Hay que resetear todo – Capítulo 4: La educación

    Sumario – Capítulos

    1. El mundo
    2. La tecnología
    3. La sociedad
    4. La educación
    5. La geopolítica
    6. Las ideas
    7. El capitalismo
    8. La empresa
    9. Los negocios
    10. El management
    11. El marketing
    12. El talento y los recursos humanos

     

    CAPÍTULO 4 | La educación

    Modelo de carácter dual

    Bienvenida la tecnología sin descuidar las leyes educativas

    En la agenda están las nuevas técnicas educativas a distancia que no se pueden ignorar, sabiendo que sin mejorar la educación, tanto en términos de calidad como de mayor inclusión social, será difícil mejorar el nivel de vida de la población, ya que es clave para generar empleos con mejores salarios en este siglo 21.

     

    Por Alieto A. Guadagni (*)

     

    Los cambios tecnológicos se aceleran en los últimos años y sus resultados ya están a la vista. Las evidencias indican que son muchas las naciones donde rápidamente se están eliminando empleos no calificados y, al mismo tiempo, aumentando la demanda por trabajadores con mayor escolarización.

    Este proceso de creación y también destrucción de empleo es una característica central del desarrollo económico en este siglo de la ciencia y la tecnología.

    El avance económico de una nación hoy no depende principalmente de la existencia de recursos naturales, sino del nivel de calificación de su fuerza laboral. La educación inclusiva y de calidad ayuda a abatir la pobreza y también a potenciar el crecimiento económico. La calidad de la educación determina básicos de la productividad y del ingreso laboral; de todos los que dependen de su trabajo para subsistir.

    Sin educación de calidad para todos, la justicia social es una ilusión, porque la educación es un factor importante desde el punto de vista económico y también del social. Un alto nivel educativo no asegura automáticamente un buen empleo, pero un bajo nivel garantiza un mal empleo o bien la desocupación estructural agudizada por los acelerados avances tecnológicos. El nivel educativo es esencial para determinar el ritmo de crecimiento del empleo y del futuro nivel de vida de la población; por eso los planes sociales deben fortalecer la escolarización de los beneficiados.

    Son importantes las nuevas tecnologías educativas, pero no olvidemos que tenemos que cumplir las leyes vigentes. Comencemos por la Ley 25864 (2003) que estableció un calendario escolar obligatorio de 180 días, norma que hemos incumplido; por eso nuestro calendario escolar anual real no llega a los 170 días. En Israel son 219; en Japón 201; en Cuba, Colombia, Brasil, México y Costa Rica, 200.

    Es hora de cumplir la Ley 26206 (2006) que estableció la obligatoriedad de la jornada escolar extendida; sin embargo gozan de los beneficios de esta jornada apenas 14 de cada 100 niños, con desigualdad entre las provincias; por ejemplo en Córdoba esta magnitud llega a la mitad de los niños en escuelas primarias estatales, mientras en el Conurbano esta cifra cae a 6,3. No es un problema de recursos provinciales, porque esta asistencia a escuelas de doble jornada no supera el 3 por ciento en Neuquén, que es la provincia argentina con los mayores recursos fiscales por habitante aportados por la coparticipación federal de impuestos y las regalías por los hidrocarburos.

    También es necesario cumplir la Ley 26206 (2006) que estableció la obligatoriedad del ciclo secundario, pero que de cada 100 niños que ingresan al primer grado primario están concluyendo normalmente el ciclo secundario apenas 42. Y es grande la desigualdad entre las escuelas, ya que esta magnitud desciende a 33 en el caso de las estatales y trepa a 70 en el caso de las privadas.

     

    Asimetrías

    Es grande la desigualdad por provincias; en la CABA terminan normalmente la secundaria 60 de cada 100 ingresantes a primer grado, mientras en Santiago del Estero esta magnitud colapsa a 30.

    A fines del siglo XIX, Argentina estableció las bases de un sistema educativo integrador y también igualitario, basado en la calidad de la enseñanza, particularmente de la estatal.

    Pero en las últimas décadas esta asociación virtuosa se ha deteriorado, ya que existen cada vez más evidencias de que nuestro sistema educacional avanza hacia la consolidación de un modelo de carácter dual.

    Las naciones que reducen la pobreza, mejorando al mismo tiempo la equidad en la distribución del ingreso, lo hacen siempre fortaleciendo el proceso de acumulación de capital. Pero en una visión integral del proceso de desarrollo, el capital humano es más importante que la mera acumulación de activos materiales como máquinas, fabricas, puertos, rutas, oleoductos, centrales eléctricas, trenes, minas, pozos petroleros y edificios.

