Se habrá perdido un PBI global entero en una década

    El mundo ya aborda, transcurrido el año y medio largo de Covid–19 una tercera ola, con un virus que va mutando y se toma distancias de la comprensión científica cada vez que parecía haber dado con la tecla sobre cómo controlarlo.

    El siniestro inventario da cuenta de que va camino a que lo contraigan casi 200 millones de habitantes del planeta y que se cobró más de 4 millones de muertes. Lo peor es que todavía parece lejos de haber dicho la última palabra.

    Los líderes políticos de todas las naciones empezaron a tomar nota que esta crítica convivencia trasciende los mandatos propios y por venir, y en ese contexto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió hacer una especie de auditoría internacional que costeara el flagelo, a fin de que sirva de base para presupuestar los próximos años.

    La expectativa consistió asimismo que de ese trabajo surjan recomendaciones de cómo las economías de mercado avanzadas podrían aliviar las sevicias de las emergentes y en desarrollo (EMDE).

    Nada más que como ejemplo, según la última proyección hecha por el FMI para 2024, el PIB mundial estará 3 puntos por debajo del escenario previo al Covid, aunque en los países de bajos ingresos esa pérdida se duplica, y peor aún en casos como el africano.

    Los economistas argentinos Eduardo Levy Yeyati y Federico Filippini, ambos docentes de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), fueron contratados por el organismo multinacional para investigar las pérdidas, tanto materiales como sociales, educativas, de vida y de muerte, de la pandemia, que como resultado general les dio un quebranto en la proyección mundial del PBI 2020–2030 de nada menos que el 54,68%.

    Decano de la escuela de Gobierno de la UTDT, Levy Yeyati fue entrevistado por Mercado para contar cómo se gestó la iniciativa y explicar sus alcances e implicaciones.

    Lo que fue y lo que viene

    –¿En qué consistió el trabajo? 

    –Se trató esencialmente de estimar los costos totales de la pandemia, pero de manera más amplia. Y obtener elementos para ver si justificaría cambiar la forma en que se gestionó, hacer inversiones en salud, en educación, capacidad estatal, como para que la próxima no nos salga tan cara. El panel que integramos hizo sus recomendaciones, muy duras. Aunque fue una evaluación global, quisimos ir más lejos y ver quiénes habían sido ganadores y quiénes perdedores, quiénes sufrieron más y quiénes menos. Hicimos el cálculo país por país.

    –¿Sirvió la experiencia de crisis anteriores, como la del 30, la guerra mundial, la subprime…?

    –La comparación que más se le acerca podría ser la de una guerra, porque el shock inicial paralizó a la economía y a la sociedad en su conjunto. Los países entraron como en un coma inducido, en forma de cuarentenas, repercusiones, el distanciamiento, las vacunas, lo cual tuvo efectos económicos y de los otros. Hicimos las estimaciones del costo en vidas, de haber parado la educación, o sea, aspectos que en una crisis financiera no aparecen. Como, por ejemplo, el caso de cerrar las escuelas.

    –¿Qué metodología aplicaron?

     –Calculamos el costo del producto que no fue, dónde estaban las proyecciones antes de la crisis y qué pasó después. Si pensábamos que andaríamos por cierto nivel y luego estuvimos más abajo. Esa pérdida, mes a mes, año a año, sería el costo de la crisis: producto no generado, ingreso no percibido. Y eso trasladado por muchos años, porque esto va a durar bastante. Le agregamos el costo de la educación, de las escuelas, que fue mucho más fuerte en los países en desarrollo, porque en los centrales se cerró muy poco.

     

    –¿Y cómo cuantificaron en la educación?

    –No sólo se trata de perder un año, sino que, muchas veces, en el secundario, aumentó la deserción y se percibe que muchos chicos se cayeron de la red y nunca van a poder terminar. Todo eso tiene costos que duran como la vida misma de las personas involucradas. Entonces si tengo un país en el que aumenta mucho la deserción y la marginación del trabajador que estaba ocupado, habrá que acarrear ese costo por décadas. Es obvio que costará más la recuperación y que además va a tener demandas sociales mucho más altas y persistentes sobre el presupuesto nacional que un país que rebota más rápidamente, como sería el caso de Estados Unidos o China. (En el reporte figura que, a escala mundial, los cierres de escuelas afectaron a 1.600 millones de estudiantes en el pico de la pandemia. En promedio, los estudiantes perdieron 69 días de instrucción en 2020: 46 días en las economías de mercados emergentes y 15 días en las economías de mercado avanzadas).

