ANÁLISIS | Portada
Por Javier Rodríguez Petersen
El diagnóstico es unánime: la economía argentina está entrando a un período de desaceleración marcada e inflación alta que, más temprano o más tarde, generará (o aumentará) ciertas tensiones. Mientras, la inflación no cede, ni siquiera en las estadísticas oficiales.
Hay informes que muestran que ya hay sectores que entraron en recesión (según el IPI de Fiel, por ejemplo, la industria acumula dos trimestres seguidos de contracción). La mayoría de los analistas, sin embargo, dicen que los pronósticos son moderadamente más optimistas que a fines de 2011 gracias a un contexto externo menos preocupante con una certeza y varias suposiciones: la soja sigue cara, la crisis europea parece menos grave, España no va al default, Grecia no sale del euro, Brasil y EE.UU. mantienen un moderado crecimiento y China sigue a ritmo firme.
El contexto externo, entonces, muestra algunas complicaciones pero está lejos del crack. Mientras, en el contexto interno afloran problemas vinculados, por ejemplo, a las tensiones con el tipo de cambio, los límites que distintos factores –incluidas algunas políticas oficiales– le están poniendo a la expansión de la oferta, la desaparición de los superávits y las dificultades para bajar sensiblemente la “nominalidad” de la economía.
En ese marco, hay quienes hablan de “estanflación” (estancamiento más inflación), pero no todos coinciden. De un punto al otro, Marina Dal Poggetto, de Bein y Asociados, está entre quienes no ven ese escenario en el horizonte; mientras que, desde Elypsis, Luciano Cohan no lo descarta en absoluto. La situación, en todo caso y cuanto menos, parece amoldarse mejor a uno de los más recientes neologismos de la economía: la “decelinflation”, o sea, desaceleración con inflación.
Ricardo Delgado
Los datos disponibles
En el Relevamiento de Expectativas Macroeconómicas (REM) publicado en abril por el Banco Central (BCRA), los analistas que participan en esa encuesta manifestaron que para 2012 esperan, en promedio, crecimientos de 4,4% en el PIB, de 4,5% en el Estimador Mensual de Actividad Económica (EMAE), y de 4,1% en el Estimador Mensual Industrial (EMI), todo con una inflación de 13,6% (y en aceleración, porque la calculan en 14,7% de febrero a febrero). Hay que tener en cuenta un dato: desde hace tiempo, el REM está relativamente devaluado porque muchos economistas arriesgan los números que creen que dará a conocer el Indec y no los que calculan para la economía real; es decir que el contraste es mayor aún.
Algo parecido sucede con las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI). En su más reciente World Economic Outlook (WEO, de abril), el organismo asigna a la Argentina, en 2011, un aumento del PIB de 8,9%, con una inflación de 9,8%, mientras que prevé para este año un crecimiento de 4,2% con un aumento de precios de 9,9%. Y aclara a renglón seguido que eso es en base al Indec y que el staff del Fondo está usando índices alternativos que muestran desde 2008 un menor ritmo del PIB y una mayor inflación.
Otros análisis de universidades y consultoras encienden más luces de alerta. Según el IPI de Fiel, la industria se contrajo 0,8% en el tercer trimestre de 2011 y 0,9% en el cuarto, con un crecimiento de 0,3% entre diciembre y enero pero con otra caída de 0,7% de enero a febrero, mes en el que la actividad industrial (desestacionalizada) cayó a su nivel más bajo en casi un año y medio.
El índice Líder de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) registró en febrero una caída interanual de 10,2%, más profunda que en los meses anteriores y sugiriendo, según el análisis, la continuidad de la desaceleración de la actividad económica y una alta probabilidad de una recesión.
El escenario se confirma con números oficiales. Según el Indec, el PIB se incrementó en el cuarto trimestre de 2011 en 0,8% con respecto a los tres meses previos y 7,3% con respecto al mismo período de 2010; en ambos casos, es el crecimiento más bajo desde la salida de la crisis 2008/2009. El EMAE mostró en febrero una suba interanual de 5,2%, la más baja desde fines de 2009 y con una tendencia ciclo que tiende a amesetarse desde el último trimestre de 2011.
La situación es más complicada en la industria: el EMI de marzo (desestacionalizado) muestra un alza interanual de 1,8%, pero una caída de 0,7% frente al cuarto trimestre del año pasado (los bloques más afectados son textil, refinación de petróleo y papel y cartón/edición). Y es más difícil aún en la construcción, cuyo índice de actividad (ISAC) cayó en marzo (desestacionalizado) 6,5% frente a febrero y 4,5% con respecto al mismo mes de 2011, con un pronóstico entre estable y negativo por parte de los empresarios del sector encuestados por el organismo oficial.
