Las cifras fueron calculadas por el Carbon Disclosure Project, una organización que lleva las estadísticas sobre sustentabilidad de los negocios.
El cambio climático, el crecimiento de la población, de la manufactura y de la agricultura, sumados a la muy frecuente mala administración, han dañado la cantidad y la calidad del agua dulce disponible en todas partes del planeta.
Según la Unesco, no menos de 4 millones de personas sufren escasez de agua al menos un mes todos los años y estima que para 2030 podría haber 700 millones de personas obligadas a abandonar sus lugares de origen por la intensidad de las sequías.
En cuanto a la calidad, el panorama es igualmente sombrío. La Unesco estima que el 80% del agua usada vuelve al ambiente sin un tratamiento adecuado. El problema es especialmente agudo en las grandes ciudades, donde el crecimiento de la población está superando la capacidad de la infraestructura para manejarlo.
Un estudio realizado en 2017 por la Organización Mundial de la Salud y Unicef encontró que 30% de la población mundial carece de acceso a sistemas acuíferos bien administrados. Y eso afecta en forma desproporcionada a los pobres, porque quienes tienen dinero encuentran siempre la manera de obtenerla. Además, las inundaciones y las sequías provocan daños cada vez más graves.
Las políticas son locales
Esta es una crisis global que, por su naturaleza, es a la vez intensamente local. El agua es pesada, por eso es muy caro transportarla. Con muy pocas excepciones –como un proyecto en China para trasladar 45.000 millones de metros cúbicos de agua por año desde el sur hasta el norte– nadie traslada el agua a lugares lejanos. O sea, los pueblos están supeditados a la provisión de agua que tenga el lugar donde viven. Si se agota o se contamina, sufre la zona. No hay un comercio global de agua para cubrir faltantes.
El papel de las empresas
La mayoría de los procesos de producción y manufactura dependen del agua: sea para alimentar animales, para cultivar, para calefaccionar o refrigerar las fábricas y sus productos o incluso como parte del producto mismo. Eso convierte a las operaciones empresarias en la primera causa del problema del agua y en la fuente de todo tipo de riesgos derivados del agua.
Hay cifras que asustan. Se necesitan 1.000 galones (un galón equivale a casi cuatro litros) para fabricar un auto. Un smartphone requiere 4.000 galones; 1 kilo de carne, 4.000 galones (hay que alimentar a la vaca).
Levi Strauss dice el ciclo de vida de un par de jeans –desde el copo de algodón en la planta hasta el lavado de la prenda– consume 1.000 galones de agua. La producción de semiconductores consume unos 19 millones de galones.
Los riesgos
Hasta los años 90, el agua era un recurso que se daba por sentado y que se obtenía o bien bombeándolo directamente de la fuente o a través del servicio local, que casi siempre cobraba una nimiedad por el uso. A ninguna compañía le preocupaba el tema.
Hoy los problemas con el agua combinados con la fuerte dependencia de la industria han creado un cóctel de riesgos que deben contemplarse en las decisiones estratégicas de la compañía porque pueden impactar directamente en los resultados financieros.
En el peor de los casos, las fábricas pueden verse obligadas a cerrar o a detener la producción. Le ocurrió a Coca–Cola cuando la polución y la escasez cerca de una embotelladora en India desencadenaron protestas que llevaron al cierre de la planta.
Cuando en 2016 los reguladores en la provincia india de Tamil Nadu, asolada por las sequías, autorizó a PepsiCo a retirar 400.000 galones por día de un rio cercano, los agricultores del lugar se alzaron en protestas.
Los inversores observan
Disrupciones de este tipo no pasan desapercibidas. Los directorios sufren presiones de todas partes: organizaciones sin fines de lucro que exigen que las empresas incrementen los esfuerzos para mitigar y dar a conocer posibles riesgos. La vigilancia crece. Algunos bancos han comenzado a contemplar estos riesgos como parte de sus procesos de aprobación de préstamos, lo que significa que podrían cobrar tasas más altas.
