El Vacunatorio VIP aporta una mancha más al tigre

    Sacudió el escenario político la indignación que despertó en la opinión pública la revelación de que una parte de las escasas vacunas contra el Covid19 que llegaron en cuentagotas al país haya sido aplicada a funcionarios del gobierno, familiares, amigos, recomendados, en detrimento del personal de salud, de educación, esenciales y grupos de riesgo inscriptos para recibirlas.

    Hasta hubo una masiva movilización de repudio organizada por la oposición junto con denuncias penales.

    ¿Con cuánta intensidad afectará esta anomalía la conciencia colectiva? ¿Podría haber sanciones éticas y morales para los responsables o pasará como un episodio más de corrupción y acomodo, si bien esta vez asociado a la vida y seguridad de las personas?

    Mercado quiso tomar distancias de lecturas dogmáticas a favor o en contra y para ello apeló a la opinión de Daniel Míguez, sociólogo, investigador del Conicet, doctorado en Antropología Social en la Universidad Libre de Amsterdam, residente con su familia desde hace más de 20 años en la localidad bonaerense de Tandil, y profesor en la Universidad del Centro (UNICEN).

    Escudriñador de temáticas que articulan cultura y marginalidad y autor, junto a Pablo Semán, del libro “Entre santos, cumbias y piquetes, Las culturas populares en la Argentina reciente”, conoce a fondo lo que sucede tras las bambalinas del escenario mediático.

    Confianza en la dirigencia

    ¿Le importan realmente al común de la gente las implicaciones que el escándalo de las vacunas podría ocasionar en la confianza colectiva hacia las instituciones?

    –Esto de las vacunas va a tener la misma dinámica que muchos episodios similares que ocurrieron recurrentemente en Argentina. Las predicciones son muy difíciles en las ciencias sociales y aún no sabemos qué dimensión alcanzará, una vez superado el período de efervescencia, de notoriedad pública, e indignación generalizada de la población, sobre todo en aquellos sectores con posición contraria a la organización política donde se originó el hecho.

     

    –¿La campaña política actual podría llegar a potenciar la indignación que menciona o banalizar la lectura real del hecho?

    –Lo que ha ocurrido en la última década y media es que la sociedad argentina se ha vuelto más dogmática. Se fortalecieron las identidades partidarias, y a través de ellas los sectores que las asumieron hacen las lecturas de la realidad.

    En uno, claramente, se ha minimizado el caso de las denuncias sobre la vacunación y, en otro, se lo magnifica. Los primeros lo olvidarán rápido y los otros lo utilizarán como argumento de campaña electoral. Después hay una tercera clasificación de los que no tienen identidades dogmáticas tan fuertes, para los cuales se transformará en un recuerdo relativamente lejano. Seguramente otro lo tapará. Así fue en los últimos años. Observando la dinámica electoral en el país, si las vacunas van a tener peso en el voto o si va a depender en gran medida de la coyuntura económica.

    –Dejando de lado campañas, ¿las implicaciones verdaderas tienen vuelo para afectar a toda la política, más allá del campo de la salud pública?

    –No sé cómo un hecho aislado podría afectar a la política. En todo caso se inscribe en una secuencia cuya clara consecuencia es el desprestigio de las instituciones políticas del país. Todas las mediciones respecto del nivel de aceptación de la población respecto de las instituciones políticas, en general, lo demuestran.

    Tanto el Parlamento, como el Poder Ejecutivo y ahora sistema judicial, del cual se sabe mucho más porque se discute en el ámbito de la opinión pública. Quedó al descubierto que la dirigencia política actúa en función de intereses propios, a los que privilegia sobre los del conjunto de la población.

    –Pero este tema de las vacunas parece haber tocado un punto muy sensible para la sociedad porque está relacionado con la vida y la muerte. ¿Podría diferenciarlo de la secuencia de episodios que mencionaba antes?

    –La relación entre corrupción y muerte apareció muchas veces. Pienso en el accidente ferroviario de Once, en el que murieron varias decenas de personas, o lo mismo en el incendio de la discoteca Cromañón, donde había habido una serie de inspecciones que no cumplieron con su propósito y ello desencadenó la tragedia.

