Intereses cruzados

    Por Hernán Etchaleco (*)

    Tal es la dimensión que los analistas más optimistas dan al encuentro del Papa Francisco y el Presidente ruso Vladimir Putin en El Vaticano a fines de 2013. Allí, ante el escenario planteado por el retiro progresivo de las potencias occidentales de Medio Oriente, ortodoxos y católicos comenzaron a delinear las posibilidades de detener lo que es hoy la principal preocupación de ambos cultos: la descristianización violenta de esa región a manos del islamismo radical. Es que por primera vez en 2.000 años de historia está amenazada la subsistencia de las comunidades cristianas del Mediterráneo oriental, el Magreb y Asia Central.

    Ciudades enteras en Siria e Irak son “purificadas” de cristianos al paso del terrorismo. Proliferan los fusilamientos, decapitaciones públicas y crucifixiones. Los cuerpos inertes de miles de “nazarenos”, como los llaman despectivamente son exhibidos en una advertencia del horror que padecerán si no se convierten al islam o no abandonan el pueblo. Y esta limpieza étnica sin precedentes ocurre frente a la inacción de las antiguas potencias coloniales de la zona y la indolencia de Estados Unidos, más preocupado por consolidar sus posiciones en el Pacífico que en una región cuyo principal producto, el petróleo, tiene cada vez menos valor en el mercado internacional.

    Así las cosas, la supervivencia de millones de cristianos, principal preocupación del Papa argentino, depende de esta alianza inédita con Moscú. En una declaración reciente, el también argentino cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales calificó de escandalosa la actitud de Occidente respecto de las masacres de cristianos. “Parece haber perdido en el curso de los siglos la capacidad de considerarse también dentro de una sana referencia religiosa, prefiriendo a menudo un modelo de laicismo exasperado cuando no un verdadero ‘eclipse de Dios’”, acusó.

    Rusia, que siempre ha tenido un interés relativo en la región, ha retomado luego de la desaparición de la URSS su agenda en Medio Oriente. Y por primera vez en más de un siglo la religión ocupa un lugar central en ella. Putin, al igual que los zares cree que el Kremlin tiene un rol santo que jugar como protector de las comunidades cristianas acechadas por el Islam. Esta creencia fue piedra angular de su política para los Balcanes y Medio Oriente en épocas del Imperio Otomano, que derivó en 1853 en la célebre guerra de Crimea que tuvo a Francia e Inglaterra como aliados de los turcos.

    Al igual que entonces y en los mismos escenarios históricos, Rusia juega su retorno al status de gran potencia en un mundo que empieza a parecerse más a aquél en el que Catalina la Grande y Nicolás I soñaban con el control cristiano de Constantinopla y Tierra Santa de la mano de las armas moscovitas. Hoy enfrenta también el desinterés del Occidente ateo que ve en Moscú un rival antes que un potencial aliado y se desentiende de sus correligionarios depreciados por un crudo a menos de US$ 50 el barril.

    Putin pretende entonces llenar el vacío que paulatinamente deja Washington a partir de una intensa agenda con los principales actores de la región: sostiene a su aliado Siria, estrecha relaciones con Egipto, Jordania y Turquía e intensifica la cooperación militar con Irán a la vez que mantiene un fructífero intercambio comercial con Israel. El objetivo es convertir a Rusia en un poder blando en Medio Oriente, confiable para todas las partes e ineludible al momento de rediseñar el mapa geopolítico de la región. Y para ello necesita intereses reales que tutelar, es decir, cristianos que proteger.

    De modo que en Medio Oriente confluyen hoy por primera vez en la historia los intereses de Roma y Moscú, que pese a la persistencia de mutuos recelos se abren a acuerdos inéditos.

    (*) El licenciado Hernán Etchaleco es docente de la carrera de Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires.