Afuera el clamor popular va in crescendo porque la economía no para de dar malas noticias.
No del todo convencida, Dilma cambia el ministro de Economía por uno digerible para los empresarios, que plantea un racionamiento del gasto público de US$ 80.000 millones para que regresen las inversiones. Resultado: insuficiente para las consultoras e inadmisible para el PT.
La gobernabilidad queda en terapia intensiva y con pronóstico reservado.
Mercado se adentró en esta suerte de historia clínica de la mano de un avezado y prestigioso ex ministro de Economía en la Administración de Cardoso y ex embajador en la Argentina, José Botafogo Gonçalves. Vaticina una inminente recomposición en la cima del poder que preserve la investidura presidencial, pero a condición de sustituir la influencia del enchastrado de la corrupción PT de Lula por el ahora mayoritario PMDB, del vicepresidente Michel Temer. Y que así, apoyado en el nuevo plafond político, el Gobierno ejecute con muñeca firme, en el más breve plazo, el plan de austeridad con reorientación de estímulos que esperan los actores de fuste de la economía.
Dos consultoras especializadas en la temática brasileña, como abeceb.com y Ecolatina, afinaron el encuadre económico: dan este 2015 “por perdido”, aunque confían en que servirá para que Dilma lo aproveche para superar el atolladero.
Con la imagen por el suelo, sin mayoría parlamentaria, con el principal socio de la coalición debilitado y un Supremo Tribunal Federal que no trepida en mandar preso a cualquier burócrata por poderoso que sea, tal vez no le haya quedado otra opción a la mandataria que afrontar, de cara a las instituciones, la crisis de confianza en su Gobierno.
José Botafogo Gonçalves, presidente del CEBRI
Reacomodamiento político en una nueva coalición de poder
La gobernabilidad de Brasil está atada al relegamiento, dentro de la coalición que lidera Dilma, del golpeado partido de los Trabajadores, y poder así aplicar el ajuste fiscal que reclaman los inversores para reactivar la economía.
José Botafogo Gonçalves
Fue embajador en Buenos Aires después de la crisis de 2001 y hasta ya entrada la presidencia de Néstor Kirchner. Venía de ejercer la representación de su país en el Mercosur y previamente de cumplir funciones ministeriales en el área económica del Gobierno de Fernando Henrique Cardoso, en los años 90.
Actualmente a cargo de la presidencia del Consejo Curador del Centro Brasileño de Relaciones Internacionales (CEBRI) y a punto de cumplir 80 años, vaticina que es inminente un reacomodamiento político en la coalición del poder que encarna Dilma Rousseff, con mayor preponderancia del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), en detrimento del golpeado por los escándalos de corrupción Partido de los Trabajadores (PT), que permitirá al Gobierno desarrollar el plan de ajuste fiscal que le reclaman los mercados financieros como condición para que retornen las inversiones que vuelvan a poner en marcha la economía. Y anticipa los realineamientos que vendrán en las relaciones con el Mercosur y la alianza estratégica con la Argentina.
–¿Es el llamado “petrolazo” consecuencia o causa de la crisis institucional que atraviesa Brasil hoy?
–Son dos problemas separados que se cruzan en el campo de la cuestión de Petrobras. Pero el más importante es la política económica de la presidenta Dilma Rousseff en los últimos cuatro años, que fue desarrollada en una forma horrible. Ella decidió gastar mucho más de lo que podían afrontar el Tesoro brasileño y las cuentas públicas para sostener su programa.
–¿A qué lo atribuye?
–La política de la Presidenta en los últimos cuatro años fue no solo mantener altos niveles de gastos en los programas sociales, lo que en sí no es una mala idea, sino que al contrario, porque ningún Gobierno en Brasil hoy podría volverlos atrás. Pero sí implicó gastar muchos recursos del Tesoro en programas no eficientes en el campo del desorden fiscal, de la rebaja del costo de la energía y de muchos otros aspectos. Además, aplicó una política energética desastrosa –justo de ella que se cree una experta–, que se dice en el sector que destruyó no solamente Petrobras, que es el gran holding estatal brasileño de producción de energía, sino que también le provocó un gran perjuicio a la propia empresa. Y no estoy hablando solo de los límites extraordinariamente elevados de la corrupción, sino de las pérdidas como consecuencia de la política de congelamiento del precio de la gasolina durante todo 2014, que eliminó su poder financiero.
Ya Lula había decidido que Petrobras comprara a los productores del país todos los equipos para las plataformas de exploración off shore, utilizando el llamado contenido nacional. Eso significó que la empresa tuviera que gastar mucho más y no solo para sus encomiendas de las plataformas. A la vez, la producción nacional no tenía la velocidad de la extranjera, con lo cual se gastó mucho dinero, 25 a 30% más de lo necesario que si hubiera encomendado ese equipamiento en el exterior.
De este modo, Petrobras, en lugar de ocuparse de producir petróleo, fue utilizada para otros objetivos de la política industrial y económica del país, como servir de instrumento a la producción de la industria naval, lo cual le eliminó la posibilidad de hacer caja y hoy no tiene recursos para hacer lo suyo.
Las condiciones del ajuste
–¿Hay convencimiento en la coalición gobernante de la necesidad de un ajuste?
–A corto plazo, la situación es muy difícil. La Presidenta se dio cuenta. No habla de eso en público, al contrario, insiste en que su política es correcta, pero en realidad había nombrado como ministro de Hacienda a un economista que está haciendo un ajuste fiscal muy duro. Y aparentemente ella va a autorizar la continuidad. Todos sabemos que al principio contendrá la expansión de la actividad económica, pero Brasil tiene enormes potencialidades sobre todo en las obras de infraestructura: carreteras, puertos, ferrocarriles, y con una política adecuada, especialmente en un marco de estabilidad política y de apertura financiera para captar capitales extranjeros, podrá tener resultados muy significativos en la expansión de la infraestructura. Y así se podrá retomar el crecimiento.
–¿Qué puntos de contacto tiene la crisis actual brasileña con la situación argentina?
–Es muy parecido lo que pasa en la Argentina. Con una buena política de seguridad jurídica y de apertura al capital extranjero, podrá captar inversiones, especialmente en el campo energético, y con eso recuperar la capacidad de crecer.
–¿Hasta dónde será posible en un contexto de caída de la inversión y estancamiento de la economía sin horizonte de cambio, como el actual, sostener el pacto de gobernabilidad entre el partido de los Trabajadores y el poderoso PMDB?
–Todo indica que el Partido de los Trabajadores perdió el control de la situación, está muy golpeado por las acusaciones de corrupción y resignó importancia política. La Presidenta no tiene más mayoría en el Congreso y hoy quien tiene más posibilidades de administrar políticamente el país es el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, junto con otros y eventualmente algún apoyo de los opositores.
La gobernabilidad va a estar garantizada por una nueva alianza de partidos políticos, en la que el Partido de los Trabajadores tendrá una posición muy limitada. Hay una importante modificación en el campo político, porque el Partido de los Trabajadores perdió la hegemonía que ha tenido en los últimos 16 años.
–Después de un triunfo electoral muy ajustado, la Presidenta atraviesa por una etapa de debilitamiento extremo de su popularidad, que la oposición política intenta capitalizar con una destitución por juicio político. ¿Se repite la historia de 1992 con Collor de Melo?
–No estamos hablando de impeachment, sino de una caída del rol del Partido de los Trabajadores en la gobernabilidad de la Presidenta Dilma, que tendrá que actuar dependiendo menos del PT y más de otros partidos, particularmente del mayoritario, el PMDB . El juicio político es un arma que está siempre presente para ponerle presión a la Presidenta, pero en este momento no hay ninguna condición, ni jurídica ni política, para que este proceso se ponga en marcha. En ese aspecto, los ministros del Supremo Tribunal Federal ya indicaron que no hay ningún elemento que pueda justificar jurídicamente un proceso de impeachment, porque Dilma solo podría ser juzgada por lo que haya hecho en su actual función, no por errores anteriores a que fuera Presidenta y reelecta.
