Por Fabio Quetglas (*)
1. La historia
Sucede con la infraestructura algo similar a lo que sucede con la planificación: gozan de un prestigio inexplicado e inexplicable. No quiero decir con esto que la infraestructura o la planificación no merezcan consideraciones positivas, sino que muchas veces, asediados por una realidad latinoamericana tan decisivamente signada por la falta de planes o de condiciones infraestructurales para el desarrollo de buenas políticas públicas, solemos creer por reflejo que la sola existencia de las mismos tendrían la fuerza suficiente para transformar nuestra realidad en algo mejor (aunque la frase parezca demasiado difusa). Es una visión extendida, que no han podido modificar ni los planes fracasados, ni las infraestructuras sub-utilizadas
Las circunstancias en las que nos toca reflexionar son las que son… y en gran medida determinan la orientación de nuestro pensamiento. No era antojadizo en el mundo industrial clásico pensar de esa manera, si el desarrollo estaba asociado a la industria y la industria requería de ciertas condiciones infraestructurales para su radicación, naturalmente planificar nuestras fuentes de energía y gestionar su creación, nuestras vías de comunicación, nuestros dispositivos logísticos, etc. estaba y está plenamente justificado.
El montaje de las condiciones materiales más elementales para un desenvolvimiento económico robusto ha sido sin dudas un límite para el desarrollo económico en el continente; básicamente porque en muchos casos el esfuerzo inversor privado no encontraba expectativas de retribución, en otros (los más) porque la inestabilidad macroeconómica le impidió al sector público fondearse a tasas razonables y plazos largos como este tipo de iniciativas justifican (por su monto y por su dilatada amortización).
Esa historia se ha hecho tradición y hoy repetimos como un “mantra” que atraviesa todas las ideologías: “la insuficiencia de infraestructuras condena a vastas regiones del continente al subdesarrollo, al impedir el acceso de inversiones que permitan una transformación de su matriz económica”·
2. El presente
¿Es eso así?, ¿Es totalmente cierta esa frase hoy?, ¿necesitan todos los espacios geográficos idénticas condiciones infraestructurales para su desenvolvimiento?, ¿es la “atractividad” a fuentes de financiamiento externas el único patrón para medir el desarrollo potencial de una región/ territorio?, ¿a qué infraestructuras nos referimos hoy, son las mismas a las que nos referíamos hace un siglo?, ¿qué actividades determinarán nuestro desarrollo potencial futuro? … o para decirlo más sencillamente: ¿cuáles son las infraestructuras de la economía del conocimiento? ¿Son idénticas a las de la economía industrial?, o menos pretenciosamente: ¿cuál es el espacio económico en que mejores posibilidades de desempeño tenemos y, en esa lógica, cuáles son las infraestructuras que necesitamos?
Si consideramos como “infraestructura” al “conjunto de medios y servicios necesarios para el funcionamiento de una organización” (2da acepción, Diccionario de uso del español, María Moliner. Ed Gredos 1998), no resultaría ni ocioso ni provocador decir que nuestro continente encontró más restricciones en gestiones macroeconómicas trasnochadas, el bajo nivel educativo y la imposibilidad de constituir un aparato estatal profesional y calificado para sostener las políticas, que en la falta de kilómetros de caminos o puertos adecuados, para solo poner dos casos de exacerbada reiteración en el debate público.
Resulta evidente que existen infraestructuras materiales (físicas) e inmateriales, y que la relación entre ambos “soportes” es sustantivo. Un programa de obras públicas ambicioso y sostenido en el tiempo seguramente requiere de la existencia de un mercado de capitales significativo dispuesto a financiar esas iniciativas más allá del ciclo económico. Un conjunto de obras complejas de alto impacto territorial, para su mejor aprovechamiento, requiere sin duda de mecanismos de contralor estatal que preserven/arbitren intereses diversos; del mismo modo la gestión de infraestructuras “complejas” (pensemos en centrales nucleares, dispositivos satelitales o laboratorios de “vanguardia”) requieren de recursos humanos altamente calificados en posiciones muy diversas, entrenados y comandados desde lógicas distintas al trabajo rutinario.
