La actual grieta en la que una parte de la sociedad argentina presume estar dividida no es más que una de las remakes de la antigua competencia entre la tradición liberal democrática y la autoritaria corporativa que en Europa, por ejemplo, la vía de ingreso a la modernidad que siguió a la Segunda Guerra Mundial dirimió en favor de la primera.
Este enfoque lo aborda este académico italiano, nacido en Forli, y que da clases en la Universidad de Boloña, en libros y artículos sobre el populismo, el peronismo, la Iglesia, publicados en diversas revistas de Europa y Latinoamérica.
Entrevistado por Mercado, descarta que en Argentina se esté gestando un cambio profundo, revolucionario. Y advierte que “los populistas, al querer encarnar la unanimidad del pueblo, transforman su propio pueblo –que puede ser mayoría, pero no es la totalidad– en todo el pueblo”.
Contradicciones internas
–¿Existen posibilidades de que los comicios legislativos de octubre en Argentina sean la llave de paso hacia un régimen populismo del que ahora solo hay amenazas?
–La cuestión sería si, en caso de ganar el Gobierno la elección de medio término, ¿aprovechará para profundizar un camino hacia un orden de tipo estrictamente populista? ¿”El camino venezolano”? Hay síntomas que indican que parecería que sí. Pero el peronismo es un “animal complejo”. Desde la perspectiva histórica, no creo que todo el movimiento peronista esté dispuesto a seguir un camino por el estilo. Ya se ven algunas diferenciaciones. Acabo de leer declaraciones de Guillermo Moreno, que reflejan el pensamiento de un peronismo ortodoxo, que nunca quiso acompañar una radicalización en el sentido de un populismo extremo y tiene además el apoyo del Pontífice. Veo más probable un creciente conflicto dentro del peronismo. A medida que se radicaliza, las contradicciones internas están destinadas a aumentar.
–¿Hay un antes y un después en la política argentina marcado por la elección de medio término en ciernes?
–No sé si estas elecciones van a ser tan decisivas e importantes. La crisis política, institucional, económica, social argentina no va a esperar a las elecciones. Ya está declarada, abierta. La pregunta sería cómo llegará Argentina a estas elecciones con todos los conflictos ya sobre la mesa. Todavía falta mucho.
–¿Cabría esperar un cambio radical en el rumbo del país a partir de octubre?
–Muchas veces cometemos el error de no pensar en perspectiva histórica. De quedar absorbidos por el presente. Puedo tener una deformación profesional como historiador, pero lo cierto es que todas las veces que me dediqué a estudiar una época, no encontré ninguna que no se haya pensado como de cambios extraordinarios, de revolución, de pasaje de una época a otra. Hoy leía una revista argentina de los 70 y las convicciones eran las mismas de siempre: estamos en un punto de quiebre, en pleno proceso de cambios, y la verdad es que no surge que el día de mañana sea totalmente diferente. La ola de populismos que hemos vivido, y que en alguna medida seguimos viviendo, corresponde a cierta regularidad en los ciclos históricos. Si miramos los últimos 200 años, cuando crecen la interconexión en el mundo, la confianza en la interdependencia, el libre comercio, el amor a la libertad individual, como sucedió en los 80 y los 90, el efecto que también tienen estos períodos es de producir un sentido de desgarramiento, de pérdida de identidad, de ruptura de vínculos sociales, y por lo tanto suelen ser sucedidos por un ciclo que hoy lo llamamos populista.
En otros tiempos lo llamábamos totalitario o autoritario, o nacionalista, o identitario, o nativista, todas estas cosas vienen juntas. Es lo que vivimos actualmente en Argentina y en gran parte del mundo, aunque no en todos lados de la misma forma. Argentina es un lugar especialmente arquetípico de la tradición populista. Y, en cambio, la liberal es menos acentuada.
Una utopía cuasi religiosa
–¿El aumento de la pobreza y la falta de crecimiento en Argentina han exacerbado el populismo, o es al revés?
