Un nuevo modelo empresarial

    Por Florencia Pulla


    Roberto Bisang
    Facultad de Agronomía UBA

    Roberto Bisang se dedicó durante mucho tiempo a entender las dinámicas de la economía industrial. En esos años no estaba preocupado por granos y lácteos sino por cómo funcionaba la matriz manufacturera nacional. Economista de profesión, hace 15 años pegó el proverbial volantazo: con su know-how a cuestas decidió comprender al agro desde esa visión. “Quise aplicar todo lo que es teoría de contratos, asimetría de información y procesos tecnológicos al desarrollo institucional; a lo que es la organización del agro”, cuenta. ¿Su conclusión? No se trata de la actividad primaria por excelencia sino que hoy por hoy, es una industria a cielo abierto.
    “Antes de 1994, la Argentina tenía una producción de 20 millones de hectáreas que cosechaba 40 millones de toneladas por año. Que crecía pero lento, gracias a cierta tecnología convencional y a la semilla hibrida. Desde ese año hasta 2014 se pasó a casi 100 millones de toneladas de producción. Eso es espectacular y se ha dado pocas veces en la historia”.

    ¿Qué hay detrás de eso? Según Bisang se trata de una transformación de todo el negocio agrario. La vieja idea del agro pampeano y las economías regionales se desdibuja para descubrir otras tierras que se rentan. “Se pampeanizó el grueso de la producción. Lo que pasó fue un shock en la forma de organización. Apareció una nueva figura que es la empresa de producción agropecuaria que alquila dos terceras partes de la tierra cultivable para su uso y que, además, se deshace de las máquinas propias para rentar servicios a las casi 16.000 Pyme que lo brindan a lo largo y a lo ancho del país. No es la vieja idea del agricultor con su propia máquina sino que los contratistas de servicios son proveedores de distintas actividades”.

    Sobre el perfil empresario, Bisang aclara: “es un jugador muy despierto porque en una punta tiene un mercado internacional que demanda y, en la otra, oferta de insumos y tierras con gente dispuesta a alquilar. Hace una intermediación productiva y toma riesgos, que no son datos menores. Pretende, por eso, minimizarlo, utilizando mejor tecnología, distintas localizaciones y asegurando su cosecha ante cambios climáticos bruscos. Hoy más de la mitad de la tierra cultivable está asegurada. Para hacer frente a todo eso hay que estar muy entrenado en el negocio, algo muy distinto al productor tradicional”.

    Otro dato que se suma a este nuevo perfil del empresario agrícola es que usa –y bastante– tecnología para aumentar la productividad por hectárea. Así, explica Bisang, dos tercios de la estructura de costos es provista por el sector industrial. “Hoy se utilizan gran cantidad de herbicidas y fertilizantes”.

    Poco impacto sobre la economía

    En pocas palabras, se trata de un empresario que alquila tierras, subcontrata mano de obra y consume insumos del sector industrial. “Hace 25 años vivía en el campo, tenía cierto número de hectáreas y utilizaba la mano de obra de su familia para hacer una actividad sencilla que dependía mucho de los vaivenes climáticos y de la tecnología de arado con la que contaba. Ese perfil de entender el agro tenía poco impacto sobre el resto de la economía. Hoy tiene un efecto multiplicador porque compra semillas, químicos… no funciona tranqueras adentro sino tranqueras afuera”.

    Quizás una deuda pendiente sea la agroindustrialización. Para Bisang tiene explicaciones sencillas, más relacionadas con la coyuntura. “No está tan desarrollada no por falta de iniciativa sino porque no están alineados los precios relativos. Exportar carne, harinas… es difícil. Hay que cuidar el número. Pero no hay dudas de que el próximo crecimiento del campo va a venir por ese lado. Hoy el proceso de industrialización está basado en ensamblar partes en Tierra del Fuego; la industria automotriz también arma. Pero hay todo un sector muy dinámico, moderno y profesional que es el agro y que, de a poco, se va industrializando también. Esa es una posibilidad y por eso la Argentina tiene futuro”.

    Lino Barañao

    Agricultura del futuro: genéticamente modificada

    El Ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva entiende que el desafío de alimentar a cada vez más personas conlleva un uso más eficiente de los recursos y también del control de dos variables controversiales: agroquímicos y transgénicos.

