En este tablero estratégico, el sistema alimentario es una pieza clave, pues condiciona la supervivencia. Por eso, requiere una atención especial.
La guerra de Ucrania ha sido la gota que ha colmado el vaso de la tormenta perfecta, unida a la pandemia, la subida de precios de la energía y las agitaciones sociales consecuentes.
En los últimos años el sistema alimentario del primer mundo se ha basado en el libre comercio y la disposición ilimitada de recursos naturales. Los autores de esta investigación (*), los académicos españoles Julián Briz Escribano, Isabel de Felipe Boente y Teresa Briz, advierten que el escenario era un limbo de abundancia, desperdicio y mal uso de recursos, aunque el fantasma del hambre siga azotando a más de 800 millones de personas.
Los cambios necesarios para hacerlo más sostenible conllevan ganadores y perdedores, según el producto o servicio y su capacidad de adaptación. La alimentación, como sector estratégico, necesita una sensibilidad especial en cuanto a garantía de abastecimiento continuo, como es el caso de los cereales, oleaginosas, productos cárnicos y lácteos, entre otros.
El planteamiento de productividad vs. sostenibilidad está en la agenda político–económica. Hay presiones para cambiar el modelo agrario productivista reduciendo abonos, plaguicidas, impacto medioambiental y costes energéticos.
Pero en este momento se considera que deben esperar. Compatibilizar ambas posiciones es el reto a abordar. El desajuste de los indicadores económicos, con una inflación disparada, problemas de abastecimiento e inseguridad en las relaciones comerciales internacionales plantean reajustes necesarios, algunos de los cuales ya venían de antes.
Los cambios en los mercados exteriores –como el abastecimiento de productos básicos como cereales, girasol, fertilizantes, energía– se unen a la desconfianza en el sistema, con grupos sociales emergentes reivindicativos en toda la cadena alimentaria, desde agricultores y ganaderos, a transportistas, industriales y distribuidores.
La cadena alimentaria bajo la tormenta
La guerra de Ucrania, la pandemia, la climatología adversa, el desabastecimiento de materias primas, la escalada de precios y los costes de energía están provocando tensiones sociales donde surgen grupos afectados, con huelgas y manifestaciones.
Se buscan las causas y posibles soluciones en un escenario complejo y heterogéneo con un futuro impredecible. Las lecciones aprendidas nos llevan a buscar soluciones con audacia y prudencia. El sector alimentario es uno de los más sensibles, junto a la energía y la salud.
Hay una serie de interrogantes sobre qué, quién, cómo y cuándo actuar para capear la tormenta:
Qué: Implica identificar los sectores más vulnerables y el impacto en las distintas clases sociales.
Quién: Responde a los actores que deben involucrarse por su responsabilidad y capacidad de actuar, tanto públicos como privados. Siguiendo las pautas dadas en problemas de seguridad sanitaria alimentaria, los podríamos agrupar en tres grandes grupos: los expertos que identifican el problema y hacen propuestas para su posible solución, los políticos y funcionarios con capacidad de gestionar las medidas a tomar, y los comunicadores e informadores, habida cuenta de la proliferación de falsas noticias y la manipulación.
Cómo: En agroalimentación, la Política Agraria Común debe plantear cambios en varios frentes a distinto nivel. La reserva de 500 millones de euros tiene una cuota de 64 millones para España. Hay que flexibilizar regulaciones como la siembra en barbecho, el almacenamiento privado (como en el porcino) y la entrada de transgénicos. Los objetivos del Pacto Verde están bajo presión en lo concerniente al medio ambiente con la reducción de fertilizantes y plaguicidas.
Cuándo: Urge dar respuesta en varios escenarios y con distintos horizontes temporales. La teoría de la complejidad aplicada a las relaciones internacionales alcanza aquí su máximo exponente. Se ha creado una inseguridad en el mercado internacional.
En consecuencia, se busca la soberanía y, en su caso, el autoabastecimiento en alimentos y energía. De momento, se están buscando nuevos mercados proveedores o receptores.
Impacto en el comercio y el desarrollo
Rusia y Ucrania tienen un papel significativo en el comercio alimentario y energético. Su cuota es del 53 % en el aceite de girasol y 27 % en el trigo. Rusia es el segundo exportador mundial de petróleo y su posición es significativa en metales y productos químicos, incluyendo los fertilizantes.