3. Escenarios sobre el futuro
En síntesis, el debate por la infraestructura quizás no es menos importante de lo que insinuábamos al iniciar este artículo, sino todo lo contrario. Dicho esto, es absolutamente indispensable caracterizar la economía que se está proyectando para saber cuál es el soporte infraestructural que esa economía demanda.
¿Es la producción industrial indiferenciada y que compite por precio la alternativa económica de un país de 40 millones de habitantes? En caso de respuesta negativa, ¿significa eso que deba renunciar a toda producción industrial? ¿Cuáles serían los criterios de especialización inteligente que el país podría ensayar?, ¿la disponibilidad de abundantes y diversos recursos naturales lo encasillan como productor de bienes “primarios”1? ¿o puede diferenciarse –también en este caso– por el modo de gestionar el ambiente, preservar los recursos aún en el marco de una razonable explotación económica y aplicar inteligencia a los procesos de gestión de bienes y entornos altamente sensibles?…
Volviendo al leitmotiv: ¿qué infraestructura requiere una economía tan sesgada a la aplicación de conocimiento de modo intensivo en áreas de ventajas comparativas preexistentes?
Aunque parezca redundante, corresponde señalarlo, el único soporte del “conocimiento” son las personas (no son ni las PC, ni las tablets, ni ninguno de esos dispositivos tan interesantes y atractivos); y es imposible ensayar una economía calificada por el conocimiento sin las personas que puedan generar procesos de agregación de valor fundados en (justamente) el conocimiento.
Se precisan millones de personas que operen en un “nuevo entorno” que estén familiarizados con los dispositivos técnicos de época, que manejen lenguajes diversos (informáticos y naturales), que estén adaptados a las relaciones multiculturales, que sean flexibles a cambios organizacionales reiterados, que asuman como natural el trabajo grupal, que –obviamente– superen las restricciones relacionales sociales, raciales, de género, etc., que tengan disposición a buscar información, etc. Bien vale preguntarse, ¿de dónde surgen esas necesidades de calificación que se describen arriba?
Justamente, hablando de infraestructura, digamos que la infraestructura del nuevo orden territorial (la globalización), y de la economía posindustrial ya ha sido montada a escala mundial (el trípode formado por la PC domiciliaria, la fibra óptica e Internet); y es precisamente dicha plataforma tecnológica cuyo uso y aprovechamiento requiere de la “interactividad” la que explica la necesidad de los hábitos descriptos arriba.
Así como es impensable pensar la industrialización intensa desagregada de los procesos de alfabetización masiva, es absurdo intentar comprender la “economía del conocimiento” sin atender a los procesos de potente calificación técnica masiva que el mundo ha vivido en los últimos 30 años en paralelo con los cambios organizacionales que los dispositivos informacionales posibilitaban (y posibilitan).
Es justamente esa novedosa infraestructura la que permite el actual proceso de reconfiguración de actividades económicas, y respecto de la cual aún estamos en verdadero estado de “shock” por su potencia y por sus características que añaden elementos de complejidad a la gobernabilidad de los procesos económicos, sociales y culturales (como quedó al descubierto con la crisis financiera y los procesos de rapidísimo contagio transestatal de la crisis, y las muchas dificultades por parte de los organismos estatales respecto de la intervención necesaria para una actuación eficiente).
Ahora bien, si colegimos que la infraestructura necesaria para una economía del conocimiento sofisticada, competitiva y que pueda generar bienes públicos que constituyan espacios de buena calidad de vida y de ejercicio de una ciudadanía plena son las personas con calificaciones, emprendedoras, adaptadas a gestionar las redes de la diversidad y la complejidad, etc. Bien vale preguntarse no solo cómo “generarlos” (políticas educativas, sociales, culturales, entorno normativo, etc.), sino cómo “atraerlos” (políticas migratorias, laborales, de espacio público y vivienda, etc.), cómo “retenerlos” (políticas de promoción humana, de conservación de entornos, de lucha contra la discriminación, de preservación de activos públicos y privados, de mediación y resolución predecible y justa de conflictos).
