Por Miguel Ángel Diez
La meta no es la misma que antes: no se buscan acuerdos mundiales y multilaterales. Es la hora de los grandes bloques regionales, con sus particularidades, sus ventajas y también, sus enormes inconvenientes.
Ahora, Estados Unidos pivotea en ambos océanos. En el Atlántico, busca un tratado de libre comercio con la Unión Europea (UE). Es difícil, pero si se logra Bruselas puede forzar la adhesión de Canadá para un acuerdo similar. No hay certeza de cómo quedará la situación de México y Chile, ya con acuerdos preferenciales con Estados Unidos. Pero seguro mejor que el resto de la región y que el pobre Mercosur (aunque Brasil no abandona la idea de firmar un acuerdo con la Unión Europea).
En el Pacífico, ya desde el año pasado en pleno avance, Estados Unidos quiere a todos adentro de un acuerdo –menos a China–. Chile, Colombia y México ya adhirieron, igual que Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Japón parece que quiere entrar. Igual Corea y algunos otros países asiáticos.
China busca una manera de no quedar del todo afuera y por su peso específico algo logrará. Además resucita la idea de “La ruta de la seda”, con países como India, Rusia, todo Levante, países del Golfo, algunos de África y Turkestán y otros ex integrantes de la disuelta URSS.
En suma, es la hora de los grandes bloques regionales, con sus particularidades, sus ventajas y también, sus enormes inconvenientes.
Hay algo que resulta muy evidente: las negociaciones para crear una zona de libre comercio entre EE.UU. y Europa y otra entre EE.UU. y gran parte de los países del Pacífico (exceptuada China) no buscan el nacimiento de un verdadero sistema de libre comercio. El objetivo real es un régimen de comercio dirigido, que seguramente estará al servicio de los intereses especiales que durante mucho tiempo han impuesto la política comercial en Occidente.
Por cierto, tampoco EE.UU. es el único que mueve las piezas en este tablero de ajedrez. Europa negocia un acuerdo integral con Canadá, que puede dar la pauta de lo que sería el tratado del Atlántico, aunque es el país norteamericano el que se encuentra en desventaja en este caso. Lo que no ocurre con Japón, ya que los europeos insinúan conversar en serio sobre un acuerdo entre la UE y el imperio del sol naciente. El PBI japonés no es tan grande como el de toda la Unión Europea, pero tiene –comparado con el canadiense– un tamaño muy respetable.
El ahora activo Gobierno de Tokio quiere también jugar un rol importante en el pacto del Pacífico, y por el volumen de su economía –solo superada por EE.UU.– es actor principal (con un PBI superior al de los otros países miembros sumados).
La percepción es que Europa está en un momento especial de debilidad. Pero lo cierto es que en materia comercial no parece ser ese el caso. Con 7% de la población mundial, mantiene una participación de 20% del comercio mundial, a pesar del ascenso de China.
Barack Obama
Comienzo de un largo camino
A principios de julio comenzó con decisión el debate entre Estados Unidos y la Unión Europea. Tanto Washington como Bruselas (y las 28 naciones allí representadas) son de hecho las dos mayores entidades económicas mundiales.
El entendimiento –de lograrse– sería el mayor tratado de este tipo en el mundo y cubriría alrededor de 50% de la producción global. La propuesta de TTPI (según la sigla inglesa) alcanzaría a 30% del comercio, y 20% de las inversiones directas globales en el planeta.
Los dos bloques comerciales –ya socios en muchos aspectos– mantienen intercambios que en ambas direcciones totalizan más de US$ 646.000 millones al año. Los analistas suponen que, de haber éxito, el acuerdo podría incentivar el crecimiento económico de ambos lados del Atlántico en más de US$ 100.000 millones al año.
La intención de EE.UU. es abrir los mercados del viejo continente a sus productos biotecnológicos, incluidos alimentos modificados genéticamente que algunos países europeos consideran peligrosos. La de Europa es poner fin a las amplias preferencias dadas por el Gobierno de Washington a contratistas y proveedores estadounidenses.
Las conversaciones estuvieron a punto de frustrarse después de que Edward Snowden puso al descubierto programas de vigilancia secreta de la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU., que incluían a agencias y gobiernos Europeos.
