Hay que resetear todo – Capítulo 7: El capitalismo

    Sumario – Capítulos

    1. El mundo
    2. La tecnología
    3. La sociedad
    4. La educación
    5. La geopolítica
    6. Las ideas
    7. El capitalismo
    8. La empresa
    9. Los negocios
    10. El management
    11. El marketing
    12. El talento y los recursos humanos

     

    CAPÍTULO 7 | El capitalismo

     

    Capitalismo

    ¿Seguirá conviviendo con la democracia?

    Ante semejantes niveles de miedo e incertidumbre, todo el orden político y económico puede correr serios riesgos a nivel estructural si no se responden las demandas de mayor protección, no solo sanitaria, sino también laboral, económica, de asistencia social, con visión, liderazgo, financiamiento, capacidades estatales, etc.

     

    Por Martín D’Alessandro (*)

     

    En los años 90, el economista estadounidense Lester Thurow escribió: “el capitalismo es una maravillosa maquinaria de producción, pero es difícil conseguir que arranque”. El coronavirus ha detenido la maquinaria y la gran pregunta que sobrevuela en el planeta es cómo hacer que vuelva a arrancar, y cómo funcionará.

    Lógicamente, hay muchas incógnitas, y mucho escepticismo sobre las predicciones de los gurúes que dicen ya saber cómo va a ser el futuro. Es bastante probable que después de la pandemia, en el mundo de la economía algunas tendencias previamente existentes se aceleren, como el trabajo a distancia, la utilización de la robótica o los intercambios de bienes y/o servicios online.

    Pero no sabemos si la pandemia será un mero catalizador de procesos o un verdadero parteaguas en la historia del capitalismo.

    En los últimos trescientos años, la expansión del capitalismo estuvo íntimamente ligada a la idea de la libertad individual. En efecto, en Occidente la multiplicación de la riqueza y los avances en las condiciones de la vida de las personas se combinaron con los avances de la secularización, de la autodeterminación y de la democracia como forma de gobierno.

    Desde el punto de vista conceptual, la base antropológica es la misma: las personas individuales tienen (y deben tener) la libertad y la autonomía legal suficientes como para determinar lo que quieren hacer de sus vidas: a qué actividad dedicarse, a quién comprar, a quién vender, a qué precio, en qué dios creer, qué costumbres tener y qué gobernantes elegir. Así, en el “orden liberal”, la libertad individual es la base central de la economía, el pensamiento, el derecho, y la política.

    Por supuesto que estas nociones básicas han tenido críticas, rivales y modificaciones de todo tipo, desde el socialismo real hasta el capitalismo organizado corporativamente. Pero el siglo XX brindó un esplendor inédito al desarrollo humano porque el capitalismo fue acompañado por la democracia, que morigeró sus efectos de concentración económica ampliando el Estado de Derecho y consolidando el Estado de Bienestar.

    La globalización y el fin de la Guerra Fría trajeron más optimismo, comercio y eficiencia, pero hicieron trastabillar algunos de esos equilibrios facilitando el auge del capitalismo financiero y especulativo, más aislado de las condiciones de vida y sociales de las personas.

     

    El ascenso de China

    Paralelamente, el impactante ascenso de China en los últimos veinte o treinta años parece confirmar los viejos sueños (o demonios) del espíritu capitalista: sin democracia, libertad ni derechos, el capitalismo se expande a ritmo vertiginoso.

    Por primera vez en muchas décadas, queda confirmado que el orden liberal no es la única receta de la producción de la riqueza, ni de su redistribución. Hasta en Estados Unidos, meca y guardián del orden liberal, nacen los populismos críticos de las puertas abiertas que brindan tanto la globalización como la democracia.

    ¿Qué pasará entonces en América latina, y especialmente en Argentina, donde el orden liberal fue siempre incompleto, y aun así seriamente cuestionado? ¿Se darán las condiciones para que la maravillosa maquinaria pueda arrancar? Aquí el capitalismo ha funcionado siempre de manera defectuosa, y ha consumido combustibles tóxicos: hasta 1983, la democracia significaba una amenaza para el empresariado.

