Flavio Gaitán
Por Flavio Gaitán (*)
Como analizaran Prebisch y Cepal hace más de medio siglo, los principales problemas del subdesarrollo latinoamericano continúan siendo el tipo de inserción externa periférica de los países de la región, la dificultad en apropiar el progreso técnico y la existencia de diferentes ritmos de productividad del trabajo. Las 10 tesis sobre el neodesarrollismo, promovidas por un grupo de intelectuales que buscan reinstalar el debate sobre desarrollo en América latina, lo definen como un proceso estructural de uso de recursos para lograr la acumulación de capital por medio del progreso técnico.
El crecimiento no es sinónimo de desarrollo, pero si un factor imprescindible para consolidarlo. Es necesario consolidar el ciclo expansión del PBI que siguió a la salida de la convertibilidad.
Con el trasfondo de una de las peores crisis sistémicas del modo de producción capitalista del último siglo, son numerosas las señales de alarma de la economía argentina que llevan a repensar la estrategia de desarrollo nacional: el menor ritmo de las exportaciones, la escasa diversificación de la pauta de exportación, las presiones inflacionarias, la caída de reservas internacionales, el debilitamiento del triplé macroeconómico que sustentó el período 2002-2008 (tipo de cambio competitivo, superávit financiero y comercial), el escaso impulso del mercado de capitales y de financiamiento para el desarrollo, la crisis de ciertas economías regionales, la persistencia de la informalidad laboral, el déficit comercial industrial, entre otros factores.
Las transformaciones del modo de producción capitalista de los últimos 30 años potencian los dilemas del desarrollo. Para ser un actor protagonista de la economía basada en el conocimiento, se debe tender a una dinámica que genere el tránsito de una política que piensa en términos de ventajas ricardianas que ha llevado a período de crecimiento asociado a factores externos a otra que plantea la búsqueda y aprovechamiento de ventajas competitivas basadas en el conocimiento, entendiendo el modo de producción capitalista en sus características actuales: la globalización financiera y la fragmentación de las cadenas de valor. Es necesario procesar las transformaciones del modo de producción capitalista y pensar el modo de inserción de la Argentina en las dinámicas de innovación e inserción internacional estratégica.
Agenda del desarrollo
Como planteamos en El rescate del Estado (editado por Capital Intelectual), la agenda pendiente incluye el logro de la estabilidad macroeconómica (para evitar los auges de crecimiento y estancamiento), la promoción y financiamiento de las actividades económicas (en especial, aquellas asociadas a la innovación), la diversificación del entramado productivo, el aumento de la productividad manteniendo elevados los salarios reales, el fomento de la educación como base para una difusión de la economía basada en el conocimiento, el aumento del empleo de calidad, la reducción de las desigualdades sociales, sectoriales y regionales, la promoción de encadenamientos productivos hacia “adelante” y hacia “atrás”, la inversión en infraestructura, la discusión sobre el rol de las empresas argentinas en el circuito global de producción, la reforma del sistema impositivo altamente regresivo, entre otros aspectos.
El objetivo final de una agenda de desarrollo es lograr crecimiento constante y sustentable de modo de crear riqueza y la generación de un régimen de protección que garantice bienestar social. Como decía Celso Furtado “el desarrollo se hace por y para la gente”.
Las transformaciones necesarias para consolidar una agenda de desarrollo no pueden ser llevadas a cabo solo por un Gobierno de turno. Por un lado, es necesaria una acción sinérgica entre Estado y mercado. Por otro lado, la acción del Estado demanda de políticas que vayan más allá del corto plazo. Aun reconociendo los limitantes de la inserción periférica de los países de la región en el sistema mundial, el desarrollo continúa siendo un proceso endógeno y en este sentido descansa en la posibilidad de generar un proyecto nacional, que debe contar con el concurso de los diversos actores sociales (empresarios, trabajadores, políticos, intelectuales, técnicos de Gobierno, organizaciones sociales). La implementación de una agenda desarrollista y la generación de instituciones estables demanda la participación de los actores representativos de la vida social, política y económica para llegara a acuerdos mínimos sobre la agenda que permita la transformación estructural.
