El director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, advierte sobre el aumento del miedo y del resentimiento que trajo aparejada la crisis en Europa. “La gente vive en estado de ansiedad y de incertidumbre. Vuelven los grandes pánicos ante amenazas indeterminadas como pueden ser la pérdida del empleo, los choques tecnológicos, las biotecnologías, las catástrofes naturales, la inseguridad generalizada”, sostiene.
Ve en este proceso un desafío para las democracias, porque ese “terror difuso†se transforma a veces en odio y repudio. “En varios países europeos, ese odio se dirige hoy contra el extranjero, el inmigrante, el diferente, los otros (musulmanes, gitanos, subsaharianos, sin papeles…) y crecen los partidos xenófobos, racistas y de extrema derecha”, completa.
Así, en Berlín, el creciente sentimiento euroescéptico quedó confirmado por diversas encuestas recientes. Según un análisis del cotidiano Frankfurter Allgemeine Wirtschaft, el 36% de los ciudadanos cree que Alemania no tiene necesidad del euro y el 37% considera positiva la representación en el Parlamento Europeo de una formación que se oponga a la moneda única.
La reciente creación de partidos como AfD, que son la expresión de una clase media conservadora, recoge la herencia de los Libres Electores, un movimiento euroescéptico muy arraigado sobretodo en Baviera y guiado por el ex presidente de la Confederación de Industriales alemanes, Hans-Olof Henkel.
La expectativa está centrada en las elecciones de septiembre en Alemania, en las que el éxito de movimientos populistas de derecha y las expresiones de una clase media conservadora impedirán una revisión de las políticas europeas hacia las economías más débiles, según explica el profesor de Ciencias de las Finanzas de la Universidad de Modena Massimo Baldini.
También en Gran Bretaña asoma una corriente antieuropea con componentes reaccionarios, empujada por el ascendente partido para la Independencia del Reino Unido (Ukip, por sus siglas en inglés), fundado en 1993 por el profesor de Historia Internacional de la London School of Economics Alan Sked y otros miembros de la Liga Antifederalista y del ala euroescéptica del Partido Conservador, contrarios al Tratado de Maastricht y a la adopción del euro.
Ukip pone en tono superlativo que prefiere seguir el camino de Noruega o Suiza, que tienen buenos acuerdos comerciales con Europa pero no una unión. “La UE le cuesta muchos millones al Reino Unido, permite más inmigrantes y hace que el país vaya perdiendo su propia independencia a favor de los burócratas de Bruselas”, sentencia.
Recogió el guante el gobierno de David Cameron, al preparar el borrador de una ley que abre el camino a un referéndum sobre la permanencia de Gran Bretaña en la UE y que se realizaría en 2017. Dos ministros de su gobierno liberal-conservador–el de Educación, Michael Gove, y el de la Defensa, Phillip Hommond– aseguraron que votarían a favor de una salida de la comunidad.
El “euroescepticismo” se muestra con otro cristal en los países debilitados del sur: en la izquierda tradicional, como la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) en Grecia, o en la antipolítica, como el Movimiento 5 Estrellas (M5E) en Italia.
Entre las prioridades del principal partido opositor helénico figuran renegociar los intereses de la deuda pública, suspender el pago de las obligaciones hasta que la economía se recupere, exigir a la UE que modifique el rol del Banco Central Europeo para financiar directamente a los Estados, realizar referéndum vinculantes para todos los tratados y acuerdos comunitarios relevantes, cerrar las bases militares griegas y salir de la OTAN, entre otras cosas.
El partido antieuropeo italiano comenzó con un discurso contra los privilegios de “la casta” pero rechazó también las políticas de ajuste impuestas en sede europea. En principio, la agrupación liderada por Beppe Grillo parecía un fenómeno pasajero pero creció al ritmo de la rabia e impotencia que generan las medidas de ajuste y la incertidumbre de los altos niveles de desocupación.
Grillo propone dar un subsidio por desocupación y un “rédito mínimo de ciudadanía”, pero también está en contra de otorgar la nacionalidad a los hijos de extranjeros que nacen en territorio italiano.