El conflicto ha incentivado la escalada de precios en productos básicos (cereales y aceite girasol) afectando especialmente a países en desarrollo (Turquía, China, Egipto e India).
Mientras tanto, en los países más ricos, la subida no llega al 1%, exceptuando Holanda (9 %) y España (6 %). Debemos prestar atención especial a los ciclos de precios en dichos productos. Las grandes subidas han provocado en el pasado situaciones conflictivas por desabastecimiento y carestía, como las protestas en 2008 y la Primavera Árabe en 2011. Recientemente ha habido protestas violentas en Perú y huelga de transportes en España por la subida de la energía.
El cambio de origen y destino en los flujos comerciales supone también un incremento de costes, por una mayor distancia y subida de fletes. Debemos pasar de abastecernos de Ucrania, en el área mediterránea, a hacerlo de países trasatlánticos como Argentina o EE. UU. Estas turbulencias están incentivando otros canales comerciales, como la conocida ruta de la seda. El comercio ferroviario China–Europa ha pasado del 5 al 8% en 2021.
(*) Julián Briz Escribano es Catedrático emérito, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); Isabel de Felipe Boente es Profesora jubilada de Economía y Desarrollo, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); y Teresa Briz es Profesora Contratada Doctora. Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica, Alimentaria y de Biosistemas, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
El mundo en plan de desglobalizarse
Ese aumento del comercio que se estaba dando a medida que las economías salían de la pandemia se detiene con las nuevas barreras a la exportación. Muchos inversores estiman que la globalización podría haber llegado a su pico luego de 30 años de crecimiento.
Algunos arriesgan que los volúmenes intercambiados podrían reducirse por las disputas entre las naciones luego de la invasión rusa a Ucrania y por los esfuerzos de las compañías de crear resiliencia en sus cadenas de suministro.
No sería la primera vez que una crisis desencadena cambios importantes en los patrones de intercambio. El crecimiento del comercio se desaceleró notablemente luego de la crisis financiera global de 2008-09. Otra era anterior de globalización, ligada a la revolución industrial y apuntalada por el patrón oro, fue desmantelada por la primera guerra mundial. La participación del comercio en el PBI global no volvió al nivel de 1914 hasta mediados de la década de 1970.
El desafío para los defensores de la globalización es determinar la escala de la posible regresión, incluyendo su impacto sobre la competencia, las cadenas de suministro y el daño a las economías en desarrollo.
Se cree que las presiones geopolíticas van a generar un cambio hacia la desglobalización. Ese aumento del comercio que se estaba dando a medida que las economías salían de la pandemia se detiene con las nuevas barreras a la exportación que se levantan.
La fuerte demanda, los altos precios del transporte marítimo y el aumento en los aranceles o sanciones punitivas en medio del conflicto en Ucrania está llevando a las empresas y a los países a priorizar resiliencia sobre eficiencia. Al modelo de fabricación just-in-time siempre le resultó difícil pasar el examen de las crisis financieras, desastres naturales, la pandemia. Y ahora la guerra.
Los críticos de la globalización dicen que costó empleos en el mundo desarrollado y ensanchó la brecha entre países ricos y pobres. Pero gran cantidad de evidencia muestra que fue la mejor tecnología, más que el comercio, lo que llevó a menos empleos en la manufactura y que la globalización aumentó la eficiencia y la productividad.
Ganadores y perdedores
Las grandes ganadoras en los últimos 30 años fueron las economías emergentes que se integraron a la economía mundial y elevaron su nivel de vida. Ellas generaron el 60% del crecimiento global en los últimos años, comparado con 40% a principios de los 80, según cifras del FMI.
Las tasas de pobreza extrema absoluta cayeron significativamente, especialmente en los países asiáticos que pasaron a formar parte de la economía global.
Entre los perdedores figuran los trabajadores de bajos ingresos en las economías avanzadas a causa de la mayor competencia, aunque eso fue compensado por productos y servicios mucho más baratos.
La desglobalización reduciría la eficiencia de las empresas elevando los precios y reduciendo la competencia, dice Adam Posen, presidente del Peterson Institute for International Economics.