La consagración del vino argentino

    Por Carina Martínez

    Que el vino es uno de los emblemas que define a la Argentina es una verdad de Perogrullo. No solo por ser la cuna del Malbec, la cepa mendocina por excelencia que, junto con el tango y Maradona, nos distingue en el mundo. Sino por la proliferación de una amplia gama de cortes y blends de altísima calidad, que han sabido conquistar los paladares y corazones de propios y ajenos.
    Pero este año, más precisamente, este mes de abril, parece haber sido la consagración de nuestro elixir nacional.
    Ya desde 2011, momento en que Wines of Argentina estipuló el 17 de abril como “el día del Malbec”, a lo largo del mes proliferaron las acciones para posicionar el vino argentino en el mundo. Eventos a todo trapo se despliegan, año a año, en ciudades tan disímiles como Nueva York, Londres, San Pablo, Toronto, Mendoza, Barcelona, Lima y Kuala Lumpur.
    Este abril fue aún más allá y, entre el 15 y 20 de mes, anidó el Concours A.S.I. du Meullieur Sommelier du Monde, el certamen más importante y glamoroso en la materia, que se realizó en Mendoza, por primera vez.
    Varios meses antes, las organizaciones y marcas vinculadas con el exquisito universo del vino y afines desplegaron toda su energía en preparase para recibir a los casi 60 participantes de 58 países que, junto a sus comitivas, llegarían ávidas de conocer la tierra del vino, su gente y, por supuesto, lograr un lugar destacado en la sommellierie internacional.

    Trapiche: el gran anfitrión

    “Si estás en un restaurante y no sabés qué vino elegir, optá por Trapiche. Nunca falla”, fue el consejo que una sommelier argentina dio a esta cronista varios meses atrás. Es que la centenaria bodega no solo cuenta con una variedad inusual de etiquetas que abarca los gustos más disímiles, sino con la garantía que brinda su Chief Winemaker Daniel Pí, que desde 2002 se ocupa de garantizar los mejores aromas, colores y sabores.
    Con más de 130 años de trayectoria, por supuesto, la bodega mendocina no iba a quedarse ajena a semejante evento. Todo lo contrario; con una cena de gala que incluyó una exposición y degustación previa de sus etiquetas más destacadas, agasajó a participantes, comitiva e invitados con una cena de bienvenida en su centenaria y remodelada bodega, de estilo florentino, al pie de la Cordillera de los Andes.
    En una fría y luminosa noche de montaña, mecidos por los aletazos del viento sonda, los invitados compartieron un menú a todo sabor, acompañado de vinos de las distintas líneas de la bodega. La coronación se dio al final, cuando los comensales se unieron en la degustación de algunas de las últimas botellas disponibles de su vino emblema, Millenium, que, como su nombre sugiere, fue preparado para conmemorar la llegada del nuevo siglo. Se trata de un blend elaborado a partir de un corte de uvas Cabernet-Malbec-Merlot (cosecha 1995), con un paso de 18 meses de roble francés. Se produjeron solo 2.000 botellas numeradas en una presentación especial de 6 litros, en cofre de madera de roble con un termómetro incorporado que permite controlar la temperatura. Lo curioso es que la mayoría de los ejemplares comenzaron a comercializarse a partir del momento de su elaboración, y quienes los adquirían podían participar del proceso, degustarlo cada año y ser parte de su evolución.
    De manera de formar parte del “trofeo comunitario” que Trapiche propuso para el cierre del certamen, durante el transcurso de la velada los concursantes se turnaron para dejar su marca en “La copa de los ganadores”, de plata recubierta de oro en el interior, realizada por el orfebre Juan Carlos Pallarols, quien en persona brindó la herramienta necesaria para tal fin. Además, cada uno fue invitado a escribir un mensaje en papel al futuro ganador, en su idioma original, iniciativas que buscan generar hermandad entre los participantes de los 58 países que calificaron para la competencia.
    En un ambiente multicultural y con ánimo de celebración, la bodega mendocina por excelencia fue, así, la anfitriona del certamen que concentra lo mejor –y a los mejores– de la sommelliere mundial.