    Por Florencia Pulla


    Lino Barañao

    Lino Barañao es un cuadro técnico, un indiscutible. Químico de profesión pero político de vocación, su rol a cargo del flamante Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva le ha valido elogios de oficialistas y opositores. Si algo deja en evidencia su administración es que el impulso a las ciencias duras y al vínculo entre ciencia e industria forma parte ya de una política de Estado. “Siempre se puede dar un paso atrás. Pero el sector productivo, que tiene gran capacidad de lobby, también necesita de la ciencia y de los avances tecnológicos. Si realmente la inversión tiene un impacto económico es difícil no continuar. Ningún estadista puede tener un discurso contrario hoy en día…”, explica en exclusiva para Mercado.

    –Si se va hacia atrás en la historia, es evidente que los grandes avances productivos en el campo están atados a la tecnología. El paso de la agricultura tradicional a la agricultura industrial, que continúa hasta hoy en día, es el mejor ejemplo. ¿Cuál es el aporte que hace hoy la ciencia a la agricultura argentina?
    –No hay un sector de la agricultura en el que la tecnología no tenga una influencia directa. La agricultura antigua no cambió prácticamente a lo lago de los siglos hasta llegar al siglo 19, cuando se empieza a hacer un trabajo sistemático para encontrar variedades de mayor productividad. Después con la inclusión de la maquinaria agrícola, un aporte de la ingeniería, comienza lo que es la agricultura industrial. Algo familiar se convierte en algo intensivo. En la Argentina nace de esta forma. En la segunda mitad del siglo 20 aparece la revolución verde; la modificación genética permitía obtener variedades que tenían cualidades que permitían conseguir diferencias sustantivas en la producción.
    Lo que tiene la agricultura de bueno es que la innovación se transmite en forma global. Porque la última revolución tiene que ver con la modificación genética, la resistencia a químicos que permite la conservación del suelo. Eso aumentó mucho la productividad y nos convirtió en un país líder en la aplicación de ciencia en el sector agropecuario. Es la tecnología la que permite que el sector no sea subsidiado sino que pueda aportar a las arcas públicas.

    –Habla de la modificación genética, que es quizás de los temas más controversiales asociados al campo hoy.
    –Como toda tecnología, tiene aristas negativas que no se controlan. Esto también le cabe a la electricidad. Obviamente, tiene que ser manejada en forma responsable con los debidos controles porque el riesgo está en su extrema eficiencia. De hecho, es tan eficiente este proceso que se debe controlar la tendencia natural a sobresembrar, que sí tiene consecuencias ecológicas. También la no rotación de los cultivos que presentan un riesgo para la sustentabilidad. Pero para los alimentos transgénicos no existe evidencia de ningún efecto nocivo para la salud.

    –¿Por qué la reacción, entonces?
    –Porque el consumidor percibe una asimetría en el riesgo: el beneficio que recae en el productor y el riesgo recae en el que consume. En la electricidad eso no sucede. Lo que ocurre con la agricultura moderna es que no se ha explicado la aplicación sistemática, no se ha explicado el beneficio: cuánto aporta a las arcas públicas, cuánta gente trabaja con prácticas más dignas porque más mecanización implica más confort.

    –En un contexto de sobrepoblación, el gran desafío es cómo alimentarnos en el futuro. ¿Los bioproductos y los agroquímicos son el camino?
    –La agricultura orgánica del futuro será genéticamente modificada. No hay una contradicción entre esos términos. Las plantas del futuro son las que van a necesitar menos usos de agroquímicos, de insecticidas. La tecnología permite esa posibilidad: que sea muy eficiente, que se necesite menos tierra para producir más alimentos. Lo realmente antinatural es que el humano se haya reproducido tanto… no hay ningún otro animal que tenga tantos individuos.
    Es evidente que para satisfacerlo se necesita aumentar 70% de la producción y la única manera de resolver el problema es siendo más eficientes porque un planeta paralelo para cultivar no tenemos. Todos los problemas de alimentación deben ser encarados a partir de soluciones tecnológicas; la única solución para que sobrevivamos en el planeta es ser más eficientes.

    Gabriel Delgado

    La importancia del pequeño productor

    Con el precio de los commodities en baja, en todo el mundo, el secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca nota una retracción en los modelos de negocios de grandes pools en pos de un campo más cooperativo que depende de agricultores con menos peso.