Quizás una aparente paradoja del nuevo tiempo es que durante muchos años pensamos que necesariamente debíamos montar una infraestructura (física) para posibilitar el desarrollo y, una vez logrado el desarrollo, alcanzaríamos la deseada “calidad de vida”; y hoy, sin desconocer la potencia de ese ciclo (aún vigente en gran medida); también sabemos que si generamos “calidad de vida” atraeremos a las personas más calificadas que por otro lado son las que generan respuestas económicas sofisticadas y altamente demandadas.
4. Plataformas, sujetos, condiciones
Reparar que no producimos bienes y servicios complejos excluyentemente sobre la “red eléctrica”, y que en la economía y la sociedad que se van perfilando y convivirán (como siempre fue) modos de producción muy diversos, con mercados que se segmentan crecientemente por el incesante flujo de información; que a pesar de todo eso las bases de funcionamiento material son igualmente insustituibles (espero que este artículo no se lea como una declamación contraria a los trenes, caminos, puertos y puentes), pero que la economía no es del conocimiento por los fetiches de uso cotidiano que manipulamos, sino porque será el “diferencial cognitivo” lo que otorgará ventajas competitivas a unas economías sobre otras y que ese “diferencial” es estrictamente humano… es lo que nos lleva a pensar que la infraestructura insustituible de un país que se propone enfrentar ese nuevo tiempo es el espacio adecuado para esas personas, ciudadanos portadores de conocimientos y por supuesto de sueños.
Esos espacios son un artificio milenario sobre el que no hemos reparado en la Argentina lo suficiente: las ciudades.
La plataforma infraestructural de un país que ingrese a la economía del conocimiento de un modo protagónico es luchar contra el actual estado de cosas: una metrópoli ingobernable conviviendo con un país prácticamente vacío (15 habitantes por kilómetro cuadrado).
La Argentina necesita revisar su modo de organización territorial, de asignación de recursos, y de conferir poder (empowerment) local. Pensar el país desde las ciudades es concebirlo en su heterogeneidad, de abajo hacia arriba, pensando en que los factores de competitividad son diversos, como diversos son los territorios y lo que el Gobierno federal debe defender es un marco de crecientes posibilidades para múltiples alternativas económicas.
El país necesita un plan federal de políticas urbanas que apoye el engrandecimiento armónico de 100 ó 200 ciudades, que puedan ser receptoras de migración, que generen escala económica para sus Pyme locales, que promuevan la existencia de suelo industrial y urbano, que presten adecuados servicios públicos, bien sostenidas fiscalmente, que diversifiquen su base económica, que sean nodos eficientes de las economías agrarias, mineras o turísticas de su entorno.
Lamentablemente hoy nuestras ciudades medianas no disponen ni de una organización adecuada, ni los Estados municipales pueden dar un salto de gobernanza como el desafío lo requiere. Ciudades con mucho más margen de autonomía, ciudades de calidad de vida, de proyección, ciudades atractivas, innovadoras, cohesionadas socialmente.
Con esas ciudades, la infraestructura macro se dispondrá por fuerza de su propia energía creadora; sin ellas caminos y puertos, puentes y trenes no serán el canal de nuestro talento y nuestra creatividad, sino la logística de un sueño de un siglo que ya se fue.
(*) Fabio Quetglas es máster de Gestión de Ciudades en la Universidad de Barcelona y especializado en Desarrollo Local en Boloña, Italia.
1- Me resisto a considerar “primarios” (sin más) a la canasta de bienes de origen natural que para su circulación económica requieren de un esfuerzo organizacional sustantivo que aquel adjetivo no logra capturar en su exacta dimensión.