    Después de la democratización, su reputación estuvo demasiado ligada a la captura de beneficios particulares, la evasión, el rentismo, la creación de nichos regulados, cuando no directamente la corrupción de las autoridades. Es cierto que todo eso también ha sido una adecuación a los altos riesgos de la realidad argentina durante décadas, pero el resultado social de nuestra articulación entre capitalismo y democracia es el abismo que tenemos a la vista.

    En la Argentina, la política no solo tiene pocos recursos de todo tipo sino que, quizás por eso mismo, quedó atrapada en un juego no cooperativo sin salida a la vista.

    Necesitamos miradas más amplias, diagnósticos más precisos y cooperación proveniente de la sociedad civil para, al menos, preservar nuestro precario orden liberal y administrar los impulsos que buscarán limitarlo.

     

    (*) Politólogo, presidente de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP)

     

    Oportunidad para replantear la política económica

    Hora de tomar decisiones valientes

    Si no es ahora, cuándo, es el mensaje que el autor del libro Prediciendo el fin del capitalismo transmite a la Argentina: tendría que valerse por sí misma una vez que se haya liberado de su deuda y de la soga del Fondo Monetario Internacional.

     

    Por Francesco Boldrizzoni (*)

     

    La pandemia de coronavirus, aunque no ha sido causada por el capitalismo, ha expuesto una vez más las desigualdades en las condiciones de vida y en las oportunidades que ello ha generado. Esta toma de conciencia ha reavivado las esperanzas de que el orden existente pueda ser derrocado.

    En circunstancias excepcionales, como está todo, parece posible, pero la verdad es que cuando la emergencia haya pasado será más o menos igual que antes.

    Si bien no podemos esperar que la crisis sanitaria mundial, y la grave recesión económica que le seguirá, produzcan cambios sistémicos, este doble choque es una oportunidad para que muchos países se replanteen su política económica y social. Aquí quiero centrarme en particular en las perspectivas para Argentina, un país en la periferia del sistema capitalista y tradicionalmente vinculado a él por relaciones de dependencia.

    Como era previsible, la emergencia sanitaria ha conducido a una nueva crisis de la deuda, un problema que venía de lejos y que se complicó luego con la imprudente gestión del gobierno de Mauricio Macri.

    En estos días, mientras se discuten los términos de una nueva reestructuración, hay que darse cuenta de que la carga de la deuda es ahora insostenible y no puede ser abordada por medios ordinarios. El gasto en el servicio de la deuda es ya más elevado que cualquier otra partida del gasto público excepto las jubilaciones, situación que imposibilita el desarrollo económico y humano del país.

    Sin embargo, hasta finales de los años 60 del siglo pasado, Argentina parecía estar firmemente en el camino del desarrollo. Entonces este proceso virtuoso fue interrumpido. Para entender cómo retomar ese camino, es esencial tener ideas claras sobre lo que salió mal en su momento.

     

    Fragilidades internas

    En los años 70, la economía argentina sufrió las consecuencias tanto de la situación económica internacional (aumento de los precios del petróleo y de los tipos de interés) como de sus fragilidades internas. Por ejemplo, su aún excesiva dependencia de las exportaciones de materias primas. Sobre todo, sufrió el error histórico del peronismo de no haber podido modificar las estructuras sociales existentes mediante reformas agrarias y políticas fiscales redistributivas.

    El camino de la industrialización dirigida por el Estado en la posguerra era correcto, pero la idea de que la deuda podía servir como un atajo para evitar socavar el poder económico y social de las élites era errónea.

    Este poder, por una trágica ironía de la historia, se fortaleció durante el “Proceso de Reorganización Nacional”, mientras que la deuda creció fuera de toda proporción.

    Entre los crímenes atroces cometidos por la dictadura militar, los actos de delincuencia financiera ocupan un capítulo ciertamente secundario, pero con consecuencias no menos duraderas.