–He tratado mucho este tema y creo que la respuesta correcta es que el populismo reproduce las condiciones que, causando la pobreza, lo realimentan. Es un perro que se muerde la cola. El gran drama del populismo, en especial en América Latina, es que se basa en una utopía, finalmente de tipo religioso. Es una idea que se remonta a las épocas del Antiguo Testamento, o tal vez más atrás todavía, se apoya en que es posible el reino de Dios en la Tierra. Y, si no lo fuera, es porque está amenazado por el vicio utilizado esencialmente por el comercio, el dinero, y en definitiva por el intento del hombre de mejorar sus condiciones. Esta utopía anticomercial, antiestatista, antiprosperidad efectivamente genera pobreza. Y así es como se crea una retórica más “pobrista”. Porque al pobre hay que protegerlo, defenderlo, y por lo tanto dispensarle una actitud paternalista que una vez más marcha en contra de la lógica comercial.
–¿Es posible cortar una centrifugación de ese tipo?
–Romper esta cadena requiere de un cambio de mentalidad. Los países latinoamericanos en los que esta utopía de la restauración del reino de Dios en la Tierra ya no funciona, porque el mundo político se ha secularizado, son los que menos padecen el populismo. Eso no significa que tengan menos problemas. Pienso en Uruguay, en el mismo Chile, que al menos no tienen la pulsión hegemónica y totalitaria del populismo.
–¿Existen populismos de izquierda y de derecha?; ¿cómo se los identifica?
–En el sentido técnico, hay un populismo de izquierda en el que al pueblo mítico se lo hace coincidir con el pobre y, por lo tanto, la utopía redentora se basa en un ideal igualitario. En cambio, habría un populismo de derecha, que según las definiciones clásicas, identifica a un pueblo basado en etnos, la etnia, lo cual lo torna excluyente.
Pero a mí, nunca me pareció que esta división del populismo de izquierda o de derecha sirviera mucho. Pienso que la característica común de ambos es la pretensión de representar el todo. O sea que su idea es que su pueblo lo defina: que lo hagan los pobres, que sea un pueblo definido religiosamente, étnicamente; lo que es relevante para el populismo, para entender su naturaleza, es que su pueblo, desde ese punto de vista, es el único pueblo legítimo. Porque no está basado en un pacto político o racional, sino que se lo entiende en un sentido romántico. Es decir, definido en base a una característica prepolítica, finalmente de tipo moral. Por lo tanto, se llega a la paradoja de que un pueblo puede ser hasta una pequeña minoría, pero se sigue pensando como el único pueblo legítimo, porque pretende encarnar una identidad y una moral histórica.
–¿Hay populismos para ricos europeos y otro para pobres latinoamericanos?
–El populismo no tiene raíces estrictamente económicas, no es la pobreza la que lo genera, sino la transformación rápida. Y si la pobreza produce agitación social es a breve plazo. En América Latina, los casos de populismo más radicales, pensemos en el peronismo, en el chavismo, en el castrismo, no se dieron en los países más pobres sino en los relativamente más ricos. Que conocieron una rápida y profunda transformación en la que, por lo tanto, la ruptura de los vínculos identitarios tradicionales produjo una demanda de reintegración. El populismo promete restablecer la unanimidad y la identidad perdidas. Es esta la causa del gran éxito que ha tenido.
En Europa hay que hacer diferencias. En el lado oriental, los populismos de Polonia o de Hungría están asociados a una gran transformación modernizadora después del retorno a la democracia y el ingreso a la Unión Europea. Tuvieron soberanía limitada durante décadas y, por lo tanto, la clase dirigente y la opinión pública son enormemente sensibles a un discurso de reintegración.
En Europa Occidental se ve de una forma completamente distinta. Los cambios que fundamentalmente produjeron el estancamiento económico, la transformación tecnológica y la inmigración, que no casualmente es el tema principal, también crearon una difundida percepción de fragmentación. De pérdida de un orden o de una sociedad homogénea culturalmente. Al mismo tiempo, sin embargo, en Europa las instituciones de la democracia representativa, aunque sea con dificultad, en la mayoría de los casos están logrando metabolizar el desafío populista, que se adapta a las reglas de juego de la democracia liberal. No me parece que en este momento haya realmente en Europa Occidental peligro de destrucción del orden liberal democrático. Hay, eso sí, un cambio que no sabemos cómo terminará.