Entre tanto el alicaído Mercosur busca lograr un entendimiento comercial con la Unión Europea antes de que este bloque acuerde con Estados Unidos. No es fácil, y ante cierta renuencia argentina, se insinuó que Brasil podría firmar solo. Lo que fue desmentido enfáticamente por el Gobierno de nuestro vecino.
Cien años después
“Los beneficios de una gigantesca zona de libre comercio entre Europa y EE.UU. serían enormes. Pero es optimista pensar que va a ocurrir. Imaginemos que todo saliera bien con el TTIP y el TAP. Sería un acontecimiento increíblemente beneficioso para la economía mundial: a 100 años de 1914, recuperaríamos algo similar al mundo de libre comercio que existía antes de esa fecha, pero a mayor escala, con menos colonialismo formal y con formas más complejas y profundas de interconexión. También sería un tremendo desafío geopolítico para China, un incentivo para democratizar”.
Esa es la opinión rotunda de Timothy Garton Ash (catedrático de Estudios Europeos en Oxford), quien también usó para definir esta nueva versión de la geoeconomía o geopolítica –como se prefiera– la expresión “el gran juego” (que alude al larguísimo conflicto entre el imperio ruso y el británico en el siglo 19, por su disputa en la zona de contacto en Asia, Afganistán).
Lo cierto es que el fenómeno es atractivo. Un enorme número de países se han sentado a negociar en forma simultánea grandes acuerdos comerciales y de inversión.
La más importante y llamativa de estas negociaciones comenzó a principios de julio pasado, cuando una delegación de la Comisión Europea se sentó con sus homólogos de Estados Unidos en el Centro de Conferencias de la Casa Blanca en Washington.
El acuerdo al que están tratando de llegar se llama Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión.
Si se concreta, sería la réplica perfecta y la contraparte para el TPP (Asociación del Trans-Pacífico), la otra gran iniciativa en marcha que despierta atención mundial.
Se calcula que el comercio y las inversiones de la zona atlántica ascienden a un total de US$ 4,7 billones (millones de millones). En cambio, la iniciativa del Pacífico –que es un grupo muy variado de países que está previsto que incluya a Estados Unidos, Canadá, México, Australia, Japón, Chile, Colombia, Perú, Vietnam y Brunei– representa aproximadamente un tercio del comercio mundial.
Por otra parte, tanto Estados Unidos como la UE están tratando de intensificar sus relaciones comerciales y de inversión con países como India y Brasil.
Con optimismo, en Washington se calcula que el acuerdo con la UE podría quedar firmado durante 2014 (en verdad, todas las iniciativas mencionadas apuntan a entrar en vigencia para esa fecha).
Shinzo Abe
Inmensos beneficios
Si se repara en todos los fracasos acumulados por la Ronda de Doha durante 12 años, hay razones para ser más prudentes en el pronóstico.
Sea en esa fecha, o en otra posterior, la vigencia de este nuevo esquema de comercio global promete inmensos beneficios (aunque tampoco son menores las pérdidas para algunos de los actores). En todo caso, China estará obligada a dar su propia respuesta a esta estrategia mundial que intenta soslayarla.
Como contracara, no hay que olvidar que este escenario plantearía un reto geopolítico para el Partido Comunista chino. Si es cierto que el comercio “es política y guerra con otras armas”), como bien lo saben estadounidenses, europeos y japoneses, Beijing deberá reaccionar obligadamente ante este “casus belli”.
Un artículo escrito en el Washington Quarterly por Guoyou Song, de la Universidad Fudan de Shanghai, y Wen Jin Yuan, de la Universidad de Maryland, dice que hay “una fuerte corriente en los círculos académicos y políticos chinos” que sostiene que la Asociación del Pacífico es un instrumento estadounidense para contener el ascenso de China. Pero la conclusión es una importante y seria advertencia: China podría solicitar su ingreso a este marco comercial del TPP. Sería una jugada brillante: es imposible decirle que no.
Para los analistas del comercio mundial, hay una serie de principios básicos que habrá que observar para tener éxito. En primer lugar, todo acuerdo comercial ha de ser simétrico. Si EE.UU., como parte en el Acuerdo de Asociación Transpacífico, pide a Japón que elimine sus subvenciones al arroz, deberá, a su vez, ofrecerse a eliminar no solo las subvenciones de su producción de arroz, que es relativamente poco importante para EE.UU., sino también de otros productos básicos agrícolas.
