El gran algoritmo

    En la novela política 1984 George Orwell imaginaba –en 1947– una sociedad policial donde el Estado tiene el control total sobre el individuo, donde no hay intimidad personal y donde el Gran Hermano vigila a todos los habitantes. Pero su prospección no alcanzó a imaginar Internet. En 1989 se estrenaba la comedia de ciencia ficción Volver al futuro II en la que Marty McFly y Doc Brown imaginaban que en 2015 los autos volarían.
    También allí se quedó corta la imaginación. Doc Brown trabajaba con una gran computadora mainframe y seguramente se habría desmayado si alguien le hubiera mostrado las cosas que hacemos hoy con el smartphone que llevamos todos en el bolsillo sin tener que saber computación.
    A quien le cueste comprender los principios de la inteligencia artificial le servirá de mucho un libro publicado por Pedro Domingo, doctor en Ciencias de la Computación y profesor en la Universidad de Washington. Su libro, titulado The Master Algorithm: How the Quest for the Ultimate Learning Machine Will Remake Our World, comienza por explicar que los algoritmos manejan nuestra vida: nos buscan libros, películas, empleos, pareja, manejan nuestras inversiones y descubren nuevas curas.
    Los usa Netflix para elegirnos películas; los usa Amazon para recomendar libros; los usa Google para buscar páginas web. Están en todas partes y cada vez más trabajan aprendiendo de las huellas de información que, como las miguitas de Hansel y Gretel, vamos dejando todos los días en este nuevo mundo digital. Cual niños curiosos observan, imitan y experimentan.
    Pero en los laboratorios de investigación y las grandes universidades se ha largado la carrera para ver quiénes son los primeros en inventar el Gran Algoritmo Maestro, el más poderoso de todos, uno que sea capaz de descubrir cualquier conocimiento a partir de datos y de hacer cualquier cosa que queramos, antes incluso de pedírsela.

    Máquinas con pensamiento propio

    Es como imaginar un método científico “con esteroides” que permita que los robots y las computadoras inteligentes se programen a sí mismos. Es el campo más importante de la ciencia y el más envuelto en misterio. Tal vez porque con solo pensar en máquinas con pensamiento propio nos corre una especie de frío por la médula espinal. Pedro Domingo es uno de los primeros en levantar el velo para permitirnos espiar un poquito a esas “learning machines” que trabajan en Google, Amazon y nuestros celulares. Pero no se detiene ahí porque usa esa explicación para pasar a describir un futuro probable.
    “Cada algoritmo tiene un input y un output: la información entra a la computadora, el algoritmo hace lo que quiere con ella y luego sale el resultado”, explica Domingo. En cambio, lo que ahora se llama “machine learning”, o máquinas capaces de aprender, invierten ese proceso: entramos la información y el resultado que deseamos y sale el algoritmo que convierte la información en el resultado”. ¿Se entiende?
    “En realidad, el Master Algorithm es la última cosa que tendremos que inventar porque, una vez dejado en libertad, podrá proceder a inventar cualquier cosa que pueda inventarse. Todo lo que tenemos que hacer es darle la información adecuada y él se ocupará de descubrir el conocimiento correspondiente”.
    Ese conocimiento incluye una cura –o más precisamente, millones de curas– para el cáncer. En teoría, dice Domingo, el Algoritmo Maestro podría crear un programa capaz de escupir la fórmula exacta para un tratamiento diseñado para matar el cáncer de un determinado paciente basándose en el genoma de “su” tumor, en “su” historia clínica, en “su” perfil de paciente y en una amplísima base de datos de biología molecular”.
    Pero todavía eso no ha llegado.
    En el capítulo final el autor avizora cómo será el mundo después del descubrimiento de ese algoritmo, una futurología que recuerda la de Orwell o la de la película protagonizada por Michael J. Fox y Christopher Lloyd. Quien sea que lo descubra lo dará al mundo, dice el autor, como fuente abierta y la información necesaria para alimentarlo se convertirá en el activo más valioso del mundo. Cada ser humano tendría la posibilidad y la responsabilidad ética de aportar información a esa mente global.