Frente a esa postura dos profesores del MIT –Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee– proponen una hipótesis más optimista en un libro que titulan The Second Machine Age: Work, Progress and Prosperity in a Time of Brilliant Technologies. Es la continuación de otro anterior que llamaron Race Against the Machine (carrera contra la máquina).
En la primera era de las máquinas –comúnmente conocida como la Revolución Industrial– los seres humanos crearon tecnologías que les permitieron superar las limitaciones de la tracción a sangre. El resultado, que se sintió a lo largo de los últimos 200 años, fue un aumento en la productividad económica sin precedentes en la historia humana. En los últimos 30 años, con el surgimiento de las computadoras y otras tecnologías digitales, pasamos de superar nuestras limitaciones físicas a superar limitaciones mentales: es la segunda era de las máquinas. Así resume Steven Pearlstein en The Washington Post el argumento central del libro.
Brynjolfsson y McAfee demuestran cómo las tecnologías digitales están cambiando la economía y el mundo. Explican que estamos en el umbral de un mundo totalmente diferente producido por la tecnología. Comienzan contando la historia del auto sin conductor y el fracaso de la prueba realizada en 2004, cuando para probarlo se organizó una carrera en el desierto de Mojave. Ninguno de los vehículos concursantes alcanzó a recorrer sin accidentes las millas que se habían fijado como meta. Economistas, especialistas y periodistas proclamaron entonces que por más inteligentes que fueran las computadoras, el auto no lograría nunca manejarse solo. Pocos años más tarde ese vaticinio quedó girando en el vacío. El auto sin conductor es seguro. La versión que hizo Google logró recorrer cientos de miles de millas sin accidentes “gracias a los implacables y exponenciales aumentos en potencia informática vaticinados por la Ley de Moore”, dicen.
Crecimiento exponencial
¿Por qué se equivocaron todos? Según los autores, porque nuestros cerebros no están preparados para entender el crecimiento exponencial sostenido. Subestimamos peligrosamente la dimensión que pueden adquirir los números. Para explicar esto recurren a la historia sobre la invención del ajedrez, según la versión que de ella da Ray Kurzwel, el actual jefe de ingeniería de Google:
“El emperador de India se quedó tan impresionado con la ingeniosidad del inventor del juego que lo invitó a elegir la recompensa que quería. El inventor pidió que le pagara en arroz poniendo un grano en el primero de los 64 casilleros, dos en el siguiente y así en más, multiplicando cada número por sí mismo (o sea, elevándolo al cuadrado). Tal es el poder de esta progresión geométrica que al llegar al casillero 32 se tendrán 400.000 granos, o el rendimiento de un plantío grande arroz, y si se pudiera continuar hasta el casillero 64 se obtendrían más de 18 quintillones de granos de arroz, una pila más alta que el Everest y más arroz del que se ha producido en la historia del mundo. Cuando el emperador se dio cuenta de esto, mandó matar al inventor, cuenta la historia.
Es en la segunda mitad del tablero de ajedrez que los números superan nuestra habilidad para comprenderlos, según los autores, donde nos encontramos ahora con respecto al crecimiento exponencial de las capacidades informáticas.
El tema que analizan con detenimiento, razona Rob Norton en strategy+business, es cómo se va a ganar la vida la gente en la segunda era de las máquinas, no solo los empleados sino también los gerentes y los profesionales. Estos son cambios que vendrán con mucha rapidez a medida que nos adentremos en la segunda mitad del tablero de ajedrez.
Brynjolfsson y McAfee no ignoran la creciente concentración de riqueza y desigualdad en el ingreso que permite esta segunda era de las máquinas, pero suavizan las connotaciones preocupantes de la palabra desigualdad llamándola el “spread” entre el menor número de personas que se van a beneficiar a medida que se acumula la riqueza y el número de los que perderán cuando desaparezcan sus empleos. Finalizan diciendo que los individuos pueden prosperar si aprenden a correr con las máquinas y no contra ellas.
Entre las políticas que recomiendan para facilitar la transición figuran: mejorar la educación, invertir en infraestructura, fomentar startups y adoptar un sistema impositivo más favorable a la innovación.