Pero además –se sostiene con especial énfasis– ningún acuerdo comercial debe colocar los intereses mercantiles por encima de los intereses nacionales más amplios, en particular en los casos en que estén en juego cuestiones no relacionadas con el comercio, como la reglamentación financiera y la propiedad intelectual.
Ventajas en el Atlántico
Según un estudio encargado por la fundación Bertelsmann, el acuerdo en el Atlántico podría significar a largo plazo un aumento de más de 13% en el PBI per cápita para Estados Unidos y un aumento medio real de 5% en la renta per cápita para la UE. La Comisión Europea calcula que un acuerdo entre la UE y Japón podría generar 400.000 puestos de trabajo. Dado que la Unión Europea tiene casi seis millones de jóvenes en paro, no es irrelevante.
Existe la percepción de que el grueso de la negociación atlántica pasará por la reducción de aranceles, por los derechos aduaneros. En verdad, no es así. A lo largo de las últimas décadas se ha avanzado mucho en ese terreno.
Lo que importa, lo que es en verdad relevante, es que se van a negociar marcos reglamentarios y las normas que rigen la vida cotidiana. Por ejemplo, sobre salud, medio ambiente, derecho laboral, carne tratada con hormonas, y productos genéticamente modificados.
Esa enunciación preanuncia las dificultades que habrá que superar, especialmente cuando los distintos grupos de presión de toda Europa presionen sobre los negociadores en Bruselas.
Pero no es menos cierto que la ganancia puede ser inmensa. Un acuerdo podría generar, para mediados de la década próxima, un PBI adicional de € 86.000 millones para la UE y de € 65.000 millones para EE.UU.
Con las cifras cerradas de 2011, la balanza comercial de bienes arroja un superávit para la UE de € 76.300 millones y la de servicios un déficit de € 3.400 millones. La inversión directa de la UE en EE.UU. y viceversa ronda € 1,2 billones (millones de millones).
Los negociadores advierten que el eje del debate pasará por eliminar aranceles y abrir ambos mercados a la inversión, los servicios y la contratación pública, pero sobre todo será necesario homogeneizar los estándares y requisitos para comercializar bienes y servicios.
Según la Comisión Europea, la necesidad de adaptar los productos a los requisitos técnicos, medioambientales, sanitarios y de seguridad del otro país equivale “a un arancel de entre 10% y 20%, cuando el arancel clásico medio ronda 4 %”.
El objetivo común es llegar casi a una eliminación total de todos los aranceles del comercio transatlántico en bienes industriales y agrícolas. En estos momentos, estas barreras suponen un costo de 5,2% para la UE y de 3,5% para Estados Unidos.
En cuanto a los servicios, la idea es abrirlos, como mínimo, tanto como se ha logrado en otros acuerdos comerciales hasta la fecha; además de expandirlo a otras áreas, como el transporte.
En materia de inversión, EE.UU. y la UE quieren alcanzar los niveles más altos de liberalización y protección alcanzados hasta la fecha en otros acuerdos comerciales. En lo que se refiere a contratos públicos, el acuerdo pretende dar acceso a las compañías en todos los niveles de gobierno, sin discriminación alguna.
Mejor con China afuera
Mientras Estados Unidos inicia extensas negociaciones comerciales con Europa, se prepara para una nueva etapa de conversaciones con países selectos de Asia-Pacífico.
Los expertos y líderes empresariales de EE.UU. prevén que los acuerdos pondrán presión sobre la única economía importante ausente en las mesas de negociaciones: China.
Pero Beijing podría beneficiarse de un acuerdo comercial que impulse el crecimiento y las exportaciones a sus dos principales mercados. El año pasado, EE.UU. y la UE importaron bienes provenientes de China por un valor de US$ 808.000 millones. Claro está que un acuerdo entre EE.UU. y Europa podría incentivar a China a poner más empeño en su comercio bilateral e inversión con Washington, esperan funcionarios de EE.UU.
Por su parte, el Gobierno de Obama también se prepara para la próxima ronda de conversaciones para el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), que incluye a Perú, Chile y México en América latina, así como a Japón y muchas economías de mercado abierto en Asia, pero no a China.