–¿Hasta qué punto afecta la devaluación del real la estabilidad financiera de las empresas y las posibilidades de pago de las deudas que mantienen con el exterior?
–Toda devaluación tiene aspectos buenos y malos. Entre los primeros, la mayor competitividad de los productos brasileños de exportación para recuperar un poco del superávit de la balanza comercial, que en este momento será pequeño pero importante. Entonces puede compensar lo negativo. Brasil dispone de muchas reservas y las empresas privadas tienen modo de financiar sus deudas, de pagar los compromisos de intereses. De modo que no veo ningún problema para que se puedan afrontar las deudas, sean del sector público o privado.
–¿Reconocen alguna matriz común las enconadas protestas de las clases medias y medias altas que soportan los Gobiernos populistas latinoamericanos de Dilma Rousseff, Nicolás Maduro y Cristina Kirchner?
–Los cacerolazos de la Argentina y de Brasil tienen más semejanza entre sí que con las protestas en Venezuela, cuya situación es muy diferente. Porque las nuestras son sociedades urbanas: la argentina es más antigua y más consolidada. La brasileña, más nueva, debido a que la urbanización y la elevación de la población urbana a la clase media es un fenómeno muy reciente. Lo que tenemos en común es que las nuevas generaciones de ciudadanos urbanos pertenecientes a una clase media, media baja, necesitan y presionan para que los servicios públicos, como el transporte urbano, la salud, los hospitales, la educación, sean eficientes.
En Brasil hay mucho por mejorar en este aspecto y se acumuló una gran impaciencia de los pueblos. Naturalmente el gran disparador de esta manifestación son los fenómenos de corrupción enormes que caracterizaron a este Gobierno, naturalmente con el de Petrobras a la cabeza. Pero no hay que olvidar que es el capítulo dos del fenómeno de corrupción en Brasil: ya tuvimos el año pasado el capítulo uno, que fue el llamado Mencala, que llevó a la prisión a los principales jefes políticos del Gobierno de Lula, todos condenados. Hoy se concentra en Petrobras.
El Mercosur y la alianza con la Argentina
–¿Permitirán las actuales circunstancias brasileñas sostener la alianza estratégica con la Argentina?
–La alianza con la Argentina no está en tela de juicio en ningún momento. No depende ni de la voluntad de esta Presidenta o del Gobierno, sino que está definitivamente consolidada entre la población de los dos países. Pero sí hay dos problemas a resolver con el Mercosur. El de más fácil solución sería la eliminación de su carácter bolivariano. Lo que perjudicó mucho al Mercosur fue el apoyo a las ideas del chavismo y del socialismo del siglo 21, el antiamericanismo infantil. Esto va a desaparecer porque el chavismo y el bolivarianismo están teniendo una muerte natural, aunque muy sufrida para una Venezuela que no tiene recursos para impulsar las ideas bolivarianas y socialistas. Ya Bolivia no tiene el mismo activismo, ni Ecuador tampoco.
–Una eventual “despolitización” del Mercosur como la que mencionó, ¿abrirá el juego al debate sobre el rol de esta unión aduanera respecto de los tratados de libre comercio regionales que se le entrecruzan?
–El problema político sería de menor importancia si se lo compara con que el Mercosur no es eficiente para promover la competitividad con relación a los mercados mundiales, particularmente en el sector industrial, de las economías de Brasil y la Argentina. Y ahí es necesario refundarlo, sobre la base de otros criterios; fundamentalmente revisitar la idea de integración industrial con miras al mercado mundial. O sea, integrar cadenas productivas no solo entre nuestros países del Mercosur, sino probablemente con algunos de América del Sur, como Colombia en particular, que tiene la industria más desarrollada, con Chile, con Perú, y así ganar capacidad productiva para que América del Sur y no solamente el Mercosur, sea más competitiva en el mercado mundial.