    Son eventos que quedan en la memoria, pero que no producen efectos específicos prolongados. Los procesos sociales son bastante impredecibles. Eso sí, el caso de las vacunas será también otro hito dentro de esa secuencia de más largo plazo.

    Para usar una metáfora conocida, le agrega una mancha más al tigre, no es que se haya generado un tigre nuevo. No es un comportamiento de la dirigencia política que no suceda en otras partes, pero sí tal vez sea mayor acá por la alevosía y la impunidad con que se repite.

    Pobres y discriminados

    –Como estudioso de la cultura popular que es, ¿cómo cree que se siente la población más vulnerable, que ha crecido mucho en los últimos años, cuando comprueba una vez más que los privilegios no se reparten precisamente entre los sectores populares?

    –Primero habría que entender que, cuando se habla de sectores populares, la caracterización es muy heterogénea. No todos viven en las mismas condiciones. Hay unos, que podríamos llamar la gente común, que sí percibe este tipo de dificultad, se siente expuesta a esa discriminación y reacciona, indignándose moralmente en su momento ante la tragedia del Once, las vacunas.

    Pero hay otros que están más apremiados por la supervivencia cotidiana, por conseguir el alimento necesario para su familia, que tienen una economía doméstica del día a día y que su preocupación principal pasa por conseguir algo para la noche. Son los que menos posibilidades tienen de tomar distancia de tales apremios y evaluar moralmente a su dirigencia política.

    La juzga más por la capacidad de proveerles esos recursos de subsistencia. Del comportamiento electoral de la ciudadanía surge que más o menos un tercio de la sociedad se guía por esa demanda económica básica sin reparar en otras variables. Eso explica un poco provincias que tengan gobernadores casi feudales, que se eternizan en el poder, o la perpetuación que hay en algunas intendencias del conurbano.

     

    –¿Entonces con los planes sociales y cualquier migaja un político puede asegurar la adhesión de esos sectores?

    –No hay duda que el problema de la alimentación es más inminente que cualquier otro, el Covid19 inclusive. Para los sectores que no tienen que preocuparse por la subsistencia diaria, la pandemia es una amenaza más clara.

    Para otros, primero tienen que ver qué se cena en su casa y el riesgo de contagio, no es que no exista, sino que está en un plano más secundario porque no se prioriza la posibilidad de contraer una enfermedad que no necesariamente va a ser muy grave.

    ¿Nos escandaliza, en realidad, a los argentinos la práctica del acomodo y del uso indiscriminado de privilegios que viene de tiempos inmemoriales?

    –Lamentablemente nuestra sociedad naturalizó eso y su reacción no es tan fuerte cuando ocurren cosas como esa. Me acuerdo de un caso que sucedió algunos años con una funcionaria australiana que había ido a una reunión en una ciudad distante a la de su residencia y, de paso, quiso visitar a una hija que vivía ahí.

    Cuando quiso usar la tarjeta de crédito que le daba el gobierno para pagar un consumo particular, la gente lo descubrió y la echaron. Acá no llamaría la atención. Es esa la diferencia entre cómo se reacciona en distintos ámbitos ante una misma situación.

    –¿Existe algún paralelismo entre los pícaros y ventajeros que describía el viejo Vizcacha en el siglo XIX y los que se valen de posiciones de poder para beneficiar a sus élites?

    –Históricamente hubo en nuestro país dificultades para que se cumplan las normas sancionadas. La relación entre la sociedad y la norma siempre ha sido muy débil. Muchos sociólogos se han preguntado el porqué de esa tendencia que, aunque no sea exclusiva de los argentinos, se encuentra muy arraigada.

    Uno de los argumentos es que durante mucho tiempo se sancionaban normas cuyo cumplimiento el Estado no estaba en capacidad de garantizar. O sea, eran virtuales. De ese modo, la gente fue desarrollando esa actitud indiferente ante las normativas, que aunque estén, no necesariamente rigen. Llega un momento en que se enfrentan consecuencias por esas acciones desaprensivas y la sociedad reacciona, pero en el mientras tanto se naturaliza tal conducta. Un ejemplo muy clásico es el tránsito.

    Cuando la gente ve la cantidad de muertes en accidentes viales se escandaliza pero cuando maneja no respeta las reglas. Es una ambigüedad que convive en el seno de la sociedad.

    ¿Quiénes corren con ventaja en el duelo entre cultura democrática y viveza criolla? 