    Por Florencia Pulla


    Gabriel Delgado

    No hace mucho que Gabriel Delgado está en su cargo de esta cartera pero, de ninguna manera, es un improvisado en este tema. Un cuadro técnico, Delgado –economista agropecuario– se había desempeñado antes en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y luego como director de Innovaciones Tecnológicas Agropecuarias (INTEA), el nexo entre el INTA y los actores de la cadena agroindustrial.
    Con su bagaje de experiencias es que nota cierta transformación en la producción del sector en el último tiempo. “El cambio está motorizado por todos los procesos de innovación y de inversión que se dieron, principalmente. No hay que negar que existió una mezcla de condiciones económicas y precios internacionales que ayudó. Pero en realidad lo que hizo la diferencia fue la masa crítica de profesionales formados, de productores inquietos por aprender, con una lógica innovadora, que llevaron a un esquema mejor de desarrollo en el país. Esto no se dio en todas las cadenas productivas con la misma fuerza pero a lo largo de la pampa húmeda y de ciertas economías regionales la tecnología pasó a ser un factor importante”.
    Cuando Delgado habla de productores curiosos se refiere, evidentemente, al cambio generacional en el sector que bajó su media de edad considerablemente agregándole conocimientos de negocios a una actividad que los necesitaba. “Hoy el productor agropecuario de la región pampeana tiene una edad promedio de 47 años. En otros países la media de edad es mayor. Es un empresario joven y además es innovador”.

    Grandes versus chicas

    Los precios de los commodities no son un elemento de análisis menor. Durante buena parte de la última década el alza de la soja reforzó la posición del campo y atrajo inversiones tildadas, muchas veces, de especulativas. Es el caso de los famosos pools de siembra, hoy en retirada. “Hay que dimensionar. En el mejor momento de los pools no superaban las dos millones de hectáreas cultivadas. Nuestra visión es la del pequeño y mediano productor, que impera, que es el que innova, que es quien invierte. Hay muchas empresas familiares en la Argentina todavía que son las que integran el tejido socio cultural de los pueblos del interior y esos son los que van a prosperar. Evidentemente las estrategias de agruparse son necesarias y entonces se crearán redes de empresas pequeñas”, explica Delgado.
    En parte “los emprendimientos familiares siguen muy enraizados en todas las regiones del país. Estos grandes conglomerados de siembra han tenido muchos problemas. En general, en contextos de buenos precios estas estructuras son viables pero cuando hay una caída no logran subsistir”.
    En ese sentido, los tiempos han cambiado. Con una soja casi a la mitad de su récord histórico el panorama podría no ser tan alentador. Como explica Delgado “la Argentina produce alimentos para 400 millones de personas; somos el país que más alimentos produce por persona. Tenemos una gran oportunidad pero también desafíos importantes. Porque el aumento de la capacidad tecnológica aumenta la productividad por hectárea y eso hace caer los precios. El futuro radiante puede tener altibajos y no ser un lecho de rosas”.
    Quizás por eso agregarle valor al grano sea una prioridad de la secretaría y del ministerio. “Hay que generar trabajo desde los sectores más dinámicos. Ese es el empleo de calidad, el más estable. Vemos con buenos ojos iniciativas que generen servicios o que agreguen valor a los productos primarios. Se ve una clara tendencia hacia iniciativas como esas. La Argentina hoy no exporta solamente el grano de soja sino su aceite. Lo mismo sucede con otras frutas, como el limón o incluso con la vid que se convierte en vino. Hay muchos sectores que han experimentado un cambio vertiginoso y el Estado ha generado buenas políticas en ese sentido”, sentencia.

    Eduardo Fracchia

    Más articulación industrial

    El gran desafío del campo a mediano plazo es dejar de ser solamente un proveedor de materias primas para convertirse en un sector que exporte valor agregado. Vender soja está muy bien pero mejor es exportar aceite.

    Por Florencia Pulla


    Eduardo Fracchia

    Eduardo Fracchia, director del área de Economía del IAE Business School, habla generalmente sobre coyuntura. Es por eso que resulta difícil encontrarlo discutiendo temas más estructurales como los del agro en el país; su evolución en los últimos 20 años gracias a lo que llama “revolución verde” y su potencial a futuro. “A grandes rasgos a partir de los años 80 hubo una explosión que también llegó a la Argentina. De la mano del proyecto oleaginoso se vio una gran expansión que modificó al sector que se volvió más moderno. Hay nuevas prácticas, como la siembra directa, el uso intensivo de agroquímicos, nuevos esquemas de arrendamiento y maneras de producción que hicieron que se crezca a 100 millones de toneladas de cosecha y que se pueda llegar, incluso, a 150 millones de toneladas. La agricultura hoy es la gran frontera de la producción; el sector más dinámico”.

