El debate global divide las aguas entre los optimistas que creen que la IA traerá enormes beneficios para la gente, para la sociedad, para los Estados y para todas las empresas, y los pesimistas que piensan precisamente lo contrario y su temor apocalíptico vislumbra una guerra masiva con armas desarrolladas a partir de la IA.
Los segmentos que más consultas originan su uso son los de servicios: bancos, compañías de seguros, retails, telcos, salud. Aunque también se declaran experiencias diversas en gobierno, automotrices, entretenimiento, hotelería e industria. Se advierten dos grandes riesgos: la grieta socioeconómica y de acceso al conocimiento y, casi ciencia ficción, que las máquinas aprendan solas y dominen al hombre. A medida que las capacidades de la IA son más poderosas y más extendidas en su alcance, puede sobrevenir un cambio importante en el escenario de las amenazas, expandiendo las que ya existen, con la introducción de otras nuevas, y todas con singular eficacia.
Algoritmos de 25 siglos
Algunas empresas descubrieron que las álgebras griegas permiten predecir demanda y se vienen cuatro años decisivos para realizar inversiones. Ya hay grandes industrias, sobre todo energéticas, comercio online y algo de banca y fintechs que incorporaron robots y bots a la producción, la seguridad, la organización interna y la comercialización.
Más de dos siglos antes de Cristo, el rey Herón de Siracusa encargó a un orfebre que hiciera una corona totalmente en oro. Para calcular su masa y volumen sin fundirla convocó a un gran matemático, físico, ingeniero y astrónomo griego, quien infructuosamente apeló a fórmulas, ecuaciones y hasta a un algoritmo creado por el alejandrino Euclides, autor de la gran enciclopedia de las álgebras, precursora además de la teoría de números y ciencias de la computación, titulada Elementos.
De Arquímides se trataba. Entre tanta tribulación y blasfemia, durante una agobiante jornada interrumpió el trabajo para sumergirse en una bañera. A medida que entraba y el agua se iba desbordando se le hizo el clic. Mojado y como Dios lo trajo al mundo corrió a la calle exclamando: “¡Eureka, Eureka!”. La solución era sencilla pero no provino de las matemáticas, sino que pasó antes por el sentido común que difícilmente un algoritmo podía haber revelado: había que pesar la corona en el aire y verificar si la densidad en el agua se correspondía o no con la resultante de usar todo el oro que se le había entregado al platero. Así, quedó al descubierto que lo que el rey perdió, la humanidad capitalizó: el Principio de Arquímedes.
Sin embargo, si la chispa pudo convertirse en fuego fue porque la combustionó un saber previamente acumulado, una especie de polimatía, o dominio de varias materias, como la que recomendaban los filósofos clásicos a sus discípulos: desde las matemáticas a la geometría, pasando por la física y las filosofías de vida.
No menos pero muchísimo más es lo que se sigue haciendo 25 siglos después. Conocimientos específicos que se combinan con capacidad de razonamiento y una formación sólida en humanidades, lo cual permite interpretar, clasificar y ordenar cientos de miles de millones de datos, en formatos PDF, documentos, audios, videos, fotos y otros, pasibles de ser generados por los teléfonos, PC, redes sociales, cámaras de votos, audiovisuales, interconectados en todo el planeta.
La inteligencia artificial y aprendizaje automático combinan tamaño volumen de información con los algoritmos más sofisticados para que las máquinas piensen y aprendan a pensar. Son tres las herramientas imprescindibles necesarias: datos, potencia computacional y algoritmos, o sea a la suma de capitales y conocimientos cuantiosos.
A su juego llamaron a gigantescas corporaciones occidentales proveedoras del insumo virtual, como Alphabet (la matriz de Google), Amazon, Microsoft, IBM. Se parapetaron en la famosa nube, una red de enormes galpones refrigerados distribuidos por Estados Unidos y otros países, que concentran megaservidores en red. Otro tanto sucedía en China, de la mano de Alibaba y Baidu.
