Desde junio de 2022, entre tres y seis astronautas chinos habitan de forma permanente la Tiangong, la Estación Espacial China (CSS). La estructura, compuesta por un módulo principal y dos auxiliares, orbita a pocos cientos de kilómetros de la Tierra y simboliza la madurez tecnológica alcanzada por la China Manned Space Agency (CMSA).
Cada misión, designada con el nombre Shenzhou, se prolonga por alrededor de seis meses. La más reciente, Shenzhou 20, despegó el 24 de abril desde la base de Jiuquan, en el desierto de Gobi, a bordo del lanzador Longue Marche 2F. El comandante Chen Dong, veterano de tres misiones, lideró la tripulación que se acopló a la estación pocas horas después del lanzamiento.
El siguiente equipo, Shenzhou 21, se prepara para el relevo, aunque en China las identidades de los astronautas no se revelan hasta último momento, una práctica que refleja la reserva con que Pekín gestiona la comunicación de sus misiones.
La vitrina del poder científico
La agencia espacial utiliza sus tripulaciones como símbolos de un proyecto nacional.
El objetivo es promover las carreras científicas y tecnológicas entre las nuevas generaciones. En un país que asocia el progreso con la innovación y el conocimiento, el espacio funciona como instrumento de cohesión y orgullo nacional.
El caso de Liu Yang, primera astronauta china, fue emblemático. En 2012 integró la misión Shenzhou 9, y diez años después regresó a la CSS. Su imagen fue utilizada ampliamente como símbolo del avance de la mujer en la ciencia y del liderazgo tecnológico de China.
Tiangong y la herencia de la ISS
La Tiangong es considerada la heredera asiática de la Estación Espacial Internacional (ISS). Compacta, modular y equipada con propulsión eléctrica, fue diseñada para albergar investigaciones en biología, medicina espacial y física de materiales.
China observa en la ISS y en los programas soviéticos Mir y Mir 2 una referencia técnica, pero su estación opera de manera totalmente autónoma. Los experimentos que allí se realizan —cultivo de plantas, observación de microorganismos y estudios del cuerpo humano en microgravedad— forman parte de un aprendizaje previo a misiones más ambiciosas hacia la Luna.
El programa chino llega después, por lo que puede inspirarse en lo que ya se hizo. La CSS es más ordenada y eficiente que la ISS.
Chang’e, el puente hacia la Luna
Más allá de la órbita baja, el programa Chang’e —denominado así por la diosa lunar de la mitología china— marca el camino hacia la exploración tripulada de la Luna. Desde 2018, las misiones Chang’e 4, 5 y 6 han logrado hitos inéditos: alunizajes controlados en la cara oculta y recolección de casi 2 kilogramos de muestras de regolito.
Las misiones Chang’e 7 y 8, previstas para 2026 y 2028, apuntan al polo sur lunar, donde se presume la existencia de agua. A partir de allí, Pekín planea integrar su programa robótico con la iniciativa ILRS (International Lunar Research Station), que contempla el establecimiento de una base automatizada en colaboración con Rusia.
El futuro vehículo tripulado Mengzhou (“nave de los sueños”) y su módulo lunar Lanyue (“abrazar la Luna”) se inspiran en la arquitectura de las misiones Apolo. Su diseño busca garantizar independencia tecnológica frente al programa estadounidense Artemis.
Cooperación y restricciones
A pesar de su vocación cooperativa, el avance de China se desarrolla en un entorno marcado por la desconfianza internacional. La exclusión de la Tiangong del marco de la ISS, impulsada por restricciones estadounidenses en materia de transferencia tecnológica (ITAR), limitó durante años la posibilidad de colaboración con socios occidentales.
Entre 1985 y 2000, los lanzadores Larga Marcha colocaron en órbita 27 satélites extranjeros, incluidos estadounidenses. Sin embargo, la promulgación de normas más estrictas sobre exportación de componentes con fines militares interrumpió esta participación, afectando gravemente el segmento comercial chino del espacio.
Ciencia, diplomacia y poder blando
El renacimiento espacial de China no se limita a la competencia con Estados Unidos. El país promueve activamente la cooperación científica con Europa, América Latina y África. En 2027 planea lanzar el telescopio Xuntian, que compartirá órbita con la CSS y permitirá observar el Universo en luz visible con una resolución comparable al Hubble.
Simultáneamente, el programa Tianwen (“preguntas al cielo”) amplía la exploración interplanetaria. La misión Tianwen 1 depositó en 2021 el rover Zhurong en la superficie de Marte, mientras que las próximas misiones apuntan a recolectar muestras de asteroides y estudiar lunas de Júpiter y Urano.
El espacio se convierte así en un componente central de la estrategia de poder blando de Pekín. La visibilidad mediática de sus logros, la educación científica asociada y la diplomacia tecnológica refuerzan la narrativa de una China moderna y autosuficiente, capaz de ofrecer alternativas a las potencias tradicionales.
De la desconfianza a la consolidación
La historia del programa espacial chino está atravesada por la figura de Qian Xuesen, ingeniero formado en el MIT y en Caltech, considerado el “padre de las coheterías” del país. Expulsado de Estados Unidos durante el macartismo, regresó a China en 1955 y se convirtió en pieza clave del proyecto “Dos bombas, un satélite”, origen del actual desarrollo aeroespacial.
Desde entonces, Pekín ha sostenido una política de continuidad: los programas civiles y militares se articulan en una misma estrategia de largo plazo, orientada a garantizar autonomía tecnológica y proyección internacional.
La estación Tiangong y las misiones Chang’e constituyen hoy los pilares de esa política. Representan no solo un logro científico, sino también un instrumento diplomático en la competencia por la influencia global en el espacio exterior.