    –¿Existen diferencias entre el empresario argentino tradicional con el empresario agrícola moderno; este que protagoniza hoy el cambio en el campo?

    –El empresario agrícola hoy se caracteriza más por invertir, por mirar más al largo plazo. Es un empresario que está más comprometido por el tipo de actividad que quizás el resto de la jungla local que es más rentista, más especuladora; a veces más volcada al sector financiero. No sé si decir que se trata de un perfil de empresario “más sano” pero si es muy schumpeteriano, muy innovador, que trata de mejorar su producción y está sufriendo todo el contexto argentino que lo complica por impuestos, retenciones…

    –Se dice muchas veces que, antes de los años 80, se trataba de un sector “tranqueras hacia adentro” que no tenía tanta interacción con el resto de la economía. ¿Esto también cambió?

    –Definitivamente. Se trata de un sector dinámico porque genera dólares, empleo, reservas. De hecho, se dice que un tercio de la población tiene que ver con la agroindustria y el agro. Tiene un efecto multiplicador en las economías regionales porque en las ciudades o pueblos que desarrollan la actividad se mueven mucho. Además, el agro colabora mucho con impuestos, retenciones, por lo que solventa al fisco.
    La Argentina es un país grande y por tanto no puede vivir del campo. La industria siderúrgica, petroquímica, de construcción la complementan y eso es muy importante. Si fuésemos un país de 10 millones de habitantes capaz que podríamos basarnos en el campo; pero somos más entonces es importante que haya otras actividades. No tiene que haber enemistad entre el campo-industria, no es Boca y River, hay que integrarlas. La agroindustria, por ejemplo, es una combinación. Si tuviésemos 100 Molinos Río de la Plata, 100 Arcor, estaríamos mejor.

    –¿Considera que la agroindustrialización es una materia pendiente por los riesgos que implica? ¿Es más cómodo quedarse en la actividad primaria solamente?

    –Es un desafío pendiente, sin dudas, porque es cierto que hay que tomar riesgos. Pero hay mucho potencial. Hoy en la industria vitivinícola se hacen cosas lo mismo que con el jugo de limón en Tucumán o el aceite de soja. Hay elementos de éxito pero me parece que hay que avanzar muchísimo más. Teniendo en cuenta lo que los chinos demandan, puede haber una integración mucho más robusta.  

    ¿El Estado no ayuda?

    La agroindustria en la Argentina estuvo tildada durante muchos años –de los 30 a los 70– como un sector bobo. Pero en los 80 explotó. Esto se dio junto con la democracia pero no porque el Estado les dio su apoyo sino por el empuje del sector privado, especialmente de algunos grupos empresarios. Se ha dado una revolución, sí, que está muy atomizada porque hay muchos jugadores y lo deseable sería que la política pública empuje y no pare los procesos, como sucedió con la carne, el trigo o incluso con los lácteos. Así el agro realmente va a lograr ser un vector de desarrollo.

    Nestlé Argentina

    La innovación en la industria alimentaria

    La multinacional apuesta a sus 34 centros de Investigación y Desarrollo para crear y renovar productos que sientan mejor con las necesidades actuales del consumidor, más exigente. El proceso de innovación no le escapa a la industria alimentaria.

    Por Florencia Pulla


    Valeria Weimann

    Pero además, la empresa de origen suizo tiene otra conexión relevante con el tema agrícola: su sostenida campaña en pro de conservación del agua y de su utilización racional, como corresponde a un insumo vital para la producción de alimentos.

    Peter Brabeck-Letmathe –ex CEO y hoy Chairman de la firma– no se cansa de explicar por qué el agua es claramente el recurso más valioso en este planeta y lo que hay que hacer para conservarla. Como dijo en Mercado –ver agosto de 2010, edición 1109– “el agua es, para nosotros, un tema estratégico. El principal desafío es sin duda la seguridad del agua para los agricultores que aprovisionan nuestras fábricas en todo el mundo. Los agricultores son los principales usuarios de agua –70% de las retiradas, más de 90% del consumo real– y ellos serán los más afectados en caso de una escasez masiva”. 

