Líder en microbiología que trabaja sobre el ecosistema

    Por Rubén Chorny

     

    El campo moderno se ha venido convirtiendo en un gran laboratorio al aire libre abastecido desde diversas probetas, que adquieren la forma de semillas, inoculantes, fertilizantes, herbicidas, insecticidas, sistemas de riesgo, invernaderos, formas de cultivo, etc, para converger en su destino final, la planta.

    El ensamble de todas las tecnologías agrícolas, tanto las asociadas a los rendimientos como las fitosanitarias, constituye lo que se dio en llamar industria verde, en la que el productor se convirtió en un auténtico alquimista de esos procesos.

    Así como los glifosatos alborotaron el granero desde la química, los microorganismos lo hacen desde la bioquímica. Actualmente, una bolsa de inoculantes que cuesta el 1% del precio de la soja redunda en un 3 y 4% de aumento en lo que se coseche.

    “La Bolsa de Cereales informó que la cosecha de trigo va a andar en alrededor de las 18 millones de toneladas, con una pérdida muy grande en relación con las 21 millones que se hablaban cuando se hizo la siembra, debido a la sequía esa medialuna que arranca en Río Cuarto y termina en Bahía Blanca. Qué hubiera sido de contar con este gen de tolerancia a las sequías que permite que los rendimientos se mantengan”, reflexiona el CEO de Rizobacter, Ricardo Yapur, en una entrevista concedida a Mercado.

    Es el presente y el futuro cultural del sector agropecuario, y la localidad bonaerense de Pergamino se erigió en su epicentro, gracias a que el crédito local, Rizobacter, tiene una posición de liderazgo a nivel doméstico e internacional, codeándose con 5 a 6 compañías de primer nivel.

    Hace tres años, la rosarina Bioceres, dueña de una plataforma totalmente completa de secuenciación de alto rendimiento que no existe en ninguna otra entidad dentro del país, adquirió 50,01% de las acciones de Rizobacter y, desde entonces, el talonario de facturas duplicó el monto inicial: los inoculantes de Rizobacter son los número uno en el mercado local, con una participación del 30%, y en el mercado internacional para soja alcanzaron un market share del 20%.

    La misión comercial se concentró en expandir la red exterior hasta abarcar más de 30 países, lo cual la consolida como empresa líder de productos microbiológicos.

    Pero la bala de plata que tiene reservada el socio Bioceres se disparará cuando estén los registros del HB4 que son gestionados en China, lo que implicará un salto cuantitativo muy grande, con mucha demanda.

    No les había ido bien en la anterior incursión en China, pero “nos propusimos volver porque tienen 10 millones de hectáreas y queremos venderles inoculantes, en un mercado muy difícil”, dijo.

    Para empezar, se encuentran en plena etapa de consolidación de todo lo que es comercio exterior, ya que exportarán por US$ 50 millones.

     

    El futuro es hoy

    Yapur tiene virtualmente una oficina móvil que viaja con el muestrario de venta por todas las rutas de la zona núcleo, del interior y, si no, recorre Europa de punta a punta, haciendo eje en España, donde funciona la cabecera.

     

    –¿Cómo será la evolución y cambio de la microbiología agrícola en las próximas décadas?

    –Mirando las economías desarrolladas, como las europeas, las veo en los próximos 10 años pidiendo cada vez más productos biológicos. Es por eso que la industria de los fitosanitarios de síntesis dejó de crecer hace años. Está en el orden de los US$ 50 a 55.000 millones en el mundo. Mientras, los biológicos crecen entre 10 y 15% anual en la última década.

    Es porque la agricultura limpia se exige cada vez más, porque las inversiones para un producto biológico son menores que para un químico, y porque los registros son más simples. Al final, los químicos terminan generando resistencia, al actuar muy específicamente, debido a que es la forma de no afectar a la flora y la fauna natural de los suelos. Entonces hay que apuntar de hecho a un contacto preciso, o a un gen, de la plaga que se quiere controlar. Los biológicos, en cambio, trabajan sobre el ecosistema. Y de ese modo, es mucho más difícil que se produzcan resistencias, porque se trata de que ese microorganismo pueda sobrevivir al uso de un químico.