    Así que volvamos a la pregunta: ¿qué hacer ahora?

    En un mundo ideal, Argentina tendría alguna esperanza de éxito si luchara por la cancelación de la deuda por parte de los acreedores internacionales, al menos de la fracción de la deuda (y los intereses correspondientes) originada durante la dictadura militar.

    Pero no vivimos en un mundo ideal y el capitalismo internacional exige incluso que las deudas contraídas ilegítimamente por un régimen sangriento sean pagadas por los descendientes de sus víctimas. ¿Puede la cancelación de la deuda ser, por lo tanto, un acto unilateral del gobierno argentino? Por supuesto que puede, si bien al precio de perder toda la credibilidad que queda a los ojos de los mercados financieros.

    Sin embargo, soy de la opinión de que este precio ha sido sobreestimado durante demasiado tiempo. Quienes han suscrito títulos de deuda argentina en los últimos años eran muy conscientes del alto riesgo que entrañaba, perspectiva que ahora solo puede atraer a los especuladores.

    Una vez que se haya liberado de su deuda y de la soga del Fondo Monetario Internacional, Argentina tendría que aprender a valerse por sí misma. Esto significa encontrar fuentes alternativas de financiación para el gasto público, que no puede reducirse más (¡ningún país avanzado construyó su prosperidad de esta manera!), sino que debe aumentarse y utilizarse estratégicamente.

    El Estado debería financiar la innovación tecnológica, la educación de alta calidad y el gasto social, pero el objetivo inmediato ha de ser la derrota de la pobreza extrema.

    A fin de encontrar los recursos necesarios, hay que emprender una reforma fiscal radical inspirada en el principio de la tributación progresiva de los ingresos, los activos, los dividendos y las plusvalías, así como establecer controles estrictos de los movimientos de capital.

    Las crisis no cambian el mundo, pero son un momento para tomar decisiones valientes.

    Si no es ahora, ¿cuándo?

     

    (*) Profesor de Political Science en Norwegian University of Science and Technology

     

    El imperio de lo digital

    El capitalismo pasó a la fase virtual en cuarentena

    La pandemia aceleró la transformación en las tecnologías de creación de valor, potenciando las plataformas que eficientizan la intermediación. Mostró, además, la punta del iceberg de la potencialidad de la inteligencia artificial para crear valor.

     

    Por Martín Tetaz (*)

     

    La transformación digital se aceleró de manera forzosa en cuarentena: 4.100 nuevas pymes empezaron a vender a través de Mercado Libre y 34.000 a operar con Mercado Pago, según Trendsity; además, la cantidad de órdenes de compra para la versión latinoamericana de Ebay creció 65%, un 21% aportado por las empresas que se sumaron.

    Lo cierto es que antes de que el virus se esparciera por la tierra, la economía global estaba asistiendo a un fenómeno de uberización acelerado, que en esencia tenía dos pilares: por un lado, la eficientización de los procesos de intermediación, conectando más facíl, más rápido, más seguro y por ende más barato, a las puntas de la producción y el consumo.

    Por el otro, las plataformas permiten segmentar mercados a un nivel atómico; individual. Así como Uber crea más valor permitiendo que un viaje en un contexto de alta demanda (un día de lluvia, un horario pico, un evento masivo) tenga un precio más alto, al tiempo que el consumidor del valle de demanda pague un precio mucho más barato, pudiendo acceder a un servicio que de otro modo no podría disfrutar, es factible exprimir al máximo las restricciones de capacidad para sacarle valor a cada punto de la demanda, practicamente en cualquier bien o servicio.

    Si bien aceptamos que un intermediario sea más eficiente y encuentre una tecnología más barata para conectar las puntas, como ocurrió en su momento con la llegada de los hipermercados, todavía hay una resistencia cultural a que dos personas paguen precios distintos por lo que aparentemente es un mismo bien o servicio.