    En otro campo, el trabajo es incesante en la renovación de productos alimenticios. El grano pasa por muchas transformaciones hasta llegar, en forma de producto, a la góndola. No es lo mismo comprar la materia prima, el café, que el frasco lleno del grano recientemente molido, combinado con otros ingredientes agregados, fortificado con calcio: allí hay una conceptualización que responde, evidentemente, a una necesidad del mercado.

    Valeria Weimann, gerente de Innovación y Renovación de Nestlé Argentina, está a cargo de este proceso en la compañía que sabe llevar a la góndola cafés, chocolates, lácteos y otros productos culinarios. Como explica desde su oficina en Vicente López, trabajan a nivel de procesos aislando comportamientos para dar con la clave. “Esta pata del negocio es muy importante porque la compañía tiene 10.000 productos a escala global y todos responden a cierta orientación que tiene Nestlé del consumidor. Averiguamos qué lo motiva, qué necesita y después desarrollamos un proceso de innovación o de renovación”, explica.

    Aunque en la Argentina no hay todavía un centro alineado en algunas de las tantas categorías que manejan, sí hay uno en Chile y la colaboración entre países, explica Weimann, permite la participación del talento local que abarca distintas áreas, desde el marketing hasta la seguridad alimentaria. “El proceso de innovación es multidisciplinario. Interviene Marketing que tiene una mirada del consumidor, Business Intelligence para investigaciones de mercado, del área técnica para trabajar con la materia prima de manera directa… se aprovecha el talento de mucha gente”.

    Sin sobreinnovar

    Sin caer en el problema de sobre-pensar un producto, la innovación tecnológica en la industria alimenticia se parece bastante al trabajo de un psicólogo: escuchar los problemas que tiene el público y actuar en consecuencia. En el caso de Nestlé, la herramienta que usan se llama 60/40/+ y mide si cumplen, o no, con las expectativas del consumidor. “Incluso la herramienta sirve para compararlos con otras marcas y ahí entender en qué medida el producto es elegido. Es una regla: 60% de quienes se encuestan deben elegirlo por sobre el resto. Se convierte en nuestra medida interna para marcar diferentes aristas de un producto como pueden ser los elementos sensoriales –si es rico o no; si tiene la textura correcta– pero también el perfil nutricional. Ahí es donde entra el ‘más’”, dice.

    Un ejemplo de renovación de producto es la línea de mixes de Nescafé Dolca. Aunque la lanzaron en 2010, recientemente agregaron más variaciones a las existentes: al mochaccino, la leche manchada y el cortado se sumaron el capuccino y el café con leche. “Entendiendo que había que mejorarlos, agregamos más intensidad en el chocolate en el caso del mochaccino y más cuerpo en el caso de la leche manchada. Con la renovación se corre el riesgo de sobre-innovar o de empezar en una ruta que el consumidor no está dispuesto a acompañar; por eso siempre hay que escuchar”.
    Quizás la innovación –la creación de un producto desde su idea a su prototipo; de su producción a su consumo– presenta desafíos diferentes. “Es bastante más exploratorio. Se empieza desde la idea, para poder resolver esa oportunidad de mercado. Después si el concepto avanza la idea se trabaja y se transforma en algo más completo. Cuáles son los beneficios funcionales, emocionales… la razón concreta por la que el consumidor cree en la propuesta. Después se pasa a los prototipos, a la receta, al packaging y finalmente a la industrialización. Se lanza y se hace la evaluación”. A mediados de este año, por ejemplo, lanzaron Nestlé Pop para competir en el mercado de los alfajores de arroz. Se trata de un producto a base de pochoclo caramelizado recubierto de chocolate. “Es rico pero saludable. Cumple con las necesidades de esa mujer que, quizás, quiere tener todo sin resignar nada”, explica.

    De alguna manera, en Nestlé pero también en otras compañías de alimentos que cuentan con los recursos para meter un pie en el mercado masivo, el ciclo nunca termina: primero se innova, después se renueva, y así, ad infinitum.

    Banco de alimentos

    Reutilizar para así ayudar a los demás

    La organización civil es el intermediario perfecto entre las empresas de alimentos y las organizaciones que se dedican a paliar el hambre y la malnutrición en la Argentina, lo que plantea desafíos de logística y transparencia respecto a las donaciones.

