Hecho histórico: desde ahora rige el acuerdo sobre el clima

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Finalmente ocurrió. El acontecimiento repercute en todo el planeta con entusiasmo. El Acuerdo de París, firmado hace un año, entró ya en vigencia. Se cumplieron las dos condiciones exigidas: la ratificación del pacto por más de 55 países que representen al menos el 55% de la emisión contaminante a escala mundial.

Aún así, como lo advertía Mercado precisamente hace un año, “los dos grandes interrogantes pendientes son: ¿el acuerdo logrará reducir los niveles de carbono en la atmósfera? ¿Y si se logra, será una mejora? La respuesta a la primera pregunta es: sin duda. A la segunda, en cambio, es alguna mejoría sí, pero no la suficiente. La mejor noticia es que tras 20 años de intentos infructuosos, se arriba a un consenso donde están los principales emisores”.

¿Cómo fueron esas negociaciones?

A pesar de las aprensiones iniciales, las deliberaciones de París avanzaron por senderos prometedores. Estados Unidos y China, dos de los más grandes contaminadores del ambiente jugaron un papel protagónico, parecieron listos a comprometerse, y empujaron a otros países más renuentes a asumir fuertes compromisos, con promesas incluso de apoyos económicos.

Hasta la India que insistía en que a un país en desarrollo -que necesita industrializarse o en síntesis, hacer lo que hicieron los desarrollados hace 100 años y que por eso produjeron el actual nivel de contaminación- no se le podían exigir las mismas metas que a los industrializados, se muestra dispuesta a hacer algunas concesiones importantes.

El caso de la India es especial: su población crece a tal velocidad que pronto igualará a la China. Su territorio es escenarios de terribles sequías, inundaciones gravosas, invasión del mar sobre las costas. Se estima que en 2080, la temperatura habrá subido entre 3 y 5 grados centígrados.

Por lo menos la reunión se inició con resonantes promesas que comprometen miles de millones de dólares, por parte de los principales líderes mundiales. Pero más allá de las conclusiones finales recién en unos cuantos meses se sabrá si todos estos discursos altisonantes se convierten finalmente en un sólido acuerdo, el primero global de los últimos 18 años.

Barack Obama sorprendió otra vez –como lo ha hecho recientemente, con las relaciones con Cuba y con Iraq, con el Tratado del Transpacífico y la presencia naval en mares cercanos a China?– con una actitud decidida que no se corresponde con la idea tradicional del “pato rengo” (el lame duck, el que está al final de su mando). En su discurso reconoció que su país tiene buena parte de responsabilidad en la actual situación del ambiente y del clima, por su enorme poder contaminante.

Es cierto que los Republicanos se oponen a un pacto de este tipo -y muchos Demócratas también- pero dos tercios de los estadounidenses creen que el país debe ser actor importante de un acuerdo global sobre este tema. 

Para darle más dramatismo a la situación, justo en el momento que tenían lugar las deliberaciones, una nube dióxido de carbono envolvía toda China y toda la India.

En cuanto al sector privado, Bill Gates ha unidos fuerzas con Warren Buffett, Jeff Bezos y otros multimillonarios para impulsar inversión pública y privada en “energías limpias”.
En París, bajo estado de sitio por los ataques terroristas recientes, no se permitió ninguna manifestación. Pero ellas abundaron en las principales capitales del mundo que demandan acción inmediata.
De los casi 200 países representados, muchos están encolumnados en un plan concreto de acción para detener el avance del alza en el termómetro (los europeos dispuestos a asumir obligaciones vinculantes); otros a reducir la emisión de gases contaminantes, y algunos más que no sabían bien hacia qué lado de la balanza se inclinarían. Tal vez no se logró el mejor acuerdo, pero seguramente todo terminó con un clima distinto, mucho más positivo que el de la última vez en Copenhague.

No todo es color de rosa, sin embargo. La idea de un tratado con cláusulas de cumplimiento obligatorio no prosperó, por la imposibilidad que tienen algunos países -entre ellos Estados Unidos- de obtener la ratificación parlamentaria que se requiere. En cuanto a las especificaciones de monitoreo de la futura contaminación dependerán de la participación voluntaria de los países que suscriban el documento.
La promesa de la delegación estadounidense fue, sin embargo, rotunda: en 2025 se habrá reducido la emisión de carbono en 25%, comparado con los niveles de 2005.

Por su parte la Unión Europea piensa reducir sus emisiones, para 2030, en 40% en comparación con las de 1990. Compromisos similares asumieron Rusia, México y Malasia.

China no tiene problemas con la ratificación parlamentaria, pero su gobierno insiste en que cada país debe enfrentar el problema del cambio climático a su modo y en sus tiempos. Por tanto, se opone a un tratado internacional con metas de cumplimiento obligatorio. Pero Beijing parece que ha tomado el tema en serio fijando metas internas severas hasta 2030.

El argumento más fuerte para que cada país siga su ritmo y su camino, es de la India. Todos los países industrializados lograron ese estatus quemando combustibles fósiles y enrareciendo la atmósfera. Ahora –dicen sus funcionarios– les quieren imponer fuertes reducciones a los que empiezan a transitar el proceso. Es una inequidad manifiesta, concluyen.

Pero además de los principios, hay otra razón de peso. O de pesos. Es cuál será la ayuda económica concreta que los países ricos brinden a los que necesitan recursos para encarar el reemplazo energético.

 

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