George W. Bush y sus dilemas comerciales
Para muchos países, el triunfo
de Bush no parece para festejar. Su primer mandato acarreó una
larga lista de restricciones comerciales, desde acero a granos. Pero,
si la OMC entrase en crisis, Washington sería el menor de los males.
Por otra parte, John F. Kerry era más
proteccionista. Sea como fuere, ambos candidatos dejaron en claro que
China es asunto prioritario, pues sus exportaciones a Estados Unidos más
que se duplicaron en 1999-2003. Sólo ese último año,
el segundo socio comercial de Washington —tras Canadá—
le vendió por US$ 152.000 millones y le compró por apenas
28 millones. En mucho, gracias a un dólar muy subvaluado en yuan.
Entretanto, la madera canadiense o la
maquinaría japonesa fueron castigadas por restricciones bajo Bush.
En materia farmoquímica, el Gobierno ha librado duras e inútiles
batallas para impedir que sus ciudadanos compren remedios más baratos
en el exterior.
A su vez, las trabas a importaciones siderúrgicas
levantaron airadas protestas de las automotrices, porque les encarecían
un insumo básico. Tampoco le fue bien al Gobierno cuando, en vena
opuesta, apoyaba a Boeing —cuyo lobby militar acabó
en un escándalo— contra su exitoso rival europeo, Airbus.
Washington no dejó de pelear en
materia de agro y alimentos, donde el enemigo era la Unión Europea.
Su política agrícola común, hoy en reflujo, fue tachada
de "principal barrera al comercio mundial", aunque lo que le
preocupaba a Estados Unidos eran los subsidios a expensas de la producción
norteamericana. Ahora bien, con tantos sectores presionando por medidas
anti-dumping, Bush tendrá las manos cada vez más
atadas: su misión anti-dumping puede realizarse sólo
en condiciones estrictas y durante lapsos limitados, sin transgredir normas
de la Organización Mundial de Comercio.
Aparte, olvidando su proclividad a acabar
con el ente, Estados Unidos busca llevar ahí sus problemas chinos.
Pero si la UE impone su candidato, el francés Phillip Lamy —adalid
del proteccionismo agrícola—, al frente de la entidad, ¿cómo
evitar rupturas internas sin retorno?
Para Latinoamérica será
más de lo mismo
Los latinoamericanos —como los europeos—
hubieran preferido a John F. Kerry, pero ganó George W. Bush. No
parece factible, pues, que la región pese en la política
exterior estadounidense aunque, en verdad, ninguno de ambos candidatos
dedicara mucha atención al área. Claro, el Presidente se
comprometió a ocuparse más, pero sólo era un recurso
para captar votos hispanos.
Además, aun después del
11 de septiembre de 2001, la guerra contra el terrorismo no es prioritaria
para muchos gobiernos de la zona. Por tanto, el subcontinente seguirá
distante de Washington, excepto satélites y aliados especiales,
pues Irak acentuó el divorcio.
Para empezar, Latinoamérica no
es relevante para la opinión pública porque no representa
peligros ni beneficios inmediatos. Por eso, Bush incluso vacila en promover
en el Congreso iniciativas en marcha. Por ejemplo, el Acuerdo Centroamericano
de Libre Comercio. Para peor, la propia comunidad de habla castellana
está dividida y carece de una estrategia coherente. Así,
las políticas quedan en manos de burócratas y lobbies.
El compromiso más visible es una
cáscara hueca: Colombia. El presidente aseguró que continuará
solventando la lucha contra el narcotráfico y la guerrilla izquierdista.
Pero estas acciones son inoperantes: Bogotá controla apenas una
fracción del país. Tampoco hay ideas claras sobre cómo
proceder en otros estados productores o intermediarios de estupefacientes.
En tren de gestos vacíos, Washington
inventó una pomposa millennium challenge account para impulsar
el desarrollo hemisférico. Pero el esquema sólo ha generado
los textos menos serios en la historia del Departamento de Estado.
Sin duda, el intercambio sigue siendo
la clave. No obstante, la Asociación pro Libre Comercio en las
Américas (Alca), que debía inaugurarse este enero, ha zozobrado
a causa de los subsidios agrícolas norteamericanos. Ahora queda
a merced de infructuosas conversaciones en la Organización Mundial
de Comercio, cuya ronda Dohá también navega por aguas procelosas.
China, la carta regional contra Estados
Unidos
Hasta la irrupción china, Estados
Unidos veía en Latinoamérica el "patio trasero".
De pronto, la presencia de Beijing se impone en la región. Movida
por una de las expansiones más intensas y sostenidas de la historia,
China trata de superar cuellos de botella en hierro, bauxita, maderas,
cinc, manganeso (Brasil), soja (éste y la Argentina), crudos (Venezuela),
cobre (Chile, donde desplazó a Estados Unidos como mayor comprador)
y alimentos (la Argentina, Uruguay).
En diciembre, el presidente Hu Jintao
anunció inversiones, contratos y emprendimientos conjuntos por
US$ 40.000 millones en la Argentina, Brasil, Chile y Perú. Sin
duda, Sudamérica va alejándose de Estados Unidos y sus nuevos
vínculos con China subrayan nuevas divergencias con Washington.
Ese acercamiento político es más
perceptible en Brasil —170 millones en un territorio poco menor que
el chino—, cuyo gobierno piensa en una "alianza estratégica".
En realidad, el presidente Lula la ve como forma de compensar la influencia
norteamericana. En el 2003, China se convirtió en segundo socio
comercial de Brasil. Es uno de los escasos países que tiene superávit
comercial con Bejing: sólo el año pasado le vendió
por US$ 4.500 millones.
Los síntomas se multiplican en
el área, especialmente en agro y alimentos. Desde el Amazonas hasta
las pampas, hay un auge de soja para alimentos animales, impulsado por
la incipiente clase media china, cuyos ingresos le permiten hoy consumir
más carne vacuna, porcina y de aves. Inquietos ante eso, Japón
y Surcorea activan esfuerzos para asegurarse fuentes de insumos en la
región. Seúl incluso teme una "guerra" por controlar
materias primas. Las cosas no terminan ahí. Brasil y China desarrollan
un programa satelital y discuten ventas de uranio destinado a reactores
chinos. Hace poco, Embraer —fábrica de aviones semiestatal—
abrió una planta en ese país.
Pero, como en la Argentina, muchos empresarios
temen que Beijing cope el mercado interno. También les preocupa
la competencia oriental a sus propias exportaciones, desde calzado hasta
químicos y partes automotrices.
Un new deal para acabar con
los jubilados
Hace 70 años, Franklin D. Roosevelt
sancionó la ley de seguridad social y creó un sistema jubilatorio
federal que dura desde entonces. Ahora, George W. Bush promueve la vuelta
a 1934. O sea, retransferir la carga a las personas y convertir a los
futuros pensionados en rehenes de la especulación bursátil.
Como en algunos países periféricos.
Este proyecto es máxima prioridad
del nuevo mandato, tres años antes de que la generación
de posguerra alcance la edad de retiro. Después, el descenso del
crecimiento vegetativo registrado en 1946-52 se irá reduciendo
de tres a dos entre el 2008 y el 2040. Por ende, o se elevan impuestos
—desmedidamente rebajados por Bush mismo, que descarta la opción—
para financiar el sistema o se limitan drásticamente las prestaciones.
Eso pondría en crisis al propio Partido Republicano.
Ergo, el Gobierno propondrá cuentas
personales, por cuyo intermedio las personas invertirán en acciones
y bonos. El archiconservador Martin Feldstein, reemplazante potencial
de Alan Greenspan en la Reserva Federal, viene abogando desde hace mucho
por la jubilación privada, como método para aumentar el
ahorro interno, hoy casi nulo. Además, la idea encaja perfectamente
en el "evangelio para ricos" de Charles Ripka y sus "banqueros
de Cristo", apoyado por Jeb Bush en Florida.
Por supuesto, las perspectivas financieras
del sistema actual son oscuras. La Administración de Seguridad
Social calcula que, en 75 años, el déficit anual acumulado
del sistema alcanzará US$ 3,7 billones a valores del 2003. Más
allá, la proyección anual llegará a US$ 10,4 billones,
cifra próxima al PBI del 2004.
Pero el economista Paul Krugman y Peter
Diamond (MIT), experto en el tema, sostienen que esos números son
deliberadamente exagerados, para convalidar el esquema. "El modelo
del horizonte infinito y la idea de que podamos prever las expectativas
de vida dentro de medio o un siglo son dos dislates". Pero, aun aceptándolos,
"los futuros descubiertos del sistema representarán apenas
1,2% de cada PBI". En síntesis, sólo son trucos estadigráficos
para destruir un sistema gracias al cual existen los prósperos
fondos mutuales estadounidenses.
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