El segundo aspecto, más importante por el rol que puede asumir, es la coordinación entre los cuatro fundadores, que son Brasil, la Argentina, Uruguay y Paraguay, en políticas de agrobusiness. Ahí somos gigantes. Brasil y la Argentina tienen enorme capacidad para responder a la demanda internacional de alimentos, que va a crecer enormemente. China será un gran consumidor porque su población se está urbanizando y el habitante urbano no produce, come. Mercosur tiene que pasar por un reexamen de sus objetivos y concentrar sus potencialidades: por un lado, de la producción agrícola, para ser un gran proveedor de alimentos del mundo, y por otro, buscar una política de inversión en infraestructura, traer capital extranjero privado para esos programas, especialmente en el sector energético. La energía es abundante en Brasil por la capacidad de expansión que tiene. También en la Argentina. Y aun así no hemos desarrollado políticas comunes para atraer capitales, ni un marco regulatorio que nos permita ser mayores productores, tanto de las renovables como de las no renovables y menos sucias, como es el caso del gas respecto del petróleo, o de energía hidroeléctrica, que es la más ricas de todas.
–¿Plazos?
–La recomposición del poder en torno del Gobierno brasileño no tengo dudas que va a facilitar este tránsito del Mercosur. Y lo mismo sucederá con la Argentina, a partir del año próximo.
El destino de Brasil en las manos de Dilma y Joaquim Levy
Por Jorge Castro (*)
La tasa de inversión brasileña era 20,2% del PBI en 2010, y cayó a 17% en el 3er trimestre de 2014. A su vez, la tasa de ahorro doméstico ascendía a 16% del producto cinco años atrás, y ahora se ha derrumbado a menos de 14%.
Al mismo tiempo, los costos de producción, encabezados por los laborales, aumentaron más de 100% entre 2004 y 2014; y en esta etapa, la productividad creció solo 1,2% por año, nivel que disminuyó a partir de 2009, en que alcanzó a 0,5% anual o menos.
En este período, también la tasa de retorno sobre el capital invertido, ante todo en la industria manufacturera, adquirió un carácter negativo a partir de 2012.
La consecuencia fue que el PBI creció 0,4% en 2014, y se contrajo en los últimos tres meses del año. De ahí que el piso de 2015 sea 0%, y acarree la profundización de la recesión en el 1er trimestre de este año.
El nivel de expansión de 2014 representa el promedio de crecimiento desde 2009 en adelante; y esto sucede cuando su tasa de expansión potencial de largo plazo ha caído a 2% por año, o menos.
El déficit de cuenta corriente ascendió el año pasado a US$ 90.900 millones (4,17% del PBI), con un saldo negativo del comercio exterior que alcanzó a US$ 3.930 millones; y esto ocurrió a pesar de que Brasil recibió en 2014 US$ 66.500 millones de inversión extranjera directa (IED).
El problema de fondo de Brasil es su bajo nivel de productividad, que ha sido menor que el crecimiento promedio del PBI per cápita entre 1980 y 2012 (1,2% anual).
Por eso la tasa de inversión es tan baja, y todavía menor la de ahorro; y esta carencia estructural golpea sobre todo a la industria manufacturera, que requiere proporcionalmente un nivel más alto de inversión que los otros sectores de la economía para incorporar tecnología y disminuir costos; y de esa manera no perder posiciones competitivas.
La consecuencia de la bajísima productividad brasileña es que la industria manufacturera no puede competir; y esta es la razón de fondo de la aguda “desindustrialización” que experimenta el país, la sexta economía del mundo.
El vínculo con China es esencial para Brasil en el siglo 21. Por cada punto de caída del producto chino (creció 7,4% en 2014 y 11% en 2010), el PBI brasileño disminuye 1,2% anual.
La contrapartida de esta relación simbiótica ha sido que el intercambio bilateral Brasil/China creció 40% anual entre 2000 y 2011; y esto le permitió lograr un superávit comercial de US$ 40.000 millones en 2008 (fue de US$ 2.000 millones en 2001).
En este período, el precio de los commodities exportados por Brasil a la República Popular (soja y mineral de hierro) aumentaron 227%.