Entre la ola de big data y la actual de la IA transitó la IoT (Internet de las Cosas) para habilitar nuevos puntos de toque e interacción entre los humanos, el mundo físico y el digital. Cada vez que alguien conecta su smartphone con la plataforma Alexa de Amazon, Siri de Google o Azure de Microsoft, se genera información que aprovechan los algoritmos para enriquecer la base y acercarse a cada individuo.
Es solo el comienzo. En 2022, 80% de los smartphones estará dotado de IA en su hardware interno, según un informe de Gartner, o sea que habrá incorporado los avances que convierten la voz en texto y viceversa, en varias lenguas, incluidas la española y portuguesa, e identifican fotos y videos.
El día a día argentino
Los mayores adelantos en varias áreas de la IA se ven en computer vision (visión en base a computación), en el natural language processing (análisis de textos en lenguaje natural) y en el desarrollo de modelos predictivos (en base a datos históricos poder anticipar comportamientos futuros), mientras los chatbots asumen actividades cada vez más complejas y los robots desfilan por algunas líneas de producción fabril.
Los montos en danza son cuantiosos y no dejan demasiado margen para ensayar: por ejemplo, una plataforma de IA de predicción de ventas insume una inversión de US$ 20.000 a 25.000, que puede llegar a 100.000 con más cantidad de partes y transacciones, comentan en el sector.
Los segmentos que más consultas originan son los de servicios: bancos, compañías de seguros, retails, telcos, salud. Aunque también se declaran experiencias diversas en gobierno, automotrices, entretenimiento, hotelería e industria.
Los empresarios se acercan a los proveedores de soluciones, como el unicornio Globant y los centenares de satélites startups, para preguntarles por algún traje a medida inteligente para su negocio. En Amazon Web Solutions, que recién desembarca en la región, afirman que se interesó 80% de la clientela. Microsoft Latinoamérica ve una oportunidad en el negocio de Nube en Argentina que asciende a los US$ 19.000 millones.
Talentos en la mira
En el marco de los doctorados de la facultad de Ciencias Exactas de UBA funcionan grupos de 20 integrantes que dirigen investigadores docentes de prestigio internacional y juntos desarrollan para las tesis proyectos en general académicos. En los laboratorios LIAA usan machine learning para resolver temas que vienen de la lingüística, de la psicología, de la sociología en las tres ramas: la del habla, del texto y la de neurociencia, cerebro.
Uno de los directores, Agustín Gravano, tiene mucho contacto en la Universidad de Columbia y en Eslovaquia, que genera emprendimientos conjuntos.
El ITBA, que es privado, también cuenta con un centro experimental que comparten estudiantes avanzados con egresados y docentes, en el que analizaron varias plataformas, con el ADN del instituto, patentadas, mientras se desarrollan otras inéditas.
La directora del Departamento de Innovación Educativa, Silvia Gómez, estima que, como la vida ha cambiado, principalmente por la transversalidad de la tecnología, la educación va migrando y en consecuencia las clases que antes eran meramente expositivas van dejando paso a un aprendizaje activo que sitúa al alumno en el centro del proceso. Reserva a los docentes la habilidad de generar un aprendizaje personalizado, creando actividades que demanden el desarrollo de capacidades de alto nivel en los alumnos.
Los sistemas inteligentes juegan un papel fundamental en esta tarea, a partir de la detección de patrones y la capacidad de predicción. Confluyen en el llamado Deep Learning, un aprendizaje profundo (en base a algoritmos) que mediante una técnica estadística ubica patrones de conducta en enormes cantidades de datos. Es decir, tiene un gran valor predictivo, pero todavía no “entiende” en el sentido que lo hace el ser humano.
“El desafío a futuro consistirá en integrar correctamente la tecnología y las posibilidades que brinda la inteligencia artificial para lograr hacer más efectivo el proceso de enseñanza-aprendizaje, sin deshumanizarlo”, advierte la profesora Gómez.
Precisamente, uno de los riesgos inmanentes a la IA es que relegue al hombre no sólo haciéndole perder el empleo, sino también tomando decisiones por su cuenta. A esta altura parece más la saga de una película de ciencia ficción, a la que muchos científicos que operan en este campo contribuyen con la tendencia a sobrevalorar logros que, al ser magnificados por el marketing, exageran tanto beneficios como riesgos, según provengan de optimistas o de pesimistas.