domingo, 24 de noviembre de 2024

Merck, un gigante con la pasión por investigar

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De farmacia del siglo 17 a conglomerado especializado en biofármacos, productos, tecnologías y servicios para investigación y materiales de alto rendimiento, el del gigante alemán es uno de los pocos ejemplos exitosos de compañías familiares.

Con 352 años de trayectoria, participa como actor clave en innovación y en el tras de escena del desarrollo científico mundial.

Seguramente, aquel día de 1668 en que un joven Friedrich Jacob Merck decidió comprar Engel–Apotheke, una farmacia ubicada en la ciudad alemana de Darmstadt, no imaginó que estaba abriendo las puertas de un negocio que atravesaría siglos y fronteras.

Pasó su vida entre frascos, olores penetrantes y preparados curativos y, tras su muerte, fue su sobrino quien tomó la posta.

Así, comenzó una larga serie que ya supera las 14 generaciones y que, seguramente, continuará otras tantas. Claro que entre aquel establecimiento de la Darmstadt del siglo 17 y el conglomerado que, con sus tres unidades de negocios, suma 57.000 empleados y una facturación anual de € 16.500 millones, la diferencia es abismal. Otra empresa, en otro mundo.

Casi un siglo y medio después de la incursión de la familia en el sector farmacéutico, fue Emanuel Merck, sexto en la serie generacional, quien propulsó un salto fundamental cuando, en 1827, inauguró una fábrica químico–farmacéutica. Como académico, Emanuel había avanzado en la investigación química de sustancias de plantas, y logrado con éxito la preparación de alcaloides puros –con efectos medicinales–, en el laboratorio de la farmacia. Este “Gabinete de Novedades” representa un hito inicial en la transformación de una farmacia artesanal en una empresa industrial con base en la investigación.

Hoy, la compañía ya suma la friolera de 352 años de existencia y es la farmacéutica y química más antigua del mundo. En Argentina, tiene presencia oficial desde 1930. Durante la Segunda Guerra Mundial, pasó a manos del Estado pero, en 1958, Emanuel Merck oHG en subasta pública logra recuperar la empresa y la historia continúa.

En el 2020, en plena pandemia, Merck Argentina celebró sus 90 años de vida y, en este marco, Mercado mantuvo un uno a uno virtual con Cristian von Schulz–Hausmann, Managing Director de Merck en Argentina y General Manager del negocio de Biopharma para Cono Sur.

El ejecutivo es médico egresado de la UBA, especialista en Cardiología, con varios posgrados en su haber y una enorme experiencia en la industria farmacéutica. Es, además, un apasionado de la ciencia y la investigación, y un convencido de que el trabajo en red, la potencia de la sinergia público-privada y la comunicación veraz y efectiva son las claves para el desarrollo de la industria y para alcanzar nuevas soluciones que mejoren la salud y la calidad de vida de la población, en este mundo globalizado.

–¿De qué manera cambió la industria farmacéutica en los últimos años, con los avances de la ciencia y la tecnología a disposición de la salud?

–En las últimas dos décadas, ha habido desarrollos exponenciales, que transformaron el negocio. Con el desarrollo de la biotecnología, Merck pasó de medicamentos de fabricación más química, como productos para la diabetes, la hipertensión, las enfermedades cardiovasculares y otras generales, al desarrollo de los interferones, que ya son medicamentos biotecnológicos, en principio en terrenos de la esclerosis múltiple. En aquel momento, Merck fue pionera en el tratamiento de esta enfermedad de la cual poco se sabía. También, avanzó con medicamentos oncológicos que, más adelante, evolucionarán en tratamientos que buscan otras formas de controlar los tumores, a través de medicina molecular; terapias más personalizadas para distintos tipos de cánceres. Son medicamentos inmuno-oncológicos que ponen a trabajar al propio sistema inmunológico para que se oriente a destruir estas células malignas.

