A Trump le gusta recorder que 50.000 plantas han cerrado desde que China se unió a la Orgnización Mundial de Comercio en 2001. La cifra es correcta, la interpretación parece que no. Es cierto que a pesar de la recuperación económica estadounidense, el número de desempleados se mantiene en 1,5 millones de empleos menos que en 2007, al comienzo de la gran recesión.
En verdad, la producción industrial del país (a precios de 2005) cayó de 22% de toda la industria mundial, a 18% en 2014, un notable esfuerzo visto los años de auge de las economías emergentes. Sigue siendo la segunda producción industrial del mundo, después de China. Y en el sector servicios (de salud, de entretenimiento y de negocios) ha sumado 6,5 millones de nuevos empleos desde 2007.
En el artículo titulado “Is U.S. Manuacturing Really in Decline”, Daniel Gross, director ejecutivo de strategy + business, comienza diciendo que el sector manufacturero estadounidense acaba de tener otro mes muy bueno, que la producción viene creciendo a razón de 20% desde hace seis años y que la capacidad industrial se está expandiendo.
Lo aclara, dice, porque en años de elecciones se habla mucho de pérdida de empleos, de cierre de fábricas y de la competencia de países extranjeros.
En alguna medida es verdad. La manufactura cayó como empleadora directa de trabajadores. Según el Bureau of Labor Statistics, 12,3 millones de personas trabajaban en nómina en junio de este año. Eso equivale a 30.000 puestos menos que en junio de 2015 y 1,9 millones menos que en 2006. Esto quiere decir que en los últimos 20 años el país eliminó 28% del empleo en manufactura. Pero en tiempos buenos y malos, en recesión y en expansión, el sector emplea cada vez menos personas. Es imposible eludir esa realidad o no hablar de esa tendencia.
Pero quedarse solo con las cifras de empleo es ver solo la mitad del cuadro. En muchos sentidos la manufactura estadounidense está floreciendo. Lo que importa es fabricar cosas que la gente y las empresas van a comprar y usar, no emplear gente para hacer cosas.
Valor promedio en alza
Varias cosas explican esta desconexión entre el aumento del valor monetario de los bienes manufacturados y la caída del empleo. En primer lugar, la producción de bienes más baratos, como remeras, juguetes y demás, hace mucho tiempo que se realiza offshore. En consecuencia, la manufactura en Estados Unidos es una actividad de alta gama en forma desproporcionada: maquinaria pesada, herramientas, autos. General Electric hace turbinas de gas para plantas energéticas. Cada turbina cuesta US$ 90 millones. Boeing fabrica aviones en el país que cuestan US$ 200 millones. Es cierto que ya no se fabrican en el país tantos objetos como hace 30 años pero el valor promedio del objeto fabricado creció notablemente.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta la productividad. La manufactura fue siempre pionera en tecnología de ahorro de trabajo. Un siglo atrás Frederick Winslow Taylor se paseaba por las fábricas con cronómetro en la mano para comprobar cuánto tiempo tardaban los obreros y así poder sugerir mejoras. Henry Ford pasaba horas diseñando líneas de montaje súper eficientes. Luego vino el gerenciamiento de calidad total, Six Sigma, y todas las demás tendencias y prácticas para mejorar productividad. El objetivo de esos esfuerzos siempre fue encontrar la forma de producir más y mejor con menos recursos: menos materiales, menos energía, menos esfuerzos y también menos obreros.
Algo que se suele olvidar es que hace años que las compañías vienen invirtiendo en tecnología aplicada a la manufactura. Y los recientes avances en computación transformaron procesos analógicos en digitales.
Hay un tercer punto que se suele pasar por alto cuando se mira solo el empleo directo para medir la fortaleza de la manufactura. Y es que la actividad que uno ve en la fábrica es la última etapa de una serie de otras actividades que ocurrieron en otra parte. Dicho de otro modo, la manufactura es mucho más sólida de lo que aparenta porque sostiene mucho más empleo de lo que el común de la gente cree.