jueves, 18 de diciembre de 2025

Musk vs. Trump: la batalla por el alma del poder en EE. UU.

A primera vista, imaginar a Elon Musk y Donald Trump discutiendo acaloradamente en un estudio de televisión, con gestos ampulosos y gritos solapados, puede parecer una caricatura. Sin embargo, la historia de la relación entre el empresario tecnológico y el expresidente estadounidense está llena de escenas que no desentonarían en un set de televisión sensacionalista. Ambos comparten un instinto innato para la autopromoción, una capacidad singular para dividir audiencias y una propensión a presentarse como disidentes del poder, pese a haber sido favorecidos por él.

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La trayectoria que une y separa a Musk y Trump es la historia de una paradoja: dos hombres que se proclaman outsiders del sistema mientras se consolidan como sus grandes beneficiarios. A lo largo de una década, pasaron del respeto mutuo a la confrontación pública, dejando entrever mucho más que diferencias personales: revelaron las tensiones que atraviesan a la élite política, económica y tecnológica de Estados Unidos.

Origen y ascenso de un outsider con subsidios

Elon Musk nació en Sudáfrica en 1971, emigró a los Estados Unidos en su juventud y se transformó en un emblema del emprendedor tecnocrático del siglo XXI. Fundador de SpaceX en 2002 y figura clave en Tesla Motors desde 2004, forjó una narrativa basada en la innovación y el riesgo. Sin embargo, esa narrativa omitía con frecuencia el papel determinante que jugaron los recursos públicos en su éxito.

En 2015, un informe del diario Los Angeles Times estimó que las empresas de Musk (Tesla, SpaceX y SolarCity) habían recibido unos US$4.900 millones en subsidios estatales y federales. Desde créditos fiscales y préstamos con intereses preferenciales hasta contratos federales con NASA y el Departamento de Defensa, la expansión del imperio Musk se apoyó en una red robusta de políticas públicas. El ejemplo más ilustrativo fue el préstamo de US$465 millones que el Departamento de Energía otorgó a Tesla en 2010 para desarrollar el Model S y montar su planta en Fremont, California. Musk saldó esa deuda anticipadamente, pero no sin antes haber consolidado su empresa en una posición clave del mercado.

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En paralelo, SpaceX recibía su primer gran contrato con NASA: US$278 millones en 2006 para desarrollar un cohete de carga, y luego un acuerdo por US$1.600 millones en 2008 para misiones de reabastecimiento a la Estación Espacial Internacional. Así, mientras se presentaba como un defensor del libre mercado, Musk se convertía en el símbolo más acabado del capitalismo asistido por el Estado.

Trump llega al poder, Musk entra en la Casa Blanca

La llegada de Donald Trump a la presidencia en 2016 ofreció una nueva oportunidad para esta simbiosis. Aunque Musk había expresado reservas sobre la retórica anticientífica de Trump, en especial respecto al cambio climático, aceptó sumarse a los consejos asesores empresariales convocados por la Casa Blanca. En un gesto pragmático, se sentó a la mesa con el nuevo mandatario para influir desde adentro.

Durante los primeros meses de 2017, el vínculo se sostuvo sobre una ambigüedad funcional. Trump elogiaba a Musk como “uno de nuestros grandes genios”, mientras Musk promovía propuestas como la tasa al carbono ante un presidente que negaba la ciencia climática. Esta colaboración tuvo un abrupto final cuando, en junio de ese año, Trump anunció la salida de Estados Unidos del Acuerdo de París. Musk reaccionó de inmediato y renunció a los consejos presidenciales, dejando en claro que el cambio climático era, para él, una línea roja.

Treguas tácticas y conveniencias mutuas

Pese a la ruptura pública, la relación entre ambos nunca se interrumpió del todo. En los años siguientes, sus caminos siguieron cruzándose, no por afinidad ideológica, sino por conveniencia. Bajo la administración Trump, SpaceX consolidó su posición como proveedor principal de servicios espaciales de la NASA, y Tesla se benefició de la reducción del impuesto corporativo aprobada por los republicanos en 2017.

En mayo de 2020, en plena pandemia, Musk desafió las órdenes locales de confinamiento y reabrió la planta de Tesla en California. Trump salió en su defensa con un tuit que pedía al estado permitir el funcionamiento de la fábrica. Poco después, Trump viajó a Florida para presenciar el lanzamiento de una misión tripulada de SpaceX, la primera desde suelo estadounidense en casi una década. Allí elogió a Musk como símbolo de la grandeza industrial norteamericana.

Detrás de estos gestos públicos se mantenía una tensión subterránea. Musk, partidario de las energías limpias y la innovación tecnológica, se distanciaba de la visión industrial nostálgica de Trump, centrada en el carbón y el petróleo. Y Trump, aunque usaba a Musk como bandera del éxito privado, nunca dejó de verlo como una figura ambivalente, ajena a su núcleo duro.