    Hay otra forma de capital en este siglo que es más importante que el capital físico: el capital humano acumulado por la población gracias a la educación. Por eso no solo son importantes las nuevas tecnologías, sino también cumplir las leyes educativas vigentes.

     

    (*) De la Academia Nacional de Educación.

     

    Dos pésimos legados

    Una crisis que abre oportunidades

    Es hora de admitir la realidad, enfrentar la terrible herencia que nos dejará esta real tragedia educativa y proponer estrategias de corto plazo que permitan minimizar sus costos y aprovechar la oportunidad para “resetear” la educación argentina.

     

    Por Edgardo Zablotsky (*)

     

    Dos de los peores legados que el coronavirus habrá de dejar son: el éxodo de estudiantes de escuelas de gestión privada a escuelas de gestión pública, lo cual podría hacer colapsar el sistema público y deteriorar, aún más, la educación que reciben quienes menos tienen –por ende los que más necesitan–, y el fuerte incremento en la deserción en la escuela secundaria.

    Al respecto, el ministro de Educación, Nicolás Trotta, afirmó que “lo que más me preocupa, además de una vuelta segura a las aulas, es que vamos a sufrir un desgranamiento, un abandono sobre todo en la secundaria… en una situación como esta con el impacto económico y social que tuvo la pandemia”.

    ¿Cómo revertir, en el corto plazo, esta fuerte deserción, generando nuevas oportunidades para nuestros jóvenes? El sistema de educación dual, es la respuesta.

    En él, los adolescentes, que desean participar, pasan una cantidad importante de tiempo trabajando en empresas, mientras transitan los últimos años de sus estudios secundarios. Conforme va transcurriendo el proceso de aprendizaje, los estudiantes incrementan el tiempo de entrenamiento en las empresas y reducen el tiempo de aprendizaje en las escuelas, logrando de esa forma al graduarse, incorporarse, provistos de capital humano, al proceso productivo.

    Instrumentar el sistema dual alemán, adaptado a nuestra realidad, sería un importante aporte para que muchos jóvenes que han abandonado sus estudios secundarios regresen a las aulas incentivados por una salida laboral de corto plazo y, por ello, sería un instrumento ideal para enfrentar un serio problema que sufre desde hace tiempo nuestra escuela secundaria y que se ha exacerbado por la situación económica que hoy nos toca transitar.

     

    Avalancha sobre el sistema público

    Veamos ahora el segundo de los legados con el que deberemos convivir. Es claro que a muchas familias se les ha vuelto imposible pagar las cuotas en las escuelas de gestión privada a las que concurren sus hijos y deberán transferirlos a escuelas de gestión pública.

    El sistema público no será capaz de absorber semejante cantidad de alumnos sin deteriorar seriamente el servicio que provee.

    ¿Qué alternativa nos queda? ¿Generar un esquema de subsidios a los colegios de gestión privada para que puedan seguir operando, reduciendo de tal forma la emigración?

    Es una posibilidad a considerar, pero si deseamos resetear la educación argentina, esta es una valiosa oportunidad para cambiar un paradigma que no debemos desaprovechar.

    Consiste en crear una sencilla cuenta de ahorro exclusivamente para gastos educativos de aquellos alumnos afectados, a la que denominaré Educard; una herramienta que les otorgaría a las familias la posibilidad de continuar decidiendo sobre la escolaridad de sus hijos.

    Esta cuenta sería administrada por los padres, de tal forma que sus hijos podrían seguir asistiendo a la escuela que la familia ha elegido en su momento y no a la que, por consecuencia directa de la crisis económica generada por la cuarentena, deberán concurrir.

    Aunque parezca una afirmación descabellada, el coronavirus, en el terreno educativo, ha incrementado la libertad.

    En un momento en que la mayoría de nosotros nos encontramos recluidos en nuestros hogares, habiendo perdido hasta la libertad de llevar a cabo las rutinas más ordinarias de nuestras vidas, muchas familias están experimentando una insospechada libertad educativa.

    Muchos padres tienen hoy un rol en la educación de sus hijos como nunca antes han podido tenerlo, aprovechando una multitud de recursos de aprendizaje que se pueden encontrar en Internet.

    Démosle la oportunidad de continuar teniéndolo, permitiéndoles aplicar el monto que destina el Estado para educar a un estudiante en una escuela de gestión pública del distrito respectivo a la escuela donde ellos consideraron que pueden obtener la mejor o más apropiada educación para sus hijos. La propuesta es presupuestariamente factible, al ser indistinguible de subsidiar a los colegios de gestión privada que hoy ven en riesgo su misma existencia.

