Para elaborar una respuesta hay que tener en cuenta, dice, hechos de economía, de historia y de política. La lección más básica que dejó la crisis, escribe Tooze, es que la política económica no es una simple cuestión de experiencia técnica sino necesariamente política.
En 2008 el peligro era más grande que en 1929. La clave para que se recuperaran los bancos era recapitalizarlos. Los gobiernos de todo el mundo ofrecieron capital a sus bancos para que no quebraran, una medida antipática tanto para los votantes como para los bancos. En Europa la aceptación de la asistencia a los bancos fue opcional; en Estados Unidos fue compulsiva; las autoridades obligaron a los bancos a tomar dinero del gobierno.
Pero rescatar a los bancos no fue suficiente. Los mercados de bonos e hipotecas también necesitaban apoyo directo. La respuesta fueron los planes de compra de activos conocidos como flexibilización cuantitativa. En Europa generaron una tremenda controversia. Algunos los denunciaron como una forma de guerra de monedas. Pero en 2015 el Banco Central Europeo, obligado por la crisis del euro, tomó medidas similares.
Lo que es claro hoy es que un régimen de tasas de interés ultra bajas y política monetaria laxa crea ganadores y perdedores.
La crisis también nos enseñó mucho sobre política fiscal. Para 2013 hasta el Fondo Monetario Internacional reconocía la verdad básica keynesiana que, ante una depresión en ciernes, el mayor gasto estatal se traduce en más estabilidad económica y más actividad económica del sector privado.
Y al revés, la austeridad es económicamente contraproducente. Ésta fue la lección que aprendió la UE a costa de millones de empleos en el sur de Europa durante la crisis del euro. Pero la política fiscal expansiva no solo es efectiva, también se puede financiar. Con grandes compras de bonos soberanos, los bancos centrales pudieron neutralizar el peligro de la especulación y mantener bajas las tasas de interés.
Y sin embargo, aun habiendo aprendido que el estímulo funciona y que los mercados de bonos se pueden controlar, todavía es posible elegir un camino de consolidación de presupuesto y austeridad y aceptar como resultado el daño colateral en el mercado laboral. No se puede decir, como dijo Angela Merkel en repetidas oportunidades que “no hay alternativa” para la estrategia elegida. La elección de qué camino tomar es política.
El debate estéril
Pero más allá de la cuestión de la estrategia adecuada para combatir la crisis, hay que preguntarse si se pueden evitar las crisis, si el sistema financiero se puede arreglar, si luego de la crisis del 2008 hubo voces lo suficientemente fuertes reclamando un cambio profundo. ¿Por qué no partir los bancos? ¿O limitar su tamaño? ¿O prohibir ciertos comercios?
Todas estas ideas se discutieron brevemente pero no se consideraron fundamentales. Los líderes políticos no tuvieron la visión ni el coraje para implementarlas. Temían generar otro “Lehman Brothers”. Para 2009 las medidas de emergencia habían recuperado cierta normalidad y desapareció la presión por adoptar medidas más radicales.
La banca global hoy sigue siendo esencialmente la misma, no muestra cambios de cómo funcionaba en 2008. En lugar de una reforma estructural los reguladores nacionales e internacionales apostaron a que pueden manejar mejor los riesgos. Pero algunas cosas quedaron claras: ahora sabemos que una crisis como la de 2008 puede aniquilar años de crecimiento y de reformas económicas.
Fueron las deudas privadas y no públicas las responsables de 2008. Para contener los riesgos del sistema financiero no alcanza con vigilar los parámetros macroeconómicos nacionales. Los grandes peligros rondan en las transacciones financieras privadas. Son los balances de las 30 instituciones financieras más grandes los que tienen que controlarse sistemáticamente y si es necesario, las autoridades deben intervenir en esas transacciones.
La oportunidad de reforma estructural se perdió en 2008. Habrá que vivir con un oligopolio de bancos gigantescos y tratar de ajustar las regulaciones y aumentar la liquidez para minimizar el riesgo de una corrida bancaria. Habrá que extender las regulaciones a las organizaciones no bancarias, como los administradores de fondos. Pero esos temas técnicos no se pueden separar de la política. Lamentablemente, ninguna autoridad política a ambos lados del Atlántico, parece dispuesta a plantearse estos temas, mucho menos a aplicarlos. Después de 2008, sabemos lo que eso significa.
Economía: el pensamiento global pone en perspectiva la realidad
La globalización es un proceso mucho más antiguo de lo que creemos. Los países no fueron nunca, tampoco ahora, islas económicas independientes de las tendencias mundiales. Las recesiones y las expansiones en todo el mundo se alternaron durante mucho más tiempo de lo que se cree.
