los villorrios rurales habían sido destruidos.
Apenas 18 meses después de que la Unión Soviética se retirara de Afganistán un grupo de disidentes rusos intentó lanzar un golpe contra el reformista primer ministro Mikhail Gorbachev. Pero calcularon mal su poder y el apoyo popular y el intento falló, seguido al poco tiempo por el colapso mismo de la Unión Soviética.
La comparación con el retiro de Estados Unidos del mismo país es ineludible, el tiempo dirá si el viejo adagio que dice que Afganistán es la tumba de los imperios resulta cierto para Estados Unidos como lo fue para la Unión Soviética. Robin Wright, en “America’s Great Retreat” [de Afganistán] dice que es “por lo menos tan humillante como el retiro de Unión Soviética en 1989, un acontecimiento que contribuyó al fin de su imperio y del poderío comunista… Ambas potencias se retiraron como perdedoras, con la cola entre las patas y dejando el caos detrás suyo”.
Por su parte James Clad, ex asesor de la Secretaría de Defensa de Estados Unidos, admite que es un golpe duro al país, pero de ninguna manera cree que sea el “fin” del imperio. Al menos no todavía y no por algún largo tiempo. “La supuesta derrota dañó el prestigio estadounidense, pero no es un golpe fatal. Estados Unidos sigue reteniendo su función de potencia internacional que vela por mantener un equilibrio. Y a pesar de lo mucho que se habla en la prensa, la ventaja no se ha trasladado a nuestro oponente geopolítico, China”.
Es cierto –dice Paul Kennedy en The Economist– que por ahora Estados Unidos retiene su destreza militar y su poderío económico. Pero ya desde hace veinte años se ve cada vez más incapaz de aprovechar eficazmente cualquiera de esas dos habilidades en beneficio propio. En lugar de acrecentar su hegemonía desplegando sabiamente sus fortalezas, una y otra vez ha desperdiciado sus esfuerzos, reduciendo su aura de invencibilidad y su posicionamiento a los ojos de otros países. Su alardeada guerra global contra el terrorismo incluyó la invasión de Bush a Irak con el objeto de encontrar armas de destrucción masiva que no existían, la decisión de Barack Obama de intervenir en Libia y su indecisión para tomar medidas después de establecer su “línea roja” en Siria (Obama advirtió en 2012 que, si se violaba su “línea roja”, que prohibía el uso de armas químicas, se tomarían medidas. Sin embargo, Bashar Assad usó armas químicas en 2014 y no hubo respuesta de Estados Unidos). Luego vino la traición de Donald Trump a los curdos en Siria y su acuerdo en 2020 con los talibanes de retirar las tropas estadounidenses de Afganistán, cuya consecuencia fue propagar el terrorismo por todo el planeta. Al Qaeda puede no ser tan prominente como lo era el 11 de septiembre de 2001, pero todavía existe y tiene un brazo en África del Norte; ISIS también tiene filiales allí y en Mozambique y en Afganistán. Y los talibanes han retornado al poder, justo allí donde todo comenzó hace 20 años.
Rory Stewart, un británico que fue ministro del Consejo de Seguridad Nacional de Theresa May, dice estar “horrorizado” con los recientes acontecimientos en Afganistán. No cree en la afirmación de Joe Biden de que las prioridades estratégicas de Estados Unidos ya no están en lugares como Afganistán sino en contener la expansión de China. “Para que eso sea cierto, Estados Unidos tendría que continuar su presencia en el Medio Oriente y otros lugares, porque alejarse es contraproducente”.
Parece válido preguntar, entonces, si Estados Unidos puede arrogarse mucha autoridad internacional luego de entregar Afganistán y a millones de desventurados ciudadanos, a la custodia de los talibanes. Preguntar también si la retirada representa un aspecto más de su vuelco hacia adentro o si pronto se reafirmará en otra parte para mostrarle al mundo que todavía tiene poder. Pero ya no es lo que era.