Un pacto de libre comercio entre estos países podría tener un efecto más directo sobre China que un acuerdo entre EE.UU. y la UE.
Es muy probable que el TPP desaliente o dificulte la importación de partes hacia y desde países asiáticos fuera del grupo, lo que pondría en peligro el papel de China como el punto final de ensamblaje de teléfonos y aparatos cuyas piezas vienen de otros países.
Otro punto sensible para China es que el TPP apunta a limitar el papel de las empresas estatales.
Aun así, dependiendo de cómo se estructuren estas reglas, los países del grupo podrían terminar impulsando el comercio de productos fabricados parcialmente en China.
Los líderes occidentales dicen que el objetivo de ambas negociaciones no es aislar o “contener” a China.
En los últimos tiempos, Beijing ha suavizado su usual tono crítico en las conversaciones comerciales transpacíficas, indicando que evaluará las ventajas y desventajas de unirse.
Hace poco, el China Daily, el periódico en inglés del Gobierno chino, reportó que los funcionarios del país son cada vez más “positivos” sobre la posibilidad de ingresar a las negociaciones.
El nuevo liderazgo chino parece estar considerando reformas económicas internas, y algunos expertos comerciales dicen que hay buenas oportunidades de que buscarán expandir sus vínculos económicos internacionales y permitir una mayor inversión extranjera.
El riesgo para Latinoamérica
Según advierte el Instituto de Investigaciones Económicas de Alemania (Ifo), países como México, Chile, Colombia, Panamá, y Perú que suscribieron tratados de libre comercio (TLC) con la Unión Europea (UE) o Estados Unidos serán perjudicados por un potencial acuerdo comercial transatlántico entre ambos bloques, advierte el Instituto de Investigaciones Económicas de Alemania.
Un estudio realizado por el Ifo resaltó los beneficios de los TLC para Washington y Bruselas en el plano económico, comercial y de empleo, pero advirtió que habrá perdedores de sellarse esos acuerdos. Países con los que el bloque europeo y Estados Unidos ya tienen TLC serían los más importantes perdedores, entre ellos México, Canadá y Chile, y también países del norte de África.
Desde finales de 2011, Estados Unidos y la UE hablan abiertamente de un acuerdo comercial bilateral para intentar reactivar ambas economías y frenar su desgaste frente a los países emergentes.
El documento del Ifo reconoce que un TLC UE-EE.UU. podría crear hasta medio millón de puestos de trabajo a ambos lados del Atlántico y podría incrementar en 80% el comercio bilateral a largo plazo. No obstante, el fuerte aumento del comercio entre Estados Unidos y la comunidad europea hará que este se abarate, por lo cual ambos comerciarán menos con otras regiones externas.
El Ifo prevé que caerá el intercambio con naciones latinoamericanas, lo cual se conoce como efecto de desvío de comercio. Particularmente los afectados en las exportaciones serán aquellos productores en competencia directa con rivales de algunos de los dos bloques, con menor impacto en sectores donde no hay contrincantes, como en las materias primas. Por eso, el instituto germano calcula que en los próximos 10 a 15 años la prosperidad económica (un indicador que combina Producto Interno Bruto nominal con índice de precios) crecería 5,62% menos en naciones como Chile, si se concreta el TLC en su totalidad.
Una de las tres patas, quebrada
La Ronda Doha, la última fase de las negociaciones comerciales multilaterales, fracasó en noviembre 2011 después de 10 años, a pesar de los esfuerzos oficiales de muchos países y de muchos académicos. Si bien Estados Unidos y la Unión Europea habían culpado a los países en desarrollo del fracaso de las negociaciones en 2003, esta vez muchos coinciden en que el responsable fue Estados Unidos.
Decir que el fracaso de la Ronda de Doha significa que el mundo ha perdido los beneficios que se habrían derivado de un tratado global es ver solo una parte del cuadro. Ese fracaso detendrá la liberalización del comercio multilateral durante años, opina Jagdish Bhagwati, profesor de Derecho y Economía en la Universidad de Columbia.
