El principio de elecciones libres y justas es el núcleo de la política exterior estadounidense. Para mucha gente de cualquier nacionalidad, también, si un país celebra elecciones ese país es democrático. Esto explica muchas situaciones incómodas en que se ha visto enredado Estados Unidos, cuando las cosas no resultan como se esperaba.
Ejemplo. 1992, Argelia, el Front Islamique de Salut (FIS) pareció legítimamente ganar las elecciones en Argelia. Mientras la élite argelina miraba con horror el resultado, los militares del país anularon los resultados.
Silencio de radio en la comunidad mundial, incluido Estados Unidos, mientras el golpe sumía a Argelia en una sangrienta guerra civil.
Fueron pocos los que levantaron la voz para condenar esa flagrante violación de los derechos democráticos, porque más que nada temían una Argelia islamista.
Guerra Civil Palestina, 2006. La entonces secretaria de Estado de EE.UU., Condoleezza Rice, se manifestó “horrorizada” con la guerra fratricida que se inició después de las victorias legislativas, políticas y militares de Hamás, el movimiento islámico. Le espantaba que Hamás seguía rechazando la existencia del estado de Israel. Pero la política de Estados Unidos era la de aplicar la “diplomacia transformadora”, según la cual la misión del Gobierno de Estados Unidos era promover elecciones en todos los estados autocráticos.
Actualidad. Volviendo a Egipto, el Gobierno estadounidense y otros países apoyaron la remoción del autocrático presidente Hosni Mubarak en 2011 y las elecciones libres que siguieron. El problema es que ni a Estados Unidos ni a muchos otros países les gustó el resultado de esas elecciones.
El primer Parlamento egipcio de la era post Mubarak abrió sus sesiones con amplia mayoría islamista que controla tres cuartas partes de la Cámara Baja o Asamblea del Pueblo. Luego está el Partido Libertad y Justicia (PLJ), la formación mayoritaria con 235 escaños, seguida por los salafistas de Al Nur con 123 asientos; y la tercera es el Wafd, el partido más antiguo de Egipto, que logró 38 diputados. Eso no definía el “nuevo Egipto” que buscaba Estados Unidos. Por ninguna parte se venía el Egipto progresista, reformador y pragmático que habían imaginado.
Entonces –reflexiona Bot– los Gobiernos democráticos del mundo no lograron presentar una respuesta coherente al golpe militar del 3 de julio de 2013, que removió al presidente electo Mohamed Morsi, representante de la Hermandad Musulmana. Parece que la vuelta al “statu quo ante” no está tan mal para ellos. El régimen de Mubarak, que duró 30 años, había sido funcional a los intereses de Estados Unidos, Europa e Israel.
Estabilidad geopolítica
La pregunta que se hace Bott, entonces, es si el Gobierno de Estados Unidos debería continuar apoyando regímenes autocráticos toda vez que contribuyen a la estabilidad geopolítica. Claro, reflexiona el autor, que es parte de la realpolitik de cualquier país tomar decisiones que son percibidas como de su propio interés de seguridad nacional. Pero si bien admitimos la realpolitik, el secreto de fomentar la democracia en el mundo está en la definición que se haga de ella.
Las elecciones libres y justas son condición necesaria pero no suficiente para la democracia. El apoyo entusiasta y no cuestionado de las elecciones sin el necesario estudio preliminar puede conducir a sorpresas desagradables.
Abraham Lincoln lo dijo bien cuando definió la democracia como el Gobierno de la gente, por la gente y para la gente. O sea, hay mucho más en una democracia que llamar a elecciones. Primero, una sociedad debe construir instituciones que permitan a sus ciudadanos participar en todos los aspectos del proceso político. Segundo, una sociedad democrática debe garantizar que todos los habitantes sean iguales ante la ley. Eso, a su vez, exige un poder judicial independiente y apolítico. Tercero, una verdadera democracia reconoce y respeta todas las diferencias culturales, étnicas o religiosas que puedan existir dentro de sus fronteras. Cuarto, libertad de opinión sin temer represalias por parte de aquellos que han sido electos. Esto último es fundamental.