Brasil es el cuarto país del mundo en capacidad de atracción de IED, y este año sería el tercero, detrás de China y EE.UU. Pero como sus costos de producción, sobre todo manufactureros, son 65% superiores a los de sus competidores (China, Corea del Sur, Alemania y EE.UU.), esto le impide exportar.
El nuevo escenario
En estas condiciones de estancamiento estructural de largo plazo, Dilma Rousseff asumió su segundo mandato, después de triunfar el 26 de octubre del año pasado por la menor diferencia (menos de 3 millones de votos sobre un electorado de 110 millones) en cualquier reelección desde la recuperación de la democracia en 1985; y en esta situación de debilidad política, estalló el escándalo de corrupción de Petrobras, la mayor empresa brasileña. De ahí las recientes manifestaciones, las más numerosas de la historia de Brasil desde las “Directas ya” (1984/1985).
Brasil es un país profundamente heterogéneo, en términos regionales y sociales. Dilma Rousseff obtuvo 10 millones de votos de diferencia sobre Aecio Neves en los estados del Nordeste. Pero el candidato de la oposición logró 6 millones de votos más que la presidenta en el Estado de San Pablo, el más industrializado del país.
El 15 de marzo, al cumplirse 30 años de la finalización del régimen militar, más de un millón de personas se manifestaron en la Avenida Paulista de San Pablo en contra de Dilma Rousseff y el PT.
Las multitudes en las calles se han convertido en un nuevo protagonista de la política brasileña; y de ellas depende la gobernabilidad del país.
En Brasil, en este momento se suma la crisis económica a la crisis política; y todo depende de la recuperación del crecimiento económico, condicionado a las reformas fiscales lanzadas por el nuevo ministro de Hacienda Joaquim Levy, que depende del respaldo político de Dilma Rousseff.
Si Brasil no recupera el equilibrio fiscal perdido –el déficit fiscal nominal es 6% del PBI y el neto, 0,6% en 2014, lo que exige un superávit fiscal de 1,5% en 2015 y de 2% en 2016–, no hay forma de recuperar la inversión, lo que asegura el mantenimiento del estancamiento estructural de largo plazo.
La dupla Rousseff-Levy tiene en sus manos el destino de Brasil, cuyo signo se resuelve en estos dos años.
Se puede asegurar que el respaldo de Rousseff a Levy es crucial. Si Aecio Neves hubiera triunfado en noviembre, tendría que realizar el mismo ajuste que lleva a cabo Joaquim Levy, solo que tendría enfrente la reconocida capacidad de movilización del aparato del PT, que incluye al Movimiento de los Sin Tierra y a la Central Única de Trabajadores.
(*) Presidente del Instituto de Planeamiento Estratégico (IPE).
Lorenzo Sigaut Gravina, de Ecolatina
Réquiem en clave de investment grade
Quizá le lleve todo el año a Brasil enderezar el rumbo. Los inversores le dieron el ultimátum: el ajuste fiscal o pierde la calificación financiera internacional, de la que depende el ingreso de capitales que alimenten y hagan arrancar el motor de la economía.
Lorenzo Sigaut Gravina
“La perspectiva de un 2015 con más recesión, más devaluación, más inflación, conforman una economía pesada que puede profundizar los problemas en la coalición gobernante o hacer que de acá a seis meses vuelvan a unificarse para pensar en conjunto cómo salir de este trance entre todos”, pronostica Lorenzo Sigaut Gravina, el economista jefe de la consultora Ecolatina, que preside Marco Lavagna, quien se basa en una visión de primera mano de lo que sucede en el país vecino que le reporta el estudio brasileño Tendencias Consultoría Integrada, cuyas cabezas son el ex ministro de Economía en 1990, Mailson da Nóbrega, y el ex presidente del Banco Central en 1992, Gustavo Loyola.
Es que tras el punto final a la era del súper real que se iniciara a mediados del Gobierno de Lula y se prolongara hasta mediados de la primera presidencia de Dilma, “la confianza de los inversores pasó a ser decisiva, porque este modelo está basado en gran medida en el investment grade para atraer los capitales que le permitan equilibrar la cuenta corriente de la balanza de pagos”, sostiene.