    Pongamos el caso de los servicios de envíos a domicilio como Globo, Rappi o Pedidos Ya, que explotaron en el contexto de la cuarentena.

    ¿Por qué tiene que pagar lo mismo alguien que tiene apuro que alguien que puede esperar un rato más?

    ¿Por qué lo mismo para un producto donde hay alta oferta (como una Coca Cola), que por un paquete de pañales?

    ¿Por qué lo mismo alguien que valora más su tiempo, por la razón que fuere, que alguien que está aburrido y no le cuesta nada ir a buscar su comida?

     

    Demanda que va y viene

    El hombre es un animal de costumbres que tarde o temprano vuelve a la media después de alejarse circunstancialmente por un shock adverso, como una pandemia, o favorable, como un aguinaldo.

    No hay bases de comportamiento para suponer que, desde la demanda, haya un cambio radical en los patrones de consumo y de hecho las reaperturas en Europa están mostrando abundante evidencia de que la gente vuelve rápido a los restaurantes y a los bares.

    Pero la oferta es otra historia y los procesos de uberización que estaban poniendo en jaque a los bancos, a los medios de comunicación, a las concesionarias de autos, a las inmobiliarias y por supuesto al transporte, ahora aceleraron la destrucción de las cadenas de intermediación comerciales y no sabemos cuántos locales de ventas minoristas que cerraron por el lockdown global ya no volverán a abrir.

    Basta mirar las expectativas de los que ponen dinero, dónde ponen la boca. El Down Jones, un indicador clásico de la economía tradicional de Estados Unidos, perdió el 38% de su valor en el pico de la pandemia.

    Su primo del sector tecnológico, el Nasdaq, se derrumbó casi en paralelo, un 28%. Cuatro meses después el Dow todavía está 10% por debajo del nivel de febrero, pero el Nasdaq ya está 14% arriba, marcando su record histórico.

    El corazón del capitalismo es la capacidad de crear valor de manera descentralizada, por individuos y empresas que logran producir bienes y servicios que cada vez satisfacen más necesidades, consumiendo menos recursos.

    La pandemia no cambió demasiado desde el punto de vista de las necesidades pero aceleró la transformación en las tecnologías de creación de valor, potenciando las plataformas que dan eficiencia a la intermediación, mostrando además la punta del iceberg de la potencialidad de la inteligencia artificial para crear valor.

    Se trata de un proceso a lo Shumpeter, que destruye a las formas más ineficientes de intermediación.

    La velocidad del proceso, que se ralentiza con los lobbies regulacionistas y el poder de los sindicatos defendiendo el statu quo que los vota y financia, acaba de recibir un fuerte impulso acelerador.

     

    (*)Autor y orador internacional, pionero en Economía del Comportamiento en Latinoamérica.

     

    La euforia no se justifica

    ¿Por qué esta vez sería diferente?

    Se insiste con el multiplicador keynesiano de que un mayor gasto público implicará mayor crecimiento y más recaudación, que hará caer el déficit fiscal. Es un error técnico: se usó en el país en 109 de los últimos 119 años, y de ser los más ricos del mundo se pasó al puesto 70 y en caída libre.

     

    Por Javier Gerardo Milei (*)

     

    Después de casi ocho meses de negociación, el país pudo alcanzar un acuerdo con un grupo mayoritario de tenedores de títulos públicos con legislación de Nueva York para salir del default, en el que había caído en abril y que, de no ser por las negociaciones, podría haber implicado el inicio de un litigio que hubiera gatillado las condiciones de cross default y así acelerar el pago de todas las series haciendo que la salida se tornara mucho más dolorosa para los argentinos.

    En éste sentido, la noticia es positiva, ya que implicará una caída en el riesgo país, y, con ello, la discrepancia entre ahorro interno e inversión será menor, permitiendo así una recuperación en el nivel de actividad y del empleo.

