Por José Ignacio de Mendiguren (*)
A través de las décadas, continentes, subcontinentes y regiones del globo han desandado períodos de auge, medianía y postergación. Con mejor o peor suerte, Sudamérica ha sido la mayoría de las veces un actor de reparto confinado a los vaivenes de la demanda de commodities. Pero el umbral del siglo 21 nos muestra una disposición y configuración geopolítica diferentes: la crisis financiera mundial y el surgimiento del eje Asia/Pacífico como centro gravitacional-económico son los datos a tener en cuenta. Ambos fenómenos nos interpelan de diferentes maneras, pero nos impulsan hacia un mismo desafío: el de integrarnos productivamente para desarrollarnos.
Si repasamos las páginas históricas de mayor contemporaneidad, encontraremos períodos en los que se han producido inflexiones cuyo resultado perdurable fueron transformaciones trascendentales. De esos giros copernicanos han surgido nuevos órdenes mundiales en los que se percibieron cambios de liderazgos globales así como también cambios en los patrones de crecimiento. La fotografía –estática por definición– vaticina desafíos impensados para la geopolítica de 10 años a esta parte. Estamos escribiendo una página de la historia que definirá los trazos gruesos del siglo 21.
Las pistas del nuevo escenario
Primero es necesario mencionar el horizonte de expectativas con el que se mueve el continente asiático. En China, India y otras economías asiáticas de desarrollo reciente habita más de la mitad de la población mundial, un dato sensible e insoslayable para pensar el peso específico de esa parte del mundo. Para ponerlo en términos cuantitativos, las economías del este y sudeste asiático fueron el destino principal de los procesos de relocalización de la producción, haciendo que pasaran de representar 13% de las exportaciones mundiales en 1955 a 24% en 2000.
Y otro dato clave a tener en cuenta: Asia es la segunda región con mayor comercio intrarregional de mercancías, que llegó a 53% en 2011, muy por encima de América del Sur y Caribe (27%). Es previsible esperar que la evolución interna de esas economías –con sus bemoles y asimetrías–, así como el funcionamiento cada vez más aceitado de la integración regional que se proporcionan, condicionen el derrotero del capitalismo global a lo largo el siglo 21.
De confirmarse las actuales tendencias, el mundo estaría ingresando en un esquema con diferencias sustanciales a las que vivimos a través de nuestra historia. Si durante siglos vimos que los compases del concierto global eran determinados por un único centro de gravitación política y económica, lo que el almanaque del siglo 21 parece tenernos preparado es un mundo fuertemente multipolar.
Será clave en este escenario el sistema de alianzas que se dispongan en el terreno de juego, ya que esta herramienta sin duda se constituirá como uno de los factores de poder decisivos a la hora configurar las reglas del intercambio y el desarrollo de los distintos países.
Es por ello que pensarnos en América del Sur como una región es un deber, no ya solo un sueño. Reinventar a la Argentina es pensarla integrada productivamente a la región.
En segundo término, debemos desentrañar las particularidades del nuevo siglo en consonancia con la crisis financiera global y del rol que cumplirá nuestra región a partir de ese escenario. Allí reside la llave que abre la puerta de nuestro desarrollo. Tras el cimbronazo global que significó un desacople financiero sin precedentes, han quedado magulladas fórmulas que hasta no hace mucho tiempo parecían infalibles.
Vivíamos en un mundo cuya certeza de generación de riqueza estaba apoyada sobre la valorización financiera y la especulación. Hoy, nuestro objetivo es generar un cambio decisivo para la región a través de un proceso sustentable de desarrollo basado en la agregación de valor. Y para eso es fundamental actuar en el diseño de una industrialización capaz de jugar un papel preponderante en el concierto de naciones.
Para que ello sea posible necesitamos adaptarnos a los tiempos que corren repensándonos en clave de innovación, extender las fronteras de lo posible para que innovar tenga un sentido amplio capaz de incluir nuestros vínculos comerciales y productivos. El recorrido lógico de este camino implica que junto con Brasil podamos potenciarnos complementariamente para no anularnos ni ser meros espectadores de esta oportunidad que se nos presenta.
Si logramos llevar a cabo y mantener la construcción de un vínculo armónico entre ambas naciones, podremos liderar regionalmente esta parte del mundo para establecer estrategias asociativas que nos sean beneficiosas, proyectándonos desde el Atlántico del Sur hacia y más allá del Pacífico.
Complementariedad
La tarea no es menor puesto que necesariamente tenemos que buscar respuestas acordes a esta dinámica multipolar y cambiante que presenta este momento histórico. La región en su conjunto debe dejar de concebir a sus pares exclusivamente como mercados, y empezar a diseñar un proceso que nos establezca como socios poseedores de aptitudes y fortalezas tendientes a la complementariedad.
En este desafío, no hay que soslayar cuán importante es diferenciar la complementariedad de la dilución: las identidades nacionales juegan un papel preponderante a la hora de pensar este subcontinente de manera conjunta. Es respetando las particularidades propias que nos hacen complementarios la manera en que podremos construir un cuerpo de reglas graduales, flexibles y equilibradas que se articulen en función del desarrollo de todos. La 18º Conferencia Industrial que hicimos desde la Unión Industrial Argentina en noviembre de 2012 apuntó hacia esa dirección.
¿Cuál es el estandarte que se continuará disputando en este nuevo mapa geopolítico? ¿En función de qué estamos hablando de complementarnos y no amontonarnos regionalmente? ¿Qué modelo económico deberemos construir en función de las particularidades de nuestra región y los países que la componen? Simple y complejamente, todos estos interrogantes están atravesados por un vector común: la agregación de valor. La disputa que se ha desatado en el mundo desde hace por lo menos 40 años tiene que ver con la agregación de valor en los procesos productivos.
Para darle un cariz robusto e inclusivo a este modelo, resulta central identificar claramente los riesgos y las oportunidades que todo proceso de integración conlleva. Experiencias actuales como la Unión Europea deben dejarnos como aprendizaje que las asimetrías hacia adentro de un bloque pueden generar efectos nocivos y de difícil resolución para proyectos de esta envergadura.
La tarea es ardua e implica un compromiso extendido en el tiempo, porque para continuar avanzando con decisión por el camino de la integración es indispensable mensurar el potencial con el que contamos. Pero el potencial existe y está visible. Hay múltiples ejemplos: la Argentina y Brasil conformamos un cúmulo de 250 millones de habitantes (un número más que interesante a la hora de pensar la intensificación del intercambio comercial intra-región).
Conjuntamente generamos 73% del PBI Industrial de América del Sur (lo que nos compromete a liderar un proceso de industrialización profundo para el conjunto), somos los sextos productores mundiales de automóviles (en camino a superar las 4,3 millones de unidades anuales, proyectando llegar a 6,5 millones en 2020). Con estos y otros datos de la realidad podemos aventurar que si articulamos nuestros proyectos de desarrollo llegaremos a ser un jugador influyente en la nueva disposición de naciones a escala global.
Un camino con escollos
No todo el camino hacia el desarrollo productivo regional está asfaltado, y deberemos atravesar terrenos menos firmes. Un ejemplo de esos escollos es la primarización. Esta parte del mundo ha sido bendecida con una cantidad enorme de recursos naturales indispensables y escasos para cualquier país del planeta. El eje Asia Pacífico demanda y demandará muchos de esos recursos en función de su propio proyecto de desarrollo. Nuestra misión es resistir esa tentación para no caer bajo el influjo de las commodities. La transformación de todos esos recursos a partir de nuestro trabajo, nuestra experiencia y nuestro conocimiento es la base sobre la que podremos dar el salto cualitativo para estar en sintonía con la disputa de este siglo. El trabajo de la industria durante esta crisis es la síntesis de ese proceso.
A la tarea que el siglo 21 nos convoca debemos responder todos. Empresarios, Estados y trabajadores. Porque para pensarnos en clave de los desafíos que ya estamos viendo y de los que van venir, el diálogo es el insumo ineludible.
Nuestra oportunidad está ahí, tenemos que actuar con celeridad para no dejarla escapar.
(*) Ignacio de Mendiguren es dirigente industrial y reciente ex presidente de la Unión Industrial Argentina.