España vive azorada la experiencia de Rajoy, aunque curada de espanto desde que, de pronto, en mayo de 2011, Rodríguez Zapatero, sin avisar ni explicar, decidió aplicar un brutal plan de ajuste ultraliberal que era exactamente lo contrario del ADN del socialismo.
En Finlandia, la bandera antieuropea la lleva Veri Finlandesa, partido nacionalista fundado en 1995. En las elecciones de 2007 la agrupación duplicó sus votos y en 2011 se transformó en el tercer partido a nivel nacional.
Mientras en Hungría, el Movimiento Jobbik, de matriz nacional-conservadora y para algunos “filofascistas” nació en 2003 y al año siguiente fue el único partido en oponerse abiertamente al ingreso en la UE, y lo expresó bajo el lema: “Hungría: Posible, Orgullosa, Independiente”. Seis años después, en las elecciones parlamentarias europeas, logró tres escaños. Y un año más tarde, en las legislativas nacionales, se convirtió en la tercera fuerza política del país, con el 44% de los votos y 386 bancas en la Asamblea Nacional húngara.
Con banderas como la limitación de la inmigración y la prohibición de llevar el burkan, en 2006 surgió en Holanda el Partido de la Libertad que, cuatro años más tarde, se transformó en el tercero del país y decidió apoyar una colación de gobierno capitaneada por el liberal-conservador Mark Rutte. El año pasado retiró el apoyo al Ejecutivo y, en las elecciones anticipadas de septiembre del mismo año perdió muchos consensos.
En Francia, la posibilidad de salir del área euro es uno de los puntos cardinales del programa de Marine Le Pen y su derechista Frente Nacional, mientras que la izquierda de Jean-Luc Mélenchon apunta a la reforma de los tratados e invoca medidas para el crecimiento y el fin de la receta de “sólo rigor”.
Análisis
El director de Le Monde Diplomatique en español, Ignacio Ramonet, advierte que “desde que estalló la actual crisis financiero-económica en Europa, en 2008, estamos asistiendo a una multiplicación de los movimientos de protesta ciudadana. En primer lugar, en los países más afectados (Irlanda, Grecia, Portugal, España), los ciudadanos –cívicamente– apostaron por apoyar, con sus votos, a la oposición, pensando que ésta aportaría un cambio de política tendiente a menos austeridad y menos ajuste”.
Explica en un artículo publicado en Miradas al Sur, que “cuando todos estos países cambiaron de Gobierno, pasando de la izquierda o centro-izquierda a la derecha o centro-derecha, la estupefacción fue completa, ya que los nuevos Gobiernos conservadores radicalizaron aún más las políticas restrictivas y exigieron más sacrificios, más sangre y más lagrimas a los ciudadanos. Ahí es cuando empiezan las protestas. Sobre todo porque los ciudadanos tienen ante sus ojos los ejemplos de dos protestas con éxito: la del pueblo unido en Islandia y la de los contestatarios que tumban las dictaduras en Túnez y Egipto”.
Además, destaca el hecho de que las redes sociales están facilitando formas de organización espontánea de las masas sin necesidad de líder, de organización política, ni de programa.
Todo está listo entonces para que surjan, en mayo de 2011, los indignados españoles, y que su ejemplo se imite de un modo u otro en toda la Europa del sur.
Aclara que los medios califican de “partidos políticos de izquierda†tienen, en opinión de esos movimientos y de las mayorías exasperadas, muy poco de izquierda. No hay que olvidar, asimismo, que estos partidos están comprometidos con esta misma política conservadora que ellos fueron los primeros en aplicar, sin anestesia. Recuerda lo que ocurrió en España cuando, de pronto, en mayo de 2011, Rodríguez Zapatero, sin avisar ni explicar, decidió aplicar un brutal plan de ajuste ultraliberal que era exactamente lo contrario del ADN del socialismo.
Afirma Ramonet que “no se puede comparar mayo del ’68, donde había una crisis que hoy sabemos que fue menos política que cultural, contra un país en expansión (nacimiento de la sociedad de consumo, crecimiento alto, pleno empleo), que seguía siendo profundamente conservador y hasta arcaico en materia de costumbres, con el movimiento del 15M, que es el reflejo del derrumbe general de todas las instituciones (Corona, justicia, Gobierno, oposición, Iglesia, autonomías…)”.
Pero destaca que la crisis se está traduciendo también en un aumento del miedo y del resentimiento. “La gente vive en estado de ansiedad y de incertidumbre. Vuelven los grandes pánicos ante amenazas indeterminadas como pueden ser la pérdida del empleo, los choques tecnológicos, las biotecnologías, las catástrofes naturales, la inseguridad generalizada.
Todo ello es un desafío para las democracias, porque ese “terror difuso†se transforma a veces en odio y repudio. En varios países europeos, ese odio se dirige hoy contra el extranjero, el inmigrante, el diferente, los otros (musulmanes, gitanos, subsaharianos, sin papeles…) y crecen los partidos xenófobos, racistas y de extrema derecha”.
Las repercusiones sociales del cataclismo económico son de una brutalidad inédita: 23 millones de parados en la Unión Europea y más de 80 millones de pobres. Los jóvenes aparecen como las víctimas principales. Por eso, de Madrid a Londres y Atenas, de Nicosia a
Roma, una ola de indignación levanta a la juventud. Añádase, además, que en la actualidad, las clases medias también están asustadas porque el modelo neoliberal de crecimiento las está abandonando al borde del camino. En España, una parte se unió a los jóvenes para rechazar el integrismo ultraliberal de la Unión Europea y del Gobierno. “No nos representanâ€, dijeron todos los indignados.
“Se habla cada vez más de desglobalización, de descrecimiento. El péndulo había ido demasiado lejos en la dirección neoliberal y ahora podría ir en la dirección contraria. Ha llegado la hora de reinventar la política y el mundo”, reflexiona.
Pone como ejemplo que todas las sociedades del sur de Europa se han vuelto furiosamente antialemanas puesto que Alemania, sin que nadie le haya otorgado ese derecho, se ha erigido en jefe -autoproclamado– de la Unión Europea enarbolando un programa de sadismo económico.
Europa es ahora, para millones de ciudadanos, sinónimo de castigo y sufrimiento: una utopía negativa.
Admite el fracaso de la socialdemocracia, explicándolo en que ella misma ha participado en la liquidación del Estado de bienestar, que era su principal conquista y su gran seña de identidad. “De ahí el desarraigo de muchos ciudadanos que pasan de la política absteniéndose, limitándose a protestar o votando por Beppe Grillo (que es una manera de preferir un payaso auténtico en lugar de sus hipócritas copias)”, ironiza.
Pero en seguida subraya que han decidido votar a la extrema derecha, que sube espectacularmente en todas partes, o en menor grado, optar por la izquierda de la izquierda que encarna hoy el único discurso progresista audible.
Finaliza diciendo que así estaban también en América latina hace poco más de un decenio, cuando las protestas derrocaban Gobiernos democráticamente elegidos (en Argentina, Bolivia,
Ecuador, Perú…), que aplicaban con saña los ajustes dictados por el FMI. “Hasta que los movimientos sociales de protesta convergieron con una generación de nuevos líderes políticos (Chávez, Morales, Correa, Kirchner, Lula, Lugo…) que canalizaron la poderosa energía transformadora y la condujeron a votar en las urnas programas de refundación política (constituyente), de reconquista económica (nacionalizaciones, keynesianismo) y de regeneración social.
En ese sentido, se observa cómo a una Europa desorientada y grogui, América latina le está indicando el camino.
Desde las propias entrañas del euro, uno de sus propios fundadores, el alemán Oskar Lafontaine, acaba de lanzar la proclama: “Hay que terminar con esta moneda catastrófica”, ante una situación económica que empeora mes a mes y un nivel de desocupación que pone en tela de juicio las estructuras democráticas.