    Educación dual, financiar a las familias y no al sistema. A riesgo de ser reiterativo, toda crisis genera oportunidades, esta no tiene porqué ser la excepción. Tenemos una oportunidad de resetear la educación argentina, ojalá no la desaprovechemos.

     

    (*) Rector de la Universidad del CEMA y miembro de la Academia Nacional de Educación.

     

    Los cambios están para quedarse

    El conocimiento que requiere la sociedad del conocimiento

    Lo que nuestro sentido común compartido llama “educación” es un acuerdo social sobre qué procedimientos deben existir para hacer posible la distribución de conocimiento válido en la sociedad. Esta es la tarea que encarnan la escuela y los sistemas escolares, y el núcleo del debate no abordado.

     

    Por Inés Aguerrondo (*)

     

    El futuro de la educación es, en realidad, el futuro de cómo distribuir el conocimiento. Cada sociedad se asienta sobre un modelo mental compartido que permite tanto la interacción social cuanto su perduración.

    Hoy este modelo mental compartido está en crisis y se expresa en lo que definimos como la crisis de la educación, pero, como ocurre con otros ámbitos de la sociedad, los cambios en los cuales estamos inmersos han dejado ya atrás la categoría de crisis para entrar en la de mutación. Es que se ha agotado la capacidad de esta solución organizativa (la escuela y los sistemas escolares) de cumplir con el papel de distribución del conocimiento válido en la sociedad.

    La mutación educativa no es un proceso único. La “educación” está en el mismo espacio geográfico y social que el resto de los sectores de la sociedad y todos ellos se ven atravesados por las demandas y los conflictos de la globalización. Todos se enfrentan con el fin de una era y miran ¿fascinados? ¿asombrados? ¿apesadumbrados? lo que está por venir, que ya está viniendo.

    En todos los sectores está presente el duelo por la pérdida, que coexiste con las ventanas de oportunidades que se abren para el futuro. En todos hay conflicto por defender posiciones y peleas por ganar otras. Pero lo que los une es la convicción de que los cambios están para quedarse, y que es mejor mirar para adelante que tratar de reivindicar lo pasado. La era de la innovación ha instalado una mirada prospectiva que se impone a la mirada retrospectiva.

     

    Reformas varias

    Este estado de cosas ha generado desde hace unas décadas innumerables respuestas en la forma de Reformas Educativas e innovaciones varias, pero, según la bibliografía especializada, su común denominador es su fracaso, no se avizora una secuencia de avances.

    Entonces, aunque ya existen modos alternativos y complementarios de distribución de conocimiento (válido) de manera masiva, también es cierto que las bases de la vieja escuela y del sistema educativo tradicional, aunque están en decadencia, siguen en pie.

    ¿Cómo se explica esta paradoja? Es la lógica de la mutación: el cambio es un proceso permanente que afecta progresivamente a los individuos de una clase o especie y los va transformando en otra, como ha sido dibujado innumerablemente por Escher en muchos de sus cuadros.

    Se superponen así dos grandes líneas en pugna: la declinación, por un lado, y la emergencia, por el otro, propias de todos los procesos de cambio, tanto los naturales cuanto los sociales.

    Está vigente por un lado la declinación de la solución de la modernidad: las escuelas y los sistemas educativos.

    Y está por el otro la emergencia de otras soluciones, más o menos profundas, más o menos disruptivas, más o menos generalizadas, que han encontrado la forma de ofrecer verdaderas oportunidades de aprendizaje profundo a todos, sin distinción (o con mucha menos distinción) de raza, sexo, o nivel socioeconómico.

    En el medio de estas dos tendencias, que tienen un espacio muy amplio de intersección, se dan diferentes líneas de soluciones llevadas adelante por una gran diversidad de actores.

    Se abre así la pregunta acerca de cómo reconocer y poner en práctica la solución organizativa que la sociedad del conocimiento reclama. Esta pregunta está subyaciendo en los debates actuales sobre la sociedad de la innovación. Y por no tratarla abiertamente perdemos toda su riqueza ya que no alcanzamos a imaginar (y por lo tanto no podemos reconocer en la realidad) los procesos emergentes que anuncian estos atisbos.

    La sociedad del futuro se perfila como una sociedad con una red de entornos de aprendizaje poderosos a lo largo de toda la vida. En un mundo en el cual el reto es que todos aprendan a lo largo de toda la vida, la escuela será solo uno de los posibles ‘entornos de aprendizaje’ válidos, entre muchos otros.