Si bien el pasado no siempre es buen pronosticador, los inversores avezados usan la historia como laboratorio de investigaciones. Uno de ellos es Ken Fisher, presidente y director de Fisher Investments Europe, quien analiza dos viejos libros que muestran que la globalización es un proceso mucho más antiguo de lo que se suele creer. Uno de ellos es “Business Cycles: The Problem and Its Setting”, escrito en 1927 por el economista estadounidense Wesley C. Mitchel.
Mitchel demuestra allí que la interconexión entre regiones y naciones –como Gran Bretaña, Estados Unidos y Europa– no es un fenómeno reciente sino muy antiguo. Fue el promotor del National Bureau of Economic Research (NBER) en Estados Unidos, una organización que inició la recolección de datos económicos como método para entender las recesiones y las expansiones. Su trabajo condujo, a través de discípulos, a la creación del PBI como instrumento de medición. El libro de Mitchell demostró que las recesiones y las expansiones en todo el mundo se alternaron durante mucho más tiempo de lo que se cree.
Analizó la evolución económica de Inglaterra y Estados Unidos en 1790 después de la revolución norteamericana y mostró que los ciclos estaban íntimamente comunicados.
Luego amplió su análisis para incorporar a las principales naciones continentales en el siglo 19. Puede no sorprender que Inglaterra y Estados Unidos funcionaran en tándem por los fuertes lazos que unían al Imperio con sus colonias. Los ciclos en paralelo de las naciones europeas en los siglos 19 y 20 tampoco sorprenden.
¿Pero encontrar paralelismo en los ciclos comerciales de China, India y Japón desde muy atrás en la historia, junto con América del Norte y del Sur? Es más raro, pero así lo demuestran las páginas del libro.
Todas esas grandes economías tuvieron largas recesiones entre 1890 y 1900. Todas sufrieron recesiones en paralelo con el famoso Pánico de 1907 en Estados Unidos. Mucho antes de que se pusiera de moda la palabra globalización las economías del mundo estaban harto globalizadas. La conexión de los ciclos comerciales globales siempre fue muy fuerte.
Ningún país es una isla económica. Las naciones individuales maniobran para un lado o el otro, pero las grandes tendencias son globales. Si se entiende esto se entiende también por qué y de qué manera lo que ocurre en el extranjero afecta a un país con tanta fuerza.
La inflación comparada
El segundo libro es “Prices”, escrito en 1933 por George F. Warren y Frank A. Pearson. Los autores analizan la inflación en Estados Unidos y Gran Bretaña desde la guerra de independencia norteamericana y muestra las recurrentes subas de los precios alrededor de las grandes guerras. Los ingleses recuerdan la inflación de los años 70, que llegó a 26% durante el gobierno de Harold Wilson como Primer Ministro. Pero los precios también se dispararon alrededor de las dos guerras mundiales.
La guerra de Estados Unidos con Gran Bretaña en 1812 y la guerra civil norteamericana exportaron inflación al resto del mundo.
Estos viejos estudios demuestran que es muy poco probable que las tasas de interés suban y bajen el valor de los bonos, a menos que la causa tenga peso global. Los vaivenes locales no mueven el amperímetro global. Es a la inversa: el mundo es el que provoca los vaivenes en la mayoría de los países individuales y los acerca al promedio.
La tecnología hace esto más cierto. Los bancos globales y los gigantes corporativos no financieros pueden tomar créditos en un país y prestar en otro casi al instante. Los grandes bancos británicos o Citibank, Exxon o Google pueden arbitrar globalmente tasas de interés a largo plazo, con lo que aseguran que las tasas de largo plazo británicas se muevan en paralelo a las extranjeras.
Para las tendencias globales no es necesario explorar en los archivos de las bibliotecas como antes. En Internet hay una buena fuente de datos globales que es tradingeconomics.com, y lleva los datos de 197 países: inflación, tasas de interés, PBI y mucho más.
Pensar globalmente nos protege de errores locales provocados por el pánico. Hoy, muchos temen que caiga el rendimiento de Estados Unidos. En marzo pasado los inversores asustados se desprendieron de los bonos estadounidenses y se pasaron a Europa, donde las curvas de rendimiento eran positivas. Pero Estados Unidos no va a entrar en recesión porque los bancos pueden tomar préstamos en Europa o Japón por casi nada, luego prestar en Estados Unidos a tasas más altas. Ahora la curva global del PBI ha empujado a Estados Unidos nuevamente a nivel positivo. ¿La moraleja? El pensamiento global casi siempre nos mantiene calmos, centrados y con mejor estado de salud.