Si bien las negociaciones multilaterales son solo una de las tres patas que sostienen la Organización Mundial del Comercio, el quiebre de esa pata afecta negativamente el funcionamiento de las otras dos: la autoridad de la OMC para establecer normas y su capacidad para resolver conflictos. Aquí también los costos pueden ser altos.
Hasta ahora, los acuerdos comerciales preferenciales (ACP) entre pequeños grupos de países coexistían con las rondas no discriminatorias de liberalización comercial multilateral. En consecuencia, las normas que rigen el comercio, como impuestos anti-dumping e impuestos para contrarrestar subvenciones ilegales, eran competencia de la OMC y de estos acuerdos preferenciales, pero cuando había conflicto, prevalecían las normas de la OMC porque conferían derechos aplicables a todos sus miembros, mientras que los derechos definidos por los últimos sólo alcanzaban a sus escasos miembros.
Entonces, mientras países poderosos como Estados Unidos lograban imponer sus propias normas a socios más débiles en el marco de los ACP, grandes economías emergentes como India, Brasil, China y Sudáfrica insistían en rechazar esas exigencias cuando se hacían dentro de rondas multilaterales como la de Doha.
Ahora, en un momento en que las rondas comerciales multilaterales son historia, lo único que queda son los ACP y los modelos instalados por potencias hegemónicas en tratados comerciales desiguales con países más débiles. Es más, esos modelos no se limitan ya a cuestiones comerciales convencionales, como la protección de la agricultura, sino que abarcan áreas no relacionadas con el comercio, como normas laborales, normas ambientales, expropiaciones o la capacidad para imponer controles de capitales en crisis financieras.
La nueva ruta del comercio mundial
Las economías del golfo Pérsico se asocian con mercados emergentes en una “vuelta al futuro”. Vale decir, se redefine la histórica ruta de la seda y las especias, cuyas caravanas de camellos y navíos unían China, India, Levante y el Mediterráneo. O sea, Este y Oeste.
Cuando Abdullá ibn Saúd, actual rey en Riyadh, ascendió al trono en agosto de 2005, no perdió un minuto en sacar a luz su visión del futuro. La primera visita de Estado –enero de 2006– no fue al presidente George W. Bush (Estados Unidos) ni al entonces primer ministro británico Antony Blair ni a Angela Merkel, canciller alemana. No, fue al presidente chino Hun Jintao y a su “premier” Wen Ziabao.
Firmaron un convenio, apoyado en relaciones existentes entre dos de sus compañías estatales de energía y combustibles, Saudi Aramco (otrora SaudiAmerican Oil) y Sinopec. Era una sociedad (2005) para levantar una refinería de US$ 5.000 millones en Fujian, este de China.
El ascenso de mercados emergentes alrededor del planeta genera crecientes discusiones en Occidente. Particularmente, al calor de la recesión en Estados Unidos y la crisis de endeudamiento en la eurozona.
Entretanto, se detecta una tendencia separada que bien podría desplazar aún más el foco económico de Oeste a Este. Los mercados emergentes (Asia, Latinoamérica) se han lanzado a armar entre sí redes de comunicaciones densas y nutridas. Precisamente, siguiendo el mapa de ambas rutas de la seda y las especias (y los inventos chinos), que iban desde el actual Xinjiang –Turkestán oriental– hasta el mar Negro bordeando el norte del Caspio. O desde Shanghai hasta el Mediterráneo vía los estrechos malayos, el Índico, el golfo Pérsico o el mar Rojo.
Aun entonces, siglo 9 de la Era Común en adelante, la ruta del sur tenía 15 siglos de antigüedad: la habían abierto los persas. Por ende, hacia 1400 todo estaba listo para el avance de los mercaderes europeos al este.
Por supuesto, en el siglo 21 la red global es mucho más amplia y diversa que las rutas de la seda. Por de pronto, comprende centros mundiales como China, India, Japón, Rusia, Brasil, México, Levante y hasta África. En diverso grado, casi todos ajenos a Occidente.
A diferencia de las antiguas rutas comerciales, las actuales “transportan” inversiones de largo aliento, innovaciones, tecnologías, etc. Basta el caso chino (único país remanente como está desde el segundo milenio antes de la Era Común). Beijing cubre África de inversiones, caminos, ferrocarriles y comunicaciones. Su política le da acceso a tierras, recursos naturales, usuarios y consumidores.