En la búsqueda de acuerdos mínimos, el sistema político y las gremiales empresariales y del mundo del trabajo son actores claves. Implementar una dinámica de desarrollo demanda de un Estado que fortalezca sus capacidades de regular y promover la economía y de crear empleo protegiendo los derechos de sus ciudadanas y ciudadanos. El Estado es el actor estratégico en el desarrollo capitalista, pero ningún país se ha desarrollado sin una clase empresaria dinámica, con propensión al riesgo, la inversión y la innovación (como decía Schumpeter, la innovación o “creación destructiva” es el “hecho esencial del capitalismo” que permite el crecimiento económico a largo plazo).
Sobre este particular, existe un debate entre quienes resaltan el carácter rentístico de la burguesía nacional y quienes creen que es el ambiente institucional débil el que actúa como condicionante de la conducta “poco schumpeteriana” del empresariado. El desarrollo implica ir más allá de la dicotomía Estado-mercado y tender una articulación positiva entre el poder público y el empresariado, el principal agente de inversión, innovación y creación de empleo.
Consolidar el crecimiento
El debate necesario para consolidar el crecimiento que no esté asociado a ciclos cortos (inversión extranjera directa a principios de los años 1990 y el alto precio de los commodities combinado con la recuperación del uso ocioso de la capacidad instalada en la experiencia reciente) es cuál es el modelo de desarrollo propicio para la realidad argentina. No hay recetas infalibles para crecer y desarrollarse ni posibilidad de copiar caminos. Pese a ello, la observación de casos exitosos de industrialización y crecimiento ayuda a entender los factores que componen la agenda neodesarrollista.
Marx decía que el país que está adelantando proporciona al resto una imagen de su futuro. La Argentina debe buscar aprender de los países que se han desarrollado, pero consciente de que debe seguir un camino propio.
Ciertos cambios en el sistema mundial llaman al optimismo. En primer lugar, la emergencia de China y otros países altamente demandantes de commodities y productores de mercancías ha llevado a una superación (al menos momentánea) de la tesis de Singer y Prebisch sobre la reversión de los términos de intercambio. Esos países constituyen un amplio mercado para productos en que nuestro país tiene claras ventajas comparativas.
Por otro lado, en la última década ha aumentado la participación de los países emergentes, que son, a su vez, los mayores responsables del crecimiento del producto global. Los países desarrollados representaban 63% del producto mundial en 2002 y su participación caería a 40% en 2020, a expensas de los países emergentes o “de renta media”. La Argentina no es de los países líderes en el grupo de emergentes. De hecho, representa apenas 0,4% del comercio mundial de manufacturas. Pero tiene la ventaja de ser productor de productos altamente demandados, cuyo precio seguiría creciendo en el mediano plazo; de ser parte del G20 (un foro estratégico en la redefinición de la ingeniería financiera internacional) y de haber mantenido como política de Estado la participación en el Mercosur, lo que amplía los límites del mercado “interno”.
No es fácil reconstruir un Estado que ha sido diezmado ni articular el accionar de los actores estratégicos para el desarrollo. La historia muestra que los países que se han desarrollado o que han sido capaces de generar procesos de “catching up” son muy pocos. Es una tarea titánica sin final feliz asegurado. Para potenciar la recuperación del poder del Estado y la promoción de la producción asociada a la innovación, se debe evitar el voluntarismo y la irresponsabilidad asociada al cesarismo plebiscitario que antepone el corto plazo y la permanencia de una determinada coalición en el poder a la implementación de objetivos de largo plazo.
Es necesario recuperar la capacidad autónoma del Estado nacional de plantear políticas pensadas en función del interés nacional. De la capacidad de mantener una agenda de desarrollo y de la habilidad de los actores predominantes del campo político en garantizar un núcleo de políticas activas que potencien el crecimiento, dependerán la posibilidad de dejar atrás los años de estancamiento y transitar por la senda del crecimiento y el desarrollo sustentable que beneficie a la sociedad en su conjunto.
(*) Flavio Gaitán es autor del libro El rescate del Estado. Es doctor en Ciencia Política por el Instituto Universitário de Pesquisas do Rio de Janeiro, Brasil, y Magíster en Políticas Sociales y Licenciado en Ciencia Política de la UBA.