En los últimos años, sobre todo desde 2011, Brasil tuvo un real muy apreciado, que le generó un déficit de cuenta corriente significativo, con un superávit comercial cada vez menor, que financió principalmente con un modelo de ingreso de capitales que le permitió compensar este súper real y de hecho lo impulsó.
“Brasil había sido la niña mimada de los mercados, logró el investment grade, evitó el default, a diferencia de la Argentina en 2001/ 2002, prolongando los vencimientos dentro de una estrategia más de largo plazo, y logró cambiar gran parte de la deuda de corto plazo y en dólares a un mayor plazo y en buena medida en moneda local”, enumera.
La bonanza se morigeró cuando empezó con algunos problemas típicos del atraso cambiario, sin llegar a fuga de capitales, sino a una menor entrada, “porque al tener déficit de la cuenta corriente compensado todos los años con un ingreso neto de capitales muy elevado, estamos hablando de un déficit de casi 4 puntos del PBI, pero si entran capitales por 2 puntos de PBI queda una grieta muy grande por la que se van perdiendo reservas”, continúa analizando.
El yerro de Dilma
Y al dejar de tener un flujo grande de capitales, Brasil empieza ahí sí a depreciar el real. Interpreta Sigaut Gravina que lo que Dilma había querido hacer con esta situación de súper real era reactivar por el lado de reducir la carga impositiva a la industria. Pero no logró apuntalar el crecimiento, y de hecho, cuando se lo mira dos o tres años atrás, el PBI había crecido a tasas muy bajas, además de perder también el ahorro fiscal primario ante el pago de intereses, que es lo que los inversores veían como señal de sostenibilidad de la deuda de Brasil. Era porque si ahorraba antes del pago de intereses iba a ser capaz de desendeudarse lentamente.
–¿Qué sucedió a partir de que Dilma llegó a un tipo de cambio apreciado, sin reacción económica y con algunas presiones inflacionarias?
–Que con el último shock electoral en 2014 se esfumó el ahorro primario y, a partir de ahí, los inversores financieros le empezaron a pedir cambios al Gobierno de Dilma. En ese contexto fue que se produjo la entrada de Joaquín Levy, un ministro de Economía con buenos contactos con el mundo financiero, que inicialmente proponía un ajuste fiscal para que Brasil no perdiera la confianza de los inversores y, especialmente, el investment grade.
–¿Cómo jugaron los escándalos de corrupción en este contexto?
–Forzada por estas circunstancias y al haber ganado con lo justo la elección, Dilma intentó cambiar para volver a una situación de superávit fiscal primario (estamos hablando de un punto y medio, 2 del PBI en 2016), pero ahí fue cuando saltaron otros problemas, como el escándalo de corrupción e inclusive la estampida del real que se vio en el último tiempo, asociada a que la coalición de gobierno no está dispuesta a implementar medidas de ajuste como las que impulso Levy.
–¿Por qué se dispararon las devaluaciones?
–En esos tiempos no estuvo interviniendo significativamente el Banco Central, por lo cual terminó convalidando una mayor devaluación del real. En los últimos 12 meses fue casi de 50%, lo que guarda similitud con lo ocurrido a fines del 1998/99 en la Argentina, la devaluación fuerte, también de 50%, que había dado Brasil al final de la Presidencia de Menem, quien a su vez eligió atrasar cada vez más el tipo de cambio como está haciendo Cristina Kirchner, como camino opuesto al de Brasil.
Dante Sica, de abeceb.com
El fracaso de Levy es un lujo no permitido
El país vecino enfrenta varias crisis al mismo tiempo: económica, política, de corrupción, más la resistencia social al ajuste. El impacto de Petrobras frena inversiones de todos los proveedores: en astilleros hubo casi 18.000 despidos.
Dante Sica
El titular de abeceb.com, Dante Sica, lleva años yendo y viniendo de Brasil, donde la consultora construyó una cartera de clientes y de relaciones con prestigiosas colegas de ese medio que la invitan a proyectarse hacia toda la región.