    –Los sistemas republicanos exigen cierto cumplimiento de las reglas de juego para poder funcionar dentro de la democracia. La ambigüedad de las conductas no ayuda para nada a estos fines. Para los que vivimos en la dictadura de los años 70, la democracia se nos presentó como un período de prosperidad, de crecimiento, de desarrollo y terminó siendo, en ese sentido, una desilusión, porque nada de eso sucedió en cuanto a lo económico, cultural e institucional.

    Precisamente lo que puso en evidencia fue esta paradoja de la anomia social, de las dificultades para respetar normas, lo cual termina siendo contraproducente para la propia salud de la democracia.

    –¿Estas contradicciones revalorizan el dedo de quienes dan las órdenes?

    –Hay un ensayo corto de unas 50 páginas de un politólogo llamado Guillermo O’Donnell, titulado A mí qué me importa, en el cual pone en evidencia precisamente que la falta de normas lleva a comportamientos que tienen componente autoritario.

    No sólo muestra el paralelismo de lo que hace la gente cuando gobierna y en la vida cotidiana. Pone como ejemplo cuando dos autos llegan simultáneamente a una esquina y no pasa primero el que tiene prioridad, según las normas de tránsito, sino que se impone el que tiene el vehículo más grande, o más viejo y no le interesa golpearlo, o el que es más vivo para manejar. Entonces la manera de dirimir la controversia termina siendo autoritaria. La ventaja prevalece sobre el derecho.

    Los límites de la degradación

    ¿Hay un límite para la degradación de la confianza en la dirigencia, sea política o de cualquier otro orden (y no solo por parte de este gobierno)?

    –Encuestas internacionales permiten ver cómo ha evolucionado la confianza en las instituciones democráticas, y la Argentina contrasta con los otros países porque registra una involución. Con fluctuaciones, porque en períodos de crisis económica el desprestigio se incrementa, así como disminuye en los ciclos de recuperación. O sea que estos vaivenes están muy vinculados al éxito o fracaso de las políticas económicas.

    Sucede en todas partes pero se da muy especialmente en nuestro país. Argentina es uno de los pocos en los que la pobreza se ha incrementado en las últimas décadas y el PBI per cápita no ha crecido. El sistema democrático ha tenido muy pocos éxitos. Tal vez al pensar las instituciones, o la manera en que se resolvió el problema de los crímenes cometidos durante la dictadura, pero también en otros planos el desempeño del sistema democrático ha sido bastante pobre.

    –¿Se podría estar llegando a una ruptura del vínculo esencial entre la ciudadanía y los gobiernos o los dirigentes a partir de que quedaron al descubierto privilegios en la vacunación? 

    –Lo que podría marcar un punto de inflexión, o no, en el proceso en que nos encontramos ahora sería básicamente el desempeño de la economía. En tanto las vacunas se asocien a una crisis económica podrían ser detonantes de un cambio. Pero si la economía repuntase, quedarán relegadas a un hecho aislado. Recordado por un sector de la población, pero no masivamente.

    –Entonces, ¿cree que menos aún impactarían en el ánimo de la gente los procesos por corrupción, los movimientos de jueces, la reforma judicial y otros ítems de la agenda política que no se identifican tanto con los bolsillos?

    –Sí, en realidad es una temática que tiene más repercusión en sectores de clase media, media alta urbana, con mayor nivel de instrucción, que se dan cuenta de los riesgos de erosionar el sistema republicano y reaccionan. Otros, con problemas reales de subsistencia, como conseguir trabajo o cena, lo ven muy de lejos, como una cuestión abstracta.

    –Finalmente, ¿es optimista en cuanto a que un impacto en la sociedad, como el del vacunatorio VIP, podría ser el comienzo de un proceso de recuperación de la confianza y de la ética pública?, ¿o nada cambiará?

    –No se ve ningún indicio de cambios significativos. Normalmente, haría falta que apareciera algún tipo de liderazgo de ese estilo. Podría pasar que surja repentinamente. Si se piensa en procesos de la democracia en adelante, Raúl Alfonsín ejerció un liderazgo, por lo menos en la instalación de las instituciones republicanas, más allá de las dificultades y fracasos que afrontó. Hasta ahora no se distingue nada en ese sentido.