Por el lado de los precios, mientras, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) del Indec creció en marzo 0,9% mensual –junto al de enero, el más alto en más de un año– y 9,8% en los últimos 12 meses; el de Precios Mayoristas (IPIM), 1% frente a febrero y 12,7% marzo/marzo (en un desfasaje con respecto al IPC que se mantiene constante desde 2007); y el de la Construcción (ICC), 0,5% mes a mes y 21,1% en el acumulado de 12 meses, a un ritmo que duplica al de los últimos dos años. La inflación, entonces, se mantiene entre constante y en aceleración incluso en las planillas del Indec.
El cristal con que se mire
Ricardo Delgado, director de Analytica, está entre aquellos a los que la situación no les parece apremiante. “Desaceleración, sí; fuerte, depende del cristal con que se mire. Nuestra proyección es de un crecimiento de 4%, contra 7% real del año pasado. Algunos colegas hablaban de que la Argentina estaba en recesión o se encaminaba a ella; los datos no lo convalidan, aunque sí vamos a convivir con una tasa de inflación poco inferior a la del año pasado, del orden de 20% en los precios minoristas”, dice.
Otros opinan muy distinto. “Es un mal escenario, pero cuán malo depende de las causas. Por ejemplo, una corrección en los subsidios y en el tipo de cambio sería recesiva e inflacionaria a corto plazo, pero mejoraría la competitividad y las cuentas públicas. Por otro lado, una inflación empujada por los costos salariales en un contexto de baja actividad empeoraría los desequilibrios externo y fiscal”, dice José Fanelli, de Cedes, sobre el combo de desaceleración e inflación.
Desde Fiel, Juan Luis Bour subraya las “condiciones de recesión” en la industria y “los indicadores flojos” de la construcción, que atribuye tanto a la salida de capitales que se aceleró en la segunda mitad del año pasado como al cepo cambiario con el que el Gobierno puso freno a esa sangría. Advierte, además, que “las restricciones a las importaciones pueden causar una transitoria menor actividad” mientras “aumentan significativamente algunas tarifas del sector público, sobre todo en Buenos Aires” y se da, simultáneamente “más política fiscal y monetaria expansiva”. “Eso da un cóctel de sostener la demanda sin oferta”, cuestiona.
Los pronósticos de Elypsis son pesimistas: crecimiento de 2,6% (gracias a un “arrastre estadístico” de 1,6 puntos) e inflación de 24%. “No descartamos un estancamiento en la segunda mitad del año. Y aun si eso no ocurre, en un contexto de estanflación, que no es otra cosa que crecimiento bajo con inflación alta, es factible que se vea un deterioro en las condiciones sociales, un fenómeno que fue contenido en el pasado a través de incrementos en los salarios reales y gasto público social que son difíciles de reeditar con un tipo de cambio apreciado y cuentas fiscales en rojo”, apunta Cohan.
Juan Luis Bour
El principio de no contradicción
En la teoría, una recesión o una desaceleración notoria aflojan la presión sobre los precios –por ralentización de la demanda– y eso impacta en una inflación más baja. Pero eso es solo si no hay ruidos.
Delgado afirma que el que se entienda o no como contradictorio un escenario de desaceleración con inflación “depende de qué se crea que explica la inflación”. “Si se cree que son los factores clásicos, sí. Pero esto mismo pasó en 2009, que hubo recesión (según nuestros números, –1,5%) y la inflación fue de 14%”.
Para el director de Analytica, la inflación hoy se explica por un “componente inercial de expectativas altas” –las expectativas de inflación a 12 meses que mide la UTDT registraron en febrero y marzo una media de 30%, cuando por un año se habían mantenido en 25%–; por “un componente estructural: la demanda crece más que la oferta”; “algún impacto marginal en los precios de algunos insumos por las restricciones a las importaciones” y por “expansión monetaria y fiscal”. “Con ese combo –evalúa–, es muy difícil que la tasa de inflación pueda bajar sensiblemente”.
En líneas generales, Fanelli coincide con esos puntos: “La reducción en la demanda agregada empuja la inflación para abajo. Pero las restricciones a la importación reducen la oferta. Por lo tanto, no está claro que la inflación deba reducirse. Además, la negociación paritaria no parece estar jugando en la dirección de reducir la presión inflacionaria. Hoy por hoy, las únicas variables que operan claramente en el sentido de reducir la inflación son la evolución del tipo de cambio nominal y el mantenimiento sin cambios de los subsidios al precio del transporte, la energía, etc.”
