Se trata de un debate imposible de imaginar hasta hace poco tiempo atrás. Es cierto que se venía insinuando, pero tal vez la dichosa pandemia también tuvo algo que ver en la aceleración del proceso.
El caso es que líderes empresariales, empresas y organizaciones que las nuclean, entraron en territorio desconocido –y hasta ahora cuestionado–.
En Estados Unidos se comienza a hablar del “CEO político”. Un líder empresarial que habla y opina sobre temas que antes le eran vedados.
Uno de los primeros antecedentes fue el caso de Citigroup en 2018. El banco hizo público a sus clientes para que restringieran las ventas de municiones luego de la matanza ocurrida en uno de los colegios del país. La reacción negativa fue particularmente intensa desde la perspectiva del Partido Republicano. El Estado de Luisiana llegó a impedir que Citigroup suscribiera operaciones con bonos municipales. Pocos días después de la horrenda matanza ocurrida en un colegio en 2018, Ed Bastian, CEO de Delta, cortó su relación con la National Rifle Association y provocó la ácida crítica de los republicanos.
En situación parecida se encuentran Coca-Cola y Delta tras que ambas firmas denunciaran una nueva y política ley electoral den el estado de Georgia, que aparentemente busca que voten menos negros.
Lo cierto es que cada vez más, y desde las manifestaciones Black Lives Matter de 2020, las empresas se ven obligadas a desarrollar políticas sociales que se alejan de los asuntos centrales de sus negocios de poner aviones en el aire o de vender gaseosas. Y cada vez más se van a encontrar en problemas con los dirigentes políticos que se sienten cuestionados.
La creciente intervención empresarial en esos temas controvertidos, tiene mucho que ver con el auge del ESG en el campo del management. Tras este concepto, subyace una idea simple: si a las empresas se las obliga a controlar y revelar el daño que ocasionan a la gente y al planeta, las fuerzas del capitalismo pueden ponerse en acción. Los inversores y los consumidores terminarían premiando el bien y castigando el mal. Pero hasta ahora, poco salió como lo previsto.
En los últimos veinte años, hubo informes de sustentabilidad por todas partes y torrentes de dinero fueron a parar a las inversiones ESG, pero las emisiones de carbono siguieron aumentando, la desigualdad creció y hubo muy poco progreso en cuanto a detener la destrucción ambiental.
Pero lo cierto es que la gran polémica hoy pasa por otra parte: ¿cuál debería ser el verdadero contenido de los informes de sustentabilidad y RSE, por ejemplo, cuáles los temas nuevos que hasta ahora no han logrado ganar presencia?
Larry Fink, CEO de BlackRock el gran inversor, se mostró a favor de los informes ESG obligatorios. Pero eso solo no será suficiente. Para atacar de verdad problemas como el del cambio climático, los gobiernos deben intervenir de una forma que “no sería popular en el mundo empresarial”.
Esas intervenciones “requerirían cambios en las reglas que gobiernan la conducta de las empresas, una revaluación de los recursos para atender fallas de mercado y una reorientación de la forma en que se asignan los activos públicos y cómo se distribuye el poder”:
Más recientemente, hubo alguien también del ámbito empresarial que se animó a transitar el resbaladizo camino de la política.
Mayores problemas del mundo
En su carta anual a sus accionistas el CEO del JPMorgan Chase, Jamie Dimon, habló de la recuperación económica después de Covid–19, de sus ideas sobre liderazgo, del propósito de las empresas y de las políticas públicas estadounidenses. El documento tiene 66 páginas –tres veces más larga que la carta del año pasado– y 22 de ellas están dedicadas a sus prescripciones para reconstruir Estados Unidos y para ocuparse de lo que considera los mayores problemas del mundo: cambio climático, pobreza, desarrollo económico, y desigualdad racial.
Es el manifiesto de un banquero a favor de una forma de capitalismo más progresista disfrazado de informe corporativo.
La carta de Dimon fue enviada precisamente una semana después de que muchos CEO importantes se expresaran en contra de la nueva ley en Georgia que limita el acceso al voto de una manera tal que afectará desproporcionadamente a los estadounidenses negros.