Recién llegado de San Pablo, donde dio una conferencia en la universidad local, compartió una presentación con el ex presidente Fernando Henrique Cardoso y escribió una columna para el diario El Estado de San Pablo, entre otras actividades, sintetiza la etapa actual que atraviesa el país vecino como de “fuerte negociación” dentro de la coalición gobernante. La piedra de la discordia es en torno del programa de ajuste al que apostó la mandataria al reasumir, a sabiendas de que sería la única manera de recuperar la economía para volver a crecer y calmar de ese modo el problema social.
“Dilma no tiene margen para dar marcha atrás”, asegura, y argumenta: “Apareció una encuesta en Brasil que da 60% a favor de un impeachment (juicio político), cuando el nivel de popularidad, a cuatro meses de ganar la elección, anda por 12%, la gente salió a la calle a protestar. Y para colmo hay, además, una brutal sequía que empieza a impactar en la generación de energía”.
Resume el delicado estado actual en que se juntó la necesidad de resolver la crisis política a la vez que afianzar y avanzar en el ajuste. “Brasil no se puede dar el lujo de que el ministro de Economía Levy fracase”, opina.
Define a los inversores en actitud de espera hasta ver qué pasa: “Asumieron que Brasil no va a crecer este año y que habrá más volatilidad en el tipo de cambio hasta que la crisis política no se pare”, sentencia.
Los distintos escenarios
–¿Qué percibió in situ en su reciente visita?
–Cuando uno está en Brasil percibe que están conviviendo distintos escenarios institucionales posibles, aunque poco probables, de que la Presidenta no termine el mandato. Uno es el impeachment, sujeto a que la Justicia compruebe que la plata que salió de Petrobras se destinó, vía terceros pagos, al financiamiento de las campañas políticas. El otro es que renuncie, lo cual no pega con la personalidad de Dilma, pero la posibilidad está. Algo más factible aun sería que se avance hacia una reforma de tipo parlamentarista, como pretenden algunos sectores políticos. Pero lo más probable de todo es que se termine dando más poder de decisión en el Gobierno al PMDB, en la cabeza de una figura más fuerte, que es el vicepresidente Temer. Ya manejan el Poder Legislativo y ahí reside parte de la explicación de la crisis que se vive ahora: Dilma había querido poner su propio candidato pero el PMDB se lo impidió. El vice hasta el año pasado estaba dibujado. Y ahora, lo que está impulsando Lula es que empiece a tener un rol mucho más protagónico. Se pensaba que Dilma había roto la relación con su antecesor porque estaba gobernando con un grupo muy chico del partido de los Trabajadores, dentro del cual ella es muy resistida.
–¿Por qué detonaron estos desencuentros apenas ganada la reelección?
–La administración Dilma venía arrastrando un problema económico muy parecido al de la Argentina: la falta de sincronización entre la política monetaria y la fiscal, con una expansión muy fuerte del gasto, fuertes desequilibrios de precios, etc. Ganó la elección con un discurso de continuidad, pero lo primero que tuvo que hacer fue encarar cambios en la economía que los propios actores económicos le reclamaban para volver a crecer.
–¿Cómo repercuten en la Argentina estas turbulencias del principal país aliado?
–Durante muchos años Brasil copiaba los planes que lanzaba la Argentina y trataba de mejorarlos. Sacábamos acá el Primavera y ellos salían con el Cruzado, acá la convertibilidad y allá el real. Hoy es al revés: la Argentina tiene que mirar lo que pasa en Brasil, porque es un anticipo de lo que va a ocurrirnos el año que viene. No en la crisis, sino en el hecho de que el ajuste es inevitable. La primera percepción sería: miremos lo que está haciendo Brasil para hacerlo mejor nosotros el año que viene. La segunda cuestión importante es que este año habrá un impacto importante solo en las exportaciones, que van a caer por pérdida en la competitividad y va a haber desvíos, al haber quedado más baratos los bienes brasileños.