¿Locomotora del crecimiento?

     

    El frenético avance de China desde finales de los años 70 ha despertado una gran admiración. Sin embargo, en los últimos años esta admiración vino acompañada de ciertos temores acerca de la sostenibilidad de su patrón de crecimiento a mediano plazo. En particular, la importancia de la inversión como motor de tracción de la economía ha suscitado recelos por los problemas de sobrecapacidad que esta política podría estar generando en algunos sectores. Concretamente la duda es si podrá continuar creciendo al vertiginoso ritmo de los últimos años. 
    China necesitará no solo conseguir impresionantes mejoras en productividad y tecnología sino también continuar reformando su manera de hacer negocios. Dos de las principales prioridades serían fortalecer el sistema legislativo y continuar con el desmantelamiento de las empresas estatales para incentivar los emprendimientos privados. De otra forma la retención de grandes empresas estatales y la percepción de un campo de juego desparejo no solo para las empresas extranjeras sino para firmas privadas locales arrojarían sombra sobre los mercados del país. Al menos esa es la opinión de Linda Yueh, de la universidad de Oxford, en un ensayo reciente publicado en National Institute Economic Review.
    La cuestión del crecimiento estancado –China se encuentra en una encrucijada económica, y se enfrenta a un ajuste muy difícil de su modelo económico– generó un amplio debate entre los investigadores sobre el papel que juegan las empresas estatales y la importancia relativa de factores como aumento de productividad, tamaño de la fuerza laboral y reinversión de las montañas de ganancias acumuladas durante los años de florecimiento. 

    Las reformas de 1979


    El progreso económico de China es, básicamente, resultado de los dividendos generados a partir de las reformas iniciadas en 1979, que consistieron en desmantelar muchas empresas estatales y trasladar a millones de trabajadores del campo a las fábricas de las ciudades costeras. 
    Esos cambios estructurales representaron más de 85% de la productividad total de los factores (PTF) en los 30 años hasta 2009. La PTF mide la eficiencia en que la economía convierte capital y trabajo en producción.
    A pesar de varias décadas de cambio económico y de la adopción del comercio exterior por parte del Gobierno, China sigue siendo tierra de contrastes y contradicciones que podrían impedirle seguir creciendo. La mitad de sus ciudadanos, por ejemplo, sigue viviendo fuera de las áreas urbanas y la economía descansa fuertemente en la producción agrícola (que representó 40% del empleo rural en 2010). 
    Además, en el país las leyes son débiles, hay poca protección para la propiedad privada y el poder judicial no es independiente. La economía del país floreció a pesar de la ausencia de una fuerte infraestructura legal, una situación que se ha dado a conocer como “la paradoja china”. Las instituciones informales, como redes sociales llamadas guanxi, ayudaron a muchos emprendedores chinos a superar baches legales y sistemas financieros. Pero sin mayores mejoras, China se verá en figurillas para repetir éxitos pasados. 
    Durante el período de las reformas, casi la mitad del crecimiento del PBI se debió a acumulación de capital –la reinversión de ganancias que creaba más riqueza– y gran parte de esa acumulación provino de aumentos en la PTF. Pero esa PTF viene cayendo desde mediados de los 90, junto con los primeros efectos de la transición de propiedad estatal a privada. 
    La conversión de trabajadores rurales en industriales representó casi una cuarta parte de la expansión económica. Pero la política del hijo único redujo el crecimiento poblacional y en última instancia el crecimiento de la fuerza laboral. El otro cuarto de la expansión económica puede atribuirse a aumentos de productividad. Pero el pase de trabajadores de las empresas estatales al sector privado fue responsable de casi todo el crecimiento anual de la productividad en el trabajo de 9,2% en la década del 2000.
    A modo de conclusión podría decirse que gran parte del crecimiento económico chino se debió a reformas de corte capitalista que comenzaron a implementarse en los años 70. Para continuar creciendo, el país tendrá no solo que lograr más mejoras de productividad sino reformar sus instituciones y su infraestructura política, fortaleciendo el sistema legal y eliminando otros obstáculos a la empresa privada.