En el futuro cercano, las empresas con prácticas deficientes de administración del agua podrían ser castigadas por el mercado.
Las compañías mineras corren el riesgo de cierres en instalaciones debido a las preocupaciones por disponibilidad de agua y polución. Todo esto puede afectar el valor de las acciones y el acceso al capital.
La respuesta de las compañías
Conscientes de estas posibles disrupciones, muchas empresas comienzan a requerir el auxilio de expertos para el manejo del agua.
Por lo general los riesgos se dividen en tres categorías: físicos (calidad y cantidad), regulatorios (funcionarios locales que imponen limitaciones o cambian los precios) y reputacionales.
Ninguna compañía desea ser el malo de la película. “Los riesgos reputacionales son uno de los más grandes en la industria de bebidas”, dice Will Sarni, CEO de Water Foundry, una consultora especializada en estos temas.
“Una compañía obtiene el agua, la embotella y luego la vende. La gente en la comunidad conoce muy bien la diferencia entre lo que la compañía pagó por el agua y lo que gana con la venta. Y generalmente la diferencia es bastante grande”.
Para muchas otras compañías los riesgos son físicos. Si hay suficiente agua dulce para todos en un determinado lugar las operaciones no corren muchos peligros y además será más fácil evitar riesgos regulatorios o reputacionales. Pero si es poca, el panorama cambia.
Según algunas consultoras, las empresas ya evalúan los riesgos cuando deben tomar decisiones tales como dónde instalar una planta o si hacer o no hacer una fusión.
El problema de calidad y cantidad existe en muchos lugares. Por eso una multinacional siempre va a tener operaciones en algún lugar donde el agua es problema. Las soluciones requieren algo de ciencia y algo de arte y, en general, las empresas aplican métodos muy variados.
Como la ejecución es local, los procesos y las metodologías internas cambian. El directorio o la gerencia podrán fijar la estrategia, pero las iniciativas luego bajan a las unidades de negocios y después a las geografías locales. A veces, cuando la empresa es grande, puede resultar difícil para la gente de los niveles altos entender lo que está pasando en el lugar.
Muchas compañías comienzan el proceso de evaluación de los riesgos estudiando los mapas sobre riesgos acuíferos que son de dominio público y luego los complementan con los suyos propios.
La cadena de suministro
Los riesgos varían según el sector, la compañía y sus propias vulnerabilidades. A algunas les preocupa más la cadena de suministro. General Mills estima, por ejemplo, que el 99% de su riesgo proviene de los agricultores locales cercanos a sus plantas. Si no pueden cultivar sus granos, nueces y otros insumos necesarios para hacer los productos de la compañía, las operaciones locales no sobreviven.
La compañía realiza evaluaciones de todas sus operaciones globales una vez cada tres años para identificar geografías donde los ingredientes fundamentales, como la cebada, el cacao o las almendras, muestran la mayor exposición al agua.
En California, donde están las cosechas de almendras más grandes del mundo, unió fuerzas con compañías como Miller Coors y Microsoft para estudiar juntas la manera de recargar los acuíferos sin alterar la actividad de las chacras.
Levi Strauss, que fabrica jeans y otras prendas de vestir que necesitan grandes cantidades de algodón en geografías con alto riesgo de agua –como Pakistán y China– ha comenzado a pedir a los granjeros locales que utilicen métodos para ahorrar agua.
El precio y el valor
Comparado con su valor, el precio del agua es bajo. A los contadores de las empresas les resulta difícil explicar los riesgos que se derivan de la utilización del agua o justificar inversiones en tecnologías que son mucho más eficientes en el uso del recurso o que tratan mejor las aguas ya usadas.
La raíz del problema está en la naturaleza del elemento. La gente lo necesita para vivir. El agua es un bien común, un derecho humano y un insumo económico fundamental. Es un derecho adquirido, como el aire.