–¿A qué se refiere?
–Nadie puede saber cómo serán los efectos de la pandemia, pero por los estudios que existen al respecto el punto más alto de la popularidad ya ha sido logrado por los movimientos populistas. En Europa no da la impresión de que estén cerca del poder. Cuando llegan lo hacen en coalición (pienso en Italia con el movimiento de las Cinco Estrellas, o antes con la liga norte, en España con Podemos, en Grecia (con lo sucedido con Tsipras y su partido) y cuando lo consiguen, generalmente tienden a perder su carga destructiva o potencialmente subversiva. Se adaptan y, en consecuencia, pierden consenso. Actualmente, según las encuestas, el nivel de adhesión del que gozan tanto Podemos en España como Cinco Estrellas, en Italia, se encuentra mucho más bajo que el que tenían en su momento de mayor expansión. En síntesis, en Europa Occidental, al hibridarse con la democracia representativa, el populismo perdió fuerza.
Un arraigado antileberalismo
–¿Puede atribuirse a las raíces monárquicas sobre las que se asentó América Latina el componente autoritario y desapego por las instituciones republicanas que caracteriza a sus ciudadanías?
–Esto lo enfoco desde una perspectiva histórica, que es mi oficio, por otra parte. En Europa Occidental, la competencia entre una tradición liberal democrática y una autoritaria corporativa se dio hasta la Segunda Guerra Mundial, que desembocó en un consenso liberal democrático de las naciones situadas al oeste del muro de Berlín. En América Latina no existieron las mismas condiciones que las derivadas de una conflagración bélica de tamaña magnitud, y un poco porque esta región no pasó por semejante experiencia y otro poco porque la tradición liberal democrática, el Estado de derecho, la división de poderes, las libertades individuales, la separación entre política y religión, fueron vividas como una especie de colonización ideológica por parte de las grandes potencias protestantes y anglosajonas, ya que en ellas habían nacido y crecido estos ideales. Por lo tanto, en América Latina se mantenía y se mantiene aún ahora esta dualidad entre un modelo liberal democrático, que en Europa desapareció con la Segunda Guerra Mundial y varios países del “Nuevo Mundo” que con sus límites siguieron, y un modelo autoritario–corporativo, que nunca creyó en la democracia del tipo liberal, que concibe al pueblo como una entidad homogénea. Por lo tanto, no le debería importar la separación de los poderes y aceptaría ser representado por una sola voz de caudillo, o del “monarca” llamado Presidente. Era la figura que en su momento había evocado Simón Bolívar.
–¿Se vuelve a repetir el choque de grietas en la próxima elección argentina?
–La convivencia de estas dos ideas en torno de la democracia desde la perspectiva de la tradición liberal, que en el mundo son inconciliables, ha estado presente en toda la historia argentina. Si el país no progresa es porque finalmente arrastra un lastre de este arraigado antiliberalismo o anticapitalismo, que ve la modernidad como colonialismo y que, por lo tanto, termina cultivando una utopía regresiva, un sueño de un mundo del pasado que no se resigna a cambiar.
–¿Cómo podría liberarse la sociedad de ese cepo?
–La tradición autoritaria corporativa, que tiene en el peronismo su mayor expresión, sigue pensando que la realización de Argentina tiene que pasar por una eterna lucha de liberación contra un enemigo externo, cuya prolongación identifica en todos los sectores medios, cosmopolitas, abiertos al mundo, que viven adentro mismo de la Argentina. Y mitifican un pueblo que sería heredero de una identidad histórica que vive el racionalismo occidental como una colonización. Piensan que existe un pueblo mítico, que es la verdadera América, el verdadero pueblo, y que este es corrompido por la modernidad occidental.
–¿En qué cambiaría la perspectiva del país si a partir de octubre se afianza el populismo o si es morigerado por la versión heterodoxa del modelo liberal democrático?
–Mientras dure esta división en Argentina no van a encontrar ni estabilidad política institucional y menos aún las condiciones para el progreso económico y la prosperidad.