“No es el fin de un ciclo; hoy es el fin de una época”

    Por Miguel Ángel Diez


    Ernesto Sanz

    Para el senador nacional Ernesto Sanz, presidente del Comité Nacional de la UCR, hay que tener una mirada inteligente sobre un mundo que se vincula a través de intereses. Se necesitan reglas de juego, previsibilidad, y un gobierno serio, confiable, “que hoy no lo tenemos”.
    Para Sanz, es el fin del tiempo populista. Lo que él llama “el fin de una época”. Desde su perspectiva viene un modelo diferente. Lo ve como una opción “entre República o populismo”. Él se anota, obviamente, en querer conducir o liderar el proceso republicano.

    –Parece existir una incapacidad de los argentinos para evadir el pasado, y para intentar pensar el futuro. Es como una trampa que nos atara al pasado. Es como si fuera obligatorio, hoy, hablar de los holdouts, del valor del dólar o del nivel de la inflación. ¿Coincide usted?

    –Sí, absolutamente. Déjeme comenzar desde otra perspectiva. En los últimos tiempos se me ha dado por leer sobre una ciencia: la bio decodificación neuro emocional. Que trata –esto no es esoterismo ni nada de eso– de entender por qué las personas manifiestan dolores físicos que no son físicos sino que arrastran conflictos neuro emocionales que inclusive no son propios, sino que pueden provenir de programas que le han transmitido sus antepasados. Esa idea me hizo conectarla de inmediato con la idiosincrasia de los argentinos. Nosotros somos un país necrológico. Un país que está permanentemente atado a los muertos, a los próceres, a las experiencias del pasado y pareciera que…

    –Como lo decía el libro de Tomás Eloy Martínez…

    –Sí. Lugar común la muerte. Yo me resisto. Por lo menos en lo personal me resisto. Tengo un profundo respeto primero por mí mismo –en el sentido que no quiero caer en eso– a punto tal que cuando asumí la presidencia del radicalismo les dije: “a partir de ahora no me van a encontrar en ningún homenaje en los cementerios, porque eso es estar permanentemente pensando en los muertos. Me van a encontrar siempre pensando en los vivos”.
    Este es parte del problema de un país que no puede proyectar el futuro. Como no se puede porque eso siempre es mañana o esta noche, entonces siempre se está mirando hacia atrás. Creo que tenemos la oportunidad ahora. Veo el vaso medio lleno.
    En estos 30 años de democracia, experimentamos todos los sistemas, todas las posibilidades. Tuvimos mercadocentrismo en los años 90, estadocentrismo ahora. Donde la primera década, la de los 80, fue la de la recuperación democrática pero que se quedó en la instrumental, en la formal. Estamos en condiciones hoy de poder diseñar el modelo del país que viene, estable, futuro.
    Tenemos la posibilidad de debatir un modelo estructural de país, cuál es el país que queremos. Le digo cuál es el que yo quiero. Así como tuvimos estadocentrismo, o mercadocentrismo, ahora viene el país del ciudadanocentrismo. El ciudadano como eje de todas las políticas, con una gran concepción humanista y con una mente abierta a la modernidad, a la innovación.

    –En esa línea, todo el mundo dice que la educación es esencial. ¿Pero, qué se debe hacer? ¿Por dónde se debería empezar con la educación?

    –Es verdad que la educación es tema central, aunque todo se dice de la boca para afuera, pero luego cuando se establece el ranking de prioridades públicas, a la hora de establecer prioridades, ella no forma parte de las prioridades. Ni siquiera en los primero años de esta década, donde aparecieron normas como la Ley de Financiamiento Educativo, la de recuperación de educación técnica, una nueva Ley Federal de Educación, el Fondo de Incentivo Docente…
    Puede sorprender, pero yo no arranco en la escuela. El punto de partida en inversión, en infraestructura social básica, es de 0 a 4 años. Porque hoy el gran problema de la educación en la Argentina, además de estar adentro de la escuela en términos de calidad, evaluación y demás, está antes de la escuela, con la profunda desigualdad con la que llegan los chicos a los cuatro o cinco años a la escuela.
    Cuando un país no tiene inversión en infraestructura social básica, lo que significa ignorar el hábitat, la marginalidad, sacar de la exclusión a los pibes, es imposible que luego la escuela pueda producir condiciones de igualdad. Porque cuando el aula los recibe a los cuatro o cinco años, con semejante brecha de desigualdad es imposible curar eso, es imposible salvarlos. Esto no puede quedar en manos de un maestro.
    Ahí tiene mucho que ver el tema de la familia. Como generadora de ese hábitat. Entonces yo arrancaría desde ahí. Después me voy a la escuela primaria. Y en ella me dedico a garantizar básicos esenciales.
    La escuela, antes de dar una computadora a los chicos, tiene que tener lengua, matemática, comprensión de texto y buenos modales, higiene y salubridad, digamos. Si nosotros no tenemos esa base estamos mal.