Temas recurrentes
Las discusiones por la “nominalidad” de la economía y por el tipo de cambio van de la mano del debate sobre el ritmo inflacionario en todos los análisis. Casi tanto como el tema de cómo maneja el Gobierno “las cajas” de la macroeconomía (y con cuánto margen) ahora que desaparecieron los superávits gemelos que eran los pilares del “modelo” (el último informe del IAE de la Universidad Austral señala que 2011 cerró con +US$ 17 millones en cuenta corriente pero con –US$ 2.267 millones en la cuenta de capital y financiera; y el de Elypsis, que el saldo fiscal primario fue negativo por primera vez desde 2001, aunque se vio compensado por el superávit cuasifiscal proveniente, principalmente, de las utilidades del Banco Central).
Dal Poggetto resalta que “la inflación se viene manteniendo estable”, aunque sea en torno a 20%. “Había dos anclas: el tipo de cambio y los servicios públicos congelados, con una nominalidad que avanzaba muy rápido. Eso era inconsistente, y el consumo se sostenía porque la economía generaba dólares suficientes para mantener estabilizadas las reservas. Eso, hasta la fuga de reservas del año pasado, que recién volvió al nivel inicial cuando el Gobierno, en cierta medida, prohibió comprar dólares”, analiza.
Para la economista, el Gobierno apuntó tanto a la represión, con controles que no pueden ser eficaces por mucho tiempo, como al freno a la nominalidad por distintas vías: la reducción de subsidios que se vio congelada por el enfriamiento de la economía y las paritarias con expectativas más bajas (el consenso, hoy, habla de aumentos de sueldos algo superiores a 20% –23,16% según el REM del Banco Central–, frente al casi 30% de 2011). Pero ahora, dice, al ancla cambiaria “se suman la brecha cambiaria y los controles a las importaciones”.
El informe de abril del Estudio Bein (“Urgente… gestionar el largo plazo”) señala que durante la fuga de capitales del año pasado se rompió el equilibrio “necesario” entre expectativas de devaluación y tasa de interés. Ese desequilibrio se mantiene, con una tasa Badlar negativa en términos reales (menor a la inflación). Y ante el “cepo” cambiario, la brecha entre el dólar oficial y el “blue” (o el de las operaciones de “contado con liqui”) sigue siendo alto (de hasta 15% o más). “La pregunta del millón –dice el informe– es cuánto tiempo puede funcionar una economía en la que está limitada la salida de dólares, y por ende no hay ningún estímulo a la entrada de capitales más allá de la obligación de liquidar el flujo de divisas originado en el país”.
José María Fanelli
Mayor corrección esperada
También Fanelli cree que la distancia “entre los dólares de distintos colores es clave”. Y explica: “Cuanto mayor la brecha cambiaria, mayor la corrección esperada del dólar y, por ende, mayor será la presión por controlar las importaciones, lo que afecta el nivel de actividad y promueve la inflación. Asimismo, en algún momento las tasas van a reaccionar y ello es recesivo. La marcha del salario real es también clave y ello depende, a su vez, de la inflación”. Toda una serie de eventos concatenados. Y un detalle: con ese marco, mientras más demoren las paritarias, más probabilidades de que los acuerdos incorporen la inflación acumulada y sean, por ende, más elevados.
Bour advierte, además, sobre el desgaste que están mostrando tanto las anclas con las que el Gobierno trata de mantener controlada la inflación –tipo de cambio y servicios públicos– como los anabólicos de la actividad: “Las tasas de interés negativas en términos reales están sosteniendo la demanda pero al costo de un crecimiento muy bajo de los depósitos: crecen 22 ó 23% interanual, acompañan la inflación. Pero si se les resta el interés que pagan esos depósitos, están apenas pagando ese interés, sin recuperarse en términos reales”.
Algo que repiten muchos economistas es que, después de las elecciones de octubre, el Gobierno claramente buscó cuidar la caja “en dólares” –reservas y balanza fiscal externa–. A eso apuntan las restricciones cambiarias y a las importaciones. Pero las primeras, aunque sirvieron para acotar la fuga de divisas y frenar las presiones devaluatorias, impulsaron la brecha cambiaria.
Y las segundas sirvieron para mejorar el resultado de la balanza comercial –las importaciones venían creciendo a un ritmo mucho mayor que las exportaciones, hasta que este año comenzaron a caer (1% en febrero, según Indec, y 8% en marzo, según Abeceb.com)– pero provocaron contracciones (restringidas) en la oferta y algunos inconvenientes en algunas cadenas de producción. Y, además y sobre todo, no son sostenibles en el tiempo. Según el análisis del estudio Bein, el objetivo sería liquidar stocks por el equivalente de un mes de importaciones, con el consiguiente impacto en la balanza externa. En cuanto a la caja fiscal, hay coincidencia en que el ahorro que se planificaba vía reducción de los subsidios se vio (muy) acotado.
