Un recordatorio oportuno cuando estamos en vísperas del 1 de mayo: Día Internacional de los Trabajadores.
Hace tres años que la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció como enfermedad el burnout o desgaste profesional, consecuencia de un estrés laboral crónico y de la incapacidad para desconectar del puesto de trabajo.
En esa fecha, una encuesta de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) cifraba en el 27 % el porcentaje de trabajadores que corrían el riesgo de padecer estrés laboral crónico.
Con la pandemia, los datos empeoraron: el estudio de la firma WTW indica que el 83% de los empleadores en América Latina opinan que el estrés y las afectaciones de salud mental, son el principal riesgo que enfrentan los empleados en el 2022.
Según los expertos, poder desconectar para cubrir nuestras necesidades primarias, de alimentación y sueño, de actividad física, sociales y, sobre todo, afectivas, es la única forma de reducir esas cifras y mantener nuestro bienestar. De lo contrario, puede haber consecuencias incluso en nuestro cerebro.
Como explica la psicóloga Agnès Brossa, en el ámbito psíquico los pensamientos de desmoralización o de que no vamos a llegar a todo, asociados al estrés laboral, llevan a un estado emocional de tristeza, ansiedad o desánimo. Y, en el momento en que el cerebro recibe la señal de que está en peligro, “despliega unos mecanismos neuronales para que nuestro cuerpo se ponga en estado de alerta para poder activarse y seguir adelante a pesar de la situación en la que estamos”.
Pero todos estos neurotransmisores que se segregan porque nuestro cerebro ha interpretado que estamos en estado de peligro actúan, a largo plazo, dañándolo”, indica.
“El proceso ocurre cuando empezamos a segregar una hormona llamada cortisol o excesiva noradrenalina, adrenalina u otros neurotransmisores de este tipo. En este momento, las dendritas, que son esos pequeños hilos que salen de la neurona y hacen que conecte con la siguiente neurona y transmitan información, se acortan”, añade Brossa, que especifica que estamos hablando de un daño físico en el ámbito neurológico conocido como estrés psicosocial por derrota reiterada.
Señales de aviso
¿Cómo podemos darnos cuenta de que el estrés laboral nos está sobrepasando? Como explica Enrique Baleriola, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), ese estrés avisa sobre todo de dos formas: física y psicológicamente, y ambas están interrelacionadas.
Desde el punto de vista físico, la señal más frecuente es agotamiento y cansancio, que no es habitual en un estado normal para cada uno de nosotros (por ejemplo, empezar el día ya cansados o sentir que nos cuesta mucho tener energía para hacer las cosas, cuando antes esas mismas tareas no nos eran especialmente difíciles). “Otra señal es sentir presión en el pecho o palpitaciones, aunque puede deberse a otras causas, pero también puede ser señal de ansiedad acumulada. Los problemas para dormir y relajarnos durante la noche o durante nuestro tiempo libre también son indicadores de estrés laboral”, apunta el profesor de la UOC.
En cuanto al ámbito psicológico, Baleriola destaca cambios de humor que anteriormente no eran normales en nosotros, el hecho de despertarnos y sentir que no hemos descansado, posponer o evitar enfrentarnos hasta a las tareas más sencillas de nuestro trabajo, o comenzar la jornada laboral deseando que termine y pase rápido. “Debemos tener en cuenta que, de forma puntual, todos podemos sentir estas sensaciones tanto físicas como psicológicas sin que interfieran en nuestra vida diaria o sean un problema grave. Debemos preocuparnos si se alargan en el tiempo o empezamos a no poder desarrollar nuestras actividades cotidianas sin dificultades”, advierte Enrique Baleriola.
Cómo desconectar
Como explica Brossa, la falta de éxito repetitivo produce estrés en nuestro cerebro, mientras que la euforia reiterada por éxito afecta al contrario, en positivo. De hecho, los estudios demuestran que, a mayor éxito social y laboral, mayor segregación de neurotransmisores como la serotonina o la dopamina, “que son buenas para nuestro cerebro y que contrarrestan esta afectación en negativo. Por lo tanto, la primera recomendación es intentar tener muchos periodos en los que sintamos que hacemos las cosas bien, que tenemos éxito”, indica. Pero ¿cómo lograrlo? Agnès Brossa recomienda:
– Buscar espacio para cubrir necesidades no laborales. Conocer muy bien y cubrir nuestras necesidades de alimentación y sueño, de actividad física, así como las necesidades sociales y afectivas es clave para prevenir el estrés. “Debemos encontrar espacios para satisfacer estas necesidades. Organizar y planificar para tener tiempo para ellas será lo que permitirá que nuestro cerebro pueda segregar estas hormonas en positivo, estos neurotransmisores que nos ‘curan’, de forma que podamos compensar el estrés cerebral”, explica.
– Ponernos y poner límites. Debemos aprender a pensar “esto no puedo hacerlo, lo dejo para mañana” y decir “no” porque ahora es nuestro tiempo. Si no llegamos, volvemos a planificar entendiendo que quizá hemos sobreestimado el tiempo que teníamos o los objetivos, además de pedir ayuda si la creemos necesaria, porque hay un límite que no podemos sobrepasar.
– Evitar los sentimientos de culpa. Existe una relación muy directa entre lo que se llama el P-E-C, que es la relación entre lo que piensas (pensamiento), lo que sientes (emoción) y lo que luego haces (conducta). “Por lo tanto, lo primero es averiguar qué pensamiento estoy teniendo sobre mí, si me estoy maltratando, pensando que soy un desastre o que no doy para todo. Son pensamientos que nos dañan muchísimo y además, no se corresponden con la realidad. Quizás hoy no he terminado todo lo que tenía que hacer, pero eso no quiere decir que no lo vaya a terminar nunca”, explica Agnès Brossa, que añade que, si desarrollamos un pensamiento más positivo sobre nosotros mismos, seguramente nos sentiremos mejor y nuestra conducta será más ajustada (por ejemplo, organizarnos para intentar que el día siguiente sea un éxito).