     

    –En el caso de Argentina, ¿cuál sería el atajo para recuperar el terreno perdido?

    –Hay que refrescar los contenidos y apuntarle a las nuevas demandas de un mundo actual que está territorializando las cadenas de producción de bienes y reglobalizando las de servicios. Es decir, tenemos que dejar de darle la espalda al mercado laboral. Porque finalmente para el 90% de los estudiantes la educación es una manera de progreso social, y eso, en una sociedad capitalista, se concreta consiguiendo trabajo que remunere bien el tiempo que se le destina.

     

    –El informe menciona que el costo relacionado con el acumulado global de las muertes registradas hasta ahora equivale al 16,9% del PIB mundial, ¿en cuánto se calcula el costo de una vida?

    –El cálculo es actuarial: las muertes, los costos psicológicos, son muy difíciles de cuantificar. La gente tiene estrés, ansiedad, produce menos pero también posee menos bienestar, debe ser atendida. Desde el punto de vista económico, todos esos costos requieren ser puestos en valor y agregados a la pérdida del producto bruto. Si tomamos la cifra considerablemente más conservadora, es de $5 millones por vida, si bien el valor estadístico puede variar entre países. (En el informe, el valor de una vida estadística se extrae de cuánto valora la gente una reducción de la mortalidad o la morbilidad de riesgo, lo que para Estados Unidos oscila entre $7 y 10 millones por vida).

     

    –¿Cómo se mide la repercusión de la pandemia en los aparatos productivos, las cadenas de valor y los empleos?

    –Hay consecuencias de corto plazo, que es el producto no producido, y otras más persistentes, que tienen que ver con las roturas económicas, o disrupciones, que ya no son cosas que dejan de producirse y se vuelven a recuperar.

    Por ejemplo, las empresas que quiebran no vuelven alegremente, a la gente que pierde el trabajo y se queda año, año y medio sin trabajar, le cuesta mucho volver a insertarse. Es un capital humano que probablemente no retorne al estado anterior. (Según el reporte, la estimación de la pérdida de por vida en ingresos laborales sería de US$ 10.000 millones, alrededor del 12% del PIB mundial.)

    Falta de coordinación

    –¿Y cómo se calcularía el margen de error por las inequidades, las ineficiencias, que deja como experiencia la gestión de esta crisis? 

    –A escala del país muchas cosas quedaron en evidencia, pero lo que resaltó el estudio en general fue la falta de coordinación, una de cuyas expresiones fue el fracaso del Covax.

    Probablemente obedezca a que los líderes de ese momento, empezando por Donald Trump, no estaban a la altura de semejante desafío. La organización, la coordinación de los impactos y de las respuestas de los países del G7 no existió, como sí las había habido en 2009 a escala global. Entonces cada uno actúa por su cuenta, y es por eso que tenemos países que están sin vacunas y otros con excesos, y es muy poca la participación de los organismos multilaterales.

    El Fondo Monetario Internacional casi no prestó. No hubo condonación de deudas ni ningún movimiento que significara una transferencia de recursos de los países más ricos a los más pobres. Hoy éstos han sido golpeados más fuerte por la crisis y definitivamente tardarán más en recuperarse. Y lo más grave es que no se ve un esfuerzo mundial en la coordinación para prevenir la próxima.

     

    –¿No se salió de esta pandemia que ya hay otra a la vuelta de la esquina?

    –La próxima no figura en ninguna agenda política, apenas se trata de un ejercicio para algunos intelectuales. Y es un punto que quiso abordar la OMS con este trabajo. No podemos justificar o tolerar que la que vendrá tenga el mismo efecto devastador que ésta, o sea, que no haya habido ningún aprendizaje, más allá que tuvimos rápido las vacunas, etc. La coordinación internacional sigue sin funcionar.