Black Lives Matter, MeToo y el principio del distanciamiento

El año 2020, marcado por protestas raciales y tensiones políticas, acentuó las diferencias. Mientras Trump se posicionaba abiertamente contra los movimientos por justicia racial, Musk adoptaba un perfil más ambiguo. No respaldó Black Lives Matter, pero evitó confrontar directamente. Del mismo modo, se mantuvo al margen del debate sobre el movimiento #MeToo, aunque enfrentó denuncias de acoso que afectaron la imagen de sus empresas.

Tras la victoria electoral de Joe Biden en noviembre de 2020, Musk mostró disposición a colaborar con el nuevo gobierno. Pero el 6 de enero de 2021 cambió el tono general: el asalto al Capitolio por parte de seguidores de Trump marcó un punto de quiebre en la política estadounidense. Musk no respaldó el intento de insurrección, pero criticó que Twitter suspendiera la cuenta de Trump, cuestionando el poder de las plataformas digitales para restringir la expresión de figuras públicas. Ese episodio reveló la doble preocupación de Musk: el peligro del populismo autoritario, pero también los excesos del progresismo digital.

Fricciones con Biden y el giro a la derecha

Con Biden en el poder, Musk esperaba un entorno favorable a los autos eléctricos. En efecto, recibió nuevos contratos de NASA –el más significativo por US$2.890 millones para el programa lunar Artemis–, pero sufrió un desaire institucional: la Casa Blanca no invitó a Tesla a su cumbre de vehículos eléctricos, en aparente castigo por la ausencia de sindicatos en sus plantas. Musk lo tomó como una afrenta personal. En septiembre de 2021 llegó a llamar a Biden “Sleepy Joe”, rescatando el apodo que Trump usaba para denigrar al presidente demócrata.

A partir de entonces, Musk fue adoptando posiciones cada vez más cercanas al ideario conservador: criticó la “cultura woke”, promovió la libertad de expresión como valor absoluto y expresó simpatía por políticos republicanos como Ron DeSantis. A fines de 2022, su distanciamiento con el progresismo institucional era evidente. Y lo mismo ocurría con Trump, con quien la relación viró hacia el antagonismo.

Musk compra Twitter, Trump lanza Truth Social

El conflicto estalló en 2022. En abril, Musk anunció su intención de comprar Twitter por US$44.000 millones, con el objetivo de convertirla en una plataforma más abierta. Trump, aún vetado de la red, había lanzado Truth Social, su propia red social, como refugio ideológico. Cuando Musk compró finalmente Twitter en octubre, restableció la cuenta de Trump, pero este se negó a regresar, manteniéndose fiel a su creación.

Lo que podría haber sido una reconciliación terminó en disputa. Musk expresó públicamente su preferencia por DeSantis como candidato presidencial para 2024 y dijo que Trump debía retirarse. Trump, por su parte, lo llamó “embaucador” y afirmó que Musk le había “rogado” por subsidios. Incluso aseguró que sin apoyo estatal, Musk no valdría nada. La disputa escaló con acusaciones cruzadas, ironías en redes sociales y discursos encendidos.

Convergencias ideológicas, rivalidades políticas

Pese al enfrentamiento, Musk y Trump conservaron ciertas coincidencias: ambos denunciaron la corrección política, criticaron a la prensa tradicional y acusaron a las grandes tecnológicas de censura ideológica. Sin embargo, las elecciones de medio término de 2022 sellaron su ruptura definitiva: Musk pidió el voto para candidatos republicanos alternativos, marginando a Trump del juego.

En 2023, como propietario de Twitter –rebautizado “X”–, Musk se involucró abiertamente en política. Alojando el lanzamiento presidencial de DeSantis en Twitter Spaces, asumió un rol de actor político, algo inédito en su trayectoria. Al mismo tiempo, invirtió más de US$250 millones en campañas para derrotar a Trump, posicionándose como su principal adversario dentro del campo conservador.

Una nueva bandera: la creación de un partido tecnolibertario

La escalada alcanzó su punto culminante en 2025, cuando Musk anunció la formación de un nuevo partido político: la Alianza Futuro, de orientación tecnolibertaria. Inspirado en principios de innovación, descentralización y libertad individual, el nuevo partido se presenta como alternativa tanto al establishment demócrata como al populismo republicano.

La fundación de la Alianza Futuro coincidió con la aprobación de la nueva ley de presupuesto impulsada por Trump en su retorno al Congreso, ley que restituye privilegios fiscales para industrias tradicionales y recorta fondos para tecnologías limpias. Musk criticó duramente la norma, acusando a Trump de “petrificar el futuro para proteger un pasado decadente”.

Así, el círculo se cierra con una inversión de roles: Trump, el outsider, actúa como conservador restaurador; Musk, el beneficiario del establishment, se rebela contra él desde una posición de poder económico y tecnológico sin precedentes.

Ambos construyeron sus fortunas con ayuda del Estado. Ambos moldearon el discurso público desde plataformas privadas. Hoy se enfrentan como adversarios no sólo personales, sino simbólicos: dos visiones de lo que puede ser el liderazgo estadounidense en el siglo XXI. Una basada en la nostalgia. Otra, en la promesa disruptiva de un futuro todavía por construir.

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