    Gravedad en la secundaria

    Luego del primario pasamos a la secundaria que para mí es el cáncer de la educación pública en la Argentina. Es el gran fracaso de la educación. Porque la primaria la terminan más de 90% de los chicos. Pero la secundaria es donde de cada cinco jóvenes solo terminan dos y medio, o tres. Ahí es donde nosotros tenemos que ponerle más innovación, tecnología al servicio del entusiasmo de los adolescentes; mucha evaluación, terminar con los profesores taxis y demás.
    Luego, el último escalón, el de la universidad. También está en deuda y creo además que así como hacen falta reformas profundas en muchas áreas, los verdaderos partidarios del cambio que han defendido la Reforma de 1918 tendrían que entender que 100 años más tarde, tienen que tener la misma vocación revolucionaria y reformista pero para hacer de la universidad algo diferente.

    –¿Cómo deberíamos insertarnos en el escenario global, ahora que parece que tenemos una relación más intensa con China, y con Asia? ¿Cómo jugaremos dentro de la comunidad internacional?

    –Los argentinos, al menos los de la clase dirigente, no entienden cómo funciona el mundo porque ideologizaron en los últimos años la mirada internacional, y en esto tiene mucho de culpa el propio Gobierno. Las relaciones internacionales no pueden ser ideologizadas en este mundo que hace rato dejó de ideologizarlas. Entonces quedan todavía algunos enclaves, como Venezuela, con Chavez… ahora ya ni siquiera. Es una farsa eso.
    Ni siquiera los que desde alguna perspectiva ideológica se han instalado por ejemplo en América del Sur, dirigentes como Evo Morales en Bolivia o Rafael Correa en Ecuador, han sido tan poco inteligentes como la Argentina, que se quedó clavada en una mirada ideológica obsoleta.
    Correa en Ecuador avanza en un proceso de reforma educativa extraordinario que tiene mucho más que ver con el liberalismo que con una mirada ideológica de izquierda. Evo Morales ha logrado el autoabastecimiento de hidrocarburos y acaba de ser premiado por la Unesco por haber sacado del analfabetismo a Bolivia.
    Nosotros que nos creemos los carapálidas de América latina estamos atrasados en educación, en energía, y en varios rubros más. Hay que tener una mirada inteligente de que el mundo se vincula a través de intereses, donde tampoco existe esa guerra fría que lo dividía en dos, ni tampoco hay potencias que puedan quedarse con todo el poder. Los chinos tienen una enorme potencialidad, pero son una parte porque tanto el bloque europeo como Estados Unidos siguen teniendo mucho peso.

    –¿Cuál podría ser el motor de la economía argentina en los próximos años? ¿Otra vez la soja, un mix de commodities agrícolas, el shale gas o la nanotecnología, los biofármacos?

    –El conocimiento. Apuesto a la economía del conocimiento. Es extraordinaria. El secreto de la Argentina no es depender de un solo producto y mucho menos de vender el contenido de Vaca Muerta. Es la diversidad, es la diversificación, es la industrialización, pero para eso se necesita una macroeconomía estable. Se necesitan reglas de juego, previsibilidad, y un gobierno serio, confiable, que hoy no lo tenemos.

    –Sobre este tema de la seguridad, ¿cree que hay un poder narco en la Argentina?

    –Sí. Y es uno de los grandes déficits del modelo kirchnerista. En estos diez años se multiplicó el avance del narcotráfico que encontró en el país las condiciones ideales para su desarrollo con una absoluta displicencia de los controles y una complicidad primero, del poder de las fuerzas de seguridad en lo local, en lo municipal por ejemplo, y después una complicidad política.
    Hoy son un poder. Para combatirlo hace falta un programa nacional. No le podemos tirar el problema a la provincia de Santa Fe, o a la municipalidad de Rosario. Es un problema nacional.

