Por Graciela Ciccia (*)
Muchas empresas elogian hoy la innovación pero son muy pocas aquellas que tienen un área que se dedique a buscar y potenciar la innovación. Esto no significa que una compañía necesite tener un departamento específico para poder generar nuevas ideas, pero ciertamente cuando se habla de biotecnología es imprescindible que haya alguien que vincule, que conecte los hallazgos con el capital económico y con las personas que puedan convertir ese descubrimiento en un producto.
La biotecnología es hoy una de las áreas de mayor potencial desarrollo económico en el mundo e incluye aspectos tan diversos como la salud humana y veterinaria, biocombustibles y agronegocios, diagnóstico y hasta clonación.
El potencial de la biotecnología es infinito, no solo genera conocimiento científico y productivo sino que también crea empleo calificado, desarrolla redes de cooperación entre universidades y empresas, y permite mejorar la calidad de vida de la población con nuevos productos y servicios de valor agregado.
La Argentina tiene una oportunidad única para liderar este campo en la región gracias a su experiencia, recursos humanos y ecosistema emprendedor. Pero para poder avanzar en este desafío, es importante dejar de hablar de innovación para empezar a producirla de verdad. Tiene que estar en el ADN de cada organización científica, compañía y fondo de inversión que trabaje en este campo. Y para que esto sea realmente posible, un primer paso importante es dejar atrás los prejuicios: de los investigadores hacia las empresas y de las empresas hacia los investigadores. La vinculación público privada es esencial para lograr que los descubrimientos dejen los papers y se conviertan en un verdadero cambio en la vida de las personas. En este sentido, las empresas con experiencia pueden ser mentoras, desde el punto de vista estratégico y ejecutivo, a aquellos emprendedores científicos que recién comienzan. Y los investigadores tampoco deben desaprovechar las oportunidades de vinculación que cada vez más el Estado y las empresas están desplegando: es también parte de su rol “educar” a los inversionistas –privados o públicos– sobre los beneficios de apoyar la innovación.
Convergencia tecnológica
La biotecnología no es únicamente ciencia para el laboratorio o la academia: es producir alimentos mejorados para millones de personas, es hacer medicamentos que retrasen la progresión del cáncer o utilizar nuevas alternativas para la producción de energía de modo más eficiente.
Los avances en este campo implican además una verdadera convergencia tecnológica: desde la confluencia con las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) y la nanotecnología hasta los biosensores, o las aplicaciones para los smartphones para controlar enfermedades como la diabetes y la hipertensión. No hay límites sobre lo que se puede lograr y la impresión 3D es un ejemplo: a medida que nos imaginamos qué cosas podemos reproducir– instrumentos musicales, alimentos y hasta órganos– la impresora nos indica que ese potencial ya estaba ahí desde el principio; sólo teníamos que imaginarlo.
Otra barrera no menos importante para el desarrollo de la biotecnología es el financiamiento. Los “bioemprendimientos” necesitan fuertes inversiones iniciales de alto riesgo sin ningún tipo de garantía real de que ese hallazgo se va a convertir finalmente en un producto o servicio rentable.
En la Argentina todavía no hay suficiente desarrollo de este tipo de capitales y eso restringe la posibilidad de que muchos proyectos con enorme potencial puedan prosperar. A lo que se suma cierta reticencia a apoyar emprendimientos que requieren muchas veces plazos largos de desarrollo para llegar a un estadio final. Sin embargo, son estas ideas las que realmente tienen la capacidad de generar nuevos mercados y transformar radicalmente la vida de las personas. La inversión es alta pero la ganancia también lo es: para el investigador, para la empresa y también para la sociedad.
(*) Directora de Innovación y Desarrollo Tecnológico de Grupo Insud.