En países con sistemas bipartidistas, como Estados Unidos y Gran Bretaña, la derecha está en el poder pero tirando por la borda los valores que solían definirla.
En países con muchos partidos, como Alemania y España, la centro-derecha está erosionada, o descuartizada, como en Francia e Italia. Y en otros lugares con tradición democrática más corta, como Hungría, la derecha se fue hacia el populismo sin siquiera intentar el conservadurismo.
El conservadurismo más que una filosofía, es unaactitud. El filósofo Michael Oakeshott la definió así: “ser conservador… es preferir lo conocido a lo desconocido, lo probado a lo no probado, el hecho concreto al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante”. Como el liberalismo clásico, el conservadurismo es hijo del Iluminismo. Los liberales dicen que el orden social surge espontáneamente de individuos que actúan libremente, pero los conservadores creen que el orden social viene primero, creando las condiciones para la libertad. Busca la autoridad de la familia, de la iglesia, de la tradición y de las asociaciones locales para controlar el cambio y contenerlo. Eliminar las instituciones es un peligro. Sin embargo, justamente esa demolición le está ocurriendo al mismo conservadurismo, y le viene del lado de la derecha.
La nueva derecha no es una evolución del conservadurismo, sino su repudio. Los usurpadores están agraviados y descontentos. Son pesimistas y reaccionarios. Miran al mundo y ven lo que el presidente Donald Trump una vez llamó una carnicería.
La nueva derecha está haciendo trizas las tradiciones conservadoras. El conservadurismo es pragmático pero la nueva derecha es fogosa, ideológica y displicente con la verdad.
Australia sufre sequías y sus corales están perdiendo color por el cambio climático, pero la derecha acaba de ganar una elección con un partido cuyo líder habló en al parlamento blandiendo un trozo de carbón como una reliquia sagrada. En Italia Matteo Salvini, líder de la Liga del Norte, revitalizó el movimiento anti vacunas. Para Trump los hechos son simplemente herramientas para inflar su imagen o eslóganes diseñados para fomentar la furia y las lealtades tribales.
Los conservadores son cautelosos con el cambio, pero la derecha ahora contempla alegremente la revolución. Si Trump lleva adelante sus amenazas de abandonar la OTAN terminaría con el equilibrio de poder. Un Brexit sin acuerdo sería un salto al vacío pero los Tories lo buscan, aunque destruya la unión con Escocia e Irlanda del Norte.
Los conservadores creen en el carácter, porque la política trata de razonamiento y también de criterio. Sospechan del carisma y del culto a la personalidad. En Estados Unidos muchos republicanos bien pensantes respaldan a Trump aunque haya sido acusado por 16 mujeres diferentes de inconducta sexual. Los brasileños han elegido a Jair Bolsonaro quien recuerda con nostalgia los días del gobierno militar.
Los conservadores respetan los negocios y son administradores prudentes de la economía, porque la prosperidad es la base de todo. El primer ministro de Hungría, Viktor Orban, se describe como un conservador económico pero debilita el imperio de la ley sobre la que dependen los negocios. Donald Trump apuesta a las guerras comerciales. Más de 60% de los tories británicos están dispuestos a infligir “serio daño” a la economía para asegurar el Brexit.
Finalmente, la derecha está cambiando lo que significa pertenecer. En Hungría y Polonia la derecha se regocija en el nacionalismo, que excluye y discrimina. Vox, una nueva fuerza en España, recuerda la Reconquista, cuando los cristianos echaron a los musulmanes de España. Un nacionalismo reaccionario y furioso enciende la sospecha, el odio y la división. Es la antítesis del pensamiento conservador que consideraba que pertenecer a la nación, a una iglesia y a la comunidad local puede unir a la gente y motivarla a actuar por el bien común.