–¿Qué impacto tuvo en el negocio el pasar a trabajar en producción biotecnológica?

–Este viraje de medicamentos de producción química a productos biológicos y biotecnológicos genera un desafío por supuesto desde lo científico, que busca encontrar estas nuevas moléculas. Pero también en cuanto a las capacidades necesarias, la tecnología requerida en las plantas productivas, para la fabricación de estos productos biotecnológicos (biorreactores).

Desde lo farmacéutico, significó pasar de la medicina general al trabajo en especialidades. Así, Merck se concentra en oncología, esclerosis múltiple, fertilidad y hormona de crecimiento. Trabaja también en inmunología, con moléculas para enfermedades autoinmunes, como el lupus.

Por supuesto, esto implica, además, un cambio cultural en quienes participan en este tipo de negocios, porque requiere de una promoción, divulgación científica y comunicación diferente con la comunidad médica –que utiliza estos medicamentos–. Se requiere gente con capacitación desde lo científico para lograr transmitir a los médicos este tipo de innovación.

Por esto, en los últimos años, Merck, cambió su foco estratégico y está buscando reclutar en el mercado personas con este tipo de capacidades.

 Trabajar en la urgencia

–A causa de la pandemia de Covid–19 ¿Hubo cambios en los focos de investigación, en la producción, etc.?

–Con la pandemia, la respuesta ante la urgencia requiere de otro tipo de adaptación. En cuanto a producción y distribución, en Europa, EE.UU. y en países de América Latina, donde se concentra nuestro aparato productivo, tuvimos el desafío de continuar con la provisión de medicamentos, para mantener unos 85 millones de pacientes en tratamiento.

Desde el lado de producción no farmacéutica, que es la de Ciencias de la Vida, cambiamos nuestras prioridades, ya que nuestros productos son utilizados en gran parte de los diagnósticos de coronavirus, y también en vacunas y medicamentos. Por lo tanto, hicimos foco en proyectos que estuvieran ligados a esta enfermedad. Esto forma parte del “contrato social” que tenemos con aquellos que están desarrollando la solución en la pandemia.

–¿Cómo se llevó adelante la producción y la investigación en este contexto?

–Tenemos equipos trabajando remoto pero con centros de producción 100% abiertos aún en momentos lockdown de la población. Los investigadores trabajan en el laboratorio en controles de calidad, intentando avanzar con sus experimentos y en el desarrollo de estudios clínicos.

Cambiamos, además, el foco en algunas líneas de investigación. Por ejemplo, analizamos moléculas que veníamos investigando para otras enfermedades, para comprobar si dan respuesta ante el Covid–19. Por ejemplo, tenemos estudios clínicos propios de moléculas en desarrollo, que tienden a bloquear ciertos receptores que son los que generan la respuesta inmunológica desproporcionada que se suele ver en cuadros graves de pacientes con coronavirus.

En febrero/marzo, los países cerraron sus fronteras, pero la ciencia abrió mucho sus puertas para poner en práctica todo método colaborativo necesario que permita encontrar, en conjunto, una solución en esta pandemia.

–¿De qué se trata este tipo de trabajo conjunto, en red?

–Estamos trabajando con distintos actores. Por ejemplo, participamos con la OMS Solidarity. Los interferones Rebif, que se usan para esclerosis múltiple, en combinación con antivirales, están siendo utilizados como una rama de tratamiento, en estudio clínico. En ese caso, hemos entregado y donado más de 300.000 dosis a la OMS, para generar esta evidencia. En Argentina, donamos al Ministerio de Salud medicación para unos 400 pacientes, incluidos en el estudio. Realizamos también donaciones del estilo en EE.UU. y en Francia, y aportes económicos a consorcios, como la fundación Bill y Melinda Gates.

 Alianzas indispensables

–¿Cómo se maneja el trabajo conjunto entre empresas privadas y competidoras?