La diferencia está en que mientras la polución del aire se puede encarar globalmente –recortar las emisiones de carbono en Cincinnati tiene el mismo efecto que recortarlas en Berlín– no hay un mercado global para el agua. La dinámica hace que el agua sea universalmente barata comparada con muchos otros recursos vitales, como el petróleo.
Pero el agua es tan central a tantas empresas que es casi imposible ponerle valor, porque sin ella no habría operaciones. Conciliar el costo del agua con su valor en un enigma contable que suele enturbiar la capacidad de una empresa para hacer evaluaciones precisas.
Muchas compañías intentan sortear el problema fijando “precios internos” para reflejar el valor del agua en sus operaciones. Cuando hace unos años Microsoft abrió un centro de datos en San Antonio, por ejemplo, realizó un ejercicio de precios para decidir qué agua usar para el enfriado. Con ayuda de Ecolab, analizó distintos factores –como dificultad de acceso, otras compañías en el área, costos energéticos, niveles de recarga y biodiversidad local– para dar con un precio ajustado al riesgo que era 11 veces más alto que la factura que pagaba por el uso del agua: US$ 848.000 frente a US$ 75.000. Con esa información, la compañía decidió que ahorraría US$ 140.000 por año y 58 millones de galones de agua potable invirtiendo en tecnología que usa agua reciclada en lugar de agua potable para enfriar el centro de datos.
La administración es otro gran tema, junto al riesgo y el precio. Casi todas las multinacionales tienen un buen programa de administración que incluye, por ejemplo, trabajar con las ONG en los planes de recarga y sustentabilidad de la cadena de suministro o con los fondos de riesgo que buscan soluciones innovadoras a los problemas.
Esfuerzos de ese tipo fomentan la resiliencia de las operaciones locales, pero también funcionan bien para las relaciones públicas, como una forma de tranquilizar a la población local y obtener así licencia para operar en la comunidad.
Buscar la oportunidad
El conjunto de riesgos, sumado al problema del precio, pinta un panorama bastante oscuro para el mundo empresarial. Sin embargo, el agua es tan importante que la oportunidad de mercado va a ser para quien encuentre soluciones. Por lo menos esa es la forma en que muchas compañías e inversores lo ven.
La consultora Frost & Sullivan calcula que el mercado global de agua generó ingresos por US$ 744.000 millones en 2019. Eso es superior a los US$ 695.000 de 2018. La cifra incluye gastos municipales e industriales en cañerías –solamente Estados Unidos gasta 3,5 millones en cañerías subterráneas– tratamientos químicos para aguas servidas, equipamiento y una generación de tecnologías digitales.
“El agua limpia es el recurso que va a definir el próximo siglo, como el petróleo definió el último” dice Matthew Diserio, presidente de Water Asset Management, que administra US$ 65 millones de inversiones en negocios relacionados con el agua.
“Invertir en agua hoy es como comprar bonos en 1983”, agrega Disero. “Actualmente hay un súper ciclo de inversiones que puede durar varias décadas. Es una buena apuesta”.
La escasez de agua puede ser un buen motor para la innovación
Orbia Advance Corp., una compañía industrial mexicana, fabrica y vende caños de PVC y sistemas de irrigación por aspersión pensados para conservar agua. Conscientes de la escasez de agua, acaba de reposicionar un par de unidades de negocios como solucionadoras de problemas del agua.
“Tenemos la oportunidad de ayudar a solucionar con nuestros productos algunos de los problemas mundiales de escasez de agua”, dice el CEO Daniel Martínez–Valle, agregando que hasta el 70% del agua transportada a algunas ciudades se pierde por el camino por filtraciones en las cañerías.
La innovación es considerada la bala mágica para hacer frente a los problemas mundiales con el agua. El informe de Frost & Sullivan advierte que las soluciones digitales están generando gran marte del crecimiento del mercado. “Las tecnologías digitales son la gran carta que nos va a hacer más eficientes con cada galón de agua porque ahora sabemos cuánta usamos y qué calidad tiene. Antes eso se descubría después de usarla”, dice Sarni, CEO de Water Foundry.