La más evidente es que las economías de ambos países están profundamente integradas entre sí. El comercio entre China y Estados Unidos representa más de la mitad de un billón de dólares al año. China es dueña de más de US$ 1billón de deuda norteamericana.
Importantes compañías norteamericanas dependen de fabricar y vender sus productos en China. La manufactura del iPhone de Apple está estructurada alrededor de una cadena de suministro basada en el sur de China. Hay más restaurantes Kentucky Fried Chicken en la República Popular China que en Estados Unidos.
Este entretejido económico también ha creado un grado de convergencia social. Es cierto que China está gobernada por el partido Comunista, pero en sus principales ciudades bulle la vida comercial, la empresa privada y las marcas occidentales. Nunca podría compararse eso con la gris uniformidad de la Rusia soviética. La sociedad china es más similar a la norteamericana de lo que fue la sociedad soviética.
También hay fuertes lazos científicos y educativos entre ambos. La hija de Xi Jinping estudió en Harvard. La hija de Stalin no fue a Yale.
Además, el desafío que plantea la República Popular China para la seguridad de Estados Unidos es muy diferente del presentado por la Unión Soviética a mediados del siglo 20.
En toda su historia milenaria, el “reino del medio” nunca peleó por un equilibrio de poder. Siempre fue la potencia dominante en Asia rodeada de estados tributarios. Desde su perspectiva, está en el lugar que le corresponde, dicen Whalter Lohman y Riley Walters en Understanding the Chinese challenge to the United States.