En realidad, el torcetrapib eleva, se supone, el colesterol “bueno”, algo que también hace el Lipitor. Pero la empresa necesita otro específico de alto precio para reemplazar al que devendrá genérico, cuando su patente exclusiva expire en pocos años. La muestra de 15.000 pacientes incluía 7.500 tratados con el nuevo compuesto y fue en ese grupo donde de produjeron los decesos.
La decisión de Pfizer fue realmente forzada por una junta supervisora independiente. Su presidente, el doctor Philip Barter, declaró haber detectado “una sorprendente proporción de fallecimientos. Nos disgusta, pues se trata de un específico de amplio espectro”. Medico en un instituto australiana de investigaciones cardiovasculares, señaló que “nuestras primeras experiencias hacían suponer que el torcetrapib era un producto más seguro”
Este fin de semana, la farmoquímica anunció que cancelaría todos los ensayos clínicos y suspendió el cronograma para lanzarlo al mercado. Además de los presumibles efectos bursátiles inmediatos, este asunto incentivará en el futuro congreso, dominado por demócratas, un proyecto para revisar íntegramente normas y procedimientos. Esta industria cobra altos precios porque está muy protegida de la competencia externa, gracias a gobiernos republicanos y un “lobby” muy fuerte.
Este fracaso es un duro golpe para Pfizer. Torcetrapib debía reemplazar a Lipitor, una “estrella” que facturó más de US$ 12.100 millones sólo en 2005. El desarrollo del substituto, empero, no fue muy costoso: apenas unos 800 millones. Por otra parte, la patente exclusiva de Lipitor recién expira en 2010.
Si bien la nueva droga aumenta considerablemente el HDL (colesterol positivo, que previene el bloqueo de arterias), presenta dudas sobre efectos colaterales, o sea seguridad en los tratamientos. Amén de elevar el HDL, hace lo mismo con la presión. “Esto un enorme desencanto”, cree Steven Nissen, de la clínica Cleveland. A su juicio, “debemos averiguar si es un problema peculiar al torcetrapib o si lo que verdaderamente no funciona es el incremento de HDL como terapia”.
No obstante, la Merck norteamericana (que tuvo su propia crisis, cifrada en Vioxx, un analgésico con demasiados riesgos que ya estaba en plaza) y la suiza Roche están trabajando en opciones que, al parecer, no causan hipertensión. Mientras los medios norteamericanos y hélvetas encaran esto en términos de negocios, sus colegas alemanes, franceses e italianos lo ven como “fruto del apuro en poner a la venta medicamentos sólo por razones económicas”, sostiene Silvio Garattini, director del instituto farmacológico Mario Negri, Milán.
Expertos en Fráncfort y París coinciden. De un tiempo a esta parte, por cierto, se han producido demasiados casos de específicos retirados del comercio o, sencillamente, no lanzados. Eso “es contrapartida –señala Garattini- del apuro en reemplazar fármacos cuyas patentes vencerán y pasarán a genéricos, mucho menos rentables porque quedan librados a la competencia”.
En realidad, el torcetrapib eleva, se supone, el colesterol “bueno”, algo que también hace el Lipitor. Pero la empresa necesita otro específico de alto precio para reemplazar al que devendrá genérico, cuando su patente exclusiva expire en pocos años. La muestra de 15.000 pacientes incluía 7.500 tratados con el nuevo compuesto y fue en ese grupo donde de produjeron los decesos.
La decisión de Pfizer fue realmente forzada por una junta supervisora independiente. Su presidente, el doctor Philip Barter, declaró haber detectado “una sorprendente proporción de fallecimientos. Nos disgusta, pues se trata de un específico de amplio espectro”. Medico en un instituto australiana de investigaciones cardiovasculares, señaló que “nuestras primeras experiencias hacían suponer que el torcetrapib era un producto más seguro”
Este fin de semana, la farmoquímica anunció que cancelaría todos los ensayos clínicos y suspendió el cronograma para lanzarlo al mercado. Además de los presumibles efectos bursátiles inmediatos, este asunto incentivará en el futuro congreso, dominado por demócratas, un proyecto para revisar íntegramente normas y procedimientos. Esta industria cobra altos precios porque está muy protegida de la competencia externa, gracias a gobiernos republicanos y un “lobby” muy fuerte.
Este fracaso es un duro golpe para Pfizer. Torcetrapib debía reemplazar a Lipitor, una “estrella” que facturó más de US$ 12.100 millones sólo en 2005. El desarrollo del substituto, empero, no fue muy costoso: apenas unos 800 millones. Por otra parte, la patente exclusiva de Lipitor recién expira en 2010.
Si bien la nueva droga aumenta considerablemente el HDL (colesterol positivo, que previene el bloqueo de arterias), presenta dudas sobre efectos colaterales, o sea seguridad en los tratamientos. Amén de elevar el HDL, hace lo mismo con la presión. “Esto un enorme desencanto”, cree Steven Nissen, de la clínica Cleveland. A su juicio, “debemos averiguar si es un problema peculiar al torcetrapib o si lo que verdaderamente no funciona es el incremento de HDL como terapia”.
No obstante, la Merck norteamericana (que tuvo su propia crisis, cifrada en Vioxx, un analgésico con demasiados riesgos que ya estaba en plaza) y la suiza Roche están trabajando en opciones que, al parecer, no causan hipertensión. Mientras los medios norteamericanos y hélvetas encaran esto en términos de negocios, sus colegas alemanes, franceses e italianos lo ven como “fruto del apuro en poner a la venta medicamentos sólo por razones económicas”, sostiene Silvio Garattini, director del instituto farmacológico Mario Negri, Milán.
Expertos en Fráncfort y París coinciden. De un tiempo a esta parte, por cierto, se han producido demasiados casos de específicos retirados del comercio o, sencillamente, no lanzados. Eso “es contrapartida –señala Garattini- del apuro en reemplazar fármacos cuyas patentes vencerán y pasarán a genéricos, mucho menos rentables porque quedan librados a la competencia”.