     

    –¿Sería lo que está sucediendo actualmente con el glifosato?

    –Exactamente. Por las dosis utilizadas en determinado momento, y otras cosas además, muchas malezas se transformaron en resistentes. El químico permite que haya muchos microorganismos, malezas, hongos o bacterias que por no morirse adquieran resistencia, lo cual obliga después a aplicar dosis mucho más altas, con las consecuencias medioambientales que genera, o directamente no matarlo.

    En lo biológico es mucho más difícil que ocurra. El mejor ejemplo es que las grandes multinacionales como Bayer o Monsanto se están metiendo en el negocio biológico, porque da rédito y porque valoriza las acciones. La reputación influye porque ha venido cobrando creciente protagonismo. Hay que ver que Bayer se cargó la mochila de Monsanto y la acción vale menos que cuando la compraron, siendo una compañía que factura miles de millones en el mundo.

     

    –¿Cómo calcularía la relación costo-beneficio en esta parte de la biotecnología?

    –Una hectárea de soja actualmente deja en promedio entre 3.000 y 3.300 kilos por hectárea de rinde, de acuerdo con las condiciones climáticas del año. Se extrae esa media de zonas de 2.000 kilos pero también con otras de 5.000. Fue este año un poco más, 3.500, porque mejoraron los rendimientos debido a las lluvias. Si tenemos que con un quintal y medio (150 kilos) inoculamos, estaríamos hablando de entre 3 y 4% de aumento con el rendimiento por su uso.

     

    –¿Qué porcentaje del precio se llevaría poner inoculante?

    –Hoy una empresa que aparece con una nueva variedad de maíz por ejemplo, con un 2 a 3%, presenta nuevos híbridos de maíz, lo cual es más que significativo y con muy baja inversión. A una hectárea de soja bien plantada se le sacan 300/400 dólares, de modo que un inoculante ocuparía 1% de esos valores.

     

    Banquianos del conocimiento

    –¿Desapareció aquel personaje campestre encarnado por un gringo rústico de manos callosas, chambergo y botas, que estaba cuerpo a cuerpo con la labranza para que aparezca el productor agropecuario aggiornado de estos días?

    –El productor de hoy es el líder de una línea de ensamble, donde le llegan de un lado las tecnologías de los inoculantes, de otro las semillas, los fertilizantes, herbicidas, insecticidas, formas de cultivo, y en todo caso tiene que combinar todas, que en muchos casos son de primerísimo orden, para producir. Hay algunos que sacan 5.000 kilos en buenas zonas y otros que no pasan de las 3.000. Podemos competir con el mundo en soja o trigo aun con 30% de retenciones y con los problemas de logística y puertos que tenemos.

     

    –¿Cómo describiría el liderazgo en microbiología agrícola?

    –Estamos vendiendo reactivos, curasemillas, entramos con una línea de fertilizantes, pero nos definimos básicamente como una empresa de microbiología agrícola. Y dentro de ese rubro, hace seis años presentamos el primer biofunguicida para cultivos de trigo y cebada, y ahora para soja.

    Es un hongo, que desarrollamos por convenio con el INTA Castelar, que controla las enfermedades de las semillas de trigo y soja, así como de arroz y otros cultivos que ya están probándolos para registrarlos. Evita el uso de curasemillas originados en síntesis químicas.

    Hoy que las sociedades urbanas piden mucho la protección del medioambiente, es un producto ideal, porque se encuentra en el suelo de donde lo recogemos y clasificamos en base a las características protectoras de las semillas, o de control de otras enfermedades, que tenga una buena performance industrial dentro de los fermentadores. Es el producto que estamos lanzando al mercado.

