Después de más de cuatro décadas, un ciudadano indio volvió a orbitar la Tierra por cuenta propia. El oficial de la Fuerza Aérea, Shubhanshu Shukla, participó entre el 25 de junio y el 15 de julio en la misión Axiom 4, un vuelo privado operado por SpaceX que llevó a la Estación Espacial Internacional (ISS) a un equipo integrado también por astronautas de Hungría y Polonia, bajo el comando de la estadounidense Peggy Whitson.
El acontecimiento tuvo una repercusión masiva en la India. Desde su cápsula Crew Dragon, Shukla se comunicó con el primer ministro Narendra Modi, quien celebró el hecho como el inicio de “una nueva era” para el país. La escena condensó el componente simbólico del programa: la unión entre una tradición espiritual milenaria y un proyecto tecnológico de alcance global.
El astronauta, que declaró haber llevado consigo “a 1.400 millones de compatriotas”, se convirtió en el primer indio en alcanzar el espacio desde Rakesh Sharma, quien en 1984 participó en una misión soviética. Desde entonces, la agencia espacial india (Isro) no había concretado un vuelo tripulado con representación nacional.
El objetivo inmediato: autonomía orbital
La participación en una misión internacional fue un paso intermedio dentro de una estrategia de mayor alcance. El programa Gaganyaan —que en sánscrito significa “vehículo celestial”— constituye el eje del proyecto indio para enviar, antes de 2027, un astronauta al espacio mediante medios completamente nacionales.
Según Gautier Champion, exrepresentante del Cnes francés en Hyderabad, “la India está cerca de completar las pruebas de su propio vehículo tripulado y dispone de un centro de entrenamiento de nivel internacional en Bangalore”. Allí, en el Institute of Aerospace Medicine, se forman los cuatro candidatos seleccionados para los primeros vuelos.
El plan sufrió retrasos por la pandemia y por la complejidad técnica de las pruebas de seguridad. Originalmente previsto para coincidir con el 75.º aniversario de la independencia, en 2022, el primer vuelo se reprogramó tras la recomendación de expertos y la evaluación de la Isro.
En paralelo, el organismo concretó en enero de 2025 un rendez-vous orbital exitoso —el acoplamiento controlado de dos satélites en órbita terrestre—, un paso técnico indispensable para futuras operaciones tripuladas y logísticas.
La Luna como destino estratégico
Una vez completada la fase orbital, la India apunta a consolidar su presencia en el espacio profundo. En 2008, el país ya había lanzado Chandrayaan-1, su primera misión lunar, que permitió detectar la presencia de agua en el satélite. En 2019, el intento de alunizaje del Chandrayaan-2 fracasó en los últimos minutos de descenso, pero en 2023 la misión Chandrayaan-3 logró el primer aterrizaje en el polo sur lunar, región hasta entonces inexplorada.
El éxito del módulo Pragyan, a 69° de latitud sur, consolidó a la India como el cuarto país del mundo en lograr un alunizaje controlado y el primero en hacerlo tan cerca del polo. Para la comunidad científica local, la misión significó más que un logro tecnológico: representó la confirmación de un modelo de desarrollo basado en eficiencia y bajo costo.
La siguiente etapa será Chandrayaan-4, orientada a traer muestras del suelo lunar, mientras que las misiones 5, 6 y 7 incluirán pruebas de generación eléctrica nuclear, aprovechamiento de recursos in situ y producción de combustible en la superficie. El objetivo de largo plazo es la creación de una base lunar habitada de manera continua en colaboración con socios internacionales.
Entre la innovación y la autosuficiencia
El enfoque indio en materia espacial combina pragmatismo económico y ambición tecnológica. Con un presupuesto históricamente limitado —el gasto anual de la Isro representa menos del 5% del de la NASA—, el país ha desarrollado una infraestructura capaz de competir con las principales potencias.
Su logro más emblemático fue la Misión a Marte Mangalyaan-1, lanzada en 2013. El orbitador alcanzó el planeta rojo en 2014, en el primer intento y con un costo de apenas 74 millones de dólares, cifra inferior al presupuesto de varias películas de Hollywood. La misión permaneció operativa hasta 2022, superando ampliamente su vida útil inicial.
El siguiente paso será Mangalyaan-2, con el objetivo de realizar un alunizaje en la superficie marciana, y el Shukrayaan, una sonda destinada al estudio de Venus.
La Isro ha logrado, además, avances notables en cooperación internacional. En 2025, desde el centro espacial Satish-Dhawan, se lanzó el satélite Nisar, un radar de observación terrestre desarrollado junto con la NASA. De los 1.200 millones de dólares del proyecto, India aportó apenas 90 millones, pero participó en el diseño, ensamblaje y pruebas, consolidando su posición como proveedor confiable y socio tecnológico.
Una dimensión social y política
El programa espacial indio se distingue por su arraigo popular. Desde sus orígenes en los años sesenta, impulsado por el físico Vikram Sarabhai, el espacio fue concebido como instrumento de desarrollo nacional.
Los primeros satélites sirvieron para educación a distancia, telecomunicaciones rurales, meteorología y monitoreo de desastres. Según Raji Rajagopalan, investigadora del Australian Strategic Policy Institute, “la Isro ha mantenido una conexión única entre la investigación científica y las necesidades del ciudadano común”.
El respaldo político también ha sido constante. El propio Modi se involucró públicamente en momentos de éxito y de fracaso, reforzando la idea del espacio como símbolo de unidad nacional. En 2019, tras la caída del Chandrayaan-2, declaró: “La India está orgullosa de sus científicos. Hay que ser valientes, y lo seremos”.
El ministro de Ciencia y Tecnología, Jitendra Singh, ratificó recientemente que el país espera “ver ondear la bandera india sobre la Luna antes del centenario de la independencia, en 2047”.
Cooperación y defensa del espacio pacífico
Desde 1964, la cooperación con Francia ha sido un pilar del programa indio. Ambos países desarrollaron conjuntamente las primeras sondes Centaure y los motores Viking-Vikas, aún utilizados en los lanzadores indios. Actualmente trabajan en el proyecto TRISHNA, un satélite climático con sensores térmicos duales.
Durante décadas, la India sostuvo una posición pacifista en materia espacial, oponiéndose a la militarización del entorno orbital. Sin embargo, el ensayo antisatélite chino de 2007 motivó un giro estratégico. Doce años después, Nueva Delhi realizó su propio test, aunque insiste en que su política continúa siendo defensiva.
Rajagopalan advierte que “las capacidades antisatélite se han convertido en una preocupación global”, pero subraya que el objetivo de la India “no es militarizar el espacio, sino proteger sus activos”.
Un modelo en consolidación
El caso indio representa una tercera vía en la economía espacial: una combinación de planificación estatal, eficiencia presupuestaria y apertura a la cooperación internacional. Con apenas una fracción del gasto de las potencias tradicionales, la Isro ha construido un ecosistema industrial que incluye universidades, empresas privadas y una comunidad científica en expansión.
La trayectoria de Shubhanshu Shukla sintetiza esa evolución: de la formación militar a la representación nacional en un entorno internacional, y del entusiasmo popular a la proyección estratégica.
Con los próximos lanzamientos del Gaganyaan y las futuras misiones Chandrayaan, la India se dispone a cerrar el círculo iniciado en 1984. En un contexto de competencia global creciente, su desafío será mantener el equilibrio entre ambición tecnológica, cooperación internacional y desarrollo interno.