    Por Florencia Pulla

    Hace unos años sonó el teléfono de la oficina que Alfredo Kasdorf tenía en El Tejar. Era un banco de alimentos de Tandil que pedía su colaboración: necesitaban un camión de soja. Como responsable de las acciones con la comunidad de la empresa era quien administraba los programas de la compañía y eso incluía donaciones. Entonces El Tejar centraba sus iniciativas en educación pero hubo algo en la profesionalidad de la gente de Banco de Alimentos que disparó su curiosidad. “Quise conocer la organización así que fui a Tandil y me parecieron muy serios. Hicimos esa donación de soja. Y al mes recibí una rendición de cuentas para saber qué se hizo con eso; percibí mucho profesionalismo. Me di cuenta de que, si bien la compañía estaba enfocada en educación, era necesario también tener la panza llena para estudiar bien. Entonces reorientamos nuestra estrategia y me fui involucrando más, primero como voluntario y después como presidente”.

    Aunque ahora Eduardo Andreu lo reemplazó en esas funciones, Kasdorf tiene el know-how de ambos lados de la pared: como consultor y ex El Tejar, conoce bien cómo funciona la industria alimenticia, desde el grano a la góndola; y como miembro de Banco de Alimentos, es un ferviente defensor de la reutilización de productos que si no irían a la basura. “Los bancos de alimentos son organizaciones de la sociedad civil que se ocupan de recuperar los alimentos que están bien para consumir pero, por alguna razón, no para comercializar. Quizás porque pasó su estación de consumo, quizás porque hay errores en el packaging… esos alimentos se recuperan y se reciben para poder distribuirlos a las organizaciones con las que colaboramos: comedores, hogares”, explica. Básicamente el rol de los bancos es el de intermediario; de evangelizadores de ambos lados de la cadena.

    Nacidos en la crisis de 2001 en el país y copiando un modelo que nació en Estados Unidos, hoy existen 17 bancos en el país que el año pasado distribuyeron más de 8 millones de kilos a 1.050 organizaciones a las que asisten 250.000 por día. Nada mal. “Hay mucha conciencia. Obviamente, las empresas no quieren tener desperdicios pero la gran mayoría entiende que si hay, es importante reutilizarlo y darle valor. No es menor. El rol de los empresarios es importante en la construcción de un país; ellos pueden ser motores y grandes generadores de cambios así que se necesitan más empresas comprometidas en generar cambios positivos con las comunidades para tener un país más justo y solidario”.

    ¿Hambre cero?

    Si algo ha hecho Juan Carr, creador de Red Solidaria, es postular que el objetivo en la Argentina tiene que ser el de hambre cero. El vocero de Banco de Alimentos obviamente coincide con esta idea pero le agrega un dato. “Hay que diferenciar hambre de malnutrición. Hay mucha malnutrición y solo algunos de ellos sufren hambre. Hay obesidad, falta de hierro y eso significa que no han tenido acceso a los alimentos que se necesitan para vivir bien. Soy optimista porque en un país como la Argentina el problema del hambre se debería solucionar. Pero hay que darle a todos la oportunidad de acceder a los alimentos por sus propios medios”.

    De la misma manera que se puede imaginar que en un mundo sin hechos de inseguridad no sería necesaria la policía, ¿en un país sin problemas de alimentación serían obsoletos los bancos de alimentos? “Más o menos –responde Kasdorf– porque en países muy desarrollados, como Estados Unidos, hay más de 160 bancos. Su razón de ser es recuperar alimentos que si no, se perderían. Se centran en la logística que es de las actividades más importantes. Porque hay que buscar y repartir alimentos dentro de una ventana acotada de tiempo, que es la del consumo de ese producto. No se sabe nunca qué producto se va a recibir y entonces los desafíos son inmensos”.

    En casos de indigencia se ve claro pero también en las grandes catástrofes –como la inundación ocurrida en La Plata hace dos años– la mano del Banco de Alimentos se hace visible. “Para que funcione bien el ciclo de donaciones es fundamental rendir cuentas y explicar con transparencia qué se hace con los alimentos. Porque al ser una sociedad civil no es propiedad de uno, sino de la gente que confía en que lo que se hace, se hace bien. Es una responsabilidad y en la medida que se confía, se recibe más apoyo”.