–En ciencia, la colaboración nos hace más fuertes. En diferentes desarrollos, ya se entiende que no es posible que cada uno lo haga solo. Cada cual tiene su expertise y la suma de estas experiencias es lo que permite generar medicamentos disruptivos. Tenemos alianzas con laboratorios con quienes competimos en otras áreas, para el desarrollo de medicamentos, por ejemplo, de oncología. Entre empresas, esta colaboración es bastante normal y nos permite avanzar más rápido y ser más eficientes en los recursos. El desarrollo de una nueva molécula requiere una inversión muy alta.

–¿Existe aún en la Argentina una mirada contrapuesta entre las universidades (a las que se vincula solo con investigación) y las empresas privadas (a las que se las asocia con la mera búsqueda del negocio)?

–Las universidades han empezado a trabajar muy fuerte en el desarrollo de investigación en enfermedades, por ejemplo, oncología. Y para que esta innovación o descubrimiento científico se transforme en un fármaco que termine llegando a la gente, serán necesarios socios estratégicos. Desde hace ya unos cuantos años, la industria farmacéutica tiene una colaboración muy activa con los centros de investigación, de ciencia, y en universidades.

En otros países, el trabajo colaborativo entre universidades y empresa privada está más aceitado. En la Argentina hay muy buenos profesionales e investigadores reconocidos en el mundo; aunque quizás sea menos frecuente la interacción con la industria privada. Creo que es cierto que existe una antinomia entre el investigador básico y el desarrollador; una idea de que uno solo persigue los fines académicos y el otro solo el revenue. Pero creo que hoy se entiende mejor que es la combinación de capacidades y know how lo que permite ser más productivo para la sociedad.

–¿De qué manera se genera, entonces, esta necesaria sinergia universidad/centro de investigación–política pública–empresa?

–En Argentina este tipo de colaboraciones está en etapa más precoz o intermedia respecto de otros países, donde la relación viene de más tiempo y es de mucha fluidez. Sin embargo, hay mucha apertura a la idea de que la gestión privada puede formar parte de una sociedad estratégica en la que todos ganen.

Un claro ejemplo de esta sinergia público–privada es nuestro vínculo con Conicet. Recientemente, en Merck desarrollamos un proyecto de compra digital consolidada para 400 investigadores de 16 centros del Conicet del país. Esta iniciativa permite maximizar los fondos de los investigadores argentinos, disminuir los costos de transporte y despacho de los materiales adquiridos, y, sobre todo, mejorar los tiempos de entrega.

Además, este año (2020) Merck y Conicet han iniciado conversaciones para establecer una alianza público–privada que permita avanzar en la tercera edición del Premio Merck en Innovación para las ciencias de la salud, cuyas dos ediciones anteriores (2018 y 2019) se realizaron en asociación con el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación.

Este premio cuenta con el apoyo de la Embajada Alemana en Argentina y busca estimular la aceleración de start ups en el campo de la investigación en ciencias básicas y aplicadas en salud que generen valor a la sociedad.

El proyecto ganador recibirá un subsidio para invertir en el proyecto y una beca para viajar a Alemania al Centro de Innovación de Merck en la ciudad de Darmstadt. El ganador también tiene la posibilidad de participar en el Merck Accelerator Pitch Day, en Alemania, evento global de Merck en el cual emprendedores de todo el mundo presentan sus proyectos a potenciales inversores.

 Largos plazos, altas inversiones

–¿Qué desafíos particulares impone la Argentina a la industria farmacéutica?

–Cuando uno trabaja en países como Argentina, hay que adaptarse a situaciones como la inflación o la devaluación, que son características de los últimos años. Y la volatilidad fue en aumento. De tener una crisis cada 10 años, pasamos a tener un año positivo, uno negativo y luego otro positivo.