    Tanta confianza le tenemos que lo estamos registrando en Europa, que últimamente se ha transformado en un gran jardín, cada vez más exigente con el cuidado medioambiental, y asumimos un costo para cumplimentar el requisito, que demora más de 4 a 5 años, de un millón de dólares. Ya empezamos porque apostamos a que será el producto futuro de la empresa.

     

    –¿Cuál es el balance de los tres años transcurridos desde la nueva configuración societaria?

    –Lo que nos dio Bioceres en 2016, cuando compró Rizobacter, fue mucha tranquilidad, porque se hizo cargo de los temas más conflictivos, que antes recaía sobre mis espaldas y no me permitía dedicarme a comprar y vender, a generar negocios, que es lo que sé y lo que me gusta. Esta combinación nos da un crecimiento más fuerte. Hace 3 años estábamos facturando US$ 91 millones y en este ejercicio terminaremos en más de US$ 170 millones.

     

    –Además del capital, ¿cuál ha sido el aporte concreto de Bioceres en este tiempo?

    –El negocio de las semillas de trigo y de soja, que era muy chico. En materia de patentes aún falta concretar que le aprueben el gen del HB4, que tiene luz verde en Argentina, Brasil y Estados Unidos para soja  y faltaría que lo haga China para consumo, porque acá lo podremos producir pero si no nos lo compran no tiene sentido. En trigo cuenta con aprobación de la CONABIA y SENASA, pero no aún de Mercados, que es una sección de Agricultura y Ganadería que debería hacerlo para poder ser comercializado.

     

    –¿Qué se hizo de Semya?

    –Era una empresa que habíamos formado al 50% cada uno con Bioceres. Salió porque un día, durante una reunión de técnicos, estábamos el dueño de Bioceres, Federico Trucco, y yo, y como a ambos nos aburrían las conversaciones técnicas y nos gusta hacer negocios, bajamos a tomar café. Empezamos que sí, que no, que podemos hacer esto y lo otro, y ese fue el principio de la negociación que culminó con la venta de Rizobacter a Bioceres. De ambos lados queríamos hacer esfuerzos para generar nuevos productos, nuevas tecnologías, relacionadas con los trigos y la soja de Bioceres, como con la microbiología de Rizobacter, y esa fue la base que originó Semya.

     

    –¿Ha servido de puente a las asociaciones público privadas?

    –Tanto nosotros como Bioceres teníamos de antes, –y tenemos actualmente– relación con muchas universidades y con instituciones que se dedican a la investigación, por lo que ahora viene un proceso de consolidación de algo de todo esto.

    Siempre habíamos cultivado esos vínculos porque no disponemos del dinero suficiente para encarar investigación y desarrollo en profundidad, como sí pueden hacer grandes empresas, como Syngenta o Basf, en este caso, competidores nuestros.

    Podemos desarrollar pero cuesta mucho investigar, como hicimos con Rizoderma, que es el hongo controlador, en el que trabajamos junto con el INTA, que lo tenía investigado, clasificado y con todas las características pero sin desarrollar. Y nosotros lo desarrollamos comercialmente. Vamos buscando distintas alternativas para hacer lo mismo. Ahora, Bioceres tiene desde su génesis la integración entre lo público y privado, donde el Conicet, el INTA, le aportan tecnología, el gobierno le aporta subsidio y el privado desarrolla. Eso sí nos va a ayudar en un futuro cercano a tener nuevos productos del área biológica.

     

    –¿Cómo se plasma el rol de Bioceres en I&D?

    –Es una empresa que se dedica básicamente a microbiología agrícola, que fue para la que nació. Nuestro secreto es que multiplicamos una bacteria, que se aplica sobre una semilla de soja o de una leguminosa. Hace que fije el nitrógeno del aire, estamos en un ambiente que tiene 87% de nitrógeno, pero no es asimilable para los seres vivos. La bacteria reduce la molécula de nitrógeno, dársela a la planta, que es la que lo absorbe en forma de nitratos, formando aminoácidos y proteínas. Toda planta que las produce, como la soja, la alfalfa, porotos y arvejas, tiene una importancia fundamental.