Cuando Donald Trump irrita con nuevos aranceles a los liberales que defienden, justamente, el mercado libre, por lo general los críticos del presidente norteamericano lo culpan solo a él. “La guerra comercial de Trump”, como se resume, es o bien “una posición negociadora” (la visión optimista, ahora cada vez más muerta con la introducción de aranceles más amplios a China) o la última manifestación de lo que muchos ven como un total desorden de personalidad.
La verdad es mucho más complicada y menos halagadora para el ego de Trump. Esto se hizo evidente en un evento de dos días auspiciado recientemente por la National Defense University, que reunió a líderes militares y civiles para debatir sobre los grandes temas del momento. Docenas de expertos, funcionarios de gobierno y dirigentes de empresas se reunieron para conversar sobre la declinación del orden instalado en la posguerra, el ascenso de China y ver la forma en que Estados Unidos podría fortalecer sus industrias de defensa y manufactura.
La meta sería crear cadenas de suministro resilientes que pudieran aguantar no sólo una guerra comercial, sino una guerra verdadera. Entre la discusión amplia y variada, los disertantes coincidieron en una sensación general de que la estrategia del laissez-faire aplicada a los negocios globalizados ya no funciona y que eso tendría serias ramificaciones para la industria norteamericana.
“Si aceptamos como punto de partida que estamos en una gran lucha de poder (con China y con Rusia), entonces hay que pensar en asegurar una base de innovación, hacer viable la base industrial y llevar todo eso a gran escala” dijo el Mayor General John Jansen, el organizador del encuentro.
Incluida en la lista de lecturas para el evento estaba Freedom’s Forge, el libro de Arthur Herman que describe el rol que tuvieron las empresas en Estados Unidos – especialmente las automotrices – en la preparación del país para la guerra a principios de los años 40.
En aquel momento, a causa de la profundidad y amplitud del poderío en manufactura y logística de la industria automotriz, al sector se lo consideraba tan importante para la seguridad nacional como el acero y el aluminio. Eso no quiere decir que la comunidad de seguridad esté a favor de los aranceles o de la guerra comercial; o que a Detroit se le vaya a pedir que entregue su capacidad ociosa al Pentágono en algún momento del futuro cercano. Pero hay un gran grupo de pensadores que cree que los intereses de seguridad nacional norteamericana van a exigir la separación de los lazos entre Estados Unidos y China en cuanto a inversiones y cadenas de suministro.
Tecnología de vanguardia
Señalan las áreas de alta tecnología como inteligencia artificial, robótica, vehículos autónomos, realidad virtual, tecnología financiera y biotecnología como importantes no solo para las fuerzas armadas sino también para el crecimiento del sector privado.
Mencionaron un documento de Defensa publicado en enero que dice que las compañías chinas tienen ahora tecnologías clave y partes de las cadenas de suministro que tocan equipos y servicios militares norteamericanos, que desde hace años se tercerizan cada vez más en el sector privado. Las empresas chinas participaron en 16% de todas las operaciones de capital de riesgo que se realizaron en 2015.
El Departamento de Defensa emitió otro comunicado separado, que envió directamente a la Casa Blanca, donde analiza este tema con más detalles.Es posible entonces que pronto salgan a la luz más historias como aquella de 2013 que reveló que Estados Unidos dependía de una fábrica en China para la producción de un químico clave para el misil Hellfire.
Mientras las fuerzas armadas todavía están tratando de ver cómo hacen para asegurar que sus cadenas de suministro no estén controladas por adversarios estratégicos, los chinos han empleado un método mucho más sofisticado.
La diferencia se puede resumir en dos palabras: política industrial. China la tiene, Estados Unidos no. Estados Unidos siempre ha tratado de despegarse de una política formal porque sus críticos acusan al gobierno de “elegir a los ganadores”. Los chinos, en cambio, usan un método coordinado para aprovechar las tecnologías que necesitan. Lo hacen no solo mediante inversiones y adquisiciones sino también a través de joint ventures forzados, espionaje industrial y cíber robo. Nadie está diciendo que las multinacionales deban adoptar ese método. Pero es difícil imaginarlas continuando con sus negocios en este ambiente.
Las empresas multinacionales, mucho más que las que operan en el mercado interno, sufrirán daños colaterales con los aranceles. También serán un gran objetivo para las represalias multinacionales.