Los conflictos políticos siguen en escalada libre, sea en el Medio Oriente como en otras zonas productoras del mundo. La incertidumbre sobre el cambio climático, el descenso en el ritmo de crecimiento de las principales economías y la innovación tecnológica –en especial en el campo de la fracturación hidráulica– siguen a ritmo vertiginoso. No hay una sola compañía, por integrada que sea, que reúna las habilidades técnicas, operativas y comerciales para ser exitosa en los nuevos yacimientos.
Las ganadoras del futuro no serán las que operen a escala global o las que reúnan la mayor cantidad de activos. Las exitosas pondrán foco en una proposición de valor diferente y adquirirán las nuevas habilidades que se requieran.
Arabia Saudita actuó siempre como la red de seguridad de la industria petrolera global. Cuando la oferta era excesiva y los precios caían, reducía la producción. Con menor oferta, los precios se recuperaban pronto. Cuando los precios se mantenían en el valor que le parecía adecuado a Riyadh y la demanda crecía, aumentaba otra vez la producción propia.
Con eso mantenía tranquilo al club de productores de la Opep y aseguraba su liderazgo en la organización. Pero esta vez la situación fue diferente. La oferta creció del lado de otros actores al margen del cartel petrolero, algunos de modo inédito. Como Rusia –por su volumen–, como Brasil, e incluso como Estados Unidos –la más grave amenaza– por el shale oil & gas. Un nuevo método de explotación que permite recuperar petróleo aprisionado entre las rocas, con el método de fracking o de inyección de agua a alta potencia que fragmenta la roca y libera el recurso energético.
Esta vez, los sauditas cambiaron la estrategia. Había sobreoferta, pero no redujeron la producción y los precios se derrumbaron en el segundo semestre, de junio (a US$ 120 el barril de crudo) a diciembre (tocó los US$ 45). A muchos de sus consocios de la Opep les cayó mal (en especial a Irán y Venezuela) pero el gran productor árabe explicó que se trataba de mantener el market share global y no reducirlo en beneficio de otros competidores, y a regañadientes fue aceptada la postura.
Claro está, Arabia Saudita tiene espaldas anchas: acumuló reservas por US$ 750.000 millones para los tiempos de vacas flacas, una dimensión de reserva que no tienen otros productores del cartel.
Los efectos ya son notorios: no hay compañía petrolera del mundo que no haya reducido y ajustado su plan de inversiones, y de modo muy especial los del shale oil. A pesar de que el precio rebotó y el barril de Brent –la marca de referencia– está otra vez en US$ 60.
Los hechos parecen tener su propia lógica. Apenas en junio los precios parecían ir en ascenso, de US$ 120 a uno estimado de US$ 130 el barril. Irak, el segundo productor de Opep, perdía yacimientos a manos del Ejército Islámico. Libia había caído, por la conmoción interna del país, de 1,4 millones de barriles diarios a apenas 200.000. Pero en pocas semanas la realidad cambió. El Gobierno iraquí recuperó los yacimientos perdidos y Libia elevó su producción a 900.000 barriles diarios.
El caso del shale oil
En ese contexto se comenzó a percibir el efecto del shale oil en Estados Unidos con una notable producción diaria de 8,5 millones de barriles (además de mayor venta del petróleo más caro de extraer, como ocurre también en el caso de Rusia y de Brasil).
Entonces Riyadh jugó su mejor carta. Le cuesta US$ 10 extraer un barril de crudo, mientras que el shale genera un costo productivo de US$ 40 a 90, según las dificultades del yacimiento. El objetivo central era claro: había que hacer retroceder por largo tiempo esta producción alternativa.
La cuestión es si en esta carrera por la sobrevivencia del más apto es realmente Arabia Saudita el vencedor. ¿Qué pasa si, a diferencia del pasado, cuando aumente la demanda, la Opep no puede volver a fijar el precio del barril de crudo y este se queda en rangos parecidos a los actuales?
Hay diferentes magnitudes entre ganadores y perdedores por el nuevo escenario.
El cálculo es sencillo. El mundo produce apenas por encima de 90 millones de barriles diarios. Hace seis meses, a US$ 115 el barril, eso representaba US$ 3, 8 billones (millones de millones). Ahora, aún a US$ 85, la cifra se reduce a US$ 2,8 billones. Es decir, un billón menos que se transfiere de los productores a los consumidores.