En cierto sentido no fue una sorpresa. Buena parte de la población tenía certeza sobre las irregularidades y actos corruptos cometidos en connivencia entre el sector público y privado, durante los últimos años en el país.
La verdadera sorpresa fue la originalidad de la denuncia (los famosos cuadernos de un chofer al servicio de funcionarios recolectores), la inmensa extensión de la red puesta al descubierto, y –por primera vez en este tipo de indagaciones– la contundencia de las pruebas aportadas.
No menos sorprendente resultó luego la carrera desatada entre empresarios –muchos de ellos muy conocidos y de prolongada actuación– y ex funcionarios para declarar primero, aportar algo nuevo y lograr el estatus de arrepentido, que les asegure alguna benevolencia a la hora de imponer penas.
Todo eso es bien sabido ahora. Mucho se ha hablado del tema. Surgieron análisis e interpretaciones. Aparecen los que dicen que es una enorme cortina de humo desplegada por el actual gobierno para cubrir el desastre al que llevan la economía (la realidad es que la gestión Macri tropieza, a partir de este proceso, con el agravamiento de la situación y el empeoramiento de los indicadores económicos).
Luego surgen los que aseguran que corrupción hubo siempre, desde tiempos del Virreynato hasta ahora (lo que es cierto, aunque no hay comparación entre la extensión de esta corrupción con las precedentes). Encuentra lugar también el argumento que sostiene –con ánimo de exonerar de responsabilidad a parte de sus actores– que si no se ingresaba en el circuito, nunca se ganaría una licitación y por lo tanto una empresa se condenaba a la desaparición. El tema de la ilegalidad, la transgresión ética y la falta de transparencia no encuentran espacio desde esta perspectiva.
Lo que pasa, dicen algunos desde otro ángulo, es que “toda la justicia aprovecha para blanquearse”. Si fuera cierta esa interpretación, bienvenida sea la decisión.
Nuevamente, todo puede ser cierto. Y también lo es que hasta el cierre de esta edición se había avanzado mucho en clarificar lo ocurrido en el sector de la construcción, pero se vislumbraba el ingreso indagador al sector del transporte y servicios públicos, como al financiero y al de energía reclamando las luces del escenario.
Hablando de uno de los presuntos corruptos, un taxista dijo: “¡Qué tarado. Se dejó agarrar!”. Conclusión: si no lo hubieran atrapado sería un campeón en lugar de un delincuente. El taxista expresa muy bien a un sector mayoritario de la población argentina. No hace falta incursionar en la sociología, para confirmar el arraigo de la falta de ética entre nosotros, en toda la sociedad.
Ahora, pensar el futuro
Hasta aquí, todo esto pertenece al pasado y al presente. Pero lo urgente y vital es pensar cómo queremos que sea el futuro. Qué se puede hacer para cambiar y salir de este territorio pantanoso.
En buena medida esa fue la intención de AEA (Asociación de Empresarios Argentina) en el reciente encuentro que realizó –con algunas presencias de altos cuadros de empresas implicadas ante la justicia–.
El plan de acción propuesto pone foco en el futuro: se abogó por un proyecto consensuado de país a mediano plazo; por un plan articulado entre el sector público y privado a diez años vista, como mínimo. Se puso énfasis en el valor de la biotecnología, la metalmecánica, alimentos industrializados, recursos energéticos; todos con potencial exportador.
En los conciliábulos más íntimos, se analizó el futuro de empresas involucradas en la investigación. Hubo coincidencia en que es inexorable el apartamiento de los timoneles de estas empresas –como es el caso de Aldo Roggio que cesó en la presidencia de Grupo Roggio. Subsiste la responsabilidad penal de los empresarios en esa situación, pero también preocupa lo que puede pasar con estas empresas. Sobrevoló entre los asistentes el recuerdo del frigorífico brasileño JBS que debió pagar una multa de US$ 3.500 millones por su participación en el Lava Jato.
De lo que no quedó duda es la incidencia económica negativa de este proceso. La idea con la obra pública era recurrir al PPP (participación pública-privada), pero nadie imagina ahora cómo se logrará la participación para esas obras. Ni financiamiento de entidades financiera locales o internacionales.
En síntesis, ¿se puede concebir que la sociedad entera cambie su postura en este tema? ¿Es ser realista imaginar un escenario de empresas y dirigentes transparentes? ¿O es otra vez una utopía? Apostamos a lo primero.
En todo el mundo: lo legal y lo ético
Una práctica difundida en casi todo el mundo es la presencia de responsables de vigilar el cumplimiento de códigos éticos, en el más alto nivel de las empresas. Hay una creencia casi mágica: si existen códigos de ética, no hay margen para transgresiones y actos de corrupción.
Algunas empresas llevan esa actitud hasta extremos que terminan siendo ridículos cuando se advierten los resultados. Un caso interesante es la automotriz alemana Volskwagen. Los directivos de la firma están procesados en Estados Unidos por haber mentido en el nivel de gases tóxicos que emiten sus vehículos (además de pagar una multa de US$ 25 mil millones). El presidente de Audi, filial del grupo, está preso en Alemania por el mismo “dieselgate” como se lo ha llamado.
Entre tanto, la firma exhibe orgullosa, en su directorio, un miembro con el título de “head of integrity”. Un responsable de los temas éticos en el más alto nivel, pero que resulta impotente para garantizar la buena actitud de los más altos funcionarios de la compañía.
Es que en toda la actividad empresarial subsiste siempre un conflicto que a veces estalla de manera inesperada. Es la tensión entre lo legal y lo ético. Distinción valedera entre los que pretenden que todo lo legal sea lo aceptable, y los que persiguen una dimensión más amplia donde la conducta en los negocios puede llegar a ser moralmente reprensible aunque sea perfectamente legal.
En suma: no todo lo legal es ético. Por eso, hay que rehuir la tentación de pensar que habiendo compliance está todo hecho. En el mundo, y en la Argentina, esa confusión es perceptible. Compliance cumple su tarea al vigilar que no se viole la ley. Pero no garantiza la ausencia de transgresiones a la ética.
Hay dos maneras, dos enfoques, para aproximarse al tema de la transparencia y de la ética. El tradicional, al que adhiere la mayor corriente de pensamiento actual. Y el que viene, el que será mainstream en pocos años más.
Veamos el primero. ¿En qué puesto está la Argentina en materia de percepción de transparencia según Transparency International? Entre 147 países, el país ocupa el lugar número 107.
Los escándalos se suceden en todo el mundo y no dejan de sorprender. Hasta entre los actores de mejor prestigio, sean directivos o empresas. Se dice que esto ocurre porque el poder corrompe. El origen de la conducta no ética (según Jessica Kennedy, de la Vanderbilt University, que ha estudiado el tema durante cinco años) debe ser replanteado. No es siempre la simple corrupción en el poder. Ocurre que los que se acostumbran al poder pierden de vista cuando se cruza la línea ética. La identificación entre los miembros de un grupo de poder puede llevar a respaldar conductas ilegales o no éticas.
El ángel caído suele estar en el más alto nivel, pero el entorno también piensa parecido y no hizo nada a tiempo para cambiar una conducta equivocada. Al contrario, cuando se actúa como grupo hay más tendencia a mentir que cuando se actúa como simple individuo. Los otros miembros no son proclives a disentir.
Transparencia absoluta
Según un ensayo de Timothy Erblich en el blog del Huffington Post, la empresa del futuro se definirá a partir de la absoluta transparencia. Para lograrlo –dice– los directivos de las empresas tienen hoy una tarea esencial: contratar, despedir, promover y recompensar a sus recursos humanos.
La calidad de los recursos humanos de hoy tendrá impacto directo sobre la capacidad de sobrevivencia de las empresas.
Hace una década y media que sucedieron los escándalos de World Com, de Enron y de Arthur Andersen (y ya hace una década del estallido de la crisis financiera de 2008), y recién ahora comienza a insinuarse un elemento diferenciador en el terreno de la ética.
En la última Global Ethics Summit, 49% de los asistentes coincidió en que la emergencia y alcance de las redes sociales y del llamado social media ha tenido un alto impacto sobre el prestigio y la imagen de las empresas.
Las empresas que lograron adaptarse a esta nueva vidriera local, 24 horas por día, durante los siete días de la semana, han comenzado a consolidar una ventaja.
Las firmas que todavía no han logrado esta mudanza están frente a una encrucijada. Tienen que moverse mucho más allá de las exigencias del compliance, para construir y definir una cultura ética para que sus organizaciones resistan el escrutinio externo.
¿Por qué? La clave está en que las empresas que figuran en el ranking de las World’s Most Ethical Companies superan en performance a las que integran el S&P 500, al menos en 3,3% anual. Lo que demuestra que hace falta una estrategia de largo plazo.
Algo que puede ayudar notoriamente a las empresas en esta carrera por consolidar prácticas éticas es que ahora están reclutando en la generación de los millennials, que tienen preferencia notoria por empresas que son percibidas como “buenas ciudadanas corporativas”.
La relación entre corrupción y desconfianza da origen a un círculo vicioso. La corrupción institucional genera recelos del público hacia las instituciones implicadas; la desconfianza genera desobediencia; la desobediencia genera caos social; y en el caos social el respeto desaparece y la corrupción se generaliza.