La industria farmacéutica tiene tiempos de desarrollo largos; la planificación nunca es a corto plazo. El proceso de aprobación de un medicamento tan evolucionado requiere de 12 a 18 meses para ser aprobado por las autoridades regulatorias. Por lo tanto, los resultados vienen de tres o cuatro años atrás. Los entornos de volatilidad son negativos para nosotros. De todas maneras, al trabajar con enfermedades crónicas, con tratamientos que se mantienen en el tiempo, nuestra planificación no cambia mucho en función de la situación de volatilidad. Nos vamos adaptando. Por ahora seguimos manteniendo los planes de negocios definidos hace tres o cuatro años. Sobre todo porque Argentina en salud es muy sofisticada; se destaca en la región por la calidad de sus científicos, de sus médicos y de la investigación.

–¿Cuánto se invierte en I+D y cuánto cuesta producir un nuevo medicamento?

–[En 2019, la compañía invirtió € 2.200 millones en I+D]. Producir un nuevo producto es muy costoso. Hay que tener en cuenta que de 10.000 moléculas que se generan, se mantienen unas 250 que pueden pasar a la fase siguiente y, de estas, queda solo una. Por lo tanto, el desarrollo de un nuevo medicamento biotecnológico se estima que cuesta, en promedio, alrededor de US$ 2.500 millones.

 El valor del mensaje

–Los laboratorios no siempre tienen buena imagen. Hoy, conviven quienes les rezan para que encuentren cuanto antes tratamiento o vacuna para el Covid–19, con los antivacunas y abonados a teorías conspirativas. ¿Cómo se gestiona la comunicación hacia la comunidad?

–Este problema viene de hace tiempo. Creo que, para cambiarlo, ayudará mucho el periodismo científico, que va teniendo un rol más protagónico. Hoy, la divulgación científica está en manos de gente más profesional y formada en este tema, que tiene la capacidad de explicar con más detalle lo que mueve hoy en día a los laboratorios.

También colabora la inserción de los laboratorios en la sociedad, buscando nuevos stakeholders, como son las asociaciones de pacientes. Gente con quien debemos sentarnos a discutir para ver de qué manera hacemos que la innovación resulte sustentable, accesible a la mayoría.

La pandemia ha ayudado a clarificar el rol de los laboratorios y su trabajo para mejorar la calidad de vida de la población, pero es cierto también que existen grupos “antivacuna” o que piensan que los laboratorios generan estas enfermedades para vender medicamentos.

Si uno analiza de qué manera responde la industria farmacéutica a momentos de crisis como este, queda claro que está en la primera línea, poniendo recursos necesarios en investigación para lograr tratamientos, tests, vacunas, que sean accesibles a la población, aunque sea a riesgo, o produciendo al costo. Además de hacer donaciones en dinero y medicamentos, y de poner la base de datos de moléculas a disposición.

–¿Qué se puede hacer para cambiar esta imagen? ¿Qué falla?

–Claramente está fallando la manera en que la información llega a la población. Tal vez este cambio se vincula con la educación y requiere de un trabajo docente de parte de todos los involucrados, de manera de derribar mitos. Desde CAEME, estamos trabajando en lugares de acceso público, explicando de qué manera se investiga, cómo se hacen los estudios clínicos, cómo se lanza en el mercado, etc.

Creo que hoy es claro que la industria farmacéutica es clave y tiene un rol protagónico en la sociedad, como parte vital del sistema de salud, que ha hecho que la esperanza de vida y calidad de vida de la población haya mejorado muchísimo en las últimas décadas. Y esto fue producto de esta relación productiva entre ciencia, farma y Estado, trabajando juntos.

Una experiencia que creo que es muy interesante es que, cuando se hace un estudio clínico, para cualquier fármaco, uno de los desafíos más grandes es conseguir que los pacientes se incorporen y acepten recibir tratamiento o placebo. En general, tienen dudas, piensan “están experimentando conmigo…”. Sin embargo, para probar vacunas contra Covid–19 se anotaron cinco veces más de las personas que se necesitaban.

(Publicado originalmente en la edición impresa de Mercado)

 

 

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