Brasil se prepara para su primer lanzamiento orbital comercial desde Alcântara, mientras Argentina avanza en la finalización del lanzador Tronador. Ambos países, pioneros regionales, construyeron programas complejos pero disímiles en instituciones, financiamiento, tecnología y alianzas. Este análisis examina esas diferencias para comprender cómo cada país concibe su presencia en el espacio.
Aspectos institucionales y financiamiento
Brasil y Argentina formalizaron sus agencias espaciales en los años 90: la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE) en 1991 y la Agência Espacial Brasileira (AEB) en 1994. Aunque ambas buscan continuidad institucional, sus trayectorias financieras han sido irregulares. Brasil destinó en 2023 unos 47 millones de dólares al sector, equivalentes al 0,002% del PIB, ubicándose entre los últimos del G20. Argentina, con alrededor de 60 millones de dólares anuales, también opera con presupuestos ajustados y sujetos a la coyuntura económica.
En ambos casos falta previsibilidad presupuestaria y planes plurianuales consolidados. La inversión brasileña cayó un 68% en la última década; Argentina atravesó períodos de recortes y postergaciones que ralentizaron proyectos clave. Aun así, Brasil lanzó recientemente un plan industrial que prevé fondos adicionales hasta 2033 para recuperar capacidades, mientras Argentina declaró al Tronador “política de Estado”, buscando dar continuidad a un desarrollo discontinúo desde principios de los 2000.
La diferencia estratégica radica en el foco. Brasil priorizó infraestructura de lanzamiento y tecnologías de propulsión; Argentina optó por consolidar una industria satelital de alta complejidad antes de invertir en cohetes. Esta decisión estructural explica buena parte de la divergencia tecnológica posterior.
Capacidades tecnológicas
Ninguno de los dos países alcanzó aún la capacidad de colocar satélites en órbita con vectores propios. Sin embargo, Brasil avanzó históricamente con mayor continuidad en cohetería. Sus programas Sonda y VLS, aunque afectados por la tragedia de 2003 que destruyó un lanzador en la plataforma de Alcântara, generaron capacidades técnicas relevantes. La prueba exitosa del motor sólido S50, destinado al lanzador VLM, señaló que Brasil mantiene una base tecnológica activa en propulsión.
Argentina, en contraste, concentró esfuerzos en satélites científicos y de comunicaciones. Los SAC desarrollados con la NASA, los SAOCOM en banda L junto a Italia y los ARSAT geoestacionarios posicionaron al país entre un grupo reducido capaz de fabricar satélites de complejidad avanzada. El país cuenta con instalaciones de integración, ensayos y control de misión de nivel internacional, como CEATSA y el Centro Teófilo Tabanera.
La asignatura pendiente de Argentina es el acceso autónomo al espacio. El proyecto Tronador II, que incluye versiones de entre 11 y 27 metros y motores de combustible líquido, prevé su primer lanzamiento de prueba suborbital en 2026 desde Punta Indio. La evolución del programa dependerá de financiamiento sostenido y continuidad política.
Brasil, por su parte, está a punto de inaugurar lanzamientos orbitales desde Alcântara mediante acuerdos comerciales. La base, cercana al ecuador, permite ventajas energéticas únicas. Si bien el primer lanzamiento será realizado por una empresa extranjera (Innospace), su concreción colocará a Brasil en una posición inédita en la región.
La complementariedad es evidente: Argentina posee satélites avanzados pero sin lanzador propio; Brasil tiene plataforma de lanzamiento y experiencia en cohetes, pero menos desarrollo satelital de alta complejidad.
Alianzas internacionales
Aquí emergen diferencias profundas. Argentina adoptó una estrategia de cooperación abierta, articulando proyectos con la NASA, la Agencia Espacial Italiana, Europa y múltiples socios. Cada satélite relevante contó con alianzas internacionales: SAOCOM con Italia, SAC con Estados Unidos, ARSAT con la industria europea y SpaceX como proveedor de lanzamientos. Esta lógica le permitió acceder a tecnología, reducir costos y mantener proyectos pese a limitaciones presupuestarias. También promovió la creación de la Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE), buscando integración regional.
Brasil optó por vínculos bilaterales estratégicos orientados a obtener transferencia tecnológica en áreas críticas. Su programa CBERS, desarrollado con China desde 1988, generó cinco satélites de observación y continúa con nuevas fases. Esta cooperación, aunque exitosa, despertó debates recientes por el interés chino en lanzar desde Alcântara y por el uso dual de ciertas tecnologías. Brasil también firmó con Estados Unidos el Acuerdo de Salvaguardas Tecnológicas que habilita lanzamientos comerciales con componentes estadounidenses y abrió Alcântara a empresas internacionales.
A diferencia de Argentina, Brasil concibe su política espacial como instrumento geopolítico asociado a defensa, autonomía y proyección internacional. Esa visión explica su preferencia por acuerdos bilaterales con potencias antes que por esquemas regionales amplios.
Proyectos en curso
Argentina avanza con el Tronador y con el satélite SABIA-Mar 1, parte de una misión conjunta con Brasil dedicada a monitoreo oceánico. También planea nuevas misiones ARSAT y constelaciones de pequeños satélites. Su foco actual es completar el “ciclo espacial”, es decir, integrar satélites y lanzadores.
Brasil concentra esfuerzos en volver operativo el VLM y en ampliar el programa Amazônia de observación ambiental. El lanzamiento comercial de diciembre desde Alcântara es un hito clave para reposicionar al país en el mercado global de lanzamientos livianos. Además, continúa la cooperación con China en nuevos satélites CBERS y evalúa un SGDC-2 para telecomunicaciones seguras.
Ambos países buscan expandir capacidades, pero sus prioridades evidencian estrategias distintas. Brasil apunta al acceso autónomo al espacio y a fortalecer la industria asociada a su base de lanzamiento; Argentina continúa profundizando su fortaleza satelital y recién en los últimos años aceleró el desarrollo de un vector nacional.
Trayectorias divergentes
Las decisiones de cada país reflejan concepciones distintas sobre el espacio. Brasil aspira a ser una potencia regional con acceso propio al espacio, aun si eso implica avances lentos y reveses. Argentina eligió asegurar servicios satelitales críticos mediante cooperación internacional, concentrándose en aplicaciones civiles y científicas antes que en capacidades de lanzamiento.
La consecuencia es una brecha estratégica: Brasil controla territorio apto para lanzamientos y avanza en vectores; Argentina controla satélites avanzados pero depende de proveedores externos para ponerlos en órbita. Ambos enfrentan el mismo desafío: sostener inversiones en un contexto fiscal restrictivo y asegurar continuidad política para proyectos de largo plazo.
Brasil y Argentina desarrollaron capacidades complementarias. Uno domina la infraestructura de lanzamiento; el otro, la ingeniería satelital. La convergencia futura, a través de cooperación regional o coordinación bilateral más profunda, podría transformar estas diferencias en ventajas compartidas. Hasta entonces, cada país seguirá explorando el espacio bajo sus propios términos y prioridades.