    De modo que las instituciones educativas formales, los sistemas escolares que conocemos, las universidades, podrán mantenerse firmes en cuanto a su mandato irrenunciable de incluir a todos en el conocimiento válido, pero deben renunciar a su aislamiento institucional, a sus métodos tradicionales y a sus rutinas rígidas para cumplir con este objetivo que apunta a garantizar la equidad.

    Lamentablemente, mientras que en el mundo estos temas están en el centro de la pelea por ganar espacio en la economía del conocimiento, entre nosotros no se avizoran: no están todavía en el imaginario de los especialistas y menos en la demanda de los dirigentes de nuestra sociedad.

     

    (*) Socióloga, profesora de la UDESA y de la UTDT

     

    Propuestas disruptivas

    Reinventar la enseñanza

    Las clases ya se habían “reseteado” porque dialogaban con un mundo que en las últimas décadas mutó aceleradamente, y hoy tienen lugar en la virtualidad con la misma intensidad y originalidad que en la modalidad presencial. La pandemia acelera el salto.

    Por Mariana Maggio (*)

     

    Desde hace algunos años venimos planteando la necesidad de reinventar las clases. Fuimos generando esta idea a partir de reconocer los modos en que se iba transformando el mundo, los modos en que se construyen los conocimientos disciplinares y nuestros estudiantes en tanto sujetos culturales.

    A medida que registrábamos esos movimientos empezamos a cambiar lo que hacíamos a la hora de enseñar.

    El carácter inmersivo propio de los videojuegos, las formas alteradas que ofrecen distintos caminos a elegir por parte de los estudiantes, la multiplicidad de voces de especialistas en cada clase y el foco en las producciones realizadas colectivamente son algunas de las marcas que empezaron a distinguir nuestras prácticas de la enseñanza.

    No fue fácil llevarlas a cabo. Tuvimos que romper con modos de hacer instalados que, entre otros aspectos, están encorsetados por definiciones clásicas sobre el currículum, el espacio y el tiempo.

    La noción de didáctica en vivo nos dio el impulso que necesitábamos para pegar nuestro salto. Como no contamos con los marcos teóricos que requiere enseñar en el contexto de lo que Alessandro Baricco define acertadamente como una “revolución mental”, lo que queda es reconocer las tendencias sociales y culturales, crear con ellas propuestas educativas disruptivas, documentar lo que emerge y analizarlo, para construir “en vivo” ideas nuevas y propias de los tiempos que corren.

    La pandemia nos sorprendió, como a todos. Pero aquel salto, que en nuestro caso pegamos a tiempo, está siendo acelerado por la crisis sanitaria en la mayor parte de las instituciones educativas.

    En algunas situaciones, las condiciones que requieren los escenarios virtuales o híbridos en materia de acceso a conectividad y dispositivos no están dadas, lo cual tiene que ser subsanado de modo urgente. Pero en la mayoría de los casos, en los que por necesidad ya se abrazó la virtualidad, lo más importante es la oportunidad que tenemos para volver a pensar la educación de modo tal que cada clase se convierta en una experiencia que vale la pena vivir, en un contexto donde todo el saber construido ya se encuentra a disposición.

    El verdadero desafío que tenemos es diseñar e implementar propuestas contemporáneas y relevantes, que den lugar a la construcción de conocimientos originales y que sean transformadoras, de modo tal que ayuden convertir el mundo en un lugar mejor, más justo e inclusivo.

     

    (*) Directora de la Maestría en Tecnología Educativa. Facultad de Filosofía y Letras. UBA

     

    Aprender a pensar y aprender a re-aprender

    La universidad como un

    ecosistema de innovación

    Cabe pensar en una Universidad 4.0, conectada, dentro de un ecosistema abierto a las empresas, las organizaciones gubernamentales, los emprendedores, las instituciones del conocimiento y toda persona interesada en acelerar la llegada de innovaciones al mercado y la sociedad.

     

    Por Andrés Agres (*)

     

    Elegir una carrera universitaria es probablemente una de las decisiones más importantes que una persona pueda tomar en su vida. En un contexto en el que la oferta de carreras a nivel nacional, regional y global no deja de crecer e interconectarse. Donde las demandas de actualización de los profesionales siguen el vertiginoso ritmo de creación de conocimientos en esta era digital. Y se acrecientan las tensiones para formar un profesional capaz desde lo emocional, con mirada sistémica y ocupado de su huella en esta tierra. En un mundo en constante fluidez, en el que la incertidumbre es un ingrediente básico de la acción.

    En este sentido, el futuro es hoy. Ya estamos viendo la demanda, que se seguirá sosteniendo a futuro, en áreas con roles centrales en la conjunción e interdisciplinariedad de campos de conocimiento. Así, en el ITBA, se está incrementando la demanda por carreras que conjuguen la gestión de negocios y la analítica de datos, o la sinergia mutua entre biología y tecnología. La informática continúa consolidándose como el campo de conocimiento transversal y movilizador de toda la ingeniería.