    –¿Cómo se podría restablecer una cultura democrática en el país? ¿Cómo se recuperan las instituciones?

    –La cultura democrática o la institucionalidad democrática tiene un prerrequisito que es recuperar el orden democrático. Debo ser uno de los pocos dirigentes políticos que se atreven a hablar de orden. Sin ponerme colorado porque alguien pueda pensar que hemos retrocedido 30 años, porque el concepto de orden está más relacionado con épocas no democráticas. Creo lo contrario. Hay un gran debate pendiente y que no se aborda por falta de coraje cívico, un coraje político; es el alcance de la palabra “orden democrático”. Mientras en la Argentina no exista orden democrático que significa el respeto por la ley y la existencia de mecanismos que frente el no cumplimiento de la ley castigan, sancionan, la sociedad no puede tener en claro cuál es el bien y el mal.
    En suma, mientras no exista el orden democrático es imposible hablar de una cultura democrática. Porque la democracia supone estado de derecho, justicia independiente, sanciones para los que incumplen la ley, premios y castigos, combate contra la corrupción, el narcotráfico. Pero para eso hace falta el peso de la ley, respetar la ley y a la vez que existan instituciones que la hagan cumplir. Todo forma parte de un círculo, que cuando nada funciona es un círculo vicioso.
    ¿Cómo arrancamos? En el ejemplo de arriba hacia abajo. No hay cultura democrática porque no hay ejemplaridad democrática.

    –En los próximos años ¿cuál debería ser en la Argentina el rol de Estado, sus límites y sus funcionalidades?

    –Hay una frase de Willy Brandt, el gran canciller socialdemócrata alemán, que a mí me marcó a fuego. “Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”. El rol de Estado tiene que ser visto en el juego de la generación de riqueza y su distribución, que son para mí los dos grandes motores del desarrollo, como si fueran dos turbinas de un avión. El Estado está presente en ambos motores pero no puede hacerse cargo de la totalidad. Porque cuando el Estado cree que puede generar por sí solo riquezas se equivoca. Y cuando cree que puede distribuir por sí solo también se equivoca.
    Hay que tener un proyecto de desarrollo. Ha habido modelos en el país. Frondizi lo tuvo. Es un programa integral en donde uno debe poner todas las fuerzas productivas de la Argentina, que les desate ese corset que las tiene atrapadas, libere esa energía positiva y con una mirada de mediano y largo plazo lo aleje de cualquier populismo, de cualquier facilismo, lo ponga a funcionar.

    –Sobre el futuro cercano. El año que viene tenemos las Paso. La gente de un partido vota por los candidatos de su partido y uno es el que gana y es el candidato definitivo. Pero en una alianza puede ganar la persona de otro partido. En ese caso resulta que en un partido como el Radical hay dos candidatos que sumados sus votos son más que el que ganó la elección y sin embargo el candidato sería el otro…

    –La pregunta suya es si dos candidatos radicales no perjudican las chances del partido al dividir el voto y que por el medio pase otro. Yo no lo creo. Y no lo creo porque me parece que nosotros no hemos explorado todavía las chances de las Paso en su integridad. Los que llevan algunos años más de ventaja son por ejemplo los santafecinos. Y los santafecinos demuestran que el Socialismo que es la fuerza mayoritaria dentro del Frente Progresista dividió aguas en 2011 para la candidatura a gobernador (iba Bonffati por un lado y Giustiniani por el otro). Supuestamente con ese criterio de la debilidad iba a pasar por el medio el radicalismo y sin embargo, al final del camino, el voto útil de la sociedad se vuelca hacia quién estaba en mejor posición, y ganó Bonffati.
    Lo que creo es que es un contrasentido pensar que la fortaleza de Unen es la diversidad y que precisamente esa diversidad es una debilidad. Es la fortaleza. O es fortaleza o es debilidad. Yo creo que es fortaleza. Y que al final del camino, si hoy somos cinco candidatos, de los cuales hay dos radicales, el voto útil del que quiere votar a Unen se va a ir vinculando o inclinando por el que más posibilidades tenga hacia afuera. Lo mismo va a ocurrir con los dos radicales.