Herramientas
Con matices, los diagnósticos son parecidos. Los pronósticos y, sobre todo, las recetas, menos. El quid: qué herramientas tiene a manos el Gobierno y hacia qué objetivo deberían orientarlas. ¿Debería apuntar a reducir la inflación a riesgo de ralentizar aún más el crecimiento o debería fogonear la actividad a riesgo de espiralizar los precios? ¿Y si fallan ambos objetivos?
En el informe económico de abril del IAE, por ejemplo, Eduardo Fracchia escribe que “muchas de las (últimas) medidas adoptadas (por el Gobierno) no son apropiadas” en términos de dinamismo de la economía. Y menciona esas medidas inapropiadas: “Proteccionismo discrecional que complica al nivel de actividad, cierta vuelta atrás (con la quita de subsidios), control de cambios, exceso de gasto público y la modificación de la Carta Orgánica del BCRA”. Lo que se dice una mirada crítica.
De cara al qué hacer, Fanelli, por ejemplo, no duda de que “la Argentina necesita un plan consistente para controlar la inflación y corregir los precios relativos”. Delgado rechaza casi de plano las metas de inflación (aunque pone como ejemplo a Brasil, que las tiene de un modo laxo y las cumple, pero aprovechó “cuando pudo crecer a 7%”).
El director de Analytica reconoce que “cuanto más inflación se tiene, más crecimiento se necesita” y que eso implica “una tensión estructural muy grande”. También, que “es imposible sostener tasas de inflación de 20% ó 25% creciendo 4%”. Pero resalta, al mismo tiempo, que la Argentina aprendió “a convivir con tasas de inflación de 20% de manera más o menos estable”. “Eso no quiere decir que sea bueno, pero por ahora no vamos a un estallido de precios ni una crisis del tipo de hiperinflación porque los fundamentals fiscales –el déficit, dice, es financiable– y monetarios no están en esa sintonía”, concluye.
Bour, en cambio, cree que la inflación “se mantiene o está aumentando” y que en el “cortísimo plazo” va a haber “poca actividad con inflación alta”. Dice que el “cómo sigue” depende “de las condiciones del Gobierno” y arriesga que “la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central indica que seguirá con la expansión fiscal financiada monetariamente y eso podría llevar a un aumento de inflación”. “El problema de haber estado usando políticas expansivas en medio de una expansión es que cuando se necesitan esos instrumentos, ya no están”, resume el economista de Fiel.
Para Fanelli, que ve “evidentes signos de desaceleración”, el problema es que “impulsar el consumo es fácil, pero que ello no afecte a la inflación es difícil”. “La situación es bastante precaria. Si el Gobierno emite para impulsar el consumo privado o público, aumentará el nivel de actividad, aumentará la demanda de importaciones y, con ello, el desequilibrio externo. Esto obligará a endurecer el control de importaciones. Una situación así es algo paradójica: las autoridades estarían al mismo tiempo aumentando la demanda y bajando la oferta: el resultado no podría ser otro que la aceleración de la inflación. Y esto sin tomar en cuenta que la inflación generaría más atraso cambiario, promovería adicionalmente la demanda de productos importados y desalentaría las exportaciones”, dice.
Dal Poggetto cree que “la foto del tipo de cambio no es un problema macro sino micro de algunos sectores”, aunque reconoce que “el problema es la película: cuánto tiempo se puede seguir con esta nominalidad con un dólar que se mueve 11 ó 12% anual”. Al mismo tiempo, señala que el ritmo menor está “montado sobre un nivel de actividad muy alto” y que “la economía argentina no puede crecer a 8% en forma sistemática porque no hay capacidad instalada, ni empleo, ni inversiones” como para que lo haga. “Uno no sabe dónde está el crecimiento potencial; 1,2% crece la población cada año, y el resto es productividad; es muy difícil de saber si el crecimiento es 4%, 5% ó 3%”.
En ese contexto, Cohan sentencia que “un crecimiento sostenido de 2,6% es insuficiente para un país como la Argentina”. Y propone, sí, un blanco al que apuntar, casi el mismo (real) de los últimos años: “Corrigiendo las distorsiones de medición del Indec, el crecimiento acumulado de la Argentina desde 2007 fue de 4% anual, cerca de países como Brasil (3,8%), Colombia (3,6%) o Chile (3,3%) y por debajo de Perú (6,5%) o Uruguay (6,2%), todos con una inflación bien por debajo de las dos cifras. Ese es un horizonte viable”.
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