lunes, 8 de diciembre de 2025

Cuando la economía se convierte en defensa: el poder invisible del siglo XXI

La seguridad nacional ya no se mide solo en tanques o misiles. Estados Unidos subsidia chips como si fueran blindajes, Europa busca autonomía estratégica, China controla minerales críticos y América Latina queda atrapada entre la oportunidad y la dependencia. El nuevo paradigma del Estado de seguridad económica redefine la política internacional y coloca a los recursos estratégicos en el centro de la soberanía.

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En las últimas décadas, el concepto de seguridad nacional estuvo ligado principalmente al poder militar. Sin embargo, en un mundo donde la tecnología, las cadenas de suministro y los recursos estratégicos definen la fortaleza de una nación, la economía ha pasado a ocupar el centro de la agenda de seguridad. Foreign Affairs describe este fenómeno como el surgimiento del “Estado de seguridad económica”: un modelo en el cual los gobiernos refuerzan sus políticas industriales, tecnológicas y regulatorias no solo para crecer, sino para sobrevivir en un entorno internacional hostil.

De la Guerra Fría a la guerra comercial

Durante la Guerra Fría, las superpotencias se enfrentaban en el terreno militar e ideológico. Pero con la globalización de los años noventa y la primera década del nuevo milenio, se instaló la ilusión de que el comercio podía suavizar rivalidades. La entrada de China a la Organización Mundial del Comercio en 2001 parecía anunciar una era de integración. Dos décadas después, la misma potencia china es considerada por Washington como su principal amenaza estratégica. La rivalidad ya no se mide solo en número de misiles o bases militares, sino en semiconductores, inteligencia artificial y control de datos.

Estados Unidos, que durante años defendió la apertura económica, hoy lidera una política de restricciones tecnológicas y subsidios industriales. La CHIPS and Science Act, con la que busca recuperar la producción doméstica de semiconductores, es la versión moderna de un arsenal defensivo. Cada chip fabricado en Arizona o Texas es visto como un blindaje frente a la dependencia de Asia Oriental. En paralelo, la Casa Blanca utiliza sanciones financieras como arma geopolítica, desde Rusia hasta Irán, demostrando que los bancos pueden ser tan poderosos como los portaaviones.

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El caso de Europa: autonomía estratégica

Europa, tradicionalmente dependiente de Estados Unidos para su defensa militar y de Rusia para su energía, descubrió en la invasión a Ucrania que la seguridad económica no es un concepto abstracto. La interrupción de suministros energéticos y la dependencia tecnológica frente a China encendieron las alarmas. Bruselas impulsa ahora la idea de “autonomía estratégica”, que incluye desde el desarrollo de baterías propias hasta el control de materias primas críticas. El Viejo Continente comprende que su supervivencia depende tanto de sus industrias como de sus ejércitos.

China y el control del futuro

El modelo más claro de Estado de seguridad económica es, sin duda, el chino. Pekín nunca concibió a la economía separada de la política. El Partido Comunista controla bancos, empresas tecnológicas y sectores estratégicos, subordinando la lógica del mercado a los objetivos nacionales. La iniciativa “Made in China 2025” y la “Franja y la Ruta” son ejemplos de cómo el país busca asegurarse recursos, infraestructura y tecnología. Para China, garantizar el acceso a litio, cobre o tierras raras es tan vital como mantener su integridad territorial. La seguridad económica es, en su concepción, la esencia misma de la soberanía.

Potencias emergentes: entre la oportunidad y la dependencia

El fenómeno no se limita a las grandes potencias. India, Brasil, Sudáfrica o Arabia Saudita entienden que su posición internacional depende cada vez más de cómo gestionen su seguridad económica. Nueva Delhi invierte en producción tecnológica y energía renovable para reducir su vulnerabilidad frente a China. Riad busca transformar su economía petrolera en un hub tecnológico y financiero. Brasil, en tanto, enfrenta el dilema de aprovechar sus recursos naturales —alimentos, energía, minerales— sin caer en la trampa de la reprimarización.

América Latina, en este escenario, aparece fragmentada. Algunos países intentan insertarse en las nuevas cadenas de valor estratégicas —como el triángulo del litio (Argentina, Bolivia y Chile)—, mientras otros siguen atados a modelos de exportación tradicionales. La región oscila entre la oportunidad de convertirse en proveedor esencial y el riesgo de quedar atrapada en disputas ajenas.

Historia y precedentes

La idea de que la economía es parte de la seguridad no es nueva. En la Inglaterra victoriana, el dominio del comercio y las rutas marítimas era inseparable de su poder militar. En Estados Unidos, Franklin Roosevelt impulsó el “Arsenal de la Democracia” antes de la entrada oficial en la Segunda Guerra Mundial, convencido de que la producción industrial era la clave de la victoria. Lo novedoso de la actualidad es la velocidad con que los recursos estratégicos cambian. Si antes la disputa era por carbón y petróleo, hoy lo es por datos, algoritmos y minerales críticos.

La interdependencia como arma

En un mundo globalizado, la interdependencia económica, que se suponía generadora de paz, se convierte en herramienta de presión. Rusia utilizó el gas como palanca política frente a Europa. China amenaza con restringir la exportación de tierras raras cada vez que aumentan las tensiones con Washington. Estados Unidos bloquea el acceso a chips avanzados para frenar el desarrollo tecnológico de su competidor asiático. La economía deja de ser neutral para transformarse en campo de batalla. La seguridad económica es, en definitiva, la militarización de la interdependencia.

El desafío democrático

Un riesgo de este paradigma es que, en nombre de la seguridad, los gobiernos sacrifiquen principios de apertura, transparencia y competencia. El proteccionismo puede disfrazarse de estrategia defensiva. Las subvenciones a empresas nacionales, la limitación a inversiones extranjeras o el control estatal sobre sectores estratégicos pueden erosionar la eficiencia económica. Para democracias frágiles, como varias en América Latina, el argumento de la “seguridad económica” podría justificar políticas de concentración de poder o de corrupción en áreas sensibles.

Argentina frente al nuevo tablero

Argentina enfrenta un dilema particular. Posee recursos críticos —litio, gas, alimentos— que la vuelven atractiva en el nuevo mapa global. Pero carece de una estrategia integral de seguridad económica. La volatilidad macroeconómica, la debilidad institucional y la falta de coordinación entre política exterior e industrial reducen su capacidad de aprovechar la coyuntura. El país podría insertarse como proveedor estratégico en las cadenas globales de energía y tecnología, pero necesita definir si será simple exportador de materias primas o socio confiable en un esquema de integración industrial.

Un concepto en expansión

El ascenso del Estado de seguridad económica redefine la geopolítica del siglo XXI. No se trata de un fenómeno pasajero, sino de una transformación estructural. Los gobiernos ya no miden su poder únicamente en ejércitos o reservas de oro, sino en capacidad de innovación, resiliencia de cadenas de suministro y control de recursos estratégicos. El desafío para las democracias es lograr ese objetivo sin sacrificar valores de apertura y pluralismo. El reto para países emergentes es no quedar reducidos a meros campos de disputa entre potencias.

La seguridad económica ha dejado de ser un capítulo marginal para convertirse en el núcleo de la política internacional. La historia muestra que quienes no se adaptan a los cambios en las reglas del poder terminan rezagados. El presente advierte que la prosperidad y la soberanía dependen, cada vez más, de la capacidad de los Estados para blindar su economía frente a amenazas externas y aprovechar sus recursos estratégicos. El futuro, en definitiva, pertenecerá a aquellos que logren transformar la interdependencia en fortaleza, y no en vulnerabilidad.

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