     

    –¿Qué va a suceder con los trabajadores a partir de esta pandemia y la que dice que vendrá?

    –En América Latina, y en particular en Argentina, aprendimos a ser bastante eficientes en llevarle un cheque a través de la cuenta de Anses a un montón de familias. Entonces, viene la crisis, redoblamos la AUH, ponemos el ATP, son todas transferencias a través de una base de datos a una cuenta bancaria. Pero la cuestión no termina ahí. Se impone reformar la educación, armar contenidos remotos cuando cerramos escuelas y un híbrido para alternancia entre presencial y virtual, con la combinación de contenidos digitales y entrenamiento de docentes, mejorar el sistema de salud, que nos cuesta muchísimo. Las políticas públicas son de muy baja calidad, esa es la falta de capacidad estatal.

     

    –Significa entonces que los instrumentos están...

    –Sí, pero el cheque llega aunque no sabemos identificar a los receptores, de modo que una minoría recibe la ayuda. La asistencia financiera alcanza a una minoría de empresas. Entonces, quiero asistir, el dinero está, pero no tengo cómo incluirlos porque la red de la intervención pública es limitada, no tengo la inteligencia, ni los datos ni los expertos muchas veces. De pronto se puede mandar un cheque, pero con una crisis de este tamaño es totalmente insuficiente.

     

    –¿Ha sido falta de recursos o de aplicación de los existentes?

    –Ya veníamos con preexistencias negativas. La tecnología y la conectividad que tenemos constituyen lo grueso, pero nos falta la última milla. Muchísima gente no tiene acceso. Transcurrió un año y medio y me cuesta identificar políticas asociadas a la pandemia que no sean estrictamente mandar un cheque a la familia de los vulnerables, a las alcanzadas por el shock.

    La administración de la vacuna, inclusive, que es un punto en el que Argentina era fuerte, porque acreditaba campañas muy exitosas, dejó bastante que desear desde el punto de vista de la política pública. No solo en el proceso de compras, que está muy cuestionado, sino en la distribución. Hay dudas, falta de datos, hay stocks que no se han aplicado y no se sabe muy bien por qué. No es un problema sólo nuestro. Es central en todas las economías latinoamericanas y la pandemia lo desnudó. Esperemos que este sea un aprendizaje.

     

    –¿A qué atribuye los defectos que enumeró?

    –Ha habido durante años una destrucción de lo que podríamos llamar la élite del Estado. O sea, el funcionario, el capital humano, la base, la memoria del funcionamiento estatal, porque puestos que tendrían que ser de funcionarios profesionales, que están ahí hace 15/20/30 años, han sido ocupados por militantes o amigos.

    La política desplaza a los que conocen, a los especialistas, lo cual contribuye a precarizar las políticas públicas. Después hay cierta displicencia cuando se cree que todo se arregla con un cheque.

     

    –Más allá de cómo el Estado acomete políticas públicas, ¿qué nos depara el mercado laboral a partir de la reorganización global que fuerza la pandemia?

    –Al no ser Malasia o Indonesia, ni estar en las cadenas de producción globales, no nos deberían afectar demasiado. Lamentablemente tampoco estamos cerca de los mercados finales, como México, que tiene a un Estados Unidos al lado. Esta proximidad, de alguna forma, hace que le quiten a los asiáticos lo que ganan los mexicanos.

    Argentina está medio neutral, no creo que ganemos ni perdamos. Pero en términos de servicios tenemos una posibilidad de producir para las redes globales. La estamos desperdiciando. Se aplicaron políticas muy erráticas que castigaron al sector de la economía del conocimiento con idas y vueltas, retenciones, restricciones, cepos cambiarios, obligación de liquidaciones. Con todo esto en contra: en lugar de haberse duplicado, se estancó en sus exportaciones en torno de los US$ 7.000 millones. Sin embargo, sería necesario un marco macroeconómico que habilite la proliferación de empresas en la economía del conocimiento para no dejar pasar esta oportunidad. Otra más.