    En una conversación de fines del año pasado, un profesor que conozco de la Universidad Tecnológica de Delft, Paises Bajos, me dijo: “Distancia, espacio y tiempo dejaron de ser límites para la enseñanza”. No solo de la enseñanza, también de la práctica profesional, que es una actividad sin distancia ni tiempo ni espacio.

    Hoy, año 2020 y con una pandemia declarada, esta afirmación no hace más que cobrar vida. Constituye el puntapié inicial para provocar rupturas en las prácticas, desafiando a los docentes universitarios, protagonistas indiscutidos de la adaptación, a reinventar, rediseñar y pensar en nuevas maneras de trabajar el contenido de sus cursos –entre otros aspectos–, con el objetivo de garantizar la continuidad del calendario académico y asegurar los niveles de calidad académica esperados en los desempeños de sus estudiantes.

     

    Conocimiento

    Debemos pensar en una Universidad 4.0, una universidad conectada, que recree un ecosistema de innovación abierto a las empresas, las organizaciones gubernamentales, los emprendedores, las instituciones del conocimiento y toda persona interesada en acelerar la llegada de innovaciones al mercado y la sociedad.

    En la que trabajemos e impulsemos la co–creación de forma conjunta y simultánea, desarrollando capacidades en red, constantemente explorando nuevas opciones de asociación, con la Argentina y el mundo.

    Porque el conocimiento no es un destino en el viaje para transformarse en un profesional, es más bien una actividad de búsqueda incesante para aprender a pensar y aprender a re-aprender. Para ello, las personas apoyadas en la tecnología, son una dupla protagonista en todos los ámbitos, y hoy, más que nunca, esta conjunción es una herramienta poderosa de formación.

     

    (*) Rector del Instituto Tecnológico Buenos Aires (ITBA).

     

    ¿Estaremos a la altura de lograr reinventarnos?

     

    Por María José Fernández (*)

     

    La necesidad de realizar una transición inmediata de lo presencial a lo virtual obliga a formarse e implementar nuevos programas. Los docentes tendrán que desaprender, aprender y reaprender.

    La mayoría de los docentes han sido formados en un modo tradicional, teniendo como objetivo impartir en su mayoría clases presenciales. En este tipo de instrucción es difícil que las nuevas tecnologías emerjan como recursos didácticos. Asociado a esta tradición, las instituciones educativas son consideradas como entidades sociales conservadoras, enfocadas en preservar y asegurar la transmisión de conocimiento.

    En este sentido, y tal como se esperaba, fui formada para dar clases presenciales. A medida que ganaba experiencia en cursos muy diversos y realizaba formación complementaria, creía estar bien preparada. Todo iba sobre ruedas, hasta que, debido a la pandemia, y en un fin de semana, la institución en la cual trabajo, decidió virtualizar la cursada.

    De la noche a la mañana, un curso planificado y organizado como presencial mutó a virtual. Sin preparación, sin herramientas, sin anestesia… ¿Y ahora qué hacemos? ¿Cuánto tiempo tenemos para readecuar la cursada? ¿Hasta cuándo tendremos que dar clase así?

    En el mismo momento que intentaba evaluar y probar herramientas, apps, programas de edición, recibía cataratas de mails. Alumnos desorientados, docentes desconcertados.

    La tecnología conecta a las personas entre sí y con las instituciones de diversas maneras. Y en 2020 Internet es un inmenso cúmulo de foros, tutoriales, plantillas, etc. Pero ¿cómo filtrar ese exceso de información? ¿qué herramientas elegir? ¿Cómo saber cuáles iban a funcionar para realizar una tarea para la cual no fuimos formados?

    En unos días logré encaminar el curso, pero el trabajo fue monumental. Aprender a usar programas nuevos y en simultáneo cambiar el enfoque pedagógico. El objetivo era que los alumnos incorporen los mismos contenidos del curso presencial. ¿Se logra transmitir de la misma manera? ¿Cómo muta tan rápidamente el proceso enseñanza aprendizaje? Si bien la tecnología une a las personas, también elimina lo específico y reta la sobrevivencia de los mecanismos a los cuales ya estábamos habituados.

    Las nuevas herramientas habilitan infinitas posibilidades hacia nuevas direcciones. Su uso, ya no solo como recurso didáctico sino como fin pedagógico, nos obliga a replantear la manera tradicional de dar clases.

     

    (*) Investigadora en IIEP–Baires–CONICET