La mayoría de esas manifestaciones empresarias en defensa de la democracia fueron breves, tardías (muchas aparecieron después de la votación y por presión de activistas) y cuidadosamente idealistas. “El derecho al voto es la esencia de la sociedad democrática y la voz de cada votante debe ser escuchada”, escribió Business Roundtable, que representa a casi 200 CEO.
El método del presidente de Microsoft, Brad Smith, fue más al estilo de Jamie Dimon. En un blog se ocupó de cada una de las principales cláusulas de la ley e instó a “la comunidad empresarial a tener principios, sustancia y a explicar concretamente sus preocupaciones”.
(¿Y en la Argentina? La decisión del Gobierno nacional de cerrar las escuelas en el AMBA, en especial en la ciudad de Buenos Aires mereció un intenso cuestionamiento por parte del grupo de WhatsApp “Nuestra Voz”, en el que se encuentran 220 empresarios participantes).
Cómo hacer para que ESG perdure en el largo plazo
Las inversiones ESG (por su sigla inglesa para Ambiente, Sociedad y Gobierno de la empresa) están plagadas de inconsistencias y de mediciones poco claras. Las metas éticas y de sustentabilidad necesitan una brújula única y clara para evitar los malos resultados.
El movimiento ESG, que mide los efectos que tienen sobre el planeta las buenas prácticas ambientales, sociales y de administración empresarial, se propone pasar de la maximización financiera de los accionistas a la optimización múltiple de los stakeholders, o sea, de la sociedad, de la comunidad y de los empleados de la organización.
Es un movimiento que surgió cuando empresas e inversores advirtieron que si no prestaban atención a las “externalidades” –o sea el daño que provocan en el medio ambiente, o el impacto de su accionar en la comunidad, o todo lo que ocurre a lo largo de su cadena de suministro, o lo que ocurre con problemas sociales como diversidad o desigualdad– todos esos problemas, hoy, se vuelven contra ellas.
Una inversión ESG busca que la empresa perdure y triunfe en el largo plazo. Pero si la estrategia se encara en forma deficiente, además de no lograr las metas de sustentabilidad, puede estropear todo y decepcionar a los mismos grupos que pretende ayudar. En realidad, la agenda ESG debería ser abordada con determinación. Pero por una serie de motivos, los resultados obtenidos pueden no ser buenos.
La agenda pone a las empresas a la defensiva. A muchas organizaciones les preocupa no poder cumplir con las demandas de los activistas ambientales y de justicia social. Eso las vuelve reacias a invertir e innovar. Sin embargo, la innovación es la herramienta más importante para hacer frente a muchos de los desafíos del cambio climático, la inequidad y la discordia social.
Las inversiones ESG –en el orden de los US$ 45 billones– están plagadas de inconsistencias y de mediciones poco claras. Inversores y lobistas usan diferentes metas y estándares de evaluación y priorizan distintos temas, como las emisiones de C02 o la diversidad.
ESG no está exenta de costos y la mejor expectativa de éxito a largo plazo está en la capacidad de los empresarios para mantenerse en sintonía con su impacto y sus consecuencias no buscadas. Por ejemplo, si bien el argumento a favor de la diversidad es incontrovertible, los esfuerzos que se hagan por la inclusión deberían tener en cuenta las posibles víctimas de la discriminación positiva.
Además, a pesar de que los defensores de ESG marcan una clara dirección para el manejo de las organizaciones, estas tienen que mantener sus operaciones y su valor mientras manejan los activos y el personal en un mundo donde los valores culturales y éticos distan mucho de ser universales.
Si bien el foco en la ética es absolutamente loable, temas como derechos humanos, preocupaciones ambientales, paridad racial y de género, privacidad de los datos y derechos del trabajador también suman estrés a las compañías globales.
A veces muchos se preguntan si los que abogan por ESG se dan cuenta de que su enfoque adopta el estrecho punto de vista occidental y la perspectiva económica de los países ricos.
Para ser verdaderamente sustentable, ESG exige soluciones globales a problemas globales. Las propuestas deben ser escalables, exportables y digeribles para países emergentes como India y China. De lo contrario ningún esfuerzo moverá el amperímetro.
Los líderes empresariales son conscientes de la necesidad de poner más foco en ESG. Después de todo, ante la presión por lograr una solución a la pandemia global, se produjeron vacunas en meses en lugar de 10 años.