    Mucho más que catar y servir

    El concurso internacional, organizado conjuntamente por la Asociación de la Sommellerie Internacional (ASI) y la Asociación Argentina de Sommeliers (AAS), es la competencia por excelencia en la materia y su ganador se consagra como el “Mejor Sommelier del Mundo”. Los participantes, cerca de 60, deben pasar duras pruebas para clasificar y se preparan arduamente para superar las distintas instancias del certamen.
    Las pruebas solo pueden completarse en inglés, francés o español, y no se permite al concursante elegir su lengua nativa.
    Para empezar, todos deben rendir un examen teórico tipo multiple choice y cuadros para completar con vinos, terruños, nombres de bodegas y personalidades del mercado del vino. La segunda etapa es la cata a ciegas, en copas traslúcidas, a partir de la cual deben escribir las características olfativa, visual y gustativa, además de determinar de qué vino, añada, región o bodega se trata, y recomendaciones del plato con el que sugieren maridaje. La cata de los licores y otros destilados se realiza en copas negras.
    Luego, se desarrollan las pruebas que incluyen servir el vino, abrir las botellas y decantar, y de allí surgen los semifinalistas (15).
    Lo que sigue es una prueba teórica en idioma extranjero y nueva cata con descripción oral. Además, en esta instancia, se presentan distintos platos con propuestas de vinos, y los sommeliers deben indicar, y justificar, cuál es el mejor maridaje. A esto se suman nuevas pruebas de servicio.
    En esta ocasión, el día de la final los 15 concursantes seleccionados subieron al escenario del Teatro Independencia y, con unas 500 personas presentes, se anunciaron los tres que pasaron a la última instancia: David Biraud (Francia), Julie Dupouy (francesa que compitió por Irlanda) y, quien resultó ganador, el sueco Jon Arvid Rosengren (de Charlie Bird, Nueva York). Para la prueba final, los sommeliers simularon atender comensales en un restaurante montado en el teatro.
    Si bien no logró un lugar en el podio, cabe destacar no con poco orgullo el papel de la Argentina, que contó con dos representantes de primer nivel: Martín Bruno y Paz Levinson. Paz, ganadora de la competencia americana, fue una de las cuatro mujeres concursantes –todas llegaron a las semifinales, de 15 sommeliers–. Su ponderado desempeño la llevó a conseguir un preciado cuarto puesto, con la mejor marca que ha obtenido nuestro país en las 15 ediciones que lleva la competencia internacional y que, hasta el momento, no ha logrado quedar en manos de algún sommelier del continente americano.

    De la montaña al mar

    A su variado porfolio de etiquetas, Trapiche ha sumado recientemente un producto innovador en el ámbito de la enología: los vinos de la línea Costa & Pampa, elaborados en la ciudad costera de Chapadmalal, a escasos kilómetros de Mar del Plata. La particularidad de la línea ofrecida, compuesta principalmente por varietales blancos (Sauvignon Blanc, Chardonnay y Riesling) y solo un tinto (Pinot Noir), es el dejo salado que le brinda el ambiente oceánico en que se despliegan los viñedos. La graduación alcohólica no supera 12,5% y el frío le otorga una buena acidez natural.
    La bodega es, además, un paseo lindo y diferente para los turistas de la costa atlántica. El espacio se encuentra abierto a los visitantes a quienes se ofrecen degustaciones de vinos, acompañadas de picadas, mientras se recorre el predio, enmarcado en un paisaje poco habitual en los viñedos: colinas suaves y predominio del verde.

    Y ahora, también restó

    La última novedad de Trapiche fue, en junio, la apertura de su primer restaurante, Espacio Trapiche, emplazado en el mismísimo corazón de la bodega. Rodeado de viñedos y horizontes montañosos, ofrece a los comensales platos elaborados con productos frescos, en gran parte provenientes de su granja. La propuesta sigue la filosofía “Km 0”, que busca minimizar la distancia entre la tierra y la cocina, evitando el uso de transgénicos o materias primas escasas. Todo un desafío para el chef mendocino Lucas Bustos, quien logró así cumplir el sueño de todo cocinero: pedir y tener. Como siguiendo la consigna del genio de la lámpara –”sus deseos son órdenes”– el joven chef realizó una lista de requerimientos, los cuales, tal como cuenta a los periodistas que tuvimos el privilegio de inaugurar sus hornallas, fueron seguidos a pie juntillas.
    Con espacios despojados y vidriados, el restaurante se integra perfectamente al entorno natural y permite una conexión mimética con el exterior.
    La carta de vinos combina nuevas cosechas, añadas históricas e iniciativas de los enólogos, seleccionados por el riguroso ojo de Daniel Pí.
    Otra curiosidad es la variedad de alternativas que se adaptan a los tiempos de las visitas; hay propuestas a la carta, menú de siete pasos y Pic Nics gourmet. El restaurante recibe a sus comensales de martes a domingo entre las 12 y 17 hs.