    Sin embargo, el evento no es justificativo para un estado de euforia. Por un lado, por el simple hecho de que se trata de un arreglo por un monto de US$ 68.000 millones de un total de 323.000 millones de deuda. Por otra parte, la extensión de los plazos, la reducción de intereses del 7% al 3,1% y una quita de capital del 2%, con una tasa de salida del 10%, implicó una quita en valor presente del 45% (US$ 55 por cada US$ 100), por lo que la oferta no solo está en línea con las exigencias de los acreedores desde inicios de la negociación, cuando el gobierno ofrecía US$ 39, sino que implicó una enorme pérdida de tiempo.

    A su vez, la reestructuración que se ha alcanzado implica un alivio financiero hasta el 2025 por US$ 42.500 millones, dato que se reduce a US$ 37.700 millones si se lo mide en 2030 y a US$ 10.600 millones si se lo proyecta a 2046, lo cual muestra la reasignación de pagos en el tiempo, aliviando la carga financiera muy especialmente en los primeros cinco años.

    Ahora, una vez alcanzado este acuerdo, el gobierno ha iniciado la negociación con el FMI y los organismos multilaterales de crédito por un monto total de US$ 70.000 millones.

    En este sentido, el gobierno, para poder conseguir una mejora de plazos con los multilaterales, debería alcanzar un acuerdo de facilidades extendidas con el FMI.

    El problema es que dicho acuerdo implica realizar reformas estructurales que la corporación política históricamente se ha negado a realizar, mientras que la carta a favor para el país radica en el peso desproporcionado dentro de la cartera del FMI, lo cual, si endurece su posición, puede llevar a su propia aniquilación.

     

    Riesgos

    Casi está de más decir que la estrategia argentina es muy peligrosa, ya que en el fondo ello implica ir en contra de los países miembros del FMI, al tiempo que convertirnos en un paria en el mundo. Lo que abriría las puertas al intento de unos adolescentes tardíos e ignorantes de buscar lograr que el comunismo funcione, algo que siempre ha fallado.

    Por último, en materia de deuda, está la intra-sector público por un monto de US$ 130.000 millones. La deuda en cuestión es esencialmente con la ANSES y el BCRA, la cual suele ser, incorrectamente, desestimada en los análisis de repago de las obligaciones. Esto es, que en la consolidación total de las cuentas del Estado, la deuda entre miembros desaparezca, la deuda de la ANSES con los jubilados y la del BCRA con los argentinos que tienen pesos en el bolsillo no se eliminan.

    Sería castigar la deuda con ANSES que destruye las jubilaciones futuras, mientras que el daño sobre la deuda al BCRA eleva al nivel de precios de largo plazo, lo cual implica una mayor tasa de inflación durante la transición.

    Finalmente, más allá, de todas estas cuestiones sobre la dimensión de la deuda, vale la pena aclarar que el ministro Martín Guzmán, durante el anuncio del acuerdo, ha mostrado varios errores técnicos.

    Por un lado, señaló que ahora el país está dentro de un sendero sostenible, lo cual es falso, ya que para pagar la deuda es necesario tener resultado primario positivo, lo cual implicaría emprender un ajuste de por lo menos 10% del PIB, al tiempo que manifestó que el ahorro en los intereses permitirá gastar más a los políticos.

    Por otro lado, replica el eterno error de creer que mayor gasto público implicará mayor crecimiento y más recaudación que hará caer el déficit fiscal, lo cual no solo implica abrazar un error teórico, como es el multiplicador keynesiano, sino que la fórmula en cuestión se usó en el país en 109 de los últimos 119 años, y de ser el país más rico del mundo pasamos a 70 y en caída libre.

    Por ello ¿hay espacio para creer que ésta vez será diferente?

     

    (*) Economista y autor.

     

    Un nuevo proteccionismo

    Globalización: ¿avanza, retrocede o se estanca?

    El efecto inmediato de la pandemia es el de la aceleración de las tendencias preexistentes y el del crecimiento de las polarizaciones. Así, la globalización muta: avanza en algunos aspectos y retrocede en otros, dando cuenta de que el carácter del momento es el del movimiento permanente y el de la incertidumbre.

     

    Por Julieta Zelicovich (*)

     

    La globalización es un fenómeno complejo signado por la interdependencia entre los Estados, a partir de un intenso crecimiento del comercio, de los flujos de capital, de la circulación del conocimiento y tecnología y de los flujos migratorios; en el marco a su vez de determinado orden político-ideológico global.

    Todos estos elementos, que habían sido entendidos como mantras casi irreversibles durante los 90 y primeros años de los 2000, comenzaron a acelerarse y generar fricciones entre sí a partir de mediados de la década pasada. Mientras que la elección de Donald Trump y el proceso del Brexit suelen nombrarse como inflexiones que marcan el resquebrajamiento político de la globalización, la integración de los indicadores económicos se ha mantenido bastante robusta.

    El “made in the world” siguió siendo un elemento sustantivo en el funcionamiento de los mercados, aunque los ritmos de esa dinámica no fueron ajenos al crecimiento de los nuevos proteccionismos. En ese escenario de un menor crecimiento del comercio global pero de sostenidas interdependencias tiene lugar la pandemia por Covid–19.

    Se espera una caída muy significativa en el PBI global y el comercio de mercancías a escala mundial. Algunos sectores económicos cuya rentabilidad se encuentra muy afectada por las medidas sanitarias es probable que no se recuperen; y que termine repercutiendo en la demanda global. Encadenado a ello, se puede esperar una mayor concentración del comercio global en pocos actores claves.

    En ese contexto, acontece también un menor grado de cooperación internacional. Hay una mayor politización y securitización del comercio internacional, que excede a la guerra comercial entre EE.UU. y China. Un nuevo proteccionismo asoma, y las instituciones globales parecen poco sólidas para sostener la cooperación sin atravesar procesos de reforma que permitan ajustarse a la nueva normalidad.

     

    Relocalizaciones

    Otro fenómeno para prestar atención es el de las transformaciones en las cadenas globales de valor. Una parte del capital comienza a relocalizarse en función de cambios en la estructura productiva asociados a la robótica y teletrabajo, pero también vinculados a la aversión al riesgo político, ambiental y sanitario.

    En consecuencia, los términos nearshoring y reshoring se hacen cada vez más conocidos.

    Los países pujan por obtener una tajada de las decisiones empresaria a través del anuncio de paquetes de incentivos fiscales. En esta disputa queda de manifiesto el complejo vínculo entre Estados y empresas multinacionales que es propio de la globalización. Cuando las empresas pertenecen a sectores estratégicos, como resultan los laboratorios farmacéuticos y proveedores de insumos médicos, la geopolítica asoma y los límites entre Estado y mercado ya no son tan claros.

    Por último, en el plano financiero la globalización muestra su lado más peligroso. En el marco de la pandemia se observa un desacople de los mercados financieros con los mercados productivos, a la vez que se desarrolla un incremento inédito de la deuda pública mundial, y un deterioro de las condiciones financieras mundiales. A ello debe sumársele los movimientos en los mercados monetarios; gran parte de los países en desarrollo vieron depreciarse sus monedas.

    Los riesgos de una crisis financiera global parecen crecientes y los recursos para sostener el sistema, cada vez más difusos.

    Una cooperación internacional más sólida resulta un imperativo para brindar certidumbre a la economía global y reducir los costos sociales que estos procesos de transformación implican.

    La globalización está siempre en movimiento y requiere tanto de una pata política como una económica para funcionar en armonía. Cada tanto, también tropieza. La conflictividad-cooperación en la relación entre EE.UU. y China, la supervivencia y relevancia de los organismos multilaterales, la vigencia de órdenes democráticos, y la prolongación en el tiempo de episodios como la pandemia son los resortes que darán forma a los interrogantes que este caminar de la globalización plantea.

     

    (*) Profesora en la Licenciatura en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Investigadora en el CONICET.