Por Miguel Ángel Diez
Arabia Saudita actuó siempre como la red de seguridad de la industria petrolera global. Cuando la oferta era excesiva y los precios caían, reducía la producción. Con menor oferta, los precios se recuperaban pronto. Cuando los precios se mantenían en el valor que le parecía adecuado a Riyadh y la demanda crecía, aumentaba otra vez la producción propia.
Con eso mantenía tranquilo al club de productores de la Opep y aseguraba su liderazgo en la organización. Pero esta vez la situación fue diferente. La oferta creció del lado de otros actores al margen del cartel petrolero, algunos de modo inédito. Como Rusia – por su volumen-, como Brasil, e incluso como Estados Unidos – la más grave amenaza- por el shale oil & gas. Un nuevo método de explotación que permite recuperar petróleo aprisionado entre las rocas, con el método de fracking o de inyección de agua a alta potencia que fragmenta la roca y libera el recurso energético.
Esta vez, los sauditas cambiaron la estrategia. Había sobreoferta, pero no redujeron la producción y los precios se derrumbaron en el segundo semestre, de junio (a US$ 120 el barril de crudo) a diciembre (tocó los US$ 45). A muchos de sus consocios de la Opep les cayó mal (en especial a Irán y Venezuela) pero el gran productor árabe explicó que se trataba de mantener el market share global y no reducirlo en beneficio de otros competidores, y a regañadientes fue aceptada la postura.
Claro está, Arabia Saudita tiene espaldas anchas: acumuló reservas por US$ 750 mil millones para los tiempos de vacas flacas, una dimensión de reserva que no tienen otros productores del cartel.
Los efectos ya son notorios: no hay compañía petrolera del mundo que no haya reducido y ajustado su plan de inversiones, y de modo muy especial los del shale oil. A pesar de que el precio rebotó y el barril de Brent –la marca de referencia- está otra vez en US$ 60.
Las interpretaciones han sido variadas. Una teoría del complot explica que es una confabulación entre EE.UU y los sauditas, para perjudicar especialmente a Irán y Rusia. Otra versión es que había que golpear de modo decisivo la autonomía y potencial petrolero de EE.UU a partir de su manejo de la tecnología shale oil.
La cuestión es si en esta carrera por la sobrevivencia del más apto, es realmente Arabia Saudita el vencedor. La incógnita es lo que pasará con el shale oil, cuando nuevas técnicas y procesos comienzan a abaratar sensiblemente el costo de extracción.
¿Qué pasa si, a diferencia del pasado, cuando aumente la demanda, la Opep no puede volver a fijar el precio del barril